Un hombre anuncia un negocio de compras de oro en Rio de Janeiro. 

Años de delirio económico han puesto a Brasil y a Rusia camino a un ajuste de cuentas con un viejo enemigo: la inflación.

En 2001, los dos países fueron designados, junto con India y China, como parte de los BRIC, un nuevo eje de poderío económico bautizado por Jim O’Neill, antiguo economista de Goldman Sachs. Catorce años e infinitos errores de política después, hay mucho menos optimismo sobre los BRIC, particularmente sobre Brasil y Rusia.

El ultimo traspié sucedió la semana pasada cuando Rusia redujo en 1,5 puntos porcentuales su tasa de referencia de recompra, o repo, para dejarla en 12%, lo que esencialmente invita a los precios al consumidor, que ya estaban al alza, a que se desboquen. Brasil, que está más avanzado en el largo proceso de entender cuán perjudicial puede ser la inflación si se deja que eche raíces, anunció otra alza de medio punto en su tasa Selic, dejándola en 13,25%, un nivel que asfixia el crecimiento.

inflaciónNada de esto es una sorpresa al interior de los dos países. Brasil ha estado tambaleando debido a un fastidioso déficit de cuenta corriente, lo que deja vulnerable la financiación extranjera de deuda a la depreciación del real. A Rusia le preocupa menos un déficit en los flujos entrantes de cuentas corrientes y más las salidas de capitales, especialmente de ciudadanos rusos asustados por las sanciones impuestas por occidente y el desplome de los precios del petróleo.

Los gobiernos de Rusia y Brasil deben actuar para inspirar confianza entre sus ciudadanos y los inversionistas extranjeros si quieren sostener un progreso económico a largo plazo. Registrar un crecimiento a corto plazo al permitir que la inflación avance de forma rampante eliminará esa posibilidad.

Incluso, en momentos en que el resto del mundo lidia con la deflación, el índice de precios al consumidor de Brasil acumuló en marzo una alza anual de 8,13%, muy por encima de la meta de máxima tolerancia del banco central de 6,5%. Las arraigadas expectativas de inflación han implantado un ciclo de autor refuerzo de aumento de precios preventivo.

Las responsables son las políticas de estímulo. Brasil intervino para mantener el real débil, mantuvo el déficit fiscal de cara a una demanda recalentada, y los bancos estatales canalizaron gigantescos préstamos con costos de financiación subsidiados a grandes empresas con poca trasparencia.

Este estímulo económico incoherente ha obligado al banco central a ser doblemente drástico en su lucha contra la inflación. También crea distorsiones: cualquier empresa que no se beneficia de la generosidad del Estado tiene que buscar préstamos a tasas basadas en la elevada Selic.

Ahora que la poco popular presidenta Dilma Rousseff sufre con un Congreso que no quiere cooperar para frenar el exceso fiscal, el banco central tiene que ajustar las condiciones monetarias aún más, todo mientras que los precios de las exportaciones de las principales materias primas centrales de Brasil caen significativamente. El resultado: la sombra de otra contracción económica en un periodo de casi cuatro años de crecimiento promedio de menos de 1%.

“No hay nada mágico en esto: simplemente tienen que caminar en reversa y deshacer todo lo que hicieron en los últimos cuatro años”, dice Alberto Ramos, director de economías latinoamericanas en Goldman Sachs. “Es un ajuste de varios años… no puede reparar cosas como esta de la noche a la mañana”.

Ahora, Rusia está cometiendo el mismo error. Aunque el banco central dice que el recorte de tasas apenas relajan las políticas de emergencia adoptadas a fines de 2014, esencialmente está apostando a que el crecimiento a corto plazo puede tener prioridad sobre la inflación.

El contexto es que en diciembre, cuando el rublo estaba en caída libre, la tasa de recompra fue elevada a 17% parar frenar la fuga de capitales desatada por el colapso el año pasado de los precios del crudo y las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea sobre las acciones militares de Moscú en Ucrania.

Ahora que la divisa rusa está subiendo de nuevo en medio de una minirrecuperación de los precios del petróleo, tanto el banco central como el gobierno están diciendo que la crisis ha terminado, que es hora de flexibilizar las tasas, y que el rublo debe caer para restaurar la competitividad de las exportaciones. En el olvido queda la inflación, que ha subido cada mes desde marzo de 2014, de 6,9% a 16,9% en marzo de 2015.

“A Rusia nunca le ha importado realmente la inflación; solo le interesa el crecimiento”, dice Timothy Ash, director de investigación de mercados emergentes en Standard Bank, en Londres. Pero “el banco central está mucho más politizado ahora que en toda su historia. Están básicamente haciendo lo que el gobierno les ordena”.

Un banco central más independiente podría ver las tendencias de precios con preocupación. Las sanciones ejercen presión sobre los suministros de bienes, aumentando los precios. Y aunque el rublo ha registrado un alza significativa este año, aún está 35% por debajo del nivel registrado hace 10 meses, lo que encarece las importaciones.

Entre tanto, unos precios internacionales del petróleo flojos, que a pesar de un repunte de 29% desde enero siguen estando a dos tercios de su cenit de 2014, han socavando las ganancias de la vital industria energética de Rusia. El resultado: estanflación, un estado de alto desempleo, crecimiento débil e inflación persistente. Esto es un atentado a la confianza de aquellos que controlan la capital rusa y requiere de política drásticas.

Vladimir Putin puede ser más resistente que Rousseff a los débiles sondeos de popularidad, gracias a su dominio del poder. Pero no está más habilitado para repeler las leyes económicas, un hecho que pronto será revelado a los inversionistas que se atrevan a pisar Rusia.