¿Es malo el dinero en efectivo?

agosto 27, 2018

El lado siniestro del efectivo

Los billetes de alta denominación alimentan la corrupción y la delincuencia.

 Por Kenneth Rogoff.

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Comentario de EconomiaPersonal.com.ar:
Es un enorme peligro eliminar el dinero en efectivo, podemos literalmente vernos inmersos en un mundo orwelliano donde los gobiernos puedan controlar literalmente cada compra, transacción, y movimiento económico, de cada persona.

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Cuando le digo a la gente que he estado estudiando por qué el gobierno debería reducir drásticamente la circulación de papel moneda, la reacción inicial más habitual es el desconcierto. ¿Para qué ocuparse de esas nimiedades? Pero lo cierto es que el dinero en efectivo está en el centro de algunos de los problemas monetarios y de finanzas públicas más complejos de la actualidad. La eliminación de la mayor parte del efectivo circulante —es decir, el avanzar hacia una sociedad donde el dinero se use con menos frecuencia y principalmente pequeñas transacciones— podría ser una gran ayuda.

dólaresLas fuerzas del orden tienen muy pocas dudas de que el papel moneda (especialmente billetes de alta denominación como el de cien dólares), facilita la delincuencia en la forma de chantaje, extorsión, lavado de dinero, tráfico de drogas y de personas y corrupción de los funcionarios públicos, por no hablar de terrorismo. Hay sustitutos del efectivo, como las criptomonedas, los diamantes en bruto, las monedas de oro, las tarjetas de prepago, pero para muchos tipos de transacciones criminales, el dinero en efectivo sigue siendo el rey. Ofrece un anonimato absoluto, portabilidad, liquidez y es casi universalmente aceptado. No es casualidad que cada vez que hay un gran operativo policial antidrogas, las autoridades suelen encontrar grandes fajos de billetes.

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El efectivo también está profundamente implicado en la evasión de impuestos, que le cuesta al gobierno federal de EE.UU. unos US$500.000 millones al año en ingresos. De acuerdo con el Servicio de Impuestos Internos (IRS), gran parte de la evasión se concentra en pequeñas empresas, que usan el efectivo intensivamente, lo cual dificulta la verificación de sus ventas y declaraciones de ingresos. Por el contrario, las empresas que hacen la mayoría de sus pagos con cheques, tarjetas de crédito o transferencias electrónicas saben que es mucho más fácil que las autoridades fiscales detecten cualquier irregularidad. Aunque hay menos datos sobre los gobiernos estatales y locales, es probable que estos pierdan hasta US$200.000 millones al año por este concepto en EE.UU.

Obviamente, reducir la cantidad de efectivo no va a cambiar la naturaleza humana y hay otras maneras de evadir impuestos y gestionar empresas ilegales. Pero es indudable que inundar la economía informal con papel moneda alienta el comportamiento ilícito.

El efectivo también se encuentra en el núcleo del problema de la inmigración ilegal. Si los empleadores estadounidenses no pudieran pagarle tan fácilmente en efectivo a los trabajadores indocumentados al margen de los libros, el atractivo del empleo disminuiría y el flujo de inmigrantes ilegales se reduciría drásticamente. Es obvio que la eliminación de la mayor parte del efectivo sería una forma mucho más humana y sensata de desanimar la inmigración ilegal que construir un muro gigantesco.

Para que quede claro, estoy proponiendo una sociedad con “menos efectivo”, no una sin efectivo, al menos en el futuro previsible. La primera etapa de la transición implicaría la eliminación gradual de los billetes de alta denominación que constituyen el grueso del circulante. De los más de US$4.200 en efectivo por cada persona que circulan fuera de las instituciones financieras en EE.UU., casi 80% está conformado por billetes de US$100. Los billetes de US$50 y US$20 también deberían ser eliminados gradualmente, aunque los de US$10, US$5 y US$1, que apenas constituyen el 3% del dinero circulante, deberían ser mantenidos indefinidamente.

El objetivo de deshacerse de los grandes billetes es dificultar el transporte y almacenamiento de grandes montos de dinero. Un millón de dólares en billetes de US$100 pesa poco menos de 10 kilos y puede caber cómodamente en una bolsa de compras. Hacer lo mismo con billetes de US$10, no es tan fácil: piense en cargar un baúl de 100 kilos. Los acaparadores y los evasores de impuestos encontrarían proporcionalmente más costoso contar y almacenar billetes de baja denominación. El uso de dinero en efectivo podría ser desalentado aún más poniendo restricciones al tamaño máximo de los pagos en efectivo permitidos en las ventas al por menor.

