Lecciones de economía a cinco años de la crisis financiera

septiembre 17, 2013 · Imprimir este artículo

Lecciones de economía a cinco años de la crisis financiera
Por David Wessel

Cinco años después del semicolapso del sistema financiero global, Estados Unidos tiene razones para celebrar el triunfo.

Después de todo, la economía estadounidense se está expandiendo y el crecimiento per cápita ya recuperó los niveles previos a la crisis. El desempleo sigue cayendo y los bancos han recuperado su vigor luego de devolver casi la totalidad de los US$245.000 millones que les inyectó el gobierno. La bolsa ha recuperado el terreno perdido, al igual que el patrimonio de los hogares.

Pero muchos estadounidenses tienen derecho a preguntar por qué la situación sigue siendo tan nefasta y si se podría haber hecho algo diferente para aliviar las prolongadas penurias económicas.

Después de cuatro años de crecimiento, sigue habiendo 11,3 millones de personas sin trabajo. El empleo ha mejorado, pero hay 1,9 millones de trabajos menos que durante el punto más alto en 2008.

Los precios de las viviendas están subiendo, pero uno de cada seis deudores tiene una hipoteca más alta que el valor del inmueble. Los ingresos reales del hogar típico, el que se ubica justo en el medio de la muestra estadística, son 5% más bajos que en septiembre de 2008, según las estimaciones más recientes.

Asimismo, el público no oculta su indignación y sigue convencido de que las firmas de valores de Wall Street fueron rescatadas, pero a los deudores comunes y corrientes no se les prestó ayuda. «Para salvar la economía, tuvimos que violar un principio básico de Estados Unidos: quien asume el riesgo, sufre las consecuencias», señala Neel Kashkari, quien estuvo a cargo del programa del gobierno que inyectó los fondos de los contribuyentes en los bancos.

Y ha transcurrido el tiempo suficiente para identificar momentos clave en la guerra para rescatar la economía mundial y evaluar el desempeño de los generales que la libraron. La estrategia logró prevenir una Gran Depresión 2.0 y, no hace falta decirlo, la situación podría haber sido mucho peor. Sin embargo, ¿podría haber sido mejor? ¿Podrían las equivocaciones haber agravado la crisis o haber plantado las semillas de la próxima?

Andrew Lo, economista del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), subraya que sigue habiendo un vigoroso debate acerca de las causas y los remedios de la crisis. «Como país, como sociedad, no hemos decidido estudiar estas fallas como la Junta Nacional de Seguridad del Transporte de EE.UU. estudia un accidente de aviación para aumentar la seguridad de los vuelos», recalca.

¿Qué significa demasiado grande?

La primera ficha del dominó de Wall Street en caer fue Bear Stearns. Lo compró J.P. Morgan Chase con la ayuda del Estado y numerosos inversionistas concluyeron que el gobierno no permitiría la quiebra de una institución importante, una presunción errónea que, unos meses después, tuvo consecuencias catastróficas.

En marzo de 2008, la Reserva Federal arriesgó US$29.000 millones del erario público para que J.P. Morgan aceptara la adquisición y así salvar Bear Stearns. Ben Bernanke, el presidente de la Fed, la catalogó como «la decisión más difícil» porque fue «la primera», es decir la primera extensión de la red de seguridad de la Fed a una institución que no era supervisada por el banco central.

Bernanke y los otros dos generales en esta batalla, el entonces secretario del Tesoro, Henry Paulson, y el entonces presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, Timothy Geithner, aseguran que el rescate de Bear Stearns fue necesario porque la firma estaba muy interconectada con el resto del sistema financiero. Además, agregan, el dinero fue devuelto.

Los detractores señalan que, si las autoridades hubiesen permitido la quiebra de Bear Stearns, los inversionistas no hubiesen estado tan dispuestos a financiar otras firmas de Wall Street. Vincent Reinhart, un ex alto funcionario de la Fed, ha tildado la decisión de salvar a Bear Stearns como «el peor error de política en una generación».

La gran ficha fue Lehman Brothers, el banco de inversión que estaba siendo perjudicado por préstamos incobrables de bienes raíces. Permitir que Lehman se acogiera a la bancarrota en septiembre de 2008 es la decisión más estudiada de la crisis. «Con la perspectiva del tiempo, es muy difícil argumentar que no fue una equivocación», dice Frederic Mishkin, economista de la Universidad de Columbia quien estuvo en la junta de la Fed hasta agosto de 2008.

Pero en ese momento, aclara, había razones justificadas para permitir que el colapso de Lehman fuera una lección para Wall Street. «Todos sabían que Lehman estaba explotando la creencia de que la Fed los iba a rescatar», afirma.

Richard Fuld, el presidente ejecutivo de Lehman, dijo ante la comisión del Congreso que investigó la crisis que él creyó hasta el último momento que su empresa sería rescatada con la ayuda del gobierno. Fuld añadió que le dijo a Paulson: «Si nos dan un (crédito) puente, rearmaremos Lehman. Podemos cerrar estas posiciones…». Pero el gobierno se negó.

«Teníamos mucha certeza de que el colapso de Lehman sería catastrófico», indicó Bernanke ante la misma comisión un año después del evento. La Secretaría del Tesoro y la Fed trataron de encontrar un comprador para Lehman, pero no pudieron.

Y aunque en su momento ofrecieron diferentes explicaciones, Bernanke, Paulson y Geithner hoy dicen lo mismo: no tuvieron más opción que dejar que Lehman se acogiera a la bancarrota. «Voy a sostener hasta mi lecho de muerte que no escatimamos esfuerzos para salvar a Lehman, pero no fuimos capaces de hacerlo porque carecíamos de la autoridad legal», ha dicho Bernanke.

