El mundo en Davos

enero 23, 2016 · Imprimir este artículo

China y el Mundo, en la montaña mágica de la nueva normalidad

Por Marcelo Cantelmi.

Billetes de yuanes y de dólares, REUTERS

Billetes de yuanes y de dólares.

De pronto el mundo ha cambiado. No es tan súbito como parece, pero así se lo percibe. China ya no es lo que era y es más un espectro que marcha de un lado al otro espantando inversionistas y analistas que exageran por la impresionante destrucción de riqueza que ha marcado como nunca antes el inicio de este año. Pero China no es el origen ni el final de este abismo. Irán, satanizado hasta el extremo, juega ahora en las ligas altas como un aliado estratégico de Occidente, con destino de contrapeso en una región donde las potencias aún no han aprendido el valor del equilibrio. Arabia Saudita deja de ser el socio rico de Washington e intenta reconvertir su economía de rentista a competitiva llevando a la corona a alianzas con los halcones más grotescos del reino al costo de un fundamentalismo armado y un riesgo de guerras pequeñas o gigantes cada vez más amenazante. EE.UU, en un año electoral está en el borde de la recesión si ya no esta en ella. Según la Asociación de Fabricantes, la producción que crecía a un ritmo de 4,5% el año pasado, se derrumbó a un raquítico 0,9% en estas fechas y con los precios generales deflacionándose 0,1% nuevamente en diciembre. América del Sur se ha sincerado en sus carencias menos por convicción que por la fuerza de un realismo impuesto por la necesidad. Rusia, después de imponerse como un actor inevitable en una variedad de conflictos centrales para la geopolítica mundial, comienza a perder, también, en el único frente donde no puede vencer debido a su apremiante dependencia de los precios de la energía.

George Soros, financitas y visionario. Bloomberg

El fondo BRICs que unía a más de un tercio de la población mundial de un lado al otro del globo, fue una de las primeras insignias de lo que era y ya no es en desaparecer de los mercados después de haber configurado la promesa más rutilante de la periferia durante el auge de la década pasada. La razón por la cual Goldman Sachs archivó para siempre esas siglas, que había pronosticado para el 2020 como dueñas de un tercio de la economía global y motor del 49% del crecimiento planetario, es un básico a la vista de las noticias de este presente. Brasil y Rusia están en recesión; China ha reducido dramáticamente su ímpetu de crecimiento; Sudáfrica ahí era sólo una presencia simbólica y la India, es el único jugador que se mantiene a flote, pero con fuertes ajustes y dudosa perspectiva. El dinero huye de ese espacio como lo hace masivamente y a un mismo tiempo de toda la periferia. Debido a ese amontonamiento en la puerta de salida el mundo económico se retuerce y contrae.

dolar-y-mundoEsa reacción de exagerado terror posiblemente no responda solo a la pura coyuntura sino a lo que puede estar exhibiendo de verdad este cambio. Hay analistas que advierten que lo que se está cerrando es la etapa que comenzó hace un cuarto de siglo con la enorme transformación que significo el final de la Unión Soviética. Esencialmente, las estructuras económicas que devinieron de la instauración de un hegemón triunfante que, como reflejo de un nuevo y exitoso orden mundial, motorizó un ciclo largo de acumulación del capitalismo. China jugó un papel relevante en esa amplia secuencia histórica como máquina reproductora de riqueza. Europa se unificó en esa fase como la otra pata del armado con un criterio cosmopolita del cual queda poco hoy de lo que imaginaron sus fundadores. Parece complejo pero no lo es. Y si, con justificación se lo percibe inquietante, el vicepresidente chino Li Yuanchao con voz suave y serena aconseja al mundo a acostumbrarse “a una nueva normalidad”.

No será sencillo. El viento que generó aquel tiempo fue de tal modo extraordinario que las economías en desarrollo fueron responsables del 70% del crecimiento mundial, un terco del total sólo por el ímpetu del Imperio del Centro.

Los chinos avisan ahora que el mundo debe adaptarse a una realidad en la cual un gigante moderado reemplazará a esa devoradora locomotora. El proceso en ese espacio tiene múltiples dimensiones. La transformación de una economía dependiente de las inversiones a otra de servicios y apoyada en el consumo con una perspectiva de crecimiento de su clase media hoy por encima de los cien millones de integrantes a más de 700 millones en el curso de los siguientes diez años. No hay toda esa población en la extensión de las tres Américas. Para ese salto China busca también convertir a su moneda en una de reserva junto al dólar y al euro y para eso la debe soltar. Pero, si lo hace, el yuan se devaluará recortando el ingreso de los chinos. La motivación al ahorro por la vía de créditos y la especulación en las bolsas continentales, es parte de esos intentos de mayor consumo que no han rendido como se buscaba.

El académico reformista Li Yining, uno de cuyos pupilos más desatacados ha sido el actual primer ministro Li Kequiang, le sugirió a The Economist que recién ahora el país está haciendo las cosas bien. Los años de enorme y veloz crecimiento “rompían con las reglas de la economía” destruyendo recursos naturales y dañando el medio ambiente. “La nueva normalidad”, el slogan preferido del presidente Xi Jinping, “coloca la economía en la dirección correcta”, apuntado a un crecimiento bajo y cambios estructurales.

Pero hay más que eso en el trasfondo. La bomba de la deuda que Estado y empresas acumulan en China es una de las palancas que fuerza el cambio. El Financial Times recordaba que esa masa es una de las más elevadas del mundo. El costo de su servicio creció de 12% del PBI hace tan poco como el 2009 al 20% ahora. Es por eso que observadores como George Soros, posiblemente una de las miradas más brillantes en el vértice del poder económico mundial, anuncia que Beijing se dirige a un inevitable “aterrizaje forzoso”, es decir menos y más abajo de todo porque la actual performance es intolerable. Y aclara la pesadilla global no ha terminado. “Es muy pronto para comprar”, aconseja. Pese a que todo ha caído «no hay señales de un piso».

La consecuencia de este reacomodamiento es un empinamiento del desempleo. Según la Organización Internacional del Trabajo se agregaran 2,4 millones de desocupados en los países emergentes. El año pasado el mundo reunía casi 200 millones de desempleados, en una escala creciente con respecto a los años anteriores. Eso debe traducirse en tensiones sociales o, en el caso europeo, en el encumbramiento de formaciones ultranacionalistas y neonazis o populistas al estilo de Podemos o Syriza, que están desmantelando con éxito, todas ellas, el sueño idealista de la Unidad Europea.

Es por eso que la cumbre de Davos que se proponía como una ventana de futuro se atragantó de presente. Hay un dato ahí que promueve algo más que la memoría. A comienzos del siglo pasado, en su novela La Montaña Mágica (Der Zauberger), el controvertido Thomas Mann describía en los hospitales para tuberculosos, que antes plagaban ese centro turístico, una sociedad que en su decadencia y confusión anticipaba la Primera Guerra Mundial. Eran, claro, otros tiempos.

Fuente: Clarín, 23/01/16.

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