El mundo vive la segunda Gran Contracción
agosto 7, 2011 · Imprimir este artículo
El mundo vive la segunda Gran Contracción
Por Kenneth Rogoff
CAMBRIDGE, Estados Unidos – ¿Por qué todos siguen refiriéndose a la reciente crisis financiera como la «Gran Recesión»? El término se fundamenta en un peligroso diagnóstico erróneo de los problemas que enfrenta Estados Unidos y otros países, que conduce a malos pronósticos y a malas políticas.
La frase «Gran Recesión» crea la impresión de que la economía sigue los patrones de una recesión típica, sólo que de manera más severa. Por eso, a lo largo de esta crisis, los expertos y analistas que hicieron analogías con otras recesiones de posguerra erraron tanto. Es más: demasiados diseñadores de políticas se basaron en la creencia de que, al fin y al cabo, ésta es sólo una recesión profunda que puede ser doblegada mediante una generosa ración de herramientas convencionales de política, ya sea política fiscal o de rescates masivos.
El verdadero problema es que la economía mundial está gravemente sobreapalancada y no existe ninguna salida rápida sin un esquema para transferir riqueza de los acreedores a los deudores, ya sea a través de cesaciones de pago, represión financiera o inflación.
Un término más preciso, aunque menos tranquilizador, para la crisis actual es «Segunda Gran Contracción». Propusimos este concepto con Carmen Reinhart en nuestro libro This Time is Different, publicado en 2009, fundamentándonos en nuestro diagnóstico de la crisis que indica que ésta es una crisis financiera profunda típica, no una recesión. La primera «Gran Contracción», por supuesto, fue la Gran Depresión, tal como subrayan Anna Schwarz y el fallecido Milton Friedman. La contracción afecta no sólo a la producción y al empleo, tal como ocurre en una recesión normal, sino también a la deuda y crédito, y al desapalancamiento que típicamente tarda muchos años en consumarse.
En una recesión convencional, la reanudación del crecimiento implica un razonablemente brioso retorno a la normalidad. La economía no sólo recupera el terreno perdido, pero en el curso de un año logra alcanzar y regresar a su tendencia de largo plazo al alza.
De renegociaciones y reducciones
Las secuelas de una crisis financiera profunda típica son algo completamente diferente. Como demostramos con Reinhart, una economía tarda más de cuatro años sólo para alcanzar el mismo nivel de ingresos per cápita que había logrado en su pico precrisis. Muchos dicen que el estímulo fiscal fracasó no porque fue mal guiado, sino porque no fue lo suficientemente grande como para combatir una «Gran Recesión». Pero en una «Gran Contracción», el problema número uno es la excesiva deuda. Si los gobiernos que mantienen calificaciones crediticias sólidas van a gastar sus escasos recursos eficazmente, el enfoque más eficaz consiste en catalizar las renegociaciones y reducciones de la deuda.
Los gobiernos podrían facilitar la rebaja de las hipotecas a cambio de una participación en una apreciación futura en los precios de vivienda. Esto puede aplicarse a los países. Por ejemplo, los votantes de los países ricos en Europa podrían ser persuadidos a involucrarse en un rescate más grande de Grecia a cambio de pagos más altos si el crecimiento griego es mayor. ¿Existe alguna alternativa a años de vaivenes políticos e indecisión?
En diciembre de 2008, sostuve que la única forma práctica de acortar el próximo período de doloroso desapalancamiento y crecimiento lento sería la aceleración sostenida de una inflación moderada, por ejemplo, del 4 al 6% durante varios años. Por supuesto, la inflación es una transferencia injusta y arbitraria de ingresos de los ahorristas a los deudores. Pero esta transferencia es el enfoque más directo para una recuperación más rápida. A la larga, esa transferencia se llevará a cabo de una u otra manera, y esto es lo que Europa está aprendiendo de manera dolorosa.
Muchos consideran cualquier insinuación de inflación, incluso una modestamente elevada, como una forma de herejía. Pero las grandes contracciones, a diferencia de las recesiones, son acontecimientos muy poco frecuentes, que ocurren quizás una vez cada 70 u 80 años. Estos son períodos en los que los bancos centrales necesitan gastar parte de la credibilidad que acumulan en tiempos normales.
La gran prisa por saltar al tren de la «Gran Recesión» ocurrió porque la mayoría de los analistas tenían en mente el marco analítico equivocado. Reconocer la equivocación es el primer paso para encontrar una solución. La historia sugiere que frecuentemente se cambia de nombre a las recesiones cuando el humo se disipa. Quizás en la actualidad el humo se disipe un poco más rápido si desechamos la etiqueta de «Gran Recesión» de manera inmediata y la reemplazamos por algo más apropiado; por ejemplo, «Gran Contracción». Es demasiado tarde para enmendar los malos pronósticos y políticas equivocadas que han marcado las secuelas de la crisis financiera, pero no es demasiado tarde para actuar de mejor manera.-
El autor es profesor en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del FMI.
Fuente: La Nación, 07/08/11.
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