La Argentina no cumple los contratos
abril 29, 2012 · Imprimir este artículo
«La Argentina adiestró al mundo a esperar que no cumpla contratos»
Entrevista con Moisés Naím
Por Silvia Pisani
Lúcido observador de las relaciones internacionales, autor y columnista, Naím considera que la estatización de YPF fue «un manotazo de ahogado» del Gobierno, afirma que tendrá un impacto «muy negativo» para el país y cree, además, que no resolverá la crisis energética de la Argentina.
La Argentina es el país en el mundo que más cantidad de psicoanalistas tiene por habitante», gusta decir Moisés Naím, cada vez que la realidad de nuestro país desafía su reconocida capacidad de análisis político.
Desde la perspectiva de este académico venezolano residente en Estados Unidos, no exenta de ironía, no hay modo de entender la estatización de Repsol YPF sino desde una contumaz incapacidad social para aprender de las experiencias del pasado. Le cuesta, como investigador y observador lúcido de la escena internacional, aceptar que un país que hoy invierte más dinero en tratar de mantener a flote tres empresas estatizadas que el que deriva a programas de bienestar infantil aplauda una decisión de la que mucho duda que sirva para superar el déficit energético.
«El relato oficial no se cree», asegura. Desde su punto de vista, la más controvertida decisión de Cristina Kirchner no hace sino ratificar el perfil de la Argentina como un país donde los contratos no se cumplen y la realidad se intenta torcer para el lado que convenga. «El problema es que esto no es sólo obra de un gobierno sino, también, de numerosos actores sociales, absolutamente incapaces de servir como el necesario contrapeso en una democracia», dice.
En una conversación en Washington, Naím sostuvo que, al final de cuentas, en una triste historia de idas y venidas con privatizaciones y estatizaciones, el nuevo giro con la estatizada petrolera no es otra cosa que «un poco más de lo mismo» en una calesita histórica de corrupción y malos negocios para los contribuyentes, que, al final, son los que pagan por el pato de la boda.
¿Qué efecto tiene en la percepción de la Argentina en el mundo la decisión de estatizar Repsol YPF?
-Es un efecto muy negativo. Lo que se ha aprendido en el mundo es que las políticas económicas nunca son brochazos aislados para que las cosas funcionen bien. Las políticas económicas, para que funcionen bien, son un conjunto de medidas congruentes, consistentes a mediano y largo plazo. Esta decisión es, a todas luces, una medida aislada, que no parece responder -ni habíamos oído antes ni ahora- a un plan nacional de energía. Ciertamente, esto no forma parte ni está enmarcado en un plan de desarrollo. Esto no resuelve los problemas macroeconómicos ni mucho menos los energéticos que padece la Argentina como legado de muchos años de malas políticas, de descuido y de falta de inversión, al menos en el sector de energía y en el sector eléctrico. Esto nadie lo está interpretando como una nueva política económica o como una profundización en una visión de largo plazo para el país. Esto está visto, generalmente y salvo en la Argentina, como un manotazo de ahogado.
– ¿No hay oído para el argumento oficial en el sentido de que el país viene de importar 3000 millones de dólares en petróleo y que esa situación es insostenible?
-Sí, claro, hay gente que lo escucha y que lo cree. El presidente [de Venezuela Hugo] Chávez ha declarado su admiración y respeto por esta decisión. Lo hizo al mismo tiempo en que declaró solidaridad y respeto por el gobierno de Bashar al-Assad, en Siria, y le mandaba cargueros con suministros, como quince fueron, para apoyar al gobierno «heroico», según él, de Bashar al-Assad.
– ¿Quiere sugerir con eso que, desde la visión internacional, este paso acerca a la Argentina al eje «chavista» en la región?
-Lo más importante es que en la mente de los que mueven el mundo, en la mente de los que hacen análisis político, la Argentina no entra. Nadie tiene en mente a la Argentina como un jugador influyente en ningún campo. La Argentina no es un país sistémico. Es un país percibido esencialmente como un exportador de soja y con una de las tasas de inflación más altas del mundo, de la que, dicho sea de paso, tiene prohibido informar. Pero no es que los analistas y los inversores en los Estados Unidos ni en ninguna otra parte del mundo estén evaluando el rol geopolítico o el peso de la Argentina en el mundo.
