Sabía que tenía que prepararme, ya que la proximidad de las elecciones multiplicaría por mil las apariciones de Cristina en público. Sin embargo, que la Presi se mande tres cadenas nacionales en siete días –cuatro días hábiles– es como mucho. No sé, me había malacostumbrado al verano de alegrías del caso Nisman, en el que Cris sólo aparecía vía Facebook o pelotudeaba a los chinos por Twitter.
Por cuestión de suerte, casi termino dentro del Museo del Bicentenario. Parece que había free pass con 2×1 en camisetas de “Máximo 2015″. Pregunté si no era redundante afirmar que el kirchnerismo terminaba, máximo, en 2015 cuando no hay chances de re-re, y me quedé sin entrar. Dispuesto a no quedarme con las ganas de almorzar me metí en mi barsucho amigo de calle Bolívar. Allí, la cadena me pegó en los dientes mientras trataba de masticar un tostado.
Previo a la cadena, Cristina realizó algunos anuncios por videoconferencia, entre los que estuvo la inauguración de un centro de atención a las adicciones en Palpalá, Jujuy. Desde allí, su interlocutor, el cura Juan Carlos Molina, le pidió que “vuelva a ser Presidenta en 2019″. Cristina le tiró “ojalá que 2019 me agarre haciendo algo que me guste”, mientras la monada aplaudía sin entender que dijo, sin indirectas, que ser Presidente no está en su lista de cosas favoritas. Por un lado es cierto que hacer las cosas que le gustan se le facilitó bastante en los últimos años, con eso de que unos desconocidos le digan que la aman tras conseguir la planta permanente, poder pasear por el mundo, empilchar lindo y arbitrar los medios necesarios para que la Justicia no pregunte de dónde sacó la plata. Pero por el otro lado, tener que levantarse antes del mediodía cada tanto, bancarse planteos inhumanos –¿Qué es eso de quejarse por la corrupción, la inflación, la miseria, los impuestos y la inseguridad, manga de ingratos?– y ver que la Justicia ya empieza a molestar más que infante a las 23.30 de Nochebuena, pinta un panorama de que ya no es un negocio viable.
Contenta, exultante, radiante y ya en cadena, la Presi saludó y se excitó como quinceañera en vals al afirmar que mantuvo un conversación por “escai” con el CEO de “renol”, quien prometió una inversión de 600 millones de dólares para Argentina. No es que uno no esté acostumbrado a la forma de hablar de nuestra políglota mandataria, pero cuando la erudita empieza a expresarse en tilingo antiguo se nos complica la comprensión. Estuve unos instantes tratando de dilucidar si decía “Renol”, “Reinol” o che cazzo hasta que caí que no se refería al Rohypnol sino a Renault. Una vez dilucidada la cuestión entre benzodiacepina y fábricas automotrices francesas, pude entender que el motivo de tanto festejo se debía a que el gobierno logró atraer una inversión. Teniendo en cuenta que, entre habilitaciones, construcciones y giros, la inversión se concretará en dos años, el único mérito de Cristina por haber conseguido el desembolso es irse.
Remarcó que los capitales de renol en realidad eran de Nissan, “que nunca produjo nada en nuestro país”. En parte es cierto, pero resulta que, desde 2001, el Director Ejecutivo de Nissan es el mismo que el de Renault, que está en el país desde 1955. Me refiero al caballero honorario de la corona británica Carlos Ghosn. Pero lo que importa es que la Presi se sintió orgullosa.
Automáticamente, saltó del orgullo por el renol de Nissan hacia la jubilación 450 mil de la moratoria del año pasado. Celebró que, de los seis presentes, cinco fueran mujeres, porque “las más explotadas seguimos siendo las mujeres”. Nuevamente recordó que cuando llegó Néstor Kirchner los jubilados cobraban 142 mangos, pero al menos no fue tan bestia como en enero, cuando sostuvo que con el último aumento –del 18,3%– el haber “creció el 2550 por ciento, es decir, 25 veces”. Y tambien, nuevamente, mintió, dado que cuando asumió Néstor, la jubilación mínima estaba en 200 pesos, lo cual no era un fangote de guita, pero convengamos que achica un poquito la fiesta de los números. Esa cosa del kirchnerismo de agrandar la miseria por el mero peso de los ceros. Como no podía ser de otra manera, ya que hablaba de gobiernos pretéritos, se le cayó lo del descuento del 13% a los sueldos de los estatales en 2001. Si bien el país estaba por estallar, podríamos recordar que la inflación no existía. No es un detalle menor, dado que, sólo por dar un ejemplo, el año pasado la inflación fue del 39% y hoy ofrecen aumentos por el 26%. Es un descuento del 13%, pero nacional, popular, democrático y con satélite.