El hecho de que los grandes billetes se utilicen mucho más en las actividades ilegales que en las legales ha penetrado desde hace mucho en la televisión, el cine y la cultura popular. Los espectadores de “Breaking Bad”, la serie de TV sobre un profesor de química de secundaria transformado en traficante de metanfetaminas, mostró una idea bastante clara de cómo el dinero se gana, se gasta y se lava en las actividades delictivas.

Los diseñadores de políticas han sido mucho más lentos en reconocer esta realidad. Destacan la popularidad del dólar en el exterior, especialmente en algunos países con gobiernos problemáticos como Rusia, donde no es inusual pagar por un apartamento con un maletín lleno de billetes de US$100. En un momento, la Fed y el Departamento del Tesoro insistían en que la demanda externa explicaba hasta 70% de la demanda de dólares estadounidenses, pero este argumento ha sido contrariado por la evidencia que sugiere que al menos una gran proporción de dólares debe ser mantenida en la economía informal de EE.UU. (como he mostrado en un trabajo de investigación hace casi dos décadas). La propia Fed estima ahora que menos de la mitad de todos los dólares en efectivo circula fuera de EE.UU.

Si el dinero en efectivo es tan nocivo, ¿por qué quedarse con los billetes de US$10 y menos? Por un lado, el efectivo sigue representando más de la mitad de las compras minoristas inferiores a US$10. Este porcentaje cae abruptamente a medida que crecen los montos de las transacciones y el uso de tarjetas de débito, de crédito, transferencias electrónicas y cheques. Estos medios de pago exceden al efectivo para los compromisos superiores a los US$100, que son además legales y pagan impuestos.

Muchas personas de escasos ingresos todavía dependen en gran medida del efectivo, aunque por supuesto no son los que cargan fajos de US$100. No costaría mucho que el gobierno o las instituciones financieras les proporcionaran tarjetas de débito. Esto también haría más sencillo, más seguro y menos costoso para el gobierno hacer transferencias a los más necesitados. Varios países escandinavos ya han dado este paso.

Retener los billetes de baja denominación alivia una serie de problemas que podrían surgir si el efectivo fuera eliminado por completo. Por ejemplo, el efectivo sigue siendo útil cuando un huracán u otro desastre natural deja fuera de servicio la red eléctrica. La mayoría de los manuales de preparación de desastres piden a la gente que conserve un poco de dinero a mano, advirtiendo que los cajeros automáticos podrían estar paralizados.

Pero los tiempos están cambiando. Hoy, las torres de celulares y las grandes tiendas minoristas normalmente tienen generadores de respaldo, lo que les permite procesar tarjetas bancarias durante un apagón. Y siempre hay cheques. A su debido tiempo, es probable que la tecnología de teléfonos inteligentes supere al resto de los demás medios de comunicación, y uno siempre pueda mantener un repuesto de recarga en caso de emergencia.

Tal vez la objeción más difícil y fundamental para deshacerse del dinero en efectivo tiene que ver con la privacidad, nuestra capacidad para gastar de forma anónima. Pero, ¿dónde trazar la línea entre el derecho individual y la necesidad del gobierno de gravar, regular y hacer cumplir la ley? La mayoría de nosotros no quiere socavar al derecho de una persona para hacer una compra ocasional de US$200 con total privacidad. Sin embargo, ¿qué pasa con un auto de US$50.000 o un apartamento de US$1.000.000? Deberíamos ser capaces de limitar los problemas que he descrito aquí, garantizando al mismo tiempo que la gente común pueda seguir utilizando billetes pequeños para mayor comodidad en sus transacciones cotidianas.

¿No encontrará el sector privado nuevas maneras de hacer transferencias anónimas que eludan las restricciones del gobierno? Ciertamente. Pero mientras el gobierno evite que estos vehículos alternativos sean utilizados fácilmente por las tiendas al por menor o por los bancos, no podrán desempeñar el papel que hoy tiene el efectivo. Obligar a delincuentes y evasores de impuestos a recurrir a alternativas más arriesgadas y costosas complicará sus vidas y mermará la rentabilidad de sus negocios.