– Se lo pregunto de otra manera: ¿hay algún espacio en el mundo exterior en que se preste oído a los argumentos esgrimidos a favor de esta medida y se los convalide?
-El gobierno argentino lo está haciendo, está tratando de explicarlo. El problema es que, en el mundo de hoy, la información fluye a gran velocidad y las cosas, por más que los gobiernos intenten opacarlas, disfrazarlas o pintarlas como sea, la realidad termina apareciendo.
– ¿Qué quiere decir con eso?
-Que de este caso se sabe ya mucho como para que vengan, de pronto, con esos argumentos. Quiero decir que es conocida ya la trayectoria que venía llevando la relación con Repsol; que es conocida la decisión oficial de empujar a Repsol a unirse con la familia Eskenazi; que es conocida la relación cercana y la alineación del gobierno de Kirchner y de la familia Eskenazi, y que es conocido el hecho de que, últimamente, esa relación ya no era tan cálida. Son conocidos, también, los términos extraordinariamente ventajosos que el Gobierno le concedió a la familia Eskenazi para entrar en la operación; que es conocido el contexto de regulación, control y demás políticas que imperaron y que se impusieron a la empresa y que realmente hicieron muy difícil que pudiera cumplir sus objetivos funcionales. Entonces, con todo eso, criticar y afirmar que la decisión de estatizar resulta del mal manejo «de una empresa colonialista española que está abusando de la benevolencia y del sentido ético del gobierno argentino» es una narrativa que en el mundo de hoy y a la luz de las muchas informaciones que hoy se tienen no es fácil de creer ni de aceptar. El «relato» no se cree.
-Desde ese punto de vista, ¿esto es un golpe para la credibilidad del gobierno argentino o la del país? ¿O es un momento incómodo del que puede salirse adelante con la probada habilidad del Ejecutivo para tejer alianzas y salir a flote en el momento oportuno?
-Esto es algo que trasciende al gobierno kirch- nerista. Sin duda, es el actor principal, pero aquí hay otro tipo de actores y lo cierto es que, con o sin la familia Kirchner, el mundo queda perplejo de la gran cantidad de actores sociales argentinos que aplauden esta medida.
– ¿Por qué?
-Porque no se puede estar menos que perplejo ante la incapacidad o ante la ausencia de otros actores sociales y políticos capaces de poner esta decisión en su contexto y en su balance; para hacer una lectura de pesos y de contrapesos, que es lo básico que en toda democracia debe existir para impedir justamente este tipo de acciones unilaterales.
-Pero es que, del otro lado, España no parece acompañar en este reclamo. Por ejemplo, el G-20 ni el FMI ni la misma Unión Europea (UE) parecen tomar un partido decidido. La UE, por caso, hace declaraciones alarmistas, pero no pasa de las palabras. Nadie parece acompañar decididamente a España en su queja. ¿Significa eso que la Argentina tiene razón?
-Creo que en el mundo hay problemas mucho más importantes. No estamos hablando de un evento que va a sacudir las finanzas mundiales. Esto no es la quiebra de Lehman Brothers ni la quiebra de la aseguradora AIG. Esto no es más que una nacionalización más, en un país que tiene una tradición de no cumplir con sus compromisos y de no honrar sus contratos.
– Entonces, no habría que sorprenderse.
-Tristemente, la Argentina ha adiestrado al mundo a esperar que no cumpla los contratos ni los compromisos. Diferentes gobiernos argentinos en distintos momentos políticos así lo han hecho. Lo otro que hay que destacar es que el mundo les pone atención a los fenómenos que son sistémicos. Un país es sistémico cuando lo que hace o deja de hacer afecta o tiene impacto en el resto del mundo. Una empresa es sistémica cuando lo que le ocurre tiene impacto en varias partes del mundo. En este caso, el impacto es limitado, porque la Argentina está crecientemente aislada del mundo y el contagio es muy limitado.
