Argentina: La inflación en la era K

diciembre 17, 2012 · Imprimir este artículo

Desinflar
Por Enrique Szewach

El año que está terminando puso más en evidencia el problema  inflacionario que vive la economía argentina.

Si bien es cierto que las mediciones de los centros de estadística provincial “no alineados” y el Índice Congreso, que promedia estimaciones privadas, muestran una tasa de variación de los precios al consumidor, no muy diferente a la del 2011 –una velocidad crucero en torno al 2% mensual-, no es menos cierto que dicha tasa de inflación “estable” se verifica en un año de fuerte desaceleración de la actividad económica.

En efecto, después de un bienio de crecimiento a tasas chinas, el 2012 presenta estancamiento, o un incremento muy leve del producto, sin que la tasa de inflación se haya enterado del freno de la demanda.

Cabe destacar, además, que este aumento de precios “estable”, se verifica con la presencia de fuertes subsidios a las tarifas de servicios públicos, con controles y restricciones en algunos mercados de alimentos, y con un tipo de cambio nominal que, al menos hasta el mes pasado, sigue actuando más como freno que como acelerador.

Los argumentos para explicar este fenómeno, son variados.

Los “monetaristas” apuntan a la política del Banco Central que, al verse obligado a financiar el déficit fiscal con la expropiada Ciccone, introduce más pesos que los que la gente quiere tener, lo que hace que se vuelquen a la demanda de bienes y servicios, porque «la plata quema».

Otros, los “aperturistas”, ponen el énfasis en el mecanismo elegido por el gobierno para enfrentar la falta de ingreso de dólares, causada por la sequía, por el desplome de la inversión extranjera directa, por la falta de acceso al crédito internacional, y por el mecanismo del “sapo cambiario” (recuerde que a la Presidenta no le gusta que lo llamen “cepo”) que, al restringir el acceso a dólares para atesoramiento, también impide el ingreso de dólares por “desatesoramiento”.

Con menos dólares para financiar importaciones, y el fracaso de la política energética, que obliga, al menos por ahora, a destinar más dólares para importar combustibles esenciales, se han restringido todas las otras importaciones. Una economía más cerrada que lo habitual, combinada con la pesificación forzada y la tasa de interés negativa, han convertido al mercado interno en un “coto de caza” para las empresas locales que ya no sólo afecta el nivel de los precios (La Argentina es muy cara en los productos protegidos), si no también la tasa de variación. Los precios pueden subir. como piso, la tasa de devaluación.

Lectura recomendada:  La realidad del cepo cambiario

Finalmente, están aquéllos que sostienen que la «puja distributiva» derivada del estancamiento económico, ya nos ha llevado a la etapa en que la inflación se ha vuelto “inercial” y que, independientemente de lo que pase con la política monetaria o la competencia, los precios se elevan todos los meses en función de lo que ha pasado el mes anterior.

Al parecer, el gobierno adscribe a esta última tesis, de allí que ha desenpolvado el plan de desinflación 20/20 que había sugerido instrumentar durante la campaña electoral del 2011.

En efecto, se ha convocado a algunos empresarios y cámaras y a ciertos sindicalistas, a un intento de “pacto social” para moderar los aumentos de salarios y precios el próximo año, sugiriendo un techo a las paritarias del 20% y un compromiso de aumento de precios de magnitud similar.

Pero sucede que las políticas de ataque a la inflación inercial, son siempre complementarias, de cambios en la política monetaria y fiscal.

O, dicho de otra manera, si el gobierno pretende seguir con la misma política «en todo lo demás», y encima, «levar anclas» reduciendo subsidios y acelerando la tasa de devaluación,  resultará difícil convencer a los formadores de salarios y precios, que la inflación futura será inferior a la pasada.

Y mucho menos cuando los formadores de salarios  compiten entre sí en una lucha de poder interno.

El gobierno puede elevar el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias para generar un aumento de salarios “subsidiado”, que no se traslade a los costos de las empresas, pero, insisto, sin desandar el resto de la política económica, parece difícil imaginar una tasa de inflación decreciente, porque todos los actores tendrían que coincidir en el diagnóstico  y “acatar” la pauta oficial sin pensar que están perdiendo.

La buena señal es que la inflación, que hasta ahora fue parte del programa, está empezando a preocupar al gobierno, pasando de solución a problema.

Sin embargo, por el momento, sólo trata de sustituir un verdadero programa antiinflacionario, por un aumento salarial subsidiado y un acuerdo de precios.

Como en muchas otras cosas, una nueva dosis de voluntarismo.

Muy  poco para pensar en el éxito.

Fuente: Perfil, 16/12/12.

Enrique Szewach

Enrique Szewach

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