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Algunos podrían sostener que la menor circulación de dólares estadounidenses sólo funcionará si existe una coordinación entre todas las grandes economías, ya que los delincuentes y evasores de impuestos estadounidenses podrían sencillamente convertir sus dólares a euros. Esto es muy improbable. Pocos puntos de venta de Estados Unidos aceptan euros, los bancos tienen que presentar informes sobre grandes depósitos en efectivo, y hay un tope de US$10.000 para la cantidad de dinero que se puede traer a o sacar de EE.UU. sin presentar un formulario de aduanas.

Es cierto que el gobierno estadounidense ahorra costos de financiamiento al imprimir una gran cantidad de dinero en lugar de, por ejemplo, emitir bonos del Tesoro que pagan intereses. Pero esa inundación de fondos en efectivo facilita la vida de los oligarcas rusos, los narcotraficantes mexicanos y los responsables del tráfico de personas a nivel mundial. El mayor ingreso que el gobierno conseguiría al eliminar el efectivo (y por lo tanto, reducir mucha evasión de impuestos) probablemente excederá los ingresos que el Tesoro de EE.UU. obtiene actualmente de engrasar las ruedas de la delincuencia mundial, sin tomar en cuenta los enormes beneficios directos e indirectos de tasas de delincuencia más bajas. En cualquier caso, si EE.UU. toma la delantera, otras economías avanzadas acabarían haciendo lo mismo por vergüenza.

El ángulo fiscal y la delincuencia son razones suficientes para destrozar las montañas de papel moneda del mundo. Hay, sin embargo, un motivo muy diferente y quizás sorprendente, que tiene que ver con la capacidad de los bancos centrales para hacer frente a las crisis financieras y recesiones profundas. ¿Por qué? Porque pese a toda la polémica en torno a la política fiscal, la política monetaria sigue siendo la primera línea preferida de defensa contra las recesiones.

La reducción de las tasas de interés proporciona un estímulo rápido y eficaz dando a los consumidores y a las empresas un incentivo para endeudarse. También eleva el precio de las acciones y de las viviendas, lo que hace que las personas se sientan más prosperas y quieran gastar más. La política monetaria anticíclica tiene un largo historial, mientras que las discusiones políticas siempre van a interferir con un estímulo fiscal oportuno y eficaz.

Desde 2008, sin embargo, la política monetaria ha comenzado a lucir cada vez menos ágil. La mayoría de los bancos centrales se ha encontrado que una vez que recortaron las tasas de interés a alrededor de cero, sus opciones eran bastante limitadas. Esto ha hecho que muchos bancos centrales deseen tener la capacidad de reducir las tasas de interés por debajo de cero.

¿Qué significa eso? Cuando un préstamo tiene una tasa de interés negativa, los pagos del deudor en realidad suman menos que la deuda original. Varios bancos centrales (como el Banco Central Europeo y el Banco de Japón) han experimentado con este tipo de medidas. Para los ahorradores, tiene el efecto contrario: El dinero que queda en un depósito bancario o en un fondo del mercado monetario sigue disminuyendo debido a las tasas de interés negativas.

Ver: El impacto de las Tasas negativas en la Economía global 

En teoría, recortar las tasas de interés por debajo de cero debería estimular el consumo y la inversión de la misma forma en que lo hace la política monetaria normal, al fomentar el endeudamiento. Por desgracia, la existencia de dinero en efectivo entorpece este mecanismo. Si usted es un ahorrador, simplemente retirará sus fondos del banco y los convertirá en efectivo en lugar de ver que se reduzcan con rapidez. Enormes sumas pueden ser retiradas para evitar tales pérdidas, lo que podría hacer que sea difícil para los bancos hacer préstamos, anulando por lo tanto el propósito de la política.

Eliminar el efectivo o hacer que el costo de acapararlo se vuelva suficientemente alto, sin embargo, allanaría el camino para que los bancos recorten las tasas a territorio negativo tanto como sea necesario en una recesión severa. Las personas podrían acaparar billetes pequeños, pero los costos probablemente serían prohibitivos para cualquier tasa de interés negativa realista. Si es necesario, los bancos centrales también podrían fijar cuotas temporales para los grandes retiros y depósitos de papel moneda.

