Los riesgos de Un Mundo Feliz
marzo 5, 2013
Avances tecnológicos están permitiendo que objetos inanimados guíen nuestro comportamiento
Por Evgeny Morozov
¿Le gustaría que todos sus amigos de Facebook revisaran su basura? Un grupo de diseñadores británicos y alemanes cree que posiblemente sí . Por eso inventaron la BinCam, un recipiente para la basura «inteligente» que apunta a revolucionar el proceso de reciclaje.
La BinCam se ve como cualquier otro recipiente de basura, pero la diferencia está en su tapa, que viene equipada con un teléfono inteligente que toma fotos cada vez que se cierra. La imagen es luego cargada a Mechanical Turk, un portal de servicios de Amazon que permite que trabajadores independientes desempeñen labores detalladas a cambio de pagos en efectivo. En este caso, analizarán la foto y determinarán si sus hábitos de reciclaje se ajustan al evangelio de un estilo de vida ecológico. Finalmente, la foto aparecerá en su página de Facebook.
También recibirá puntos en función del cumplimiento de su desafío de reciclaje. El hogar que acumule más puntos «gana». En palabras de sus jóvenes creadores, la BinCam está diseñada «para aumentar la conciencia individual sobre el desperdicio de comida y los hábitos de reciclaje», con la esperanza de modificar su comportamiento.
La BinCam ha sido posible gracias a la convergencia de dos tendencias que reconfigurarán profundamente el mundo que conocemos. Primero, gracias a la proliferación de sensores baratos y potentes, los objetos comunes pueden entender qué hacemos con ellos, desde sombrillas que saben que va a llover, hasta zapatos que reconocen cuándo están cumpliendo su vida útil. Con la ayuda de la innovación colaborativa (o crowdsourcing) y la inteligencia artificial, estos objetos pueden aprender a distinguir entre comportamientos responsables e irresponsables (por ejemplo, entre reciclar y desperdiciar) y luego castigar o premiar, según el caso, en tiempo real.
Debido a que nuestras identidades personales están ahora firmemente ligadas a nuestros perfiles en redes como Facebook y Twitter, cada una de nuestras interacciones con dichos objetos puede ser «social», es decir, visible para nuestros amigos. Esa visibilidad, a cambio, permite que los diseñadores recurran a la presión social: recicle e impresione a sus amigos, o no lo haga y corra el riesgo de despertar su ira.
Estos dos factores son los ingredientes esenciales de una nueva clase de tecnologías inteligentes. Algunas de estas innovaciones ya tienen seguidores y parecen relativamente seguras, incluso si no se ven revolucionarias: relojes inteligentes que avisan cuando recibe un nuevo mensaje de Facebook o una balanza que comparte su peso con sus seguidores en Twitter, ayudándolo a ajustarse a una dieta.
Pero muchas tecnologías inteligentes apuntan a una dirección más perturbadora. Un número de pensadores en Silicon Valley ven estas tecnologías no solo como una forma de darles a los consumidores nuevos productos que quieren sino de presionarlos para que se comporten mejor. La idea central es clara: ingeniería social disfrazada como ingeniería de producto.
Pero existen motivos de preocupación. A medida que las tecnologías inteligentes se vuelven más impertinentes, corren el riesgo de minar nuestra autonomía al suprimir comportamientos que alguien en algún lugar consideró inaceptables. Tenedores inteligentes nos alertan que estamos comiendo muy rápido. Cepillos dentales inteligentes nos animan a dedicarles más tiempo a las muelas. Sensores en nuestros autos nos dicen si conducimos muy rápido o frenamos bruscamente.
Estos aparatos nos pueden dar una retroalimentación útil, pero también pueden compartir todo lo que saben sobre nuestros hábitos con entidades cuyos intereses pueden diferir de los nuestros. Las empresas de seguros ya ofrecen descuentos significativos a los conductores que aceptan instalar sensores en sus autos para monitorear sus hábitos de conducción. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que un cliente no pueda obtener seguro si no se somete a ese tipo de supervisión? Y ¿cuánto tiempo pasará antes de que el cuidado voluntario de nuestra salud (peso, dieta, ejercicio) se convierta en un requisito?
