El desarrollo no sólo requiere instituciones

octubre 14, 2012 · Imprimir este artículo

El desarrollo no sólo requiere instituciones

Por Juan Carlos de Pablo

 

El ruso Simon Smith Kuznets dice que además son determinantes la ideología y la tecnología

 

Por qué fracasan algunas naciones es el título de una obra muy leída últimamente, escrita por Kamer Daron Acemoglu y James Robinson. El primero de los autores es un economista turco, nacido en 1967, quien en 2005 obtuvo la medalla John Bates Clark, otorgada anualmente por la Asociación Americana de Economía a un economista menor de 40 años que contribuyó de manera significativa al pensamiento económico. Lo que dicen en el libro: ¿es cierto? y si lo es ¿lo descubrieron ellos o ya se sabía?

Al respecto entrevisté al ruso Simon Smith Kuznets (1901-1985), quien dedicó su vida a la estimación e interpretación de las cuentas nacionales (producto, ingreso y gastos nacionales), complementando el enfoque teórico encarado simultáneamente por John Maynard Keynes en La teoría general (Keynes cita las primeras estimaciones realizadas por Kuznets). Por tal esfuerzo, merecidamente, en 1971 obtuvo el premio Nobel.

-En sus clases de Harvard, usted planteaba una clasificación de los países erróneamente atribuida a Paul Anthony Samuelson.

Dividía los países en cuatro «clases»: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y la Argentina. Para enfatizar la atipicidad de ambos casos, y que en la explicación del desarrollo económico no había que sobreestimar la importancia de los recursos naturales. Japón, que no tenía ninguno, había avanzado mucho más que la Argentina, que tenía muchos.

-En su conferencia Nobel, usted sintetizó las principales características de los procesos de desarrollo.

-El crecimiento económico moderno presenta seis características: 1) altas tasas de crecimiento del PBI por habitante; 2) alta tasa de aumento de la productividad; 3) alta tasa de transformación estructural (de la agricultura a la industria, y a servicios); 4) alto cambio en la estructura de la sociedad y en la ideología (urbanización, secularización, etcétera); 5) mayor poder de la tecnología, particularmente en transporte y las comunicaciones, y 6) la performance económica de países cuya población conjunta es 3/4 de la humanidad están todavía por debajo de los mínimos compatibles con el potencial de la tecnología moderna. Estas características están interrelacionadas, y su interrelación es muy significativa.

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-Por lo que veo, para usted, las instituciones no son importantes.

-¿A usted le parece que habiendo nacido en Rusia puedo pensar eso? El crecimiento se basa en cambios tecnológicos, institucionales e ideológicos. El vapor, la energía eléctrica y las economías de escala no son compatibles con la empresa familiar, el analfabetismo y la esclavitud, así como la tecnología moderna es incompatible con el modo rural de vida, las familias numerosas y la veneración de la naturaleza silvestre.

-¿Usted está diciendo que quienes, en la explicación del desarrollo económico, enfatizan los aspectos institucionales están subrayando cuestiones que los otros análisis no ignoraban?

-Sí, aunque hacen bien en ponerlos sobre el tapete. Le doy un ejemplo concreto. Los inventos que posibilitaron transformar la producción de bienes, del modo artesanal al fabril, estaban a disposición de muchos países, pero ¿se imagina instalar una fábrica en Francia, en las décadas de 1780 o de 1790, con la crisis política existente que desembocó en la Revolución Francesa de 1789? Lo que digo es que no hay que exagerar; el desarrollo requiere instituciones, pero no sólo instituciones.

-¿Piensa que leer Por qué fracasan algunas naciones es una pérdida de tiempo?

-De ninguna manera, pero téngase en claro que es básicamente una obra que divulga lo que se sabía y, por consiguiente, está más cerca de la arenga o el panfleto que de un tratamiento riguroso. En la misma línea, con un estilo parecido y publicados con anterioridad, merecen citarse Poder y prosperidad, de Mancur Olson, y El misterio del capital, de Hernando de Soto. En la obra de Acemoglu y Robinson recomiendo, particularmente, el capítulo dedicado a la Gloriosa Revolución Inglesa de 1688, en la que sin que nadie perdiera la vida el poder decisorio paso del rey al Parlamento.

-Don Simon, muchas gracias.
Fuente: La Nación, 14/10/12.

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