Argentina: El avance del Estado sobre la empresa privada

abril 30, 2011 · Imprimir este artículo

Desahuciados y en default político

Por Francisco Olivera

 

La frase pertenece al universo de ilusiones empresariales rotas. Fue proferida en julio de 2009, durante el primer encuentro que el jefe de Gabinete, recién asumido en el cargo, tuvo con los principales hombres de negocios del país. Néstor Kirchner acababa de perder frente a De Narváez en la provincia de Buenos Aires y algunas cosas habían tenido que cambiar en el Gobierno. A Aníbal Fernández le correspondía el nuevo rol de recomponer el diálogo social y la relación con las cámaras. «Moreno es un troglodita», dijo entonces, en un extensa charla pródiga en cuestionamientos hacia el secretario de Comercio Interior. Y les adelantó la estrategia: él conduciría en adelante la relación con el establishment.

El jolgorio duró pocos días. El «troglodita» no sólo permanece, sino que es ya un hombre irreemplazable en la gestión económica y hace tiempo que el jefe de Gabinete se desentendió de aquellos menesteres. Hay que entender la decepción en clave empresarial: Aníbal Fernández era, con Julio De Vido, parte de la corriente kirchnerista juzgada «racional» en los directorios.

El ministro de Planificación parece haber tomado la decisión de apartarse hace menos tiempo. El miércoles pasado, invitados a la Casa Rosada lo notaron callado como pocas veces. La retirada del jefe de Gabinete se supone en cambio más decorosa. No sólo recuperó sus aventuras radiales mañaneras tras el golpe de la asunción de Nilda Garré en el Ministerio de Seguridad, sino que ha extendido sus atributos discursivos al mundo del ensayo y las columnas políticas. Así, sus referencias a las corporaciones son desde afuera. Al revés que Mark Twain, el autor de «Manual de zonzeras argentinas y otras yerbas» es propenso a la adjetivación. Difícil, por ejemplo, que no se refiera a Héctor Magnetto sin anteponerle el término «impresentable». También Florencio Randazzo ha tomado caminos remotos. Casualidades del mundo literario: el ministro del Interior acaba de presentar su nueva página web y otro libro, «Mejor que decir», donde relata sus experiencias.

La luz del poder es fugaz. Es probable que, tras la muerte de Kirchner, Carlos Zannini no tenga tiempo para escribir siquiera un aforismo. El secretario legal y técnico es el verdadero conductor del movimiento y en eso radica la desgracia empresarial: nadie sabe qué piensa, cómo llegar a él y, lo peor, con qué renovada idea podría sorprender si el Gobierno ganara las elecciones.

Todos lo asumen. Lo que parecía un temor hace meses es ya casi una certeza en los directorios: la Presidenta tiene amplias posibilidades de seguir cuatro años más. Lo entendieron encumbrados dirigentes fabriles tras contactos recientes con la oposición. Uno de los últimos fue con Mauricio Macri, que les reprochó en privado sus actitudes y los comparó, por si hacía falta irritarlos, con pares corporativos brasileños. Fue el mismo encuentro en que les advirtió sus intenciones de abandonar la candidatura si no tenía por lo menos un umbral de aportes con que empezar la campaña. No los obtuvo.

Esa especie de vacío sin precedente le deparó a la Unión Industrial Argentina (UIA) una nueva definición para el escenario actual: «La Argentina está en default político». El autor de la frase, ya incorporada en el vocabulario empresarial cotidiano, es Eduardo Duhalde. El desahucio llega más allá de la política partidaria. Días atrás, algunos industriales les transmitieron al ministro de Economía, Amado Boudou, y a la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, la idea de que el Gobierno parece haber abandonado la gestión. «Se gestiona lo que está, pero el cambio no llega y el país necesita cambios», explicó un ejecutivo pyme que participó de estos contactos.

Una deuda monumental que no afecta sólo a hombres de negocios. La Argentina viene de vivir, por primera vez en su historia, una década completa de precios altos para la soja, pero sectores estratégicos como la electricidad, el gas, el petróleo, la nafta, el gasoil, el transporte aéreo y terrestre y la infraestructura vial tienen menos oferta -en relación con la demanda- que en 2001.

Poco se habla, además, de lo que a estas alturas podría definirse como el fracaso argentino más relevante en décadas: la batalla contra la droga. A falta de cifras creíbles, buenas son las confesiones del jefe de Gabinete ante delegados norteamericanos, según revelaron cables de WikiLeaks y publicó días atrás La Nacion. «No podemos ganar. Lo que no quiero es perder mal», dijo Aníbal Fernández en 2005. «No quiero engañar a nadie con que el Gobierno puede ganar la batalla contra las drogas», reforzó en 2009. Por último, en poder adquisitivo, el último estudio de la Cepal publicado por La Nacion parece repartir culpas por igual: la Argentina es el único país de la región cuya clase media se redujo entre 1990 y 2007. El resto de las naciones la vio crecer, con excepción de Colombia, que registró un empate.

El nuevo presidente de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, suele decir en privado que la Argentina pierde el tiempo discutiendo cuestiones irrelevantes mientras los problemas perduran o se agravan. Por eso insistió, por ejemplo, en su discurso de asunción, en la importancia de tener multinacionales argentinas. ¿Cómo sobrevivir, según esta lógica, si se hace más crudo el avance del Gobierno hacia el sector privado? ¿Cómo, si el respaldo público parece no sólo retacearse en la sociedad, sino también desde los propios pares empresarios?

No hay que pensar sólo en el último desaire del Grupo de los Seis a la UIA hace dos semanas, cuando cada cámara decidió no acompañar la queja pública por la ampliación de la representación estatal en los directorios. Remontarse a fines de 2005 explicará mejor cómo funciona aquí el mundo de los negocios. Acababa de ser maltratado públicamente por Kirchner el supermercadista Alfredo Coto, que participó semanas después de una reunión en la Asociación Empresaria Argentina (AEA), donde se deliberaba emitir un comunicado en su respaldo. Ya el directorio de IDEA había desestimado una iniciativa similar.

Como prosperó el «no», Coto se replegó sobre sí mismo y se alejó de todas las cámaras hasta hoy. No se quejó ese día, pero les explicó a unos pocos que entendía la situación, que comparó con sus tiempos de escolar con guardapolvo blanco. Siempre había un patotero que, en el recreo, se la agarraba con alguien más chico, fue la metáfora del empresario. Y agregó que la única manera posible era unirse todos contra el grandote.

La vida le dio a Coto una revancha al mes siguiente. Se reunió con Kirchner en la Casa Rosada a propósito de un acuerdo de precios y, nueve meses después, logró refinanciar una deuda de US$ 182 millones con bancos extranjeros: obtuvo una quita de US$ 23 millones y 10 años de plazo. Trabajaron en el canje los bancos Macro y Bisel.

Ya ningún grandote lo molesta.
Fuente: La Nación, 30/04/11.

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