El regreso de Argentina al mundo
abril 20, 2016 · Imprimir este artículo
Vueltas
Por Enrique Szewach.
“La Argentina está de vuelta” fue la frase más escuchada en las reuniones del BID y del FMI en Bahamas y Washington respectivamente.
El entusiasmo y hasta la admiración que despierta la Argentina en el escenario de los organismos financieros multilaterales y en el mercado de capitales se verificó, en dichas reuniones desde dos planos, el absoluto, por lo demostrado en los primeros meses de gestión del Presidente Macri y su equipo de gobierno. Y el relativo, por el fuerte contraste entre la gestión anterior y su particular “estilo” y la gestión actual, caracterizada por gente “normal” y altamente profesional.
Lo logrado en materia de reinserción financiera internacional no es menor.
Es cierto que dejar atrás en forma definitiva el default permitirá que se restablezcan líneas de crédito tanto para el sector público, como para el sector privado argentino, en volúmenes y tasas razonables.
Pero no es menos cierto que recuperar la extraordinaria demanda de instrumentos de deuda argentinos nos obliga a una gran responsabilidad para, paradójicamente, “no estar de vuelta”, es decir para no repetir el pasado, sino para crear un nuevo futuro.
No es la primera vez que la Argentina recibe el beneplácito de la comunidad financiera internacional. Y no es la primera vez, que esa misma comunidad termina equivocándose con nosotros.
Por lo tanto, que la Argentina esté de vuelta en los mercados de crédito es una potencial gran noticia.
Transformar dicho potencial en una verdadera buena noticia nos obliga a un cambio fundamental en la relación capital trabajo.
La Argentina, por definición y decisión política, y por contexto social, es un país de costos laborales altos. Hay algún espacio para reducirlos, pero no demasiado.
En el mundo global, o se compite con costos laborales bajos, o se compite con gran oferta de capital a bajo costo, o se compite compensando los costos elevados del trabajo, con una gran productividad y con innovación y creatividad.
O combinando, salarios altos, bajos costos de capital y fuertes incrementos de productividad.
Sólo un trabajador altamente productivo, asociado a mucho capital, puede conseguir ingresos elevados de manera constante y acceso al crédito de largo plazo.
Lejos de ese contexto, el gobierno anterior se dedicó a espantar a la inversión, con un marco de precios artificiales, mientras se creaba un bienestar ficticio con una fiesta de consumo y gasto público insostenibles.
El final ha sido de libro de texto.
Estancamiento, bienes públicos de pésima calidad. Infraestructura destruida. Más de 30% de pobreza.
Por lo tanto, el objetivo de pobreza cero de la administración Macri requiere que la Argentina pase a ser un país en dónde competitividad no sea sinónimo exclusivo de “devaluación” y en dónde productividad, innovación, y eficiencia, sean mucho más que palabras políticamente correctas.
Para ello, gran parte de los fondos que llegarán de aquí en más a la Argentina, sea en forma de préstamos, sea en forma de repatriación de capitales, sea en forma de inversión extranjera directa, tienen que ser destinados a financiar inversión.
Pero conseguir la inversión requerida obliga a recomponer precios relativos, y pagar los costos de corto plazo que ello implica.
Moderando dichos costos para los sectores más vulnerables.
La Argentina necesita, además, que podamos pasar de un Estado mal empleador, peor pagador, y una cueva de corrupción en la obra pública, a un Estado que logre una sana administración y que protagonice una nueva relación público privada para la inversión en infraestructura necesaria.
La reinserción financiera, y las señales correctas de precios relativos, permiten que el crecimiento económico que vendrá, luego de esta etapa de transición, haga más fácil la tarea de introducir una reforma tributaria que recaude sin distorsiones insostenibles para la producción y redefinir el gasto público para tener un “buen Estado”.
Pero hacer la tarea más fácil, no significa no hacerla. Por el contrario, el gran desafío es tener éxito, en dónde hasta ahora, todos fracasaron.
Recordemos que detrás de nuestras crisis, estuvo siempre la incapacidad manifiesta de la sociedad argentina de construir un Estado moderno eficiente e inclusivo.
La otra tarea no menor es pasar de un sector privado de baja productividad, poco competitivo, acostumbrado a lidiar con funcionarios y no con clientes, cerrado a los mercados del mundo, a un sector privado de alta productividad, dispuesto a mostrar que es capaz de enfrentar los desafíos globales, menos dependiente de los favores de los funcionarios y más necesitado de los favores de los consumidores.
Está claro que estas dos transformaciones interactúan entre sí y se necesitan mutuamente.
Está claro también que la responsabilidad de dejar atrás el populismo destructivo de décadas, es de la clase dirigente.
Son las elites las que han fracasado en la Argentina del pasado, no “el pueblo”.
Y son las elites las que tenemos, ahora, la obligación de lograr que la Argentina de dentro de unos años “no esté de vuelta”.
Que sea, en cambio, una Argentina republicana, democrática, inclusiva, y próspera.
Fuente: El Cronista, 20/04/16.
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