La destrucción del peso argentino

junio 16, 2011 · Imprimir este artículo

La destrucción de nuestra moneda

El Banco Central, convertido en apéndice del Gobierno, es responsable de que el peso argentino haya ido perdiendo su valor

 

Cuando los argentinos creíamos que ya lo habíamos visto todo en relación con la patética tarea que viene cumpliendo nuestro Banco Central, hemos sido sorprendidos una vez más.

Las increíbles imágenes que muestran a empleados de esa institución robando billetes que estaban destinados a ser destruidos nos acercan una dolorosa parábola. El Banco Central de la República Argentina (BCRA), que se ha mostrado como uno de los más eficientes del mundo en la destrucción de la moneda nacional, es a su vez incapaz siquiera de destruir sus propios billetes trajinados por el uso a destajo que provoca la inflación.

Más allá de este escandaloso caso policial, la progresiva destrucción de nuestra moneda por parte de la autoridad monetaria sigue su curso, con resultados dramáticos para nuestro país y consecuencias que pueden comprenderse al enfocar el problema en más de un plano. El primero de ellos se refiere a las funciones específicas del dinero. Ellas son las de cumplir el rol de medio de pago, el de unidad de cuenta y el de reserva de valor.

Con una inflación que ronda el 20 por ciento desde 2007, el rol de reserva de valor de nuestra moneda ha desaparecido. Quien atesoró pesos en efectivo en enero de 2007 dispone hoy de un 40 por ciento de la capacidad de compra en bienes y servicios de la que disponía en esa fecha.

Pero tampoco han logrado conservar su capacidad de compra quienes se refugiaron en depósitos a plazo fijo en los bancos. La política monetaria expansiva del Banco Central determinó un nivel de tasas de interés que promedió un 11,5 por ciento durante ese período, generando entonces una pérdida de valor real para los ahorristas del 33 por ciento también entre enero de 2007 y la actualidad.

No es de extrañar, entonces, que los argentinos hayan adquirido durante ese período la alucinante cifra de 61.200 millones de dólares como forma de defender sus ahorros.

Es que para conservar su patrimonio, los argentinos se ven obligados a comprar dólares o adquirir propiedades. Esta última inversión permite comprender el por qué del importante auge que muestra la actividad inmobiliaria en los últimos años en un país sin crédito.

La inflación impide también el uso del peso como unidad de cuenta para transacciones de mediano o largo plazo. Al superar los 12 meses de plazo no es posible denominar contratos en nuestra moneda, hecho que es palpable a la hora de intentar alquilar una propiedad o efectuar un simple acuerdo de provisión de bienes o servicios. Solamente y a los tumbos nuestra vapuleada moneda cumple con su rol de medio de pago cuando no se atrasan los aviones que traen los paquetes de billetes que se imprimen en Brasil.

Siendo la inflación un fenómeno fundamentalmente monetario, las causas de ésta deben encontrarse en los abusos en la oferta de dinero, ya sea con el fin de financiar al fisco o al defender un nivel artificialmente subvaluado de la moneda doméstica en relación con otras divisas.

Las consecuencias que acarrea la inflación son numerosas: aumenta la cantidad de pobres, desaparece el crédito y se incrementa la incertidumbre, con su consiguiente impacto sobre el consumo y la inversión empresaria.

Con una moneda sana aparece la posibilidad de que la política monetaria pueda jugar un rol contracíclico tanto en épocas de vacas gordas como en tiempos de vacas flacas. Esto es así puesto que al mantener la capacidad adquisitiva de la moneda en términos de la canasta de bienes y servicios local, la población ahorra en su moneda independientemente de su cotización contra otras monedas.

Esto permite que en caso de producirse un shock externo negativo la moneda se deprecie respecto de las divisas extranjeras amortiguando la recesión y el consiguiente aumento en el desempleo. Por el contrario, en caso de producirse un boom, la moneda tendería a apreciarse, evitando así el consiguiente aumento en la inflación que el shock positivo traería aparejado.

De todo eso hemos decidido privarnos los argentinos al destruir nuestra moneda. Más pobres, menos crédito y ciclos económicos más volátiles son las penosas consecuencias de poner al comando de nuestro Banco Central a personas que utilizan como principal política contra la inflación la negación de ésta.

Hace ya cerca de un lustro que nuestra moneda no tiene quién la proteja y que no se producen cambios visibles en la política monetaria. Deberíamos deducir entonces que para este Gobierno la destrucción de la moneda es una de sus pocas políticas de largo plazo.

En ocasión de acercarnos a las elecciones de octubre, sería muy interesante escuchar de boca de todos los candidatos a la presidencia de la Nación cuál será su posición ya no sobre la inflación sino sobre sus responsables.

Con la continuidad de los cómplices de la mentira y la inflación al frente del Banco Central, será imposible implementar políticas creíbles para restaurar el valor de nuestra moneda.
Fuente: Editorial del diario La Nación, 16/06/11.

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