Por si fuera poco, la ídola del poltergeist numérico tiró como datazo para festejar que el Banco Mundial dice que el salario mínimo de Argentina es el más alto en dólares, equivaliendo a 442 gringos, superando al de Brasil, que a duras penas llega a los 300 verdes. Para corroborarlo, dijo que “no lo dice el Indec” sino el Banco Mundial, que elabora sus estadísticas con los datos que le proporciona el Indec. Curiosamente, si dividimos la jubilación mínima de 3.821 pesos por 442 dólares, nos da una cotización de 8,64. O sea, la oficial. Si la dividimos por la del dólar que se consigue, los hermanos brasileros nos empardan.
Luego de pegarle a La Nación por quejarse del despilfarro de la ANSES cuando tienen una deuda con el Tesoro, la Presi dijo que el verdadero “saqueo” se produjo con las Administradoras de Fondos de Jubiaciones y Pensiones, ésas por cuya implementación hizo lobbie Oscar Parrilli y a las que ni Néstor gobernador de Santa Cruz, ni Cristina diputada provincial, se opusieron ni un cachito. Pero con la tranquila impunidad que da criticar lo actuado hace más de dos décadas desde la comodidad de un país con el lóbulo frontal atrofiado, Cristina afirmó que lo de La Nación es un saqueo tributario legalizado. Como el de su marido, cuando se autoeximió de pagar el impuesto a las Ganancias por Decreto Ley.
Tras aclarar que “no está mal tener plata”, que viniendo de la Presi, es como que se acaricie solita y diga “no está mal tener 62 años”, explicó que “cuando los que tienen muchas cosas tienen demasiadas y hay cada vez más gente que tiene menos, esos que cada vez son más y tienen menos, por ahí, un día te quieren sacar las cosas que tenés vos”. Explicación del manual básico para la formación del progre, que en el primer párrafo del primer capítulo sostiene que “la delincuencia es producto de la falta de oportunidades laborales, ausencia de educación y la marginalización”. El drama es que, si tomamos por válida esa afirmación, las estadísticas de delincuencia nos dejan mareados: o el argumento de la delincuencia como producto de la marginalización no es real, o la marginalidad de los últimos 12 años no ha hecho más que crecer a costillas de un Gobierno que ha basado su gestión en la administración de la misiadura, con el reparto de planes asistenciales como curitas.
Para paliar la mala onda, Cris se puso en promotora de hipermercado y empezó a nombrar todos los descuentos que tendrán los jubilados que cuenten con la tarjeta Argenta, entre los que se encuentran viajes por Aerolíneas Argentinas en 48 cuotas sin interés en un país con una inflación interanual alrededor del 40%. Y después nos preguntamos de dónde viene el déficit.
Mientras le daba el primer sorbo al cortado en jarrito, Cristina volvió a la teoría progre de la delincuencia, pero abordada desde el temor, pidiendo que seamos conscientes de que si no los dejamos seguir revoleando la chequera ajena, después no deberíamos quejarnos de la delincuencia. Allí fue cuando afirmó: “No soy partidaria de justificar nada porque sean pobres, porque yo fui pobre y nunca justifiqué nada”. Me atraganté. Tosí. Volqué la taza. El café me salió por la nariz. Quemaba. Todo bien con el servicio del lenguaje de señas para sordomudos, pero podrían poner un cartelito, una señal de “guarda que se viene”.
