La China que impulsó el otro Mao

septiembre 19, 2012 · Imprimir este artículo

La China que impulsó el otro Mao

Por Marcos Aguinis

 

BLOOMINGTON, Indiana – En esta bella y prestigiosa ciudad universitaria me entero del homenaje que se le ha realizado a un influyente pensador chino llamado Mao. Vive en Pekín y ha sufrido en carne propia, a lo largo de ocho décadas, los avatares de su país. Pero no se trata de Mao Zedong (o Tsé-tung), sino de un valiente y culto personaje que comparte sólo el nombre con aquel líder, pero opina y actúa de un modo radicalmente distinto. Ha sido oportuno este homenaje para exhibir a quienes -desde las sombras, la cárcel, la tortura y diversas otras formas de opresión- han conseguido finalmente encauzar su patria hacia un potente desarrollo. Se llama Mao Yushi. Fue distinguido con el consagratorio premio Milton Friedman del Cato Institut por sus aportes a la libertad y el progreso de China, y que sirven al resto del planeta.

Estudiaba ingeniería cuando triunfó la revolución que instaló en el gobierno al Partido Comunista. Sufrió personalmente la devastación que se puso en marcha por una maquinaria que respondía a ideales tan utópicos como alucinantes y totalitarios. Fue testigo de los genocidios perpetrados para alcanzar un bienestar que sólo llegaba a los detentadores del poder. Sufrió azotes, hambre y marginación. Vio caer a muchos familiares y casi todos sus amigos.

No obstante, mantuvo su anhelo por disipar la anestesia que encadenaba a su pueblo. Hasta se salvó del tornado avasallante que fue la Revolución Cultural dirigida por la fanática esposa de su tocayo. Perseveró en su actividad científica y política a pesar de los obstáculos. Finalmente, llegó a influir en muchas cabezas del partido. A fines de la década de los 70, tras la muerte del dictador Mao (Tsé-tung), el noble y sufrido Mao (Yushi) consiguió que se estudiaran sus propuestas.

Deng Xiaoping -curtido luchador, denigrado y reivindicado- encabezó una revolución diferente. Con la máscara de Mao Tsé-tung se pusieron en marcha las ideas de este otro Mao, tan diferente. «No importa si el gato es blanco o negro, importa si caza ratones», comenzó a decirse. Con su sabiduría milenaria, el pueblo chino optó por mantener el retrato del líder muerto mientras activaba una política que aquél jamás hubiera aceptado. Los verdaderos progresistas tuvieron que soportar la resistencia de la «la banda de los cuatro», integrada por altos dirigentes del Partido Comunista empeñados en mantener una China paralizada por el fracasado modelo. Ayudado por las movilizaciones de un pueblo que ya no quería más servidumbre, Deng se convirtió en el verdadero hombre nuevo de China, pese a su edad, y lanzó una audaz política de reformas llamadas «modernizaciones»: agrícola, industrial, científico-técnica y de defensa. Como eje se resolvió proteger la actividad privada, que había sido demonizada.

Se pusieron a la luz las tesis de un otro Mao (Yushi). En lugar del asfixiante encierro que producía un implacable stalinismo-maoísmo, se liberalizó la economía y abrieron anchos espacios para la actividad privada. Era una herejía en el campo del marxismo tradicional. Por todo el mundo, quienes se habían quedado en la ciega idolatría de un sistema decadente, no salían de su estupor. Ahora el artículo 11 de la Constitución dice: «Los sectores no públicos de la economía tales como el individuo y los sectores privados, operando dentro de los límites prescriptos por las leyes vigentes, constituyen un componente importante de la economía de mercado socialista. Por eso el Estado protege los derechos legales y los intereses de los sectores no públicos».

Para conseguir el aflujo de inversiones extranjeras, el temerario gobierno mejoró sus relaciones con los países capitalistas, avanzó en el respeto de los derechos humanos que habían sido ignorados por el maoísmo (sin conseguir aún su respeto irrestricto, lamentablemente) y estableció sólidas bases en defensa de la propiedad privada. Al principio hubo confusión, pero en el curso de pocos años se abrieron los capullos de la esperanza. Todas las áreas del país más poblado del mundo fueron atravesadas por una corriente revitalizadora. Como en cualquier crecimiento acelerado, puberal, se produjeron desajustes, desequilibrios, sorpresas e injusticias. Pero hoy China puede lucir el mérito de haber sacado definitivamente de la pobreza a 300 millones de personas, ¡más de siete Argentinas completas! Eso jamás habría sido posible con el modelo del desactualizado Mao, que quedó encerrado en un ataúd, junto a su ideología.

