Filosofía Zen: Cómo evitar el apego
mayo 27, 2016 · Imprimir este artículo
Evitando el apego y otros «venenos mentales»
Por Anna Fedullo.
Pautas del budismo para transitar sanamente el dolor y cultivar la felicidad.
Una mente sana y feliz no se apega ni al éxito ni al fracaso, ni a la ganancia ni la pérdida, y los comprende como estados transitorios.
Durante los últimos años, la filosofía oriental fue introduciéndose profundamente en los diferentes aspectos de nuestra vida. El yoga, la meditación, el tai chi, el chi kung y las más variadas técnicas de esa sabiduría perenne ganan protagonismo en esta parte del planeta, con grandes beneficios para los practicantes.
Si nos referimos al budismo, podríamos presentarlo como una filosofía de vida que enseña pautas para el cultivo de la felicidad; habla de la comprensión y de entender los mecanismos y movimientos de nuestra mente. Una mente que, cuando se entrena, nos habilita a transitar el dolor propio de la condición humana, sin sufrimiento.
Solemos muchas veces identificarnos con los pensamientos que la mente produce. Pese a ello, existe en cada uno de nosotros un mundo interior de paz y tranquilidad, una conciencia inmutable, una profundidad y una vastedad infinita.
La mente necesita adaptarse y sobrevivir en un mundo que cambia a una velocidad vertiginosa. Un mundo materialista que demanda una incesante actividad y que nos hace creer que para pertenecer hay que tener y tener… descuidando el origen de todas las cosas que es el “ser”.
Qué entendemos por «apego»
Poseemos un cerebro que tiene, entre sus características, la dualidad. Tendemos a aferrarnos a aquello que nos gusta (apego) y a rechazar aquello que no queremos. Tendemos a dividir, categorizar. Sentimos celos a partir de esa «separación rival» que establecemos con un otro. Queremos lo que el otro tiene. Nos comparamos. Sentimos ira, enojo. Peleamos y buscamos tener la razón. Pagamos ese precio con sufrimiento y estrés. Sentimos miedo y angustia de llegar a ser menos, o más. No aceptados, no considerados, no queridos. Llevamos una vida basada en el “que dirán”.
No queremos que nos pase lo que nos pasa y queremos que nos pase lo que no nos pasa. Viajamos al pasado, desde ahí nos proyectamos al futuro. Y mientras tanto la vida se va. Se va sin que seamos los verdaderos testigos de lo que ocurre, se va sin que hayamos habitado los instantes que la conforman porque estamos abrumados de pensamientos aflictivos, pretendiendo que lo lindo dure para siempre, y lo feo se vaya para no volver.
«El sufrimiento es opcional»
Desde que somos arrojados a esta vida, el dolor nos conforma. Ser conscientes de esto nos libera muchas veces de hacer intentos en vano para evitarlo. A su vez nos impulsa a buscar, desarrollar y gestionar herramientas para transitarlo.
El ser humano siente dolor. Es así, siempre ha sido así y siempre será así. Es parte de su naturaleza. Y no es algo malo, tampoco es algo negativo ni pesimista. Es una verdad.
Cuando somos capaces de dejar de lado, aunque sea por un instante, ciertas estructuras de pensamiento, es cuando podemos adentrarnos cada vez más en esa naturaleza «búdica», esa esencia divina que -así como el dolor- también es intrínseca en cada hombre que llega a la tierra.
Esta naturaleza, a diferencia de la racional, es de puro amor (amor como energía). Un amor capaz de comprender el comportamiento de la mente, capaz de comprender la naturaleza del dolor. Un amor que a partir de la comprensión se manifiesta en compasión, lo que implica la necesidad, no sólo de no juzgar sino de ayudar.
Un estado compasivo es el que incluso vislumbra la naturaleza pasajera de las cosas. La impermanencia de los estados emocionales. La transitoriedad de los “8 vientos mundanos”, tal como la llama el budismo. Es decir, que no se apega ni al éxito ni al fracaso; ni a la ganancia ni la pérdida; ni a la felicidad ni al dolor; ni a la crítica ni al elogio.
Una mente sana, una mente «feliz», es la que puede apreciar cada estado, sabiendo que luego morirá y dará su paso a otros… Y es así como vamos creciendo y viviendo. Vamos dejando atrás lo que ha quedado atrás. Y recibiendo lo que llega a cada momento. Valorándolo, saboreándolo y entendiendo que también esto pasará.
Fuente: Clarín, 26/05/16.
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