¿Deberían quebrar los grandes bancos?

septiembre 6, 2012 · Imprimir este artículo

¿Deberían quebrar los grandes bancos? ¿Sí, o tal vez?

 

El futuro de la industria financiera parecía más bien cosa del pasado durante la entrevista emitida por la CNBC con el ex presidente de Citigroup, Sanford «Sandy» Weill, el mes pasado. Lo que sorprendió a los espectadores fue el aparente cambio de postura de Weill, el arquitecto detrás de la fusión, en 1998, de Citigroup y de Travelers Group que, en aquella época, era dueño del banco de inversiones Solomon Smith Barney. La fusión violaba la Ley Glass-Steagall— y, en última instancia, contribuyó a su revocación. La ley, que se remonta a los tiempos de la Gran Depresión, exigía la separación rigurosa entre bancos que trabajan con depósitos y bancos que invierten en los mercados de capitales.

Las instituciones que operan con depósitos deberían continuar desempeñando el mismo papel que desempeñaban en la época de Glass-Steagall, dijo Weill. «Los bancos deberían ser instituciones de depósitos, conceder préstamos personales e inmobiliarios. Ellos deberían hacer cosas que no fueran poner en riesgo el dinero del contribuyente y que no los dejaran en una posición de ser ‘demasiado grandes para caer'». Él coincide en señalar que los bancos comerciales tienen el derecho de protegerse de los riesgos de las inversiones hechas, con tal de que los ajustes diarios de los activos al valor de mercado restrinjan la posibilidad de riesgos exagerados.

Weill propuso también la creación de un segundo nivel de instituciones financieras que estimulen el riesgo y estén preparadas para lidiar con las consecuencias. «El sistema bancario necesita ser creativo, como siempre lo fue, de manera que la industria financiera consiga atraer a los jóvenes más capaces y brillantes, tal y como sucede en el Valle del Silicio, porque sólo así habrá innovación y espíritu emprendedor, elementos imprescindibles del sector. Es imposible un mundo en que no se pueda errar».

Un mea culpa sincero o un esfuerzo disimulado para llamar de nuevo la atención, el hecho es que Weill, con los comentarios que hizo, reconoce la derrota del gran experimento detrás de las instituciones consideradas demasiado grandes para caer. Depósitos, corretaje de títulos, operaciones de inversiones y contratación de seguros tal vez no quepan bajo el mismo paraguas.

Según numerosos analistas, los comentarios de Weill apuntan hacia un cambio mucho mayor. «Hay un coro creciente de voces en el sector financiero pidiendo la división de los grandes bancos, por lo tanto Weill no está sólo», observa Phil Angelides, ex presidente de la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera constituida por el Congreso. «Ya no se trata de un pequeño movimiento». La lista incluye por lo menos tres ex consejeros delegados de grandes bancos y firmas de valores, parlamentarios republicanos y demócratas que votaron por la disolución de Glass-Steagall, diversos líderes y gobernadores, del pasado y del presente, un ex presidente y un miembro actual del FDIC, un ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, un candidato republicano a la presidencia y el presidente del Banco de Inglaterra.

Angelides dice que cuando la comisión terminó su trabajo, en enero de 2011, él aún creía que las grandes instituciones financieras se podían regular, con tal de que fueran bien gestionadas y trabajaran con las restricciones correctas. Él cambió de opinión después de los recientes cataclismos —especialmente después del reciente escándalo del LIBOR— que mostraron cómo los bancos gigantescos distorsionan o violan reglas de forma impune, incluso cuando están sujetos a un escrutinio regulatorio severo. «Llegué a la conclusión de que son demasiado grandes para caer, demasiado grandes para ser gestionados y demasiado arriesgados», dice Angelides. «Distorsionan terriblemente los mercados y la democracia».

No tan rápido

La crisis financiera, que continúa en evolución, acabó con cualquier expectativa vinculada a la abolición de Glass-Steagall y la aprobación de la Ley de Modernización de los Servicios Financieros de 1999, que abrió las puertas para la reintegración de los bancos de inversiones y bancos comerciales en EEUU. «Estamos hoy aquí para impugnar la ley Glass-Steagall, porque hemos aprendido que el Gobierno no es la respuesta», dijo en una ocasión el ex senador por Tejas, Phil Gramm, uno de los patrocinadores de la Ley de Modernización de Servicios Financieros. «Aprendimos que libertad y competencia son la respuesta. Aprendimos que el crecimiento económico y la estabilidad vendrán con competencia y libertad». (Gramm mostró poco después su fe en la competencia al cambiar el Senado por la vicepresidencia de una institución de servicios financieros globales).