¿Cómo podemos evitar caer rendidos a la nueva tecnología? La clave es aprender a diferenciar entre «inteligencia buena» e «inteligencia mala».
Los aparatos que tienen una «inteligencia buena» nos otorgan el completo control de la situación y buscan reforzar nuestro proceso de toma de decisiones con el suministro de información adicional. Por ejemplo, una tetera conectada a Internet que nos alerta cuando la red de energía está sobrecargada (un prototipo ya ha sido desarrollado en el Reino Unido) no nos impide hervir agua para una taza de té, pero añade una dimensión ética a esa opción.
En contraste, las tecnologías que tienen una «inteligencia mala», hacen que ciertas opciones y comportamientos sean imposibles. Avances tecnológicos en la más reciente generación de autos (alcoholímetros que revisan si el conductor está sobrio, sensores en el volante que verifican si el conductor se está durmiendo, reconocimiento facial que confirma que somos quienes decimos ser) parecen limitar, no expandir lo que podemos hacer. Este puede ser un precio aceptable a pagar en situaciones donde vidas corren peligro, como la conducción, pero debemos resistir cualquier intento de universalizar esta lógica.
La «banca inteligente», un proyecto artístico de los diseñadores JooYoun Paek y David Jimison apunta a ilustrar los peligros de vivir en una ciudad demasiado inteligente. Equipada con un cronómetro y un sensor, la banca empieza a inclinarse después de un cierto tiempo, hasta que finalmente bota a sus ocupantes. Esto puede ser atractivo para algunos alcaldes que quieren más rotación de ciudadanos en el amoblado público, pero es el tipo de tecnología inteligente que degrada la cultura del urbanismo y nuestra dignidad.
Proyectos como el de la BinCam caen en algún punto entre la inteligencia buena y mala.
Las iniciativas de tecnología inteligente que preocupan son aquellas que asumen que los diseñadores saben precisamente cómo debemos comportarnos, por lo que el único problema es encontrar el incentivo adecuado.
Con el ascenso de las tecnologías inteligentes, será difícil resistir el atractivo de un futuro sin fricciones y sin problemas. Cuando Eric Schmidt, el presidente de la junta directiva de Google, dice que la «gente pasará menos tiempo tratando de que la tecnología funcione… porque simplemente será perfecta», no está equivocado. Ese es el futuro al que nos encaminamos. Pero no todos queremos ir allá.
Un paradigma de diseño inteligente más humano reconocería felizmente que la tarea de la tecnología no es liberarnos de la resolución de problemas. Sino que debemos recurrir a la tecnología para que nos ayude a solucionar problemas. Lo que queremos no es una vida en la que la fricción y la frustración han sido eliminadas por diseño, sino una en la que podemos superar las fricciones y frustraciones que encontramos en el camino.
Las tecnologías realmente inteligentes nos recordarán que no somos meros autómatas que ayudan a grandes bases de datos a responder preguntas. A menos que los diseñadores de las tecnologías inteligentes hagan un balance de la complejidad y riqueza de la experiencia humana vivida (con sus brechas, desafíos y conflictos), sus invenciones estarán destinadas a la SmartBin de la historia.
—Morozov es autor de ‘To Save Everything, Click Here: The Folly of Technological Solutionism‘, que será publicado en marzo en EE.UU.
Fuente: The Wall Street Journal, 03/03/13.
El dinero fácil podría generar la próxima crisis
marzo 3, 2013
El dinero fácil podría acelerar el avance hacia la próxima crisis
Por Francesco Guerrera
Cuando partes de los mercados se están sobrecalentando, principalmente debido a las políticas de relajamiento de los bancos centrales en todo el mundo, la carrera hacia la próxima crisis está en marcha. Conducir por encima del límite de velocidad en las autopistas de los mercados de acciones y crédito se siente bien, principalmente gracias al combustible barato que brindan las autoridades monetarias.