“Yo fui pobre”, tiró la hija de una empleada pública y el dueño de un puñado de colectivos. Sí, en la época en que las líneas de colectivos eran cooperativas, muchos choferes eran los dueños de sus propios vehículos. “Yo fui pobre”, dijo, y no tuvo la delicadeza de avisar. Porque yo zafé al estar sorbiendo un cortado, pero en pleno horario del almuerzo, esas cosas no se hacen. Mientras todos se reían –menos el mozo, que limpiaba con cara de bragueta– me puse a pensar en lo llamativo de que se defina como pobre una mina que pudo cursar su secundaria en el colegio Misericordia de La Plata y a quien, cuando quiso “juntarse” con el futuro estadista de mirada distinta, don Fernández le habilitó una casa que tenía de más en City Bell. Fue antes de que tuvieran que irse al “exilio interno”, donde, en escasos años, dejaría de ser menos pobre aún.
Cristina, sin quererlo, aportó su granito a la discusión por la pobreza. Unos días atrás, Axel Kicillof dijo que hablar de la cantidad de pobres que tiene el país es estigmatizarlos. En su momento dieron ganas de mandarle saludos a la familia, pero parece que el miniministro practica futurología y previó que Cristina los vincularía directamente a la delincuencia. Más tarde, el director del Indec contribuiría a las dudas sobre las teorías económicas al afirmar que “es muy complejo calcular qué es un pobre”. Y eso que en la puerta del edificio tiene siempre una o dos familias que pueden explicárselo. Sin embargo, tiene razón. Es complejo.
La definición básica que nos metieron en la escuela nos dice que la pobreza es la carencia de los bienes y servicios necesarios para satisfacer las necesidades básicas. Y convengamos que, viviendo hace más de una década bajo un gobierno en el que “todo es relativo”, no debe resultar fácil medir qué es carencia, qué son bienes, qué son servicios y qué es una necesidad básica. De un modo humilde, propongo que la definición se modifique por “carencia de los bienes, servicios y planes sociales necesarios para satisfacer las necesidades básicas”. Es una manito que les tiro, así no les resulta tan complejo medir si un tipo que vive en una de las millones de casillas de chapa y cartón que se acumulan en las mil villas existentes entre la Capital Federal y su conurbano, o en la periferia de todas y cada una de las grandes urbes de la Patria, es pobre o no. Y si quieren, se las simplifico un poco más: un jubilado necesita casi 7 lucas para sobrevivir un mes. Saquen cuentas de cuántos cobran la mínima de tres mil y pico, y ahí tienen otro numerito.
Luego de que el mozo me entregara otro cortado y añadiera un innecesario y casi traumático “tratá de no reventarlo”, me puse a pensar en el costado bueno de la afirmación de la Presi. Si hacemos el ejercicio de creerle que realmente era pobre cuando asistía a los bailes del Jockey Club de La Plata, es toda una esperanza. No cualquiera pasa de la pobreza a nadar en fardos de billetines extranjeros, con joyas y pulseras que ejercen de flotadores para no hundirse en la pileta de dinero que la ha convertido en una de las mujeres más ricas de la Argentina. Mucho más esperanzador es saber que se puede llegar a juntar esa guita habiéndo empezado a cobrar un salario en blanco recién a los 36 años, gracias a que la lista sábana de Menem le permitió sentarse en una banca de la legislatura provincial. Si ella pudo, todos podemos. La única contra que le encuentro al asunto de creerle es que salió de la pobreza sin planes sociales, sin Progresar ni Procrear, con lo que no tendrían sentido todas su políticas sociales.
El tema pasa por el otro paradigma que Cristina planteó en su discurso: que si unos tienen poco es porque otros tienen mucho. Ese ítem de la doctrina cristinista nos caga la ilusión, dado que para forrarnos en guita como ella, deberíamos hacer lo mismo que hizo ella y su marido.
Y ahí entraríamos en un problema, porque no podemos saquearnos entre todos.
Mercoledi. Mariotto le entregó un premio a la mamá de Cristina y otro a su hermana, por “haber formado a la Presidenta”. El día que habiliten el premio a haberla soportado, quebramos al país.
Comentarios
Algo para decir?
Usted debe estar logueado para escribir un comentario.