Argentina y las inversiones

mayo 21, 2016 · Imprimir este artículo

Al capital le gusta que lo traten bien

Por Francisco Olivera.

Francisco Cabrera, ministro de la Producción, aprovechó el martes un almuerzo con la cámara alimenticia Copal para soltar la pregunta más ansiosa que el Gobierno tiene para hacerles a los empresarios. «¿Y cómo están las inversiones?», quiso saber. Daniel Funes de Rioja, líder de los anfitriones, le contestó con números: dijo que los desembolsos del sector habían llegado a ser, en 2011, último año productivo del kirchnerismo, de unos 2300 millones de dólares, pero que en 2015 habían bajado a 700 millones, casi lo que ellos llaman «inversión vegetativa». Y que no sería tan difícil, por lo tanto, levantar esos montos en determinadas condiciones mínimas.

argentinaFunes de Rioja, que venía de hablar bien de las perspectivas argentinas en Washington durante una exposición en el G-20, cree que eso es casi inminente. Y así se lo transmitió al ministro, aunque agregó que las empresas necesitarán ahora algunas «reformas de segunda generación», es decir, medidas complementarias de aquellas que, como la salida del cepo o el acuerdo con los holdouts, iniciaron la normalización poskirchnerista. Enumeró entonces: agilización de trámites, reducción de costos logísticos, alivios impositivos y cualquier decisión que contribuya a ganar competitividad sin tocar necesariamente el tipo de cambio, variable que los hombres de negocios aceptan como imposible de modificar ante estos niveles de inflación.

El establishment ha resuelto apostar por una mejora económica a pesar de la caída en la actividad y las altas tasas de interés. No sólo por afinidad ideológica. En las empresas volvieron a entusiasmar decisiones recientes del Gobierno, como las leyes con facilidades para pymes o el veto de ayer a la ley antidespidos, dos iniciativas también apuntaladas por un giro drástico en el tono en que venían conversando con la Casa Rosada. La percepción de casi todos es que, luego de los retos de Macri y algunos ministros a principios de otoño, la mayor parte de los funcionarios ha terminado de entender que invertir no es una obligación, sino la consecuencia natural de un contexto propicio.

El Presidente llega a estos gestos conciliadores por un camino extraño, apurado por las circunstancias y no sin algunos costos. Hace dos semanas, mientras se sorprendían con que el Gobierno los estuviera convocando a firmar un texto comprometiéndose a no despedir personal, representantes pyme, como Osvaldo Cornide (comercio), Gerardo Venútolo (metalúrgicos) y Alberto Sellaro (calzado), aprovecharon para preguntarle a Ignacio Pérez Rivas, su interlocutor en el Ministerio de la Producción, qué había sido de aquella idea tan proclamada de aliviar las cargas de ese sector. Le respuesta fue una promesa: «Todo eso sale», alentó Pérez Rivas. Se corroboró al día siguiente, con el lanzamiento de un paquete oficial que, entre otros beneficios, les permitirá a las pyme subir el plazo para pagar IVA de 30 a 90 días.

Los empresarios celebraron la medida, que juzgan hija de la necesidad de sumarlos a un respaldo para atenuar los efectos de la ley antidespidos, vetada finalmente ayer por Macri. Ese proyecto, que brotó tal vez por exceso de confianza en el Senado, fue también el que terminó de apurar la convocatoria de anteayer al Consejo del Salario, que reunió a las tres CGT, las dos CTA y a líderes de las principales cámaras con los ministros Jorge Triaca y Cabrera. Faltaron Hugo Moyano y Luis Barrionuevo, pero alcanzó con la presencia de varios de los impulsores de aquella ley: Antonio Caló, Andrés Rodríguez, José Luis Lingeri, Guillermo Pereyra, Oscar Mangone, Hugo Yasky y Pablo Micheli, entre otros. El encuentro terminó con una visita final de Macri y de Mario Quintana, que aprovecharon para dejarles un mensaje a los empresarios que estaban, entre ellos Adelmo Gabbi, Juan Chediak, Funes de Rioja, Cornide y Jaime Campos. «Tenemos que abordar los temas de productividad: eso es lo que va a marcar la diferencia», les dijo el Presidente. Al salir, la Unión Industrial Argentina elogió el veto en un comunicado.

La respuesta sindical fue menos espontánea. Las CTA irán al paro y en las CGT admiten estar en medio de una negociación más abarcadora: no tomarán medidas de fuerza mientras que el Gobierno comience a devolverles parte de lo que les debe a las obras sociales. Pero es probable, agregan, que le enrostren a Macri durante los próximos cuatro años haber vetado una ley que prometía preservar el empleo.

Es cierto que la situación económica es apremiante, principalmente en el interior. Con Brasil desplomándose y el tipo de cambio todavía atrasado, el problema fabril ha vuelto a ser el costo argentino. Paolo Rocca, líder de Techint, lo escuchó del modo más gráfico el miércoles, durante un almuerzo que tuvo en el Sheraton de Córdoba con representantes de la Unión Industrial de esa provincia. Algunos aprovecharon la reunión para hacer catarsis. «Es más caro mandar el flete de Córdoba a Buenos Aires que de ahí a Australia», le dijo Gastón Guerrero, representante del sector de los gráficos. Rocca tuvo también que escuchar las quejas de Isabel Martínez, representante de los fabricantes de autopartes, hacia la propia Techint como proveedora de insumos. «El costo de la chapa se suma al de la energía, el financiamiento, la mano de obra y el transporte», dijo Martínez, y el líder siderúrgico contrapuso también sus penurias: la situación de Brasil, el aumento en el precio del mineral de hierro, el crudo y los valores de los insumos en China y Estados Unidos.

Las cámaras han preferido exponer por ahora todas estas lamentaciones sólo en la intimidad, mientras auguran mejoras. Nadie está para pronósticos fantasiosos. Pero en algunas empresas de consumo masivo empiezan a contentarse con que, en las próximas semanas, y como consecuencia de las paritarias y el aguinaldo, la caída en ventas al menos se atenúe y hasta se equilibre. Funes de Rioja se lo anticipó a Cabrera: han detectado en ciertos rubros de la alimentación lo que ellos llaman green shoots (brotes verdes). Leves repuntes que podrían consolidarse si cae la inflación. Pero todo es todavía difuso e incipiente. Hasta ahora, el único quiebre positivo no ha sido más que el cumplimiento de algunas promesas gubernamentales y, desde ya, el aspecto simbólico: dejaron de ser los responsables públicos de los descalabros económicos. El Macri más urgido ha venido a ser también el más conciliador. Además de un bálsamo en medio de la crisis, la novedad supone para los empresarios la constatación de un cambio de paradigma: ante la mayoría de los problemas, lejos de abordarlos, el kirchnerismo sólo atinaba a levantar la voz. Fueron años de energía malgastada: si hay algo que ha sabido siempre el capital es huir de las convocatorias coercitivas.

Fuente: La Nación, 21/05/16.

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