Mauro Guillén, profesor de Gestión de Wharton, está del lado de los que hoy piden la separación entre bancos de inversiones y bancos comerciales. Guillén dice que desconfía de los motivaciones que hay detrás de la construcción de instituciones financieras de mayor tamaño, sistémicamente importantes. A medida que esas instituciones crecen, conceden prestigio y remuneración desproporcionados a sus ejecutivos más importantes, para no hablar del riesgo financiero desmesurado para los depositantes, inversores y contribuyentes. Pero Guillén también advierte de que es preciso cautela para el desmantelamiento apresurado de instituciones demasiado grandes. Es posible que operen en jurisdicciones sujetas a un único órgano regulador, a diferencia de lo que ocurre en EEUU, donde la disputa por el control entre el Estado y las agencias federales tuvo como resultado una carrera regulatoria en dirección al fondo del pozo. Después de que los legisladores modernizaran el sistema bancario en 1999, no consiguieron hacer lo mismo con los órganos reguladores, señala Guillén. Aunque se hayan acelerado las fusiones y las consolidaciones en la industria financiera, la regulación sigue fracturada. «Pasados tres o cuatro años, la confusión era tanta que los bancos se preguntaban quienes eran responsables de la regulación de sus operaciones», dice Guillén. «En otras palabras, ellos podían escoger la regulación que quisieran». El riesgo se trasladó a donde el Gobierno estaba en menos condiciones de lidiar con él, una norma llamada con frecuencia «Ley de Stanton».

Si queremos que haya instituciones financieras sistémicamente relevantes, dice Guillén, es preciso escoger una única autoridad de supervisión dotada de amplios poderes. Los bancos universales pueden operar con éxito en diversos servicios financieros, dice él, si un órgano regulador fuerte tuviera la palabra final sobre lo que las instituciones pueden y no pueden hacer. Ese mensaje aún no ha quedado lo suficiente claro para los legisladores americanos. «Cuando un banco hace diez tipos de servicios financieros diferentes, él no necesita más regulación; necesita un regulador único». La Ley Dodd-Frank de Protección al Consumidor y de Reforma de Wall Street, aprobada por el presidente Obama en 2010, «concede más poder a la Fed, al Tesoro y a otras agencias con autoridad sobre instituciones financieras sistémicamente importantes. Pero, debido a la oposición política, ninguna de ellas tiene plenos poderes».

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Ese es el caso de Canadá, dice Guillén, donde cinco bancos universales muy grandes se escaparon de las consecuencias más devastadoras de la crisis financiera. Él atribuye eso a la existencia de un único órgano regulador en el país — la superintendencia de instituciones financieras— cuya autoridad permite forzar a los bancos a cumplir con un conjunto sólido de reglas. «Esa autoridad no existe en EEUU», dice Guillén. De la manera actual, el sistema financiero continúa siendo vulnerable al choque sistémico.

La culpa de los problemas que enfrentan las instituciones financieras gigantescas reside en el tamaño y en la complejidad pura y simple de la unión de los bancos comerciales con los bancos de inversiones, dice Richard Herring, profesor de Finanzas de Wharton. «Permitimos que los bancos comerciales, bancos de inversiones y algunas compañías de seguros llegaran al tamaño que hoy tienen en gran medida gracias a fusiones aprobadas por los órganos reguladores y, en algunos casos, subsidiados por ellos. Ninguna de esas mega instituciones llegaron a lo que son hoy a través de un mero crecimiento orgánico». En el proceso, tuvieron que transformar una diversidad de culturas, servicios, motivos y exigencias regulatorias en instituciones financieras homogéneas, un proceso que puede llevar años en el mejor de los casos.

Más de una manera de caer

Herring cuestiona lo que él llama «visión nostálgica», es decir, la idea de que permitir a los bancos comerciales la realización de operaciones de inversiones habría sido la causa de la reciente crisis que sacudió el sistema financiero. Los bancos también pueden quebrar a la vieja usanza, dice él, haciendo malos préstamos. Presionado por préstamos inmobiliarios comerciales desastrosos, Citibank prácticamente quebró en 1991, mucho antes de tener un banco de inversiones. El riesgo de crédito ha adquirido una forma diferente esta vez, sobre todo de préstamos subprime concedidos a los dueños de inmuebles; sin embargo, dice Herring, se trataba básicamente del mismo problema. Las concentraciones excesivas de riesgo de crédito no eran monitorizadas, administradas o comprendidas de la forma adecuada.