Pero, a la larga, el abismo aparecerá. La parte de «a la larga» es el factor determinante: nadie sabe cuándo se acabará la vía, y hasta que suceda, es rentable permanecer en la carrera.
La pregunta es cuándo y cómo, la Reserva Federal y sus pares decidirán retirar el enorme apoyo que le han dado a la economía global.
«A futuro, la preocupación debería ser cómo saldrá el mundo de esta especie de realidad nueva», sostiene Alexandre Tombini, presidente del banco central de Brasil. «Requerirá mucha habilidad y muchísima atención.»
Hay que reconocer que la Fed ya está debatiendo el tema. Pero hay una gran diferencia entre debate y acción. La realidad ya ha comenzado en algunos rincones del sistema financiero. Sólo que no sabemos dónde.
«Inevitablemente habrá que tomar decisiones en un entorno de incertidumbre significativa», advirtió Jeremy Stein, uno de los gobernadores de la Fed, en un discurso reciente. «Esperar una prueba decisiva del recalentamiento del mercado podría representar una política implícita de inacción».
Con ese espíritu, él y otros han estado señalando segmentos del mercado que muestran un comportamiento de burbuja. A continuación, una lista (no exhaustiva) de tres de ellas.
1. Finanzas apalancadas
La emisión de bonos «basura» se encuentra a máximos históricos y los diferenciales de crédito —el retorno extra que requieren los inversionistas para comprar estos valores más riesgosos— cayeron de forma marcada recientemente, aunque siguen en línea con el promedio previo a la crisis.
Eso, es sí mismo, no significa que los bonos de alto rendimiento causarán la próxima crisis sino simplemente que podrían ser una muy mala inversión. Otro factor, sin embargo, les debería dar a los inversionistas algo para pensar. Nuevas investigaciones de Robin Greenwood y Samuel Hanson, de la Universidad de Harvard, sugieren que cuando la emisión de deuda de alto rendimiento como porcentaje de la emisión total de bonos se encuentra en niveles elevados, los rendimientos de los futuros de bonos tienden a ser bajos. Las noticias no son buenas. La emisión de bonos basura ascendió a alrededor de 37% del total en 2012, bien por encima del promedio histórico de 30%, según la Fed.
2. Finanzas a corto plazo
Todos los ojos están puestos en los «repo», acuerdos a corto plazo en los que las instituciones financieras canjean efectivo por valores. La crisis financiera mostró cuán vulnerable a las sacudidas repentinas eran los repo y cómo sus problemas podían repercutir en todo el sistema. En este frente, el riesgo parece estar aplacado: las transacciones de repo se ubican en valores cercanos a la mitad que antes de la crisis.
El discurso de Stein, sin embargo, apunta a otro rincón de las finanzas a corto plazo: los fondos de inversión y los fondos que cotizan en bolsa que invierten en bonos de alto rendimiento. Los flujos a estas inversiones han aumentado notablemente. Son fondos líquidos que invierten en activos ilíquidos, y un cambio en la política monetaria podría desatar una corrida y causar problemas para partes del sistema financiero.
3. Fondos de inversión en bienes raíces
En particular, los fondos de este tipo que compran valores respaldados por hipotecas emitidos por entidades con lazos gubernamentales. En 2000, este tipo de fondos administraban unos US$15.000 millones. Para fines de 2012 se había disparado a alrededor de US$400.000 millones.
La forma en que estas entidades ganan dinero es una fuente de riesgo inherente. Se benefician del diferencial entre el retorno sobre los valores y la tasa que pagan para financiar sus compras en el mercado de repos. Un aumento en las tasas de los repo, o una caída en los retornos, podría llevar a los inversionistas a retirar fondos con rapidez, desestabilizando potencialmente este mercado.
Fuente: The Wall Street Journal, 01/03/13.