El rico y su connotación negativa

agosto 12, 2011 · Imprimir este artículo

El rico y su connotación negativa

Por Hugo N. Vera Ojeda

 

Increíblemente, uno de los aspectos más denostados del ser humano en toda su historia, no fue una conducta determinada, justa o injusta, sino una condición: el de ser rico. Muchos prejuicios se han construido en torno a él y parten hasta de religiones que de cierta forma, dotan al cuestionamiento de cierta autoridad.

Precisamente este fenómeno se denomina síndrome de Amós en referencia a uno de los 12 profetas menores de Israel de los tiempos del reinado de Jeroboam II (783 a.C – 743 a. C.) Amós escribiría uno de los libros de la biblia que lleva su nombre y su doctrina se basaba en que el lujo de los ricos, era un insulto para los pobres. El esplendor del culto encubría el rechazo a Dios y la opresión del prójimo. Pero Amós, solo es un icono en ese sentido, la religiosidad en sí, está minada de prejuicios en contra de la riqueza y por ende en contra del rico. Peor aún, básicamente posiciona a la pobreza como un valor, aunque muchos se apuraron en sostener que humildad no es sinónimo de pobreza. No obstante, por citar un ejemplo, es famosa la sentencia de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al Reino de los Cielos” del Nuevo Testamento, específicamente en el evangelio de Mateo. Mt 19, 24 Por más que existen algunos que sostienen que esas palabras han sido sacadas de contexto, la interpretación dada fue lo que literalmente se expresaba y fue así durante siglos.

Por su parte San Pablo afirmaba “la raíz de todos los males es el afán de dinero y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores» Tim 6, 9-10. A esto podemos sumarle también la connotación surgida por el nivel de condena que alcanzaron rango de pecados capitales, la avaricia y la codicia. Esta ha formado terribles confusiones a no pocas personas, que por el solo hecho de un deseo de progreso, no podían precisar si estaban ante un hecho de codicia, o en el caso de guardar su dinero en ahorros era un acto de avaricia. Pero no solo las religiones han construido una connotación negativa al hecho en sí, encasillándolo dentro de una clase. Muchos pensadores, filósofos, políticos y personas con cualquier titulo, contribuyeron y mucho a la condena de ser rico, lo que lo dotó de una profunda falacia de autoridad. Platón aportaba lo suyo sosteniendo que «Es imposible que un hombre extraordinariamente bueno sea a la vez extraordinariamente rico». François Fourier por su lado, sentenciaba que el comercio era la fuente de todos los males y el rico el producto más perverso de ese sistema

La consecuencia de esto, es que se ha llegado incluso más allá de una simple condena moral y lo que es peor, en muchos casos, se ha formado incluso un sentimiento de culpa en quien llega a cierto nivel de riqueza. La misma no es casualidad y todos los estudios partieron de una premisa común: la supuesta inmoralidad. El razonamiento sobre la inmoralidad de la riqueza, dio nacimiento a una persecución Dioclesiana en contra de quienes comenzaban a enriquecerse. De hecho la palabra “lucro” tiene una profunda connotación negativa, tanto que muchos tratan de no mencionarlo, sosteniendo que tal o cual actividad, lo hacen por altruismo o desinteresadamente para ocultar que buscan efectivamente una ganancia. Desde antigua data se ha sostenido erróneamente que el lucro determinaba una perdida para alguien. En ese sentido el conocido dogma de Montaigne, sostenía, que la riqueza de los ricos es causa de la pobreza de los pobres. Esta creencia consideraba a la riqueza solo en el aspecto monetario. Es decir si alguien compra un producto por 100 dólares, esa es la cantidad que se empobrece y quien lo recibe, se enriquece en detrimento de este. Este ataque inmisericorde hacia quienes lograban asir riquezas, dejaría una nefasta impronta aun hasta nuestros días, de que toda riqueza importa un crimen, tal cual como reza la famosa frase de Honore Balzac. De allí que el ser rico inmediatamente induce a muchos a pensar de que se trata de un delincuente. Es más, la falsa percepción ha encasillado literalmente como delito algunos aspectos del proceso de enriquecimiento, como el libre comercio entre personas de diferentes países, como el caso del contrabando. Es dable destacar que el hecho hizo merecer que quien se esfuerza por comerciar y obtener mayores beneficios sea descalificado como delincuente, que de hecho lo es, pero no por justicia, sino porque así lo determinan algunas políticas públicas sustentados en falsas creencias de que el comercio entre las personas, perjudica a los estados, lo que constituye la base del proteccionismo como principio.

