La adicción cerebral al populismo

abril 22, 2014 · Imprimir este artículo

La adicción cerebral al populismo

Por Emilio J. Gimeno.

Al aplicar las técnicas de imagen a las emociones nacidas de la lucha por el poder, la moderna neurociencia ayuda a desenmascarar políticos y a reconocer en la demagogia y el populismo una verdadera adicción del cerebro que anida en muchos países, entre ellos el nuestro.

En septiembre de 2008, apareció en The New York Times un artículo, «The polítical brain», basado en publicaciones científicas editadas un año antes en Social cognitive and affective neuroscience por el grupo del neurólogo Geoffrey Aguirre, de The Dana Foundation, de Estados Unidos, que estudia las interpretaciones psicológicas de las conductas políticas y sus consecuencias mediante técnicas innovadoras de scanner .

Mediante modernas técnicas de imágenes, el trabajo indaga, neurológicamente, la activación de centros del cerebro de los políticos y su funcionamiento frente a promesas incumplidas, así como la tendencia de los votantes a aceptar dichas promesas en función de razones carismáticas y emocionales. Esto último coincide con estudios de otros neurólogos, como David Amodio, del NY Social Neuroscience Laboratory, y Kevin Oechner y Matthew Liberman en American Psycology (2001), que establecen que existen estereotipos de un «cerebro social» o social modules , que como «mapeo cerebral» caracterizan a cada pueblo o cada país por algún rasgo sobresaliente o característico, como la música, la constancia o el hedonismo. No cabe duda de que para la gran mayoría de los argentinos, la simpatía por la demagogia y su secuela, la inflación, han sido rasgos definitorios dominantes, por lo menos en casi los últimos 80 años.

Una característica argentina muy particular es que, al observar la minusvalía, trata de resolverla por el camino de la empatía fácil, cubriendo necesidades lo más rápido posible, sin cuidar detalles de forma ni las normas y dando soluciones de tipo inmediato, sin atender mayormente las consecuencias. Esa improvisación viene de muchos años atrás, y el argentino siempre fue proclive a la justicia épica y reivindicatoria, aunque en ello se arrasen derechos y principios. Lo fue desde la primera época de Perón, con la nacionalización de ferrocarriles y la subsiguiente decadencia ferroviaria a través de años.

Otro tema épico siempre manipulado es el petróleo. Desde los contratos petroleros de La California derogados por la Revolución Libertadora a los de Frondizi y su anulación por Illia, hasta hoy con la expropiación de Repsol, como fin de un proceso que revela ejemplos en los que la demagogia y la improvisación son el resultado de la incompetencia del populismo.

Otro tema tabú es el de los regímenes jubilatorios, que fluctuaron entre la privatización de los fondos de las AFJP y el apoyo a un sistema provisional quebrado que mal mantiene y estafa a los jubilados con el objetivo principal de manejar una gran caja. Son todos engaños mantenidos por ideas demagógicas de regímenes populistas, que encantan al argentino. Lo contradictorio es que, aunque la mayoría repudie y despotrique contra el sistema, por causas y formas distintas, en el fondo las acepta.

Hoy la neurociencia se atreve a estudiar todas esas conductas sociales con una base científica, dentro de la llamada «Teoría de la mente» (ToM en inglés), aplicada en la neurosociología para reconocer actitudes y tendencias comunes en una población. Nuestro cerebro tiene una rara inclinación a aceptar la solución fácil, surgida de ideas inducidas, antes que discutir las propias, sean mejores o peores pero elaboradas por análisis y síntesis, producto de nuestra propia experiencia y razonamiento. La dominancia de ideas «fáciles» nos encanta y encandila, nos mantiene como aletargados en nuestra propia adicción. Somos así presa fácil del político demagogo, arribista, y caemos como clientes de un sistema populista que nos promete mucho, que cumple poco y que es corrupto porque, junto a las promesas, hay que crear un escenario donde se despliegan muchas apariencias y muchos actores para complacer.

Los propios gobiernos y sus voceros suelen enorgullecerse y hasta alardean del populismo, como si fuese una bendición. Es triste encontrar que en la Argentina es una cosa normal discutir aumentos de salarios que rondan el 30% mientras negamos que aumenta la inflación. Se expropian petroleras y aerolíneas, alardeando con pocos fundamentos, y se amenaza que no se debe pagar nada. La Argentina se ríe de los juicios internacionales y desprecia la justicia doméstica, cuando no coincide con los intereses gobernantes. Es alarmante oír que hasta funcionarios relevantes se enorgullecen y alaban al populismo. Toda esa impunidad y desfachatez es propia de la idiosincrasia argentina, resumida en la «soberbia» con que nos identifican los países sudamericanos, que bien nos conocen.

A pesar de ser raros exponentes, la demagogia no es invento argentino. Ya existió con Solón en Atenas, 572 años aC, cuando fue designado arconte y derogó con una orden las deudas de los campesinos con los terratenientes despóticos. La historia recuerda los inevitables desórdenes de todo tipo en que cayó el gobierno de Atenas de aquella época, que provocaron la caída de Solón, la devaluación de la moneda y revueltas sociales que parecerían una verdadera premonición de lo que hoy vuelve a ocurrir en Grecia.

Así también nos pasará a nosotros con nuestras soluciones ligeras, rápidas y violentas. La verdad algún día golpeará en nuestra cara, hasta que el «cerebro argentino» entienda que las soluciones no vienen nunca de mágicos profetas, sino de laboriosos artesanos que estudian y aprenden por experiencia que la improvisación sólo da promesas y sus recompensas siempre son oropeles y abalorios de colores.
Fuente: La Nación, 16/05/12.

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