Bendiciones no tan buenas; maldiciones no tan malas

abril 20, 2014 · Imprimir este artículo

Bendiciones no tan buenas; maldiciones no tan malas.
Por Juan Carlos de Pablo.

A muchos países les gustaría contar con la pampa argentina o la ucraniana, o con petróleo, aunque se habla de la maldición de los recursos naturales. Por otra parte, constructores, fabricantes de colchones, cerrajeros y herreros se benefician con las consecuencias de las catástrofes naturales y el aumento de la inseguridad. ¿Da lo mismo, entonces, contar o no con recursos naturales, o sufrir cataclismos generados por la naturaleza o el accionar humano?

Al respecto entrevisté a Vilfredo Pareto (1848-1923), por muchos considerado italiano, aunque nació en París y falleció en Ginebra. Estudió ingeniería en el Instituto Politécnico de Turín. Complementó la obra de Marie-Esprit-Léon Walras, a quien sucedió en la cátedra que éste dictaba en la universidad de Lausana (Pareto y Walras se respetaban en el plano intelectual, a pesar de que disentían en el plano político). En 1899, un tío le dejó una herencia que le permitió vivir sin trabajar durante el resto de su vida, y se volcó a la sociología.

-Como criterio para evaluar una reforma económica, usted propuso que sólo se puede hablar de mejora de una comunidad, si como consecuencia de la modificación algunas personas están mejor, pero nadie está peor. ¿No es un criterio muy restrictivo?

-Me fui a un extremo, para contrarrestar la propuesta planteada por Jeremy Bentham, quien buscando el máximo de beneficio para el máximo número de personas postuló que la utilidad que generan los bienes es exactamente igual para todos los seres humanos, y que ésta decrece a medida que aumenta el nivel de ingreso. Por lo cual el máximo bienestar de una comunidad se logra igualando los ingresos de todas las personas. Esto también es un extremo.

-La denominada economía del bienestar avanzó mucho desde entonces.

-Fue una cuestión intensamente estudiada a mediados del siglo pasado, pero en términos prácticos no se avanzó mucho. Amartya Sen, entre otros, sugiere sacarla del estancamiento replanteando el análisis sobre otras bases.

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-Según su criterio de bienestar, no podríamos decir que el petróleo es bueno para Arabia Saudita o que un terremoto es malo para el país donde ocurre.

-Ocurre que, desde el punto de vista de la decisión humana, los bienes están vinculados por relaciones de sustitución y complementariedad. El descubrimiento del petróleo en Arabia Saudita, seguramente, hizo quebrar algunas actividades artesanales, que fueron reemplazadas por importaciones. Un terremoto aumenta la demanda de ataúdes, cemento, vidrio, etcétera, así la mayor inseguridad la de los herreros y los cerrajeros y, por consiguiente, los beneficios de aquellos que producen esos bienes.

-Pero, entonces, ¿no se puede decir nada?

-Se puede decir, y mucho. Que casi siempre hay ganadores y perdedores, pero que la diferencia rara vez es cero. Antes del descubrimiento del petróleo, ¿cuál era el nivel de vida promedio de los sauditas? La cuestión, planteada en la economía del bienestar, es si los ganadores deben y pueden compensar a los perdedores. ¿Deben los fabricantes de lámparas eléctricas compensar a los fabricantes de velas, a quienes hicieron quebrar? ¿Es bueno utilizar Internet, a pesar de que no se compensó a los carteros, cuya demanda disminuyó?

-¿Y en el caso de las catástrofes?

-Lo mismo. Claro que los fabricantes de colchones ven aumentada su demanda cuando ocurre una inundación. Pero a nadie se le ocurre provocar inundaciones como estrategia de desarrollo. Si generar problemas sirviera para desarrollar un país, hace rato que la Argentina sería un país desarrollado.

-El fabricante de colchones especula con las inundaciones.

-A riesgo de que me malinterpreten, afirmo que menos mal que existen los especuladores. La gomería instalada al costado de una ruta «especula» con que se nos pinche un neumático. Si no existieran, ¿cómo llegaríamos a casa? Quienes demandan taxis en las primeras horas de cada primero de enero deberían agradecerles a los taxistas especuladores, quienes abandonan a sus familias para ganarse unos pesos satisfaciendo una demanda.

-Don Vilfredo, muchas gracias.

Fuente: La Nación, 20/04/14.

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