Alicia y Matilda

agosto 16, 2015 · Imprimir este artículo

Alicia y Matilda, las creadoras de otra infancia

Los célebres personajes de Lewis Carroll y Roald Dahl comparten la audacia con la que intentan subvertir su mundo.

Por Carolina Esses.

Una es la niña que, aburrida, decide seguir la carrera loca de un conejo. La otra es hija de unos padres consumistas que se olvidan de anotarla en la escuela y le niegan el acceso a los libros. La primera, Alicia -creación del diácono Charles Lutwidge Dodgson bajo el seudónimo de Lewis Carroll-, cumplió 150 años el pasado mayo y, durante todo 2015, se multiplican los homenajes en su nombre. La segunda, Matilda -publicada por primera vez en 1988-, plantea, toda la obra del británico Roald Dahl, un grado de desprejuicio creativo tal que marca un antes y un después en la literatura infantil.

Alicia en el país de las maravillasAmbas, Matilda y Alicia, deciden diferenciarse de la coyuntura que les toca en suerte; si hasta es posible imaginarlas juntas, la mayor contándole a la pequeña el juego de criquet con flamencos y Matilda relatándole alguna anécdota de la horrible señorita Trunchbull. Lo cierto es que a través del camino que estas niñas abren se puede reflexionar no sólo en torno a la literatura, sino también en las maneras en las que se pensó -y se piensa- la niñez. Porque, como explica Carolina Tosi, escritora e investigadora del Conicet, «la infancia no puede ser entendida mediante parámetros biológicos, sino que se trata de una construcción social que varía a lo largo de la historia».

Alicia es, en apariencia, una típica niña de clase alta en la Inglaterra victoriana; una privilegiada, si pensamos en la cantidad de niños que colmaban las fábricas y vagaban por las ciudades industrializadas en ese momento. Niñas y niños -los de las clases altas- que tenían que ser vistos pero no oídos; por eso se contrataba personal que los pudiera mantener a una prudente distancia de los padres. Como describe Tosi, predominaba la concepción de que los niños eran adultos en miniatura, es decir que no eran considerados un grupo que necesitara de cuidados especiales y de la atención de los grandes. Los libros que se les ofrecían tenían un objetivo moralizante y aleccionador.

En este punto es donde Alicia empieza a diferenciarse de los supuestos en torno a la niñez de la época. Basta con repasar la primera escena de Alicia en el país de las maravillas, en la que espía el libro que lee su hermana. Lo mira, sí, pero automáticamente lo descarta. Porque ¿qué puede haber de entretenido -dice- en un libro que no tenga ilustraciones ni diálogos? La negativa de Alicia le abre un mundo. Lo que viene después es conocido: el Gato de Cheshire, los acertijos imposibles, la Reina de Corazones. Y, entre todos estos personajes, una niña dispuesta a cuestionar incluso -o sobre todo- su propia identidad.

Cualquiera diría que la sociedad que alberga a Matilda está en las antípodas del siglo XIX. Y sin embargo el descontento de Matilda parece ser similar: lo que el mundo adulto ha preparado para ella no tiene nada que ver con lo que desea. Sigue Tosi: «En los años 50, a partir de la Convención sobre los Derechos del Niño, emerge la representación del niño como sujeto social con derechos. Esto supone que debe recibir la protección necesaria que satisfaga su bienestar integral». A partir de la segunda mitad del siglo XX, el mercado también le abre las puertas a este nuevo sujeto: los niños ahora son consumidores.

Y éste es el mar que le toca navegar a Matilda. Una niña de clase media inglesa, cuyo hogar está repleto de objetos pero donde no hay ni un solo libro. Frente a esta limitación, Dahl le otorga un don: Matilda es excepcionalmente inteligente, incluso desarrolla poderes telequinéticos. De manera que se las ingenia para llegar a la biblioteca pública y leer todo lo que encuentra a su paso: Dickens, Hemingway, Austen. Al igual que Jane Eyre, aquella niña de la novela de Charlotte Brönte -otro de los libros que lee la pequeña- que se escondía detrás de las cortinas para leer, Matilda se encierra en su cuarto con los ejemplares que trae de la biblioteca. Su padre, imitando el gesto del hermanastro de Jane, le arroja un libro por la cabeza. Han pasado 150 años, pero los administradores del saber siguen siendo los hombres. Porque la actitud que tiene el padre de Matilda con su hermano Mike es decididamente otra: le enseña los secretos de su oficio, lo inscribe en la escuela.