A los economistas en general les gusta la idea de agregar las tasas de interés negativas al arsenal de herramientas de los bancos centrales. John Maynard Keynes la consideró en su gran obra “La teoría general del empleo, el interés y el dinero” (1936). Pero Keynes escribía en una era anterior a la banca electrónica, por lo que veía las tasas negativas como una idea totalmente poco práctica.

No todos son partidarios de las tasas negativas. La resistencia es particularmente fuerte en el sector financiero, al que le preocupa la dificultad de traspasarlas a los pequeños depositantes. Sin embargo, estas preocupaciones pueden ser aliviadas significativamente. Los bancos podrían ser compensados por permitir depósitos de tasa de interés cero de hasta, digamos, US$2.000 por persona.

A otros les preocupa que las tasas negativas lleven a los bancos y a todo el sector financiero a asumir riesgos imprudentes, lo cual ya es suficiente amenaza con tasas de interés en cero. Pero si una fuerte dosis de tasas negativas puede sacar a una economía de una recesión, debería poder hacer subir la inflación y las tasas de interés a niveles positivos con relativa rapidez, reduciendo posiblemente la vulnerabilidad a las burbujas en vez de aumentarla.

En resumen, hay numerosos temas a tener en cuenta, pero si se hace de forma gradual y adecuadamente, el balance de los argumentos se inclina claramente a favor de que pasemos a ser una sociedad que dependa mucho menos del dinero en efectivo.

¿Será alguna vez realidad? Creo que ha llegado el momento. Los ministerios de Hacienda están desesperados por recaudar más ingresos fiscales sin subir los impuestos, las agencias de seguridad interna están preocupadas por la forma en la que el dinero facilita la financiación del terrorismo, los ministerios de Justicia están más preocupados que nunca sobre el papel del efectivo en la delincuencia. Para las autoridades de inmigración, mientras tanto, reducir el efectivo seguramente es mucho mejor que la idea de erigir muros.

El efectivo es algo que conocemos íntimamente: forma parte de la trama de nuestras vidas y de nuestras experiencias como consumidores y empresarios. Pero los gobiernos han dejado que los suministros de dinero en efectivo se descontrolen, en beneficio de los delincuentes y los evasores de impuestos en todas partes. Es hora, por fin, de deshacerse de todos los billetes de US$100.

—Kenneth Rogoff es el profesor de Políticas Públicas Thomas D. Cabot de la Universidad de Harvard y ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional. Este ensayo es una adaptación de su nuevo libro, ‘The Curse of Cash’, algo así como ‘La maldición del efectivo’, que será publicado en EE.UU. en septiembre por Princeton University Press.

Fuente: The Wall Street Journal, 30/08/16.


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Economía mundial: hacia el fin del dinero en efectivo

mayo 8, 2015

Economía mundial hacia el fin del dinero en efectivo

Por Roberto Meza A.

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Y si bien es cierto, terminar con las transacciones de dinero en efectivo es una de las acciones más enérgicas que se pueden aplicar contra el lavado de dinero y la evasión fiscal, la puesta en marcha de una economía mundial sin efectivo y completamente electrónica, podría acrecentar una verdadera dictadura financiera.

El gobierno de Dinamarca propuso eliminar la obligación que tienen las empresas minoristas de ese país de aceptar pagos con dinero en efectivo. Así, desde el próximo año, el país se convertirá en el primero “sin efectivo” en el mundo. Las tiendas de ropa, gasolineras, o restaurantes, no estarán legalmente obligados a aceptar dinero “cash”, una propuesta que forma parte de un paquete de medidas que tiene por objetivo reducir costos e incrementar la productividad de los negocios.

La decisión danesa se produce en medio de informaciones según las cuales los bancos centrales están planeando mayores restricciones del dinero en efectivo, un modo eficaz de evitar “corridas bancarias, la intensificación de la guerra de divisas y la defraudación fiscal” y corresponde a una propuesta realizada recientemente por Kenneth Rogoff, economista de la Universidad de Harvard y Willem Buiter, economista jefe del Citigroup.

