Una crisis de insolvencia por sobreendeudamiento
agosto 8, 2011 · Imprimir este artículo
Deudas
Por Enrique Szewach
La crisis del mundo desarrollado es, básicamente, una crisis de insolvencia por sobreendeudamiento. En los “años felices” de los comienzos de este siglo, los flujos de comercio que iban hacia los países emergentes, para comprar materias primas, combustibles, servicios de informática, o bienes industriales baratos, retornaban al mercado financiero de los países desarrollados, en especial Estados Unidos, y se multiplicaban en “crédito para todos”, gracias a la ingeniería financiera, pero mucho más a la irresponsabilidad populista, de líderes políticos y tecnócratas, que se contagiaron de los populismos latinoamericanos, comprando la fantasía de que las soluciones mágicas, después de todo, existen.
Cuando el sistema explotó, como explota siempre todo sistema populista, el crédito para todos, se transformo en “deudas de todos”.
Las crisis de solvencia, es decir de pasivos superiores a los activos, se arreglan muy lentamente, mejorando el valor de los activos, y reduciendo el valor de los pasivos. Las salidas “a la argentina” que muchos sugieren, licuando drásticamente los pasivos, o defaulteandolos, para cambiar el problema de solvencia de un día para el otro, se pueden encarar, en mercados de capitales marginales, y en países cuya deuda resulta ínfima, en términos globales, como en nuestro caso, y pagando el costo brutal de corto plazo que padecieron los sectores más pobres de nuestro país, con drásticas caídas del salario real, de las jubilaciones reales y la duplicación de la tasa de desempleo. Y con costos de largo plazo, sobre la tasa de inversión, que todavía estamos padeciendo.
Pero esa solución no está disponible cuando se trata de mercados de capitales gigantescos e interrelacionados, que administran los ahorros de miles de millones de personas y con enormes stocks de deudas que respaldan fiduciariamente (por fe, por confianza), las tenencias de monedas locales.
Sin facilismos a la vista, en Estados Unidos, se intentó recuperar el valor de los activos, reduciendo las tasas de interés a cero, devaluando el dólar, e induciendo a los ciudadanos norteamericanos a volver a gastar, y expandiendo el déficit fiscal para reemplazar con gasto público, la caída del gasto privado.
Del otro lado del atlántico, en Europa, el sobreendeudamiento era, además de privado, público. Los Estados periféricos, aprovecharon la garantía del Euro, para financiar su insostenible estado del bienestar, colocando deuda, captando los ahorros del público y de los futuros jubilados, a través de los bancos europeos.
Aquí, se busca la solución, haciendo que los Estados más ricos, el Banco Central Europeo, y el FMI, financien los próximos pagos de deuda de Grecia, y compren deuda del resto de los periféricos, mientras sus sociedades se despiertan de su propio sueño populista y enfrentan la nueva realidad. Pero, por ahora, lo aportado aparece como “amarrete” e insuficiente para evitar que lo de Grecia se contagie a otros países.
En un contexto creíble, con liderazgos e instituciones adaptadas a estas nuevas realidades y coordinación global, los costos de este ajuste, que se van a traducir en bajo crecimiento y siempre al borde de la recesión, para los países centrales, durante un tiempo, se podrían haber compensado con una fuerte reacción positiva del sector privado, que vería que, al final del camino, podría haber una economía más sana que la vivida en estos años.
Pero, lamentablemente, lo que puso de manifiesto la “solución” del Congreso y el Ejecutivo norteamericano, la política del Banco Central Europeo, y lo que acontece en la política europea en general, es que ese liderazgo, esa coordinación, esas instituciones, todavía no están, o no están lo suficientemente maduras.
El resultado fue un fuerte desencanto, y al sensación de que la solución está más lejos de lo que se creía.
¿Se justifica, que ese desencanto se haya traducido en pánico? A mi modesto juicio no. Pero ¿Cómo se hace para que un inversor se asuste sólo “un poquito”?.
Sin soluciones rápidas a la vista, lo más probable es que asistamos a volatilidades fuertes y, en la micro, a la necesidad de ser muy selectivos y rápidos. (Ya lo sabe, ese…es otro precio).
Las soluciones de «stocks» que se arreglan con «flujos» tardan en tener efecto. Más si esas soluciones no se encaminan al centro del problema, el endeudamiento, y no se coordinan lo suficiente. Con riesgo de un largo letargo.
Finalmente, ¿Nos afectará todo esto?
No se hagan los rulos, la Argentina no está aislada del mundo, ni por los flujos de comercio, ni por los flujos de capitales. (¿O dónde están los ahorros de los argentinos?).
Convivir con monedas de reserva débiles y un menor crecimiento global y regional, exigirá cambios de políticas internas (no profundización), más temprano que tarde.
Fuente: Perfil, 07/08/11.
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