Hoy se tiene todo tipo de legislaciones que, inspirados en esos terribles dogmas, penalizan el enriquecimiento, ya sea con impuestos, trabas, aranceles, extorsión y hasta con la mismísima legislación penal como el caso del llamado enriquecimiento ilícito, que adolece de terribles anomalías al principio de legalidad para ocupar un rango en la legislación penal, pues no juzga una determinada conducta sino un resultado, como el ser rico. Esto debido a la imposibilidad material de determinar las causas que llevaron a ese estado, haciéndola fácil y juzgar solo la consecuencia, siendo este el único caso en todo el ordenamiento penal. Además de otros aspectos como el nacimiento de la norma, que adolece de formalidad y la inversión de la prueba, pues es quien es encontrado rico, quien debe probar su fortuna y no quien lo acusa. Este constituye un solo grano de arena en todo el universo que se ha construido para llegar a la construcción de la idea de la inmoralidad de la condición de rico, cuando debería ser la conducta la que determine la inmoralidad o injusticia de algo. De hecho hasta adivinaría que pensó que un rico me ha pagado para escribir esto…. ojala!

Fuente: www.fundacionlibertad.org.py      Agosto 2011

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Información complementaria:

 

Amós era un pastor y productor de higos en Técoa, en el límite del desierto de Judá (Amos 1:1). Fue profeta en Israel, el Reino del Norte, durante el reinado de Jeroboam II (783 a.C743 a. C.). Escribió el libro de la Biblia que lleva su nombre. Se le considera uno de los Doce Profetas a quienes se denomina «profetas menores» por la brevedad de sus libros (mas no por su calidad).

Su país pasaba por un período de prosperidad y el reino se enriquecía y extendía, el culto religioso ganaba en esplendor, pero esto contrastaba con la miseria del pueblo. El lujo de los grandes era un insulto para miles de pobres. El esplendor del culto encubría el rechazo a Dios y la opresión del prójimo.

Amós, con la rudeza y estilo directo de un pastor e inspirado por la fidelidad a Yahveh, condenó la corrupción de las elites, la injusticia social y el ritualismo ajeno al compromiso de vida, anunciando el fin de Israel. Acusado por el sacerdote Amasías de conspirar contra el rey (Amós 7:10-11), fue expulsado del templo de Betel (Amós 7:12-13). Según el apócrifo Vida de los Profetas fue herido en la cabeza por un hijo de Amasías, a consecuencia de lo cual murió al llegar a su tierra.

 

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Creso (en griego Κροισσος, Kroissos), último rey de Lidia (entre el 560 y el 546 a. C.),[1] de la dinastía Mermnada, su reinado estuvo marcado por los placeres, la guerra y las artes.

Creso nació hacia el 595 a. C.. Al morir su padre Aliates de Lidia en el 560 a. C., Creso conquistó Panfilia, Misia y Frigia; en definitiva, sometió a todas las ciudades griegas de Anatolia hasta el río Halys (salvo Mileto), a las que hizo importantes donaciones para sus templos. Debido a la gran riqueza y prosperidad de su país, de él se decía que era el hombre más rico en su tiempo.

Ante el inquietante avance de Ciro II de Persia, Creso envió un mensajero al Oráculo de Delfos, que le respondió que si conducía un ejército hacia el Este y cruzaba el río Halys, destruiría un imperio. Alentado por el oráculo, Creso organizó una alianza con Nabónido de Babilonia, Amosis II de Egipto y la ciudad griega de Esparta. Sin embargo, las fuerzas persas derrotaron a la coalición en Capadocia, en la batalla del río Halys (547 a. C.). De esta manera se cumplió el vaticinio: por culpa de Creso y su creencia en los oráculos, se había destruido su propio imperio lidio.

 

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