Según informa la media europea, hacia fines de abril se realizará en Londres una importante reunión de representantes de los principales bancos centrales del mundo “para trazar el camino hacia el fin del dinero en efectivo”. Y si bien es cierto, terminar con las transacciones de dinero en efectivo es una de las acciones más enérgicas que se pueden aplicar contra el lavado de dinero y la evasión fiscal, la puesta en marcha de una economía mundial sin efectivo y completamente electrónica, podría acrecentar una verdadera dictadura financiera.

dinero iconoEn efecto, la propuesta pretende que todos los pagos se realicen forma electrónico-digital para facilitar supervisión y transparencia. En este orden, Francia ya ha anunciado un endurecimiento del uso de efectivo y a partir de septiembre limitará los pagos en efectivo a mil euros. Los bancos deberán informar a las autoridades de todas las transferencias al interior de la UE que superen los 10 mil euros. En Grecia, en tanto, todos los pagos mayores a 70 euros deberán realizarse con cheques o tarjetas. El modelo de Suecia y Dinamarca, pioneros en los pagos electrónicos, podría ser el futuro de todos los países europeos y luego del mundo.

Por de pronto, la banca de Estados Unidos también avanza en dicha dirección. Como informó Bloomberg, el banco JPMorgan ya anunció que desde mayo cobrará 1 % de comisión sobre los depósitos que excedan los fondos requeridos para las operaciones habituales de sus clientes, lo que equivale a una tasa de interés negativa. Es decir, los usuarios deberán pagar por el privilegio de depositar dinero en efectivo, debido a que, para la banca, mantener grandes cantidades de dinero en efectivo no es un buen negocio. De allí que entidades como JPMorgan están comenzando a evitar el efectivo a menos que los depositantes paguen por el privilegio de depositarlo.

La propuesta pone también bozal a las corridas bancarias y la fuga de capitales, resultado de la desconfianza global, y constituye un método radical para evitar estas fugas, aunque, por cierto, la única manera de que el modelo funcione es su aplicación simultánea en todo el mundo, que es lo que analizarán los banqueros centrales que se reunirán en Londres a fin de mes.

Como es evidente, una determinación global de esta naturaleza tendría efectos universales relevantes. Rogoff y Buiter son de la opinión de que las actuales tasas de interés negativas a los depósitos no están ayudando al repunte de la economía dado que los grandes capitalistas evaden impuestos al transar sus operaciones en efectivo. Rogoff recordó una redada realizada contra los barones de la droga en México, donde se encontraron 250 millones de dólares contantes y sonantes. Buiter, más cauto, señala que solo deberían permitirse los billetes de pequeña denominación (5 euros), eliminando todos los billetes superiores a esa cifra.

Actualmente el efectivo se utiliza en el 85 por ciento de las transacciones globales, lo que da cuenta de la magnitud del cambio que proponen Rogoff y Buiter. Según los datos del estudio, ‘Card payments in Europe – A renewed focus on SEPA for cards’, cada europeo de la Eurozona realizó 71 operaciones de pago electrónico en 2012 (el doble que en 2000) y 79 de promedio en la UE de los 28. Los últimos puestos de la clasificación los ocupan Bulgaria (4), Grecia y Rumanía (7), Hungría (27) e Italia, donde las 28 operaciones anuales registradas evidencian que sus habitantes prefieren pagar en metálico. Suecia realiza 230;  Dinamarca, 224 y Finlandia, 213, apostando por el dinero de plástico. Reino Unido, registró 167 transacciones de este tipo, Portugal, 115; Francia, 130 y Bélgica, 111.

En Chile, las operaciones electrónicas financieras y comerciales han aumentado en forma exponencial en los últimos 10 años, una tendencia en paralelo a las estadísticas del Eurosistema que muestra el “gran potencial de crecimiento de los pagos con tarjeta en todos los países de la UE, especialmente en los del centro y sureste de Europa”, según un informe de dicha agrupación, el que califica el dinero de plástico como el “mayor instrumento de pago electrónico minorista” y adelanta que “el objetivo sería crear una verdadera zona europea de pagos (SEPA) con tarjeta armonizada, competitiva e innovadora”.

Fuente: Diario Uchile, 07/05/15.

 

 

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Un virus informático podría jaquear al mundo

julio 8, 2012

Un virus informático podría jaquear al mundo

Por Kenneth Rogoff

 

CAMBRIDGE – Cuando la crisis financiera de 2008 llegó, muchos críticos conmocionados se preguntaban por qué los mercados, los reguladores y los expertos financieros no la vieron venir. Hoy, uno podría preguntarse acerca de la vulnerabilidad de la economía mundial frente a un ataque cibernético. De hecho, los paralelismos entre las crisis financieras y las amenazas de colapsos cibernéticos son impresionantes.