– O sea, ¿que no importa?
-Yo lo sintetizaría así: para la Argentina, es más de lo mismo.
– Uno de los vaticinios que se hacen es que la estatización tendrá un efecto adverso sobre el clima de inversión. Sin embargo, del otro lado, cuando uno habla con inversores, su prioridad es buscar lugares en el mundo donde haya crecimiento y, hoy, eso ocurre en la Argentina.
-En el mundo hay calidades de inversores. Por supuesto que hay inversores con mayor aversión y otros, con mayor apetito por el riesgo. Pero estos últimos también actúan de modo de poder recuperar su inversión y obtener pingües ganancias en muy corto plazo, para seguir viniendo a la Argentina con un ánimo más especulativo. O sea, beneficios a corto plazo con la menor inversión posible. Eso puede ser celebrado como elección. Pero con eso cierran la puerta a inversores de alta calidad, que le den al país permanencia, previsibilidad y empleo de alta calidad y a la economía una sostenibilidad a largo plazo y competitividad. Yo no dudo que la Argentina seguirá atrayendo inversores, pero son inversores que operarán con mucha cautela y con un ánimo más orientado a este tipo de actividad, con mínima inversión y máxima ganancia. Y eso no es socialmente deseable.
– Usted dice que esto es algo que trasciende a un gobierno, ya que la oposición y enormes sectores sociales lo celebran. ¿Puede ser que tanta gente esté equivocada?
-No sé qué le pasa a la sociedad argentina. Me encantaría que alguien me diera una buena explicación. Ya lo dije hace poco, en un artículo en el que hablaba de la propensión al psicoanálisis que tienen los argentinos?
– Sí, lo vi. Algunos dicen que el psicoanálisis es salud.
-Lo que quiero decir es que todos conocemos personas que comentan que cómo es posible que «El», en su momento, o que «Ella», ahora, esté cometiendo estos errores de nuevo. ¿Cómo es posible? ¿Qué es lo que ocurre? ¿Cuál es esta dificultad de aprendizaje que tiene la sociedad argentina, que no aprende de lo que le ha sucedido? Experiencia no es lo que le ocurre a un país. Experiencia es lo que ese país hace con lo que le pasa. Lo que estamos aprendiendo es que la Argentina no hace cosas diferentes con lo que le ocurre y sigue cometiendo los mismos errores.
– En la Argentina, hay encuestas con un resultado a favor de la nacionalización.
-Es verdad. Hay una andanada de críticas en todo el mundo, excepto en la Argentina. Y eso es sorprendente, ya que se trata de un país que sufrió una larga, conocida y triste historia de nacionalizaciones que sólo trajeron pérdidas, corrupción y miseria.
– Generalmente, se habla más del daño de las privatizaciones que del daño de las estatizaciones?
-Mire, en la década pasada, la compañía de agua de Buenos Aires, Aerolíneas Argentinas y varias empresas de electricidad que habían sido privatizadas en los años noventa fueron renacionalizadas con argumentos muy parecidos a los que ahora ha utilizado la Presidenta para justificar la toma estatal de Repsol. El resultado de estas renacionalizaciones ha sido catastrófico. No sólo sus servicios y desempeño general han empeorado, sino que incurren en pérdidas gigantescas que pagan los argentinos con sus impuestos. Según ha explicado Jorge Colina, economista del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, al periodista Charles Newbery, el subsidio estatal a estas tres empresas el año pasado fue un 80% mayor que el gasto gubernamental en el programa de bienestar infantil.
– Del otro lado, lo que señalan las autoridades es el caso de las petroleras que, en el mundo, están en manos del Estado.
-No todos son para aplaudir. Los argentinos que lo hacen también pueden echar una mirada a los casos de la mexicana Pemex y de la venezolana Pdvsa, que son muy aleccionadores. Estas dos grandes compañías petroleras tienen más en común que el hecho de ser estatales o ejercer un virtual monopolio sobre la exploración y producción de petróleo y gas en países ricos en hidrocarburos. Su similitud más sorprendente es que, a pesar de que los precios del petróleo han estado en pleno auge, las dos empresas han declinado. Su producción, reservas y el potencial son inferiores a lo que solían ser, y su rendimiento es mucho peor de lo que fácilmente podría ser.