Cuando le fue entregado el premio Milton Friedman, Mao Yushi confesó que sus ideales son la paz, el mercado libre, un gobierno limitado y el respeto de los derechos individuales. Esos ideales son antiguos, porque nacieron junto al río Amarillo, el Tigris, el Éufrates, el Jordán, el Nilo, los valles y montañas de la Europa mediterránea y la mágica Mesoamérica. Tocan el corazón y las fibras morales de cada persona. Pero esos ideales fueron reprimidos desde el brote. Hubo esclavitud, guerras y diversas injusticias. Cada uno de esos ideales generó teorías contrarias: guerra en lugar de paz, represión económica en lugar de libertad de mercado, gobiernos abusadores en lugar de administradores democráticos, servidumbre en lugar de una consistente libertad individual que sostiene a la libertad colectiva. Hubo momentos en que se acusó con los peores epítetos a quienes luchaban por la paz. Y hasta ahora existen quienes pretenden imponer como malas palabras la libertad de mercado, los derechos individuales o los gobiernos limitados.

«Durante mis 83 años he sufrido amenazas en noches horribles, años de exilio político y persecuciones. Mi familia y mis amigos, sin embargo, me nutrieron con su amor, lealtad y dignidad. Supe que era ético perseverar, aunque soplaran ventarrones adversos. En esas circunstancias evocaba las lecciones de nuestros héroes y heroínas, así como las obligaciones morales frente a las generaciones futuras. Ellos me proveyeron de la luz y la fortaleza que necesitaba».

«Decenas de millones de chinos sacrificaron sus vidas para superar dinastías feudales, vencer crueles señoríos y defender su libertad contra las invasiones coloniales e imperialistas. Nos han legado el principio de que la libertad es más preciosa que la vida. Incontables estudiantes, obreros, campesinos, maestros, científicos y voluntarios se han unido en la común lucha contra los verdaderos enemigos de la humanidad que son la tiranía, la pobreza, la enfermedad y las guerras.»

Las palabras de este otro Mao insistieron en el faro que debe iluminar los ángulos oscuros de la humanidad, donde siguen vigentes las ideologías arcaicas. Las conoce muy bien, porque las ha sufrido. Sólo la ignorancia estimulada por retóricas hipnotizantes -de las que ya dio abundantes pruebas la pulsión autoritaria- impide que grandes masas accedan al bienestar que merecen. Se refirió a los caídos en la lucha: «Veo sus caras, escucho sus voces, siento su espíritu. Estoy hablando sin que me puedan escuchar. Sólo enderezando el camino de nuestras políticas hará que sus sacrificios no hayan sido vanos».

«China es un país viejo con buena memoria -dijo-. Su historia colorida derramó contribuciones en el arte, la medicina, las ciencias, la filosofía, el trabajo, la tolerancia, la diversidad. En China se expandieron las grandes tradiciones del taoísmo, el budismo y el confucionismo. En la profundidad de nuestro pueblo anida un balance entre las necesidades y obligaciones, así como entre lo colectivo y lo individual. Pese a haber padecido muchas tiranías (o por eso mismo), vuelve a crecer el anhelo de terminar con los gobiernos asfixiantes.»

Tuvo severas expresiones contra the rule of man over the rule of law. La dictadura maoísta segó cincuenta millones de vidas, que fueron ignoradas por la ceguera ideológica de adentro y afuera. Por fin China ha entendido los beneficios de una economía liberal con estricto cumplimiento de la ley. Ley y libertad no son contradictorias, sino complementarias. Sin ley no existe libertad, sino los abusos de la selva. La ley defiende a los débiles, porque los fuertes no la necesitan y suelen pisotearla.

Mientras recorro la ciudad de Bloomington y me cruzo con sus investigadores, académicos y estudiantes, inspiro el aire perfumado por los altos robles y liquidambars amarillos, y me pregunto por qué ideas tan lógicas como las de este otro Mao tardan en imponerse sobre una parte considerable de la humanidad.

Fuente: La Nación, 19/09/12.

 

Mao Yushi (2011)

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