Las lecciones que deja el rescate de AIG
diciembre 24, 2012 · Imprimir este artículo
Las lecciones que deja el rescate de AIG
Por Francesco Guerrera
Desde que asumió en 2009 las riendas de American International Group Inc. (AIG), Robert Benmosche ha tenido tanto victorias como fracasos. Pero la semana pasada, el presidente ejecutivo del gigante de los seguros pareció conseguir un final feliz gracias a que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos vendió el último tramo de acciones que poseía de AIG, que fue rescatada por el gobierno estadounidense.
Después de años de luchar contra aquellos que no creían que la aseguradora sobreviviría, el principal financista de la empresa (el gobierno estadounidense), su propia junta directiva e incluso un cáncer, el ejecutivo de 68 años fue capaz de declarar el fin de la empresa como una división estatal.
La venta que realizó el Tesoro permite que Washington se quede con una ganancia de más de US$22.000 millones sobre su rescate de AIG en 2008. Y Benmosche puede recibir mucho crédito por lograr lo que alguna vez se creyó imposible. En cierto momento, incluso los contadores en Washington proyectaron una pérdida de US$30.000 millones sobre la ayuda a AIG.
«Tuvimos un gran objetivo descabellado y audaz para el año», dijo Benmosche. «Lo hemos logrado», añadió.
Pero ante de que Benmosche y su ex principal accionista den la vuelta de la victoria, vale la pena repasar la experiencia traumática del rescate de AIG en el contexto actual. Cuatro años después de la crisis, grupos financieros grandes y complejos siguen siendo una amenaza para el sistema.
Que el gobierno estadounidense haya registrado una ganancia es mejor que lo contrario, pero los buenos rescates son tan poco frecuentes como los almuerzos gratis.
Empecemos desde el principio. Mi recuerdo más vivo del rescate de AIG en septiembre de 2008 es que los reguladores no tenían ni idea de qué hacer con un gigante de los seguros que había sido hundido por apuestas descuidadas sobre derivados.
La Reserva Federal (Fed) y el Departamento del Tesoro de EE.UU. sabían lo que pasaba en los bancos y las firmas de valores que se habían metido en problemas, pero ninguno le había prestado mucha atención a AIG porque la empresa era (poco) regulada por otras agencias.
Por tanto, el rescate de la empresa tuvo mucho de experimento y error. Empezó con un préstamo de US$85.000 millones de la Fed y terminó con un compromiso federal de US$182.000 millones. Originalmente se les prometió a los contribuyentes estadounidenses que se les devolvería el dinero a través de la «venta de liquidación» del siglo, pero terminaron recibiendo el pago de la deuda (con excedentes), gracias a la estrategia de Benmosche de mantener AIG a flote al deshacerse de divisiones, activos y personal.
Y en lugar de un presidente ejecutivo dócil que siguiera órdenes, el Congreso y el Tesoro estadounidenses tuvieron a Benmosche, que desafío las creencias generales y fue una contraparte firme con una idiosincrasia que combina diatribas llenas de palabrotas y sagacidad empresarial.
Este rescate apresurado, controversial y ejecutado de forma peligrosa no debería verse como un modelo. Cuando los historiadores financieros pregunten qué se aprendió de la saga de AIG, la respuesta verdadera debería ser: no lo vuelvan a hacer.
El dato más valioso de la crisis de AIG puede ser lo que nos dice sobre las necesidades de otros grupos financieros.
«Redujimos enormemente el tamaño de AIG y la hicimos una compañía más simple y fácil de manejar», dice Jim Millstein, quien fue director de reestructuración del Tesoro hasta marzo de 2011. «No redujimos ninguna de las otras firmas, ni insistimos en disminuir su complejidad».
Algunas, como Citigroup Inc. y Bank of America Corp., se han embarcado en sus propias dietas. Como un todo, sin embargo, el sistema financiero está más concentrado ahora que antes de la crisis.
Como lo reportó The Wall Street Journal la semana pasada, los cinco bancos más grandes de EE.UU. tienen 43,7% de todos los depósitos del país, un alza frente a 37,1% en 2007 y alrededor de 28% hace una década.
Si ha pasado algo, es que la complejidad de los grupos financieros ha aumentado como resultado de los cambios en el mercado y una cantidad de regulaciones nacionales e internacionales a menudo en conflicto. Y aún no hay señales de un plan factible que permita que una institución en problemas quiebre sin poner en peligro a toda la economía.
El hecho de que EE.UU. haya sacado una generosa ganancia sobre AIG a través de la combinación de una gestión de mano dura, mercados favorables y, sí, suerte, no debería hacer creer a los estrategas, banqueros e inversionistas que están en territorio seguro. La realidad es que si AIG, o cualquier otra compañía, quiebra hoy en día, nuestro sistema no estaría preparado para enfrentar un crisis así y no podría extraer muchas lecciones de la experiencia de 2008.
Fuente: The Wall Street Journal, 18/12/12.
Robert Benmosche, presidente ejecutivo de AIG.
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