– Eso nos lleva, otra vez, al eterno debate sobre si es mejor una empresa estatal o una privada para la explotación de recursos naturales.
-No necesariamente. Hay experiencias de todo tipo. Por ejemplo, están los casos de Brasil y de Colombia. Hasta hace poco, ambos eran importadores de hidrocarburos. Hoy la brasileña Petrobras es un actor global que va en camino de convertirse en una de las petroleras más importantes del mundo, mientras que en Colombia la producción de petróleo se ha disparado. En ambos casos, el gobierno se reserva un papel central, pero ha creado estructuras que protegen la gestión de la empresa de interferencias políticas.
– Volviendo al mapa internacional y al perfil que usted describe para la Argentina como un país que acumula celebridad en el incumplimiento de contratos. ¿Fue ingenua España cuando, en 2005, lanzó una «asociación estratégica» con la Argentina?
-En este caso, hay que recordar que las empresas petroleras están condenadas a operar adonde las lleve la geología, no la ideología. Para producir gas y petróleo hay que ir a los lugares en cuyo subsuelo haya gas y petróleo. Esto es tan cierto para Repsol como lo es para ExxonMobil o para Shell, que también deben operar en ambientes inciertos y, a veces, hostiles.
– ¿Hay espacio para que otras empresas españolas en la Argentina -y existen unas cuantas de mucho peso- teman represalias de las autoridades argentina en el caso de que Madrid presione demasiado con sus reclamos con Repsol?
-Es obvio que las empresas extranjeras deben estar viendo con preocupación lo que le sucedió a Repsol. Pero esto parece más bien un caso aislado, motivado por cálculos muy específicos del Gobierno y no el resultado de una estrategia deliberada en contra de las empresas extranjeras en general, o de las españolas en particular. De hecho, no me sorprendería que, para compensar, el Gobierno lanzara una ofensiva de relaciones públicas y acciones positivas en favor de los inversionistas extranjeros.
– ¿Comparte las hipótesis que conjeturan que la oportunidad de la nacionalización incluyó alguna lectura sobre el momento de debilidad y vulnerabilidad de Madrid, acuciado por un sinfín de problema y con escasa capacidad de reacción?
-Ignoro eso. Pero, desde afuera, y sin elementos concretos de información, la manera como fue tomada y ejecutada la nacionalización pareciera reflejar más improvisación que un sofisticado análisis geoestratégico o económico. No da la impresión de que haya habido aquí mucha reflexión ni análisis.-
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MANO A MANO
Moisés Naím habla suave, con una musicalidad evocadora de la Venezuela donde nació, en 1952. Inmune, casi, su español, a los extranjerismos de quienes, como en su caso, residen desde hace años en los Estados Unidos. Se expresa con humor y con ironía, y con voracidad por los datos: los incorpora con la misma velocidad con que los suelta en cada análisis.
Viaja por el mundo, lee periódicos, conversa con quienes toman decisiones alrededor del planeta. Comprender y luego explicar es la vocación de quien tiene un paso por la gestión pública como ministro de Industria de Venezuela y como directivo del Banco Mundial, pero que luego derivó en académico e investigador, hoy, del Carnegie Endowment for International Peace, en esta ciudad.
Descubrió el «columnismo» y nunca más lo abandonó. Sus textos semanales de opinión son hoy reproducidos por los principales periódicos en América latina y Europa. «Me siento periodista», confiesa con orgullo. Ganó, hace un par de años, el reconocido premio Ortega y Gasset por su trayectoria en el oficio.
Su libro Ilícito: cómo traficantes, contrabandistas y piratas están cambiando el mundo ha sido editado en 18 idiomas y fue seleccionado por The Washington Post como uno de los mejores libros del año. Un documental basado en ese texto y producido por National Geographic fue merecedor de un premio Emmy hace un par de años.
Fuente: La Nación, 29/04/12.
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