El euro y la atracción del abismo
agosto 7, 2011 · Imprimir este artículo
El euro y la atracción del abismo
Por Luisa Corradini
Una de las facetas más curiosas de la crisis del euro son las reacciones que la crisis despierta en la gente. Visto desde Europa, a veces se tiene la neta impresión de que, por una misteriosa razón, muchos desean que esa fabulosa aventura termine cayendo al abismo. La única explicación posible a esa ceguera es la incapacidad de comprender la interdependencia del mundo actual. Un mundo donde -como en la teoría del aleteo de una mariposa que termina causando un tsunami en las antípodas- todo lo que sucede en un país se hace sentir rápidamente en el resto del planeta.
Para aquellos europeos que lo quisieron y lo promovieron durante años, el euro es mucho más que una moneda común. Es, antes que nada, la expresión de cierta visión del mundo: un igualitarismo internacional (ciertamente crítico frente al imperium de los Estados Unidos y de su dólar) y un unionismo pavloviano de tipo «si todos los hombres del mundo se dieran la mano?», como escribía Ludwig Feuerbach.
Por esa razón, la desaparición de la moneda común sería vivida por ellos como una suerte de humillación «nacional».
El lector podrá argumentar que esa no es la generalidad. Cada vez son más los europeos que critican una moneda única cuya comodidad sólo es percibida por las élites que saltan de aeropuerto en aeropuerto, mientras los pequeños salarios le imputan -no sin razón- parte de sus problemas de poder adquisitivo.
En esas condiciones, aquel que no mira ese famoso «sueño europeo» como el paradigma del pensamiento político suele interrogarse sobre la conveniencia de salvar a Grecia en nombre del euro e incluso, de salvar al euro. Ese razonamiento es implacable, pero inútil. Pues, aun considerando que el euro fue un error, abandonarlo sería otro peor, tanto para Grecia como para el resto del mundo.
Desempolvando su viejo dracma -que perdería de inmediato 30% de su valor frente al euro-, Grecia recuperaría parte de su competitividad pero, al mismo tiempo, estallaría bajo el peso de su gigantesca deuda, que seguiría siendo en euros.
Si Grecia se hunde, los especuladores partirán inmediatamente al asalto de los otros países más frágiles de la eurozona. Y después de los más sólidos: Francia y Alemania.
Pero los resultados serían catastróficos también para los mercados emergentes pues, en pleno tsunami económico, Europa -con mercado potencial de 500 millones de habitantes- dejaría de importar. Un efecto, entre paréntesis, que ya es visible en las previsiones de crecimiento de China, Brasil, India o la Argentina para el año que viene.
Por esa razón es curiosa la actitud de cierta prensa financiera y algunos círculos de poder internacionales que parecen hacer todo lo posible para demoler ese proyecto de unión, único -y ejemplar- en la historia. La única explicación reside en las cifras siderales de los intereses en juego.
Es mucho más sorprendente, por el contrario, que adopten la misma actitud tantos otros individuos que, objetivamente, no tienen nada para ganar. Y aunque no se hayan dado cuenta, tanto para perder.
Fuente: La Nación, 07/08/11.
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