Que esto sea parte del grotesco que ha hecho célebre la obra de Dahl -Mike, para colmo, es un chico muchísimo menos listo que Alicia- no le quita fuerza de verdad. Cuando logra que la manden a la escuela, Matilda se encuentra con una directora tan cruel que es capaz de arrojar niños por la ventana. Pero también una forma más sutil del maltrato. A pesar de que su maestra considera que debe estar en un grupo más adelantado, la directora se niega. Sólo entiende un sistema educativo organizado en grupos etarios definidos, sin excepciones. Matilda es capaz de resolver ecuaciones imposibles pero qué importa: la escolaridad, dice con ironía Dahl, consiste en ocupar la casilla que se nos ha asignado.

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«Son libros que no señalan una realidad ideal, sino por el contrario, ponen el foco en la subversión del orden», señala Tosi. Hacia fuera del campo literario, evidenciando la manera en que la sociedad piensa la niñez y las maneras que encuentran los niños de resistir. Dentro de la literatura, desbaratando supuestos: lo que se supone que deben leer los niños. Porque, hasta hace poco, la literatura infantil era pensada a través de la pedagogía. Se leía para aprender algo. Ricardo Mariño, creador entre otros de los relatos que tienen a Cinthia Scotch como protagonista -otra niña en un mundo de absurdos y juegos de lenguaje-, cuenta: «La lectura de Alicia tuvo para mí un efecto de «autorización»: la poca literatura infantil que yo conocía, con excepción de la de María Elena Walsh, era grave y moralizante. Alicia, entonces, me confirmaba que esa zona del absurdo, el humor, el juego de palabras y el dar vuelta los saberes era un campo fecundo y divertido».

Del lado del lector

Ser aleccionadores o moralizantes: nada más alejado de la propuesta de estos autores. De éstos y de muchos de los que vinieron después. Porque una tendencia poderosa hoy en la literatura infantil es la de explorar la potencia del lenguaje y de la imagen sin prejuicios ni estigmatizaciones, sin miedo a adentrarse en zonas más conflictivas o angustiantes y con un profundo respeto por el lector. «En el mundo de Carroll hay algo relativo a ponerse del lado del chico haciéndolo jugar placenteramente con «materiales» que en la infancia tienen cierta carga de angustia», explica Mariño. «La infancia es una etapa de entrada al lenguaje, de adquisición de saberes, de asimilación de reglas, es decir, de sometimiento a la ley, de modo que jugar con el lenguaje, poner patas arriba los saberes, reírse de la autoridad y burlar las reglas es una especie de recreo respecto de las obligaciones y del lugar de debilidad y obediencia que le toca al chico.»

Es indudable que la importancia que tiene el personaje de Matilda en la literatura infantil es diferente de la que tuvo y tiene Alicia. Sin embargo, la temática de Matilda quizá sea más cercana a la realidad de los niños. A través de la lente deformante del humor, Dahl retrata el maltrato en la escuela, la complicidad de los niños para resistir al mundo adulto, el desamor familiar.

Natalia Méndez, editora de Edelvives Argentina, lo explica: «Dahl abrió muchas puertas para los lectores y las siguientes generaciones de autores. Sin ser una experta en su obra, pienso que su éxito no es fácil de repetir. Matilda, creo, tiene el balance exacto entre el humor y las verdades tremendas. Esa sensación me produjo al leerlo: una incomodidad que me hacía gracia y, a la vez, ajustaba cuentas con el mundo».

Según describe María Fernanda Maquieira, gerente de Literatura Infantil y Juvenil de Santillana, que publica aquí la obra de Dahl, Matilda es uno de los libros más vendidos del catálogo. En la Argentina tiene más de quince reimpresiones y lleva vendidos más de 110.000 ejemplares. Además de la versión cinematográfica, en 2010 se estrenó en Londres Matilda, The Musical de la mano de la Royal Shakespeare Company y, desde entonces, la historia de la niña que se salva gracias al poder de su mente no ha dejado de representarse.

Tosi señala algo curioso: no hay referencias explícitas a Carroll en el libro de Dahl. Y es imposible que la biblioteca local que visita la pequeña no tuviera una copia de Alicia en el país de las maravillas, uno de los libros más importantes y más vendidos en lengua inglesa. Tal vez se pueda pensar que la omisión es síntoma de su presencia. No es necesario nombrarla: ella está en cada juego de palabras, en cada situación desopilante o absurda. Porque aquel túnel oscuro que en 1865 se anima a recorrer le abre una puerta no sólo a ella, sino también al personaje de Matilda y a las niñas por venir. Es la llave hacia una literatura -y una infancia- más rica en juegos, en metáforas; más oscura, sí, pero también más valiente, más verdadera. ¿Hay final feliz? A medias. Los niños, después de todo, siguen estando a merced de los adultos y, eso es sabido, no siempre es garantía de bienestar.

Fuente: La Nación, 16/08/15.

 

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