Crisis Global: Un problema político

agosto 5, 2011 · Imprimir este artículo

El problema es más político que económico

Por Luis Palma Cané

Hasta el viernes 22 de julio los mercados mundiales en alza reflejaban -más allá de los problemas de la deuda de los países periféricos de la eurozona y del límite de deuda pública de Estados Unidos- el optimismo general sobre la solidez de la recuperación económica mundial.

Sin embargo, a partir del lunes siguiente la situación comenzó a revertirse dramáticamente, con fuertes caídas en los distintos mercados. Ayer, este negativo escenario hizo eclosión y se generaron pérdidas no vistas desde la caída de Lehman, en septiembre de 2008: -4,3% en Estados Unidos, -3,5% en Europa, -6% el petróleo, entre otros. Estos valores hicieron caer en pérdida a estos mercados en relación con el cierre del año pasado.

¿Qué sucedió para que en sólo nueve jornadas se diera tamaña debacle? ¿Cambió la realidad económica? ¿O, por el contrario, se trata más bien de un cambio de «humor» del mercado? Si éste fuera el caso, ¿cuáles serían las causas?

En cuanto a la realidad económica, lo cierto es que durante los últimos días se han publicado indicadores macroeconómicos mundiales y de Estados Unidos que, a nuestro juicio, fueron interpretados negativamente; en especial una caída intramés del consumo en ese país del 0,2% (luego de 20 meses de crecimiento consecutivo) y una cierta desaceleración en el crecimiento industrial global.

Ahora bien, ¿dónde está escrito que, en una economía que está en plena recuperación, su consumo debe crecer en forma ininterrumpida y su tasa de expansión ser continuamente creciente? Es obvio que el innegable impacto negativo de estos indicadores sobre los mercados se debió más a una mala predisposición psicológica que a una realidad del escenario macroeconómico (fundamentals).

Entonces, las razones de la debacle deben buscarse en un brusco cambio de humor, cuyas causas deben buscarse en el escenario político. En efecto:

Sólo el jueves 21 de julio, pasados ya casi dos años del inicio de la crisis griega y luego de interminables dilaciones y discusiones, los países miembros de la zona euro pudieron llegar a un acuerdo sobre un segundo plan de rescate para ese país. Sin embargo, a la fecha, la burocracia de la Unión Monetaria no ha implementado ni una sola acción en concreto. Mientras tanto, ¡los mercados siguen atacando!

Por su parte, el martes pasado -luego, también, de increíbles demoras provocadas por posiciones irreductibles del ala de extrema derecha del Partido Republicano (Tea Party) y sólo minutos antes de que el país cayera en default- el Congreso de Estados Unidos aprobó un aumento del techo de la deuda pública, exigiendo, como contrapartida, igual disminución del déficit durante los próximos 10 años. Sin embargo, el acuerdo es muy poco claro en sus detalles de implementación, con lo cual, más allá de abrir el camino para nuevas e interminables discusiones parlamentarias, ha provocado una mala lectura del arreglo. Los mercados reaccionaron sosteniendo equivocadamente que los ajustes de gastos solicitados serían inmediatos y que, en consecuencia, llevarían a una nueva recesión de la economía. No advirtieron que, por ejemplo, de los US$ 2,2 billones de ajustes acordados sólo 0,2 billones (menos del 1%) serían implementados en 2011/2012, sin especificarse el cronograma remanente.

Está claro que en 10 días no pueden cambiar los fundamentos de la economía, la cual muestra una recuperación a nivel mundial que no se compadece con esta debacle de los mercados. La falta de liderazgo político en la eurozona y en Estados Unidos (incluido el presidente Barack Obama) ha debilitado la confianza de las respectivas sociedades en su capacidad para resolver, en tiempo y forma, los acuciantes problemas económicos que inevitablemente se van presentando.

La consecuencia es un brusco cambio de humor, que genera una clara psicología negativa que derrumba los mercados. Es hora, pues, de que los políticos se den cuenta de que sus tiempos no son iguales a los necesarios para enfrentar crisis económicas. Caso contrario, el panorama puede complicarse aún más.
El autor es economista, especialista en mercados internacionales.

Fuente: La Nación, 05/08/11.
 

La crisis política de los EE.UU.

Sobre la hora, el Senado de los Estados Unidos aprobó una ley de emergencia para impedir la primera mora de pagos del gobierno en la historia. La ley fue promulgada de inmediato por el presidente Barack Obama. Se trató de una solución negociada después de varias semanas de tira y afloja entre demócratas y republicanos que, en verdad, no dejó satisfecho a nadie.

En la oposición prevaleció el movimiento conservador Tea Party, renuente a aceptar aumentos de impuestos para permitir que la Casa Blanca llevara adelante sus planes sociales. La puja marcó el inminente comienzo de la campaña para las presidenciales de 2012, en las cuales Obama, como todos sus antecesores, buscará ser reelegido. En las negociaciones, por momentos trabadas al extremo de llevar a los Estados Unidos al riesgo de caer en default y perder la nota AAA (la mejor) de las agencias calificadoras de riesgo, cobró relevancia el republicano John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes. Su posición fue exigir que cualquier aumento del límite del endeudamiento del país se compensara con drásticos recortes del gasto público.

La ley de emergencia le da un respiro a Obama para aumentar el tope del endeudamiento de los Estados Unidos en 400.000 millones de dólares y garantizarse hasta fin de año fondos adicionales del orden de los 500.000 millones. Con esa corrección, el gobierno mantiene su financiación hasta 2013. Los fondos deberán ser compensados con reducciones en los presupuestos de las agencias gubernamentales en la próxima década.

Con la crisis perdieron todos. Obama ha admitido que el acuerdo «no es el que hubiera preferido». Las condiciones impuestas por el núcleo duro de los republicanos que se resiste a dilapidar fondos estatales no hacen más que debilitar al gobierno en la faz interna y al país en su proyección internacional. Ocho de cada diez norteamericanos están disconformes con la Casa Blanca y el Congreso, según un sondeo de ABC y The Washington Post.

El foco del debate no es económico, sino político. Tiene que ver con la concepción del Estado de cada uno: los demócratas creen que determinados rubros, como la salud, no pueden dejar de estar contemplados en el gasto público; los republicanos, en especial los miembros del Tea Party, sostienen que ese servicio debería ser privatizado.

La discusión es vista en los Estados Unidos como una pérdida de tiempo. Desde estas latitudes deberíamos valorarla por su exaltación de la política, puntal de la democracia, y el fortalecimiento de las instituciones.

Obama pudo haberse ahorrado tanta tensión si invocaba la enmienda 14 de la Constitución de los Estados Unidos, que le permitía elevar el techo de endeudamiento sin necesidad de una aprobación del Congreso. Esto, símil de los decretos a los que estamos acostumbrados en América latina, habría sido desusado en los Estados Unidos. La sección 4 de la enmienda en cuestión establece que «la validez de la deuda pública de los Estados Unidos no deberá ser cuestionada». Si bien pudo haber sido rechazada por los legisladores, también pudo haber sido materia de discusión y, en principio, hasta de una presentación de los republicanos ante la Corte Suprema por invasión de sus competencias.

Pocos han visto con buenos ojos que los intereses políticos coyunturales se hayan impuesto al interés nacional. Es grave que eso haya sucedido, pero es saludable, a la vez, que ambos partidos hayan logrado superar la impasse y que, en definitiva, las instituciones hayan prevalecido sobre las mezquindades, los caprichos y la amenaza de imposiciones donde debe primar el debate en busca del consenso.
Fuente: Editorial del diario La Nación, 05/08/11.

 

 

 

 

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