Dinero en efectivo: el viejo héroe en tiempos de crisis

abril 28, 2025 · Imprimir este artículo

Por Gustavo Ibáñez Padilla.

El enorme apagón que afectó el Lunes 28 de abril de 2025, a España, Portugal y Francia dejó al descubierto una verdad incómoda: en tiempos de crisis, los avances tecnológicos que tanto celebramos se convierten en nuestras principales debilidades. Y cuando todo falla, un viejo conocido vuelve a ser el salvavidas: el dinero en efectivo.

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Durante largas horas, millones de personas quedaron atrapadas en una cotidianidad imposible. Gasolineras abiertas pero no operativas, supermercados con estanterías repletas pero cajas inutilizadas, restaurantes incapaces de ofrecer algo más que disculpas tibias. Aunque algunas estaciones de servicio contaban con generadores de emergencia, la venta de combustible fue prácticamente imposible debido a la caída de los sistemas de pago electrónico. ¿La causa de fondo? La falta de algo tan básico y, paradójicamente, tan subestimado: billetes y monedas.

Este apagón eléctrico pone en evidencia la Paradoja de la Tecnología: cuanto más complejos y sofisticados son los sistemas, más frágiles se vuelven. La comodidad tiene un costo oculto: la vulnerabilidad extrema ante fallos sistémicos. Como advertía Nicholas Carr en The Shallows, «cada vez que delegamos una función esencial a una máquina, debilitamos nuestra propia capacidad de desempeñarla». Dependemos tanto de la electricidad y de las redes digitales que una simple interrupción puede paralizar toda nuestra vida cotidiana.

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No se trata de demonizar el progreso -nadie quiere renunciar a las ventajas de un pago instantáneo o a las transferencias bancarias desde el móvil-, sino de comprender que cada avance necesita su correspondiente plan de contingencia. En este contexto, el dinero en efectivo no es solo un vestigio del pasado, sino un pilar fundamental de resiliencia social y económica.

Un principio, que me gusta denominar Regla 99/1, aplicable en el ámbito de la contrainteligencia y la seguridad, también se manifestó de forma brutal: durante el 99% del tiempo, todo parece funcionar perfectamente. Es en ese pequeño y traicionero 1% cuando la realidad nos golpea con toda su fuerza. «El futuro siempre llega demasiado pronto para quien no está preparado», recordaba Alvin Toffler. Y hoy, millones de personas sintieron esa llegada abrupta.

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Casos anteriores refuerzan la lección. Durante el huracán Katrina en 2005, Nueva Orleans quedó incomunicada: sin electricidad, sin red de pagos digitales y sin efectivo circulante suficiente, la supervivencia inmediata dependió de quién tuviera billetes en el bolsillo. Tras el huracán María en Puerto Rico en 2017, la restauración del sistema bancario llevó meses, durante los cuales la única economía operativa fue la basada en dinero físico. La historia moderna está llena de ejemplos donde los sistemas más sofisticados colapsaron en segundos, mientras que los métodos tradicionales ofrecieron una tabla de salvación.

Hoy, en 2025, la situación se repite: pagamos con móviles, relojes inteligentes o incluso con comandos de voz. Pero cuando la red cae, todo eso se evapora como un espejismo. Nassim Nicholas Taleb, en El Cisne Negro, ya había advertido: «Los sistemas complejos no colapsan gradualmente, sino de forma abrupta e inesperada».

La revitalización del sistema de pagos en efectivo no es una cuestión nostálgica; es una necesidad estratégica. Necesitamos garantizar su disponibilidad no solo como un medio de transacción, sino como un componente esencial de nuestra libertad personal. El dinero físico es anónimo, no requiere intermediarios, no depende de la infraestructura eléctrica ni de redes de datos. En un mundo que tiende cada vez más al control digital y al seguimiento constante, preservar el efectivo también significa preservar un espacio mínimo de autonomía individual.

¿Te imaginas una situación de apagón prolongado con sistemas de pago digital como único método disponible? Más allá de la incomodidad, hablamos de un riesgo directo para la seguridad social y el orden público. La escasez de medios de pago provoca tensiones, agitación y, eventualmente, violencia. Tener alternativas sólidas y accesibles no es una opción: es un seguro colectivo de estabilidad.

Además, es urgente rediseñar nuestras infraestructuras críticas bajo el principio de resiliencia analógica: asegurarnos de que existan mecanismos de respaldo manuales o semimanuales para garantizar la continuidad básica de operaciones esenciales. Estaciones de servicio que puedan aceptar pagos en efectivo aún sin conexión, pequeños comercios capacitados para operar en modo offline, redes comunitarias de emergencia. No estamos hablando de regresar al siglo XX, sino de construir un futuro realmente robusto, donde la modernidad y la tradición se complementen de manera inteligente.

Hoy, mientras contamos los billetes que nos quedan en la cartera y buscamos con nostalgia alguna cabina telefónica pública, queda claro que la tecnología sin respaldo analógico no es progreso: es temeridad.

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El llamado a la acción es claro e inmediato: ciudadanos, comercios, entidades financieras y gobiernos deben dejar de tratar la gestión del efectivo como un tema secundario. Requiere inversiones, campañas de concientización y regulaciones que garanticen su disponibilidad y su aceptación como método de pago válido en cualquier circunstancia. No se trata solo de estar preparados para el 1% de caos; se trata de proteger nuestra capacidad de actuar, de comerciar, de movernos libremente, incluso en los momentos más críticos.

Porque cuando la próxima crisis llegue -y lo hará, inevitablemente-, quienes hayan comprendido esta simple verdad no solo sobrevivirán. También serán los pilares sobre los que se reconstruirá la normalidad.

Fuente: Ediciones EP, 28/04/25.

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