Además, los bancos exclusivamente de inversiones pueden ofrecer riesgos aunque no trabajen con depósitos. «Ninguno de los cinco grandes bancos de inversiones que perdimos tenían un volumen de depósitos significativos», dice Herring. El que se creía que no tenía ninguna importancia sistémica, Lehman Brothers, provocó un caos global instantáneo después de que los reguladores dejaran que cayese. Está claro que el tamaño importa, observa Herring, pero no es un dato tan crítico para el funcionamiento de los mercados de capitales y de la interconectividad. Ese conocimiento estaba implícito en la decisión del Gobierno de rescatar a AIG, a pesar de que la empresa tuviera un volumen insignificantes de depósitos.

«Es verdad que siempre existieron economías de escala y de alcance genuinas», observa Herring, «basadas en gran medida en el enorme coste fijo de la tecnología de la información y, en un grado menor, en el cultivo de una imagen de marca fuerte». Pero cualquier modelo de industria financiera debe valorar las ganancias potenciales que las economías de escala proporcionan en relación a los posibles costes. Herring cita los desafíos de supervisar o gestionar instituciones grandes y complejas y el impacto sobre la sociedad de una gestión inadecuada. Las deseconomías de escala se caracterizan, entre otras cosas, por los aumentos desproporcionados de los costes fijos administrativos, problemas de intermediación en los sistemas de remuneración y complejidad administrativa pura y simple. Las grandes instituciones son inherentemente burocráticas y menos ágiles que las empresas de pequeño tamaño. Las deseconomías de alcance, dice él, traen consigo la tentación de los subsidios cruzados de productos y servicios por medio de un mercado de capital interno menos eficiente que los mercados externos, con mayor opacidad de inversores y costes derivados de la necesidad de asegurar al consumidor que los conflictos de intereses serán administrados de manera eficaz.

Aunque ofrezcan dificultades, tamaño y complejidad en un grado más elevado, pueden ser administrados, dice Herring. En realidad, tal vez no haya otra manera de deshacer esas instituciones sin someterlas a una ruptura nociva, dice. «Varias de ellas cuentan con miles de subsidiarias en numerosos países. Es inconcebible que puedan ser sometidas a un procedimiento de suspensión de pagos organizado». En 1988, las cinco principales instituciones financieras de EEUU controlaban un 8% de los activos bancarios; hoy, controlan un 16%. «Eso debería estar prohibido».

En vista de una concentración tan elevada, parece no haber salida. ¿Qué se puede hacer en ese caso?, se pregunta Herring. La herramienta más útil hasta el momento es la exigencia del Gobierno que toda institución financiera sistémicamente importante cree un plan organizado de solución rápida de desmantelamiento en situaciones de presión excesiva. Una primera ronda de planes se ha presentado en julio. «Tenemos indicaciones de que el simple proceso de elaboración de esos planes hizo que algunas instituciones procedieran a una limpieza de sus estructuras demasiado complejas», dice Herring. «La respuesta a esa ronda será crítica», añade. «¿Los órganos reguladores contarán con el apoyo político y el coraje de exigir que instituciones financieras excesivamente grandes y complejas simplifiquen y ajusten su tamaño a dimensiones administrables?»

Mientras, eventos y tendencias específicos continúan poniendo en peligro el sistema bancario, advierte Guillén en un reciente artículo titulado «Los bancos perdieron la credibilidad», publicado en Korea Times. Él cita, de forma específica, la manipulación del LIBOR, lavado de dinero y las pérdidas persistentes de los bancos derivadas de las malas inversiones. «Todo eso acaba con la confianza en los bancos, multiplica las solicitudes de mayor regulación y lleva al público en general a ver con escepticismo y sospecha a los bancos, los profesionales de la institución y sus motivos», observa Guillén. «Bancos sospechosos son la última cosa que necesitamos si queremos vencer la crisis actual».
Fuente: Wharton Universia, 05/09/12.

 

Too big to fail

 

Más información:
https://www.economiapersonal.com.ar/2012/06/16/las-grandes-perdidas-de-jp-morgan/
https://www.economiapersonal.com.ar/2011/05/04/la-reforma-financiera-en-estados-unidos/  

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