La inacción no es una opción en la crisis bancaria europea

septiembre 29, 2011 · Imprimir este artículo

La inacción no es una opción en la crisis bancaria europea

Por Francesco Guerrera

 

Ahora somos todos europeos.

Con la crisis de la deuda soberana del Viejo Continente moviéndose aceleradamente hacia lo desconocido, cada inversionista, ahorrista y banquero debería tener miedo, sin importar su lugar de residencia.

Como me comentó la semana pasada el administrador de un fondo de cobertura, «nunca, pero nunca, pensé que países como Grecia o España podrían declararse en cesación de pagos». Y añadía: «El cese de pagos era algo para los países en desarrollo como Argentina y Rusia».

Dado que lo inimaginable se vuelve imaginable, el sistema bancario europeo está resquebrajándose. Prestamistas españoles, italianos y franceses sufren el equivalente financiero de la tortura china: un constante goteo de rumores acerca del financiamiento, la solvencia y las reservas.

Cuantos más ejecutivos hablan de la salud financiera de las instituciones, menos parecen creerles los mercados, enviando sus acciones en picada y sus costos de protección contra la cesación de pagos, también conocida como «default» hasta el cielo.

En tales circunstancias, la inacción no es una opción.

El problema en general es claro: los balances de los bancos están repletos de títulos públicos emitidos por los 17 gobiernos de la zona euro, por cortesía de erradas reglas que alentaron a los prestamistas a atragantarse con esos activos al otorgarle un nivel cero de riesgo a la deuda soberana. Como resultado de ello, la posibilidad de que uno o más países de la eurozona caiga en cesación de pagos ha asustado a los inversionistas, preocupándolos por la salud del sector financiero del bloque.

Cualquier solución tendría que romper el nexo entre la crisis soberana y el desastre bancario. Los cortocircuitos en discusión podrían clasificarse en dos categorías: las recapitalizaciones bancarias al estilo estadounidense, y las garantías de deuda bancaria de toda la Unión Europea.

Ninguna es ideal.

Una ronda de inyecciones de capital a los bancos por parte de los gobiernos, tomando como referencia el Programa de Alivio para Activos en Problemas de EE.UU. (TARP, por sus siglas en inglés), lanzado en 2008, sería costoso y complicado desde el punto de vista político.

A diferencia de EE.UU., Europa no tiene un depósito central de dinero en efectivo para inyectar en los bancos. El Fondo Europeo de Estabilidad Financiero (FEEF), con 440.000 millones de euros de capacidad financiera, tendría que cumplir esa función.

Sin embargo, la recapitalización de los prestamistas europeos a un nivel que tranquilice a los mercados supondría tomar una enorme parte de los recursos del FEEF, unos 230.000 millones de euros, según cálculos de Barclays Capital. Eso no dejaría al organismo mucho dinero para otros propósitos fundamentales, como el rescate de países en dificultados, por ejemplo Grecia.

Incluso si los fondos estuvieran disponibles, un «TARP europeo» podría llevar a una nacionalización sin precedentes de una gran parte del sistema bancario del continente. Mediante la inyección de enormes cantidades de capital en los bancos, el FEEF terminaría por ser el dueño de casi todos los bancos griegos, irlandeses y españoles, de acuerdo con Barclays.

Esta «europeización» de los bancos no sería ni deseable ni aceptable por los mercados ni apetecible para los políticos, quienes tendrían que explicar a los contribuyentes por qué son ellos los que han tenido que pagar la cuenta del rescate. Incluso en EE.UU., donde el TARP fue implementado con mayor facilidad de lo esperado, no ha sido fácil para el gobierno librarse de sus participaciones en organizaciones de la talla de Citigroup Inc. y American International Group Inc. (AIG).

Si el TARP es demasiado invasivo, las garantías de deuda resultan meros paliativos.

Por supuesto, las garantías –según las cuales el FEEF prometería a los inversionistas en bonos repagarles en el caso de que el prestamista se hunda– cuestan menos que una recapitalización absoluta y sólo se pagan en el caso de quiebras bancarias.

Sin embargo es difícil ver cómo esos instrumentos volverían a atraer a los aquejados inversionistas a la deuda bancaria europea. Además dejarían a los contribuyentes con el costo final de cualquier rescate, con el inconveniente añadido de que si una institución financiera va a la quiebra, las autoridades deberían recapitalizar el sistema bancario de todos modos.

Hay, no obstante, una tercera vía, la cual pasa por la ciudad estadounidese de Omaha. Europa debería copiar la forma en que Warren Buffett adquiere empresas cuando están en problemas.

En 2008, cuando Goldman Sachs Group Inc. y General Electric Co. necesitaban dinero en efectivo y una restitución de la confianza, el legendario inversionista exigió acciones preferentes sin derecho a voto con un jugoso dividendo anual y garantías para comprar acciones a precios reducidos en el futuro. Hace muy poco, Buffett llegó a un acuerdo similar con Bank of America Corp.

Traducido a Europa, el manual del Oráculo de Omaha podría funcionar de la siguiente manera: los debilitados bancos europeos emitirían bonos convertibles contingentes a las autoridades europeas y, sobre todo, a los inversionistas privados.

Los bonos pagarían un gran interés anual para atraer a los compradores, y conllevarían además la promesa de que se convertirían en participación si el capital de los bancos cayera por debajo de un deterninado nivel, digamos que en 2013.

Tal enfoque alcanzaría dos objetivos simbólicos.

Permitiría a las instituciones de la UE apoyar a los bancos sin tener que apropiarse de ellos. Y ofrecería a los inversionistas un sabroso dividendo cada año y una participación gratis si los niveles de capital de los bancos descienden.

Puede que a los bancos y a sus accionistas –quienes corren el riesgo de ver su participación diluirse si los bonos se convierten– no les guste la idea de desviar ganancias para pagar a alguien de afuera, pero, de nuevo, a caballo regalado no se le miran los dientes.

Una pregunta más pertinente es si los inversionistas participarían de tal plan. Se lo pregunté a dos administradores de fondos, uno de un fondo de cobertura y el otro de un fondo de gran tamaño que invierte en deuda.

«Con un gran dividendo, iría por él», respondió el primero de ellos. «Si los gobiernos están involucrados y existe la posibilidad de conversión, hay lugar para hacer dinero», añadió. El segundo también sonaba positivo, pero quizá por ser menos abierto, murmuró algo acerca de ser adecuadamente compensados por el riesgo.

Junto con otros programas –digamos la provisión de liquidez en el día a día de parte del BCE– la recapitalización «a lo Buffett» podría ser la mejor manera de evitar una crisis crediticia en Europa.

Todo lo que ahora necesitamos es acción. Ser europeos no significa que podemos escondernos detrás de un encogimiento de hombros francés o un «mañana lo hago» mediterráneo.
Fuente: The Wall Street Journal, 28/09/11.

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