Paulson, por su parte, señala que si los reguladores del gobierno hubiesen tenido en 2008 las facultades que el Congreso les confirió en 2010, hubieran asumido el control de Lehman. «Hubiera sido desordenado, pero mejor», señala.

El día siguiente, cuando los mercados entraron en pánico, la Fed rescató a regañadientes a American International Group (AIG), una gigantesca aseguradora que había realizado masivas apuestas fallidas con complicados instrumentos financieros, conocidos como derivados.

En total, la Fed y el Departamento del Tesoro inyectaron US$182.000 millones en AIG. A cambio, el gobierno obtuvo el grueso de las acciones de la compañía. Esas acciones ya han sido vendidas y, según los cálculos del Tesoro, los contribuyentes recibieron todo el dinero de vuelta más US$23.000 millones. AIG ha quedado reducida a la mitad de lo que era antes de la crisis.

Sin embargo, el rescate de AIG provocó una airada reacción política, en especial después de que trascendiera que Goldman Sachs y otros acreedores de AIG recibieron la totalidad de su dinero y algunos ejecutivos y operadores de la aseguradora obtuvieron grandes bonificaciones.

Las sorpresas

El colapso de Lehman y sus coletazos llevaron al Congreso a aprobar, muy a regañadientes, un paquete de US$700.000 millones para rescatar la banca que había solicitado el presidente George W. Bush. El plan presentado por Paulson cambió antes de que se gastara un centavo, pero el programa cumplió sus objetivos a un costo menor para los contribuyentes que lo que estimaban los cálculos más optimistas en 2008.

Paulson le dijo al Congreso que el programa, conocido como Programa de Alivio de Activos en Problemas, TARP por sus siglas en inglés, sería usado para comprar «activos tóxicos», o sea hipotecas que jamás serán pagadas en su totalidad, que estaban en las carteras de los bancos. En la práctica, sin embargo, el gobierno usó los fondos para adquirir acciones en dichas entidades financieras y, de esta manera, reforzar su capital. «La severidad y la naturaleza en constante expansión de la crisis significó que a menudo tuvimos que hacer todo sobre la marcha», reconoce hoy Paulson. «Obtuvimos TARP para hacer algo que no funcionó», señaló, «pero hizo otra cosa en forma brillante».

Las condiciones siguen generando polémica. El gobierno, por ejemplo, permitió que los bancos rescatados siguieran repartiendo dividendos; el salvavidas lanzado a Citigroup Inc. y Bank of America, las condiciones impuestas sobre la remuneración de los ejecutivos de la banca (que han sido criticadas por ser demasiado laxas y demasiado estrictas) y el vínculo (o más bien la ausencia de vínculo) entre recibir fondos estatales y otorgar préstamos han sido temas controvertidos.

De los US$700.000 millones otorgados, unos US$428.000 millones han sido o serán distribuidos, según las estimaciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso de EE.UU., una entidad independiente. Buena parte del dinero ya ha sido devuelto y el organismo calcula que, a fin de cuentas, el costo del rescate de la banca estadounidense no superará los US$21.000 millones.

Uno de los mayores éxitos en la campaña para salvar a los bancos fueron las «pruebas de resistencia», que empezaron en 2009 con el fin de evaluar la fortaleza de 19 bancos importantes y obligar a quienes no pasaran el examen a recaudar capital.

Aunque Europa siguió el ejemplo, su versión de las pruebas de resistencia no fue ni tan agresiva ni tan exigente como la de EE.UU. Hoy, los atribulados bancos europeos siguen lastrando el crecimiento de la región.

El rescate de la banca y las automotrices General Motors y Ford, que tuvieron que pasar por procesos de bancarrota, dejaron un sabor amargo. Como señaló un informe del panel a cargo de la implementación del programa TARP, la operación causó la impresión de que «cualquier compañía estadounidense puede recibir fondos públicos, siempre y cuando su colapso genere las suficientes pérdidas de empleos o daño económico».

Una economía que sana

Cinco años después de la crisis, el sistema financiero ha sanado lo suficiente para provocar temores ocasionales de un regreso de los excesos del pasado. La economía, no obstante, no se ha recuperado por completo a pesar de la extraordinaria exhibición de artillería fiscal y monetaria.

La pregunta más importante que queda pendiente es la siguiente: ¿fueron los estímulos fiscal y monetario la medicina equivocada o acaso la dosis fue muy pequeña para surtir el efecto deseado?

A partir de 2008, las autoridades estadounidenses desempolvaron las obras del economista británico John Maynard Keynes, quien recetó un aumento del gasto y recortes de impuestos como el remedio indicado para curar la Gran Depresión de los años 30.

Los principales asesores económicos del gobierno de Barack Obama y economistas de la Fed señalan que hubieran preferido un paquete fiscal más significativo para compensar la menor demanda del sector privado. «Reducimos el déficit más rápido de lo que hubiera sido óptimo y, en consecuencia, sufrimos un crecimiento más bajo», reconoció Lawrence Summers, uno de los principales asesores económicos del presidente Obama y uno de los candidatos favoritos para reemplazar a Bernanke al mando de la Fed.

No todos están convencidos. «La política fiscal ha sido la causa del problema», dice John Taylor. El economista de la Universidad de Stanford es partidario de un menor gasto fiscal y una normalización paulatina de «los excesos monetarios», mientras se sigue una política monetaria más basada en reglas objetivas y menos en la discreción de la Fed.

Fuente: The Wall Street Journal, 15/09/13.

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