Pensar lo impensable en la Unión Europea
diciembre 20, 2010 · Imprimir este artículo
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Pensar lo impensable en la Unión Europea
Por Dani Rodrik
CAMBRIDGE, EE.UU.- Cuando el FMI y la eurozona prepararon conjuntamente un paquete de rescate para Grecia en mayo pasado, era claro que ese acuerdo era un respiro temporal. Ahora ya hay más problemas. Como las dificultades de Irlanda amenazan con extenderse a Portugal, España e incluso Italia, es tiempo de reconsiderar la viabilidad de la unión monetaria europea.
No es fácil decirlo porque no soy euroescéptico. A diferencia de otros que argumentan que Europa no es una zona monetaria natural, pienso que esa unión está justificada en el contexto de un proyecto europeo más amplio que ha hecho hincapié -y aún lo hace- en la creación de instituciones políticas que van de la mano con la integración económica.
La mala suerte de Europa es que ha sido golpeada por la peor crisis financiera que haya habido desde los años 30, cuando apenas está a medio camino de su proceso de integración. La eurozona estaba muy integrada como para que los efectos de contagio transfronterizos no causaran caos en las economías nacionales, pero no lo suficientemente integrada como para tener la capacidad institucional necesaria para gestionar la crisis.
Consideremos lo que pasa cuando bancos en Texas, Florida o en California toman malas decisiones de crédito que amenazan su supervivencia. Si los bancos son ilíquidos, la Reserva Federal en Washington está lista para intervenir. Si se los considera insolventes, pueden declararse en quiebra o las autoridades federales asumen el control mientras que el Organismo Federal de Garantía de los Depósitos Bancarios compensa a los depositantes.
En caso de quiebra, las leyes federales y los tribunales rápidamente fallan a favor de los acreedores y lo hacen sin consideración de las fronteras estatales. Los gobiernos estatales no socializan la deuda privada (sino el gobierno federal, de ser el caso) y no ponen en riesgo las finanzas públicas a nivel estatal.
Los gobiernos estatales no tienen poder legal para abrogar contratos de deuda frente a los acreedores fuera del estado y no tienen incentivos para hacerlo. Los bancos y las empresas pueden continuar pidiendo créditos si sus hojas de balance son saludables y no están contaminadas por los «riesgos soberanos» de su gobierno estatal.
El gobierno federal compensa una buena parte de las caídas de los ingresos de los estados mediante transferencias o reducciones de impuestos. Los trabajadores a los que les está yendo mal se pueden mover a otros estados con un mejor desempeño sin preocuparse por las diferencias lingüísticas o el choque cultural. Casi todo esto sucede sin negociaciones largas entre los gobernadores estatales y funcionarios federales, sin asistencia del FMI o sin poner en tela de juicio la existencia de EE.UU. como entidad política económica.
El problema real en Europa no es que España o Irlanda se hayan endeudado demasiado o que mucha deuda española o irlandesa esté en las hojas de balance de bancos de otros lugares de Europa. El verdadero problema es que Europa no ha creado las instituciones que un mercado financiero integrado necesita.
La Unión Europea nos ha enseñado lecciones: primero, que la integración financiera requiere la eliminación de la volatilidad entre monedas nacionales; después, que acabar con los riesgos cambiarios exige eliminar las monedas nacionales por completo, y ahora, que la unión monetaria es imposible entre democracias si no hay una unión política.
Se debió haber previsto que la parte política de la ecuación llevaría tiempo para adaptarse. Pero no hay que subestimar la magnitud del proyecto que los gobiernos europeos emprendieron.
Los Estados aprecian su soberanía. La propia unión económica puede avivar la llama del nacionalismo y poner en riesgo la integración política. Pone mucha presión en las instituciones de cada país, alimenta el resentimiento contra los extranjeros y hace que las crisis desde el exterior tengan más oportunidades de desarrollarse y sean más costosas.
Tal vez sea tarde para la eurozona, Irlanda y los países del sur de Europa para reducir su deuda y mejorar la competitividad. Es difícil imaginar cómo pueden alcanzar ambos objetivos y permanecer en la eurozona.
Los rescates de Grecia e Irlanda son paliativos temporales: no sirven para reducir el endeudamiento y no han evitado el contagio. La austeridad fiscal que prescriben retrasa la recuperación. La idea de que las reformas estructurales y del mercado laboral pueden dar lugar a un crecimiento rápido es un espejismo. La necesidad de reestructurar la deuda es una realidad inevitable.
Aun si los alemanes y otros acreedores aceptan una reestructuración, existe el problema adicional de restablecer la competitividad. Salir de la eurozona podría ser la única opción para una recuperación. La fragmentación de la eurozona podría no significar su fin. Los países podrían volver a adherirse y hacerlo de manera creíble una vez que cumplan los requisitos fiscales, normativos y políticos.
Dani Rodrik es profesor de Economía Política en la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard
Fuente: La Nación. Buenos Aires, 19/12/10.
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