Aunque la mayor amenaza cibernética proviene de estados que tienen la capacidad de desarrollar virus informáticos sofisticados, los riesgos también llegan de hackers anarquistas y terroristas, o incluso de fallos informáticos exacerbados por catástrofes naturales.

Pocos líderes están dispuestos a poner en riesgo el crecimiento del sector tecnológico o de Internet, en alguna forma que sea significativa, debido a una amenaza que es tan amorfa. Prefieren formar grupos y comités de trabajo relativamente inocuos.

Es difícil exagerar sobre cuán dependientes son las economías modernas de los sistemas informáticos. Sin embargo, imagínese que ocurriría si un día una serie de satélites de comunicaciones clave se vieran incapacitados, o si se borraran las bases de datos de los principales sistemas financieros.

Los expertos han identificado desde hace ya largo tiempo atrás el sistema de suministro eléctrico como la vulnerabilidad más grave, ya que cualquier economía moderna colapsaría sin electricidad. Es verdad que muchos escépticos argumentan que con razonables medidas profilácticas de bajo costo, grandes colapsos informáticos a gran escala son muy poco plausibles, y que los profetas del desastre exageran los que serían los peores escenarios. Es difícil juzgar quién tiene razón. Sin embargo, parece que sí existe una cantidad de similitudes entre la economía política de la regulación del ciberespacio y la regulación financiera.

Tanto la seguridad cibernética como la estabilidad financiera son temas complejos. La remuneración para los expertos es muy superior a la que percibe cualquier asalariado en el sector público. Como resultado de ello se argumenta que la única solución es confiar en la autorregulación de la industria, al igual que lo que sucede en otras industrias modernas, comenzando por la alimentaria (big food), hasta las farmacéuticas y las financieras.

Al igual que en el sector financiero, la industria de la tecnología es muy influyente en lo político. En los Estados Unidos, todos los candidatos presidenciales deben hacer peregrinaciones al Silicon Valley para recaudar dinero. La excesiva influencia del sector financiero fue, por supuesto, una de las causas fundamentales de la crisis de 2008 y continúa implicada en el actual lío de la eurozona.

Con la ralentización del crecimiento en las economías avanzadas, la tecnología de la información aparenta mantener la prevalencia de la moral, al igual que lo hizo la industria de las finanzas hasta hace cinco años.

Es cierto que, a menudo, los avances en el sector de la tecnología en general producen enormes ganancias en cuanto a bienestar social. Sin embargo, así como ocurre con las plantas nucleares, los avances pueden fracasar por la ausencia de una buena regulación.

Por último, los mayores riesgos provienen de la ignorancia y de la arrogancia, dos características humanas que se encuentran en el centro vital de la mayoría de las crisis financieras. Las recientes revelaciones acerca de los súper virus de «Stuxnet» y «Flame» son desconcertantes. Estos virus, que aparentemente fueron desarrollados por los Estados Unidos e Israel con la finalidad de desbaratar el programa nuclear de Irán, encarnan un nivel de sofisticación que supera enormemente a cualquier otro visto con anterioridad. El «Flame» puede hacerse cargo de los periféricos de una computadora, grabar conversaciones de Skype, tomar fotografías y transmitir información a través de Bluetooth a cualquier dispositivo cercano.

Si los gobiernos más sofisticados del mundo desarrollan virus, ¿qué garantía se tiene de que algo no va a ir mal? ¿Cómo podemos estar seguros de que estos virus no se vayan a escapar e infectar otros sistemas? Ninguna economía es más vulnerable que la de los EE.UU., y es arrogante creer que su superioridad cibernética le proporciona la seguridad de que no puede ser penetrada por ataques.

La solución no es tan simple como hacer mejores antivirus. La protección y el desarrollo son una carrera desigual. Un virus puede estar formado por sólo un par de cientos de líneas de códigos informáticos, en comparación con los cientos de miles de líneas que se necesitan para los programas de antivirus.

Se nos dice que no debemos preocuparnos acerca de colapsos informáticos a gran escala, debido a que no hubo uno y a que los gobiernos están vigilantes. Desafortunadamente, otra lección de la crisis financiera es que la mayoría de los políticos son incapaces de tomar decisiones difíciles hasta que los riesgos se materialicen. Esperemos continuar teniendo suerte por un tiempo más.

Fuente: La Nación, 08/07/12.