Durante los primeros días, una campana improvisada en el garage sonaba cada vez que un usuario compraba un producto. Ante la emoción, todos los entusiastas se reunían alrededor de una computadora para comprobar si conocían o no al cliente. El sistema rudimentario duró unas pocas semanas. Hasta que las campanadas se hicieron tan constantes que tuvieron que eliminarla. Se dieron cuenta de que casi no conocían a ningún cliente.
La historia de Jeff Bezos y de Amazon comenzó mucho antes. Su madre, Jackie, lo tuvo cuando era apenas una adolescente, fruto de una relación ocasional con un artista circense. Mike Bezos, un inmigrante cubano se casó con la mujer y lo adoptó como propio. No fue hasta los 10 años que el niño se enteró de que quien creía que era su padre biológico, en realidad no lo era.
Cuando Brad Stone entrevistó al padre biológico para el libro «The Everything Store», no tenía idea de quién era su hijo. A Bezos, en aquel momento, tampoco pareció importarle demasiado. Ya a muy temprana edad se destacaba por encima de sus compañeros. Un maestro recuerda que el joven le dijo: «El futuro de la humanidad no está en este planeta»; un anticipo de lo que después sería una de sus máximas obsesiones.
Después de un verano gris en el que trabajó en un local de comida rápida como adolescente, tomó la primera decisión que torcería su destino: estudió informática en la Universidad de Princeton. Fiel a su capacidad, se graduó con honores y recibió las ofertas de Intel y Bell Labs para sumarse a su personal. Sin embargo, rechazó ambas para unirse a Fitel, una startup incipiente.
Llegó 1994 y un artículo periodístico lo desveló. Leyó que Internet había crecido un 2.300% en tan solo un año. Comprendió que debía pergeñar un negocio que explotara ese incremento imparable que, intuyó, sería aún mayor en los años venideros. Hizo una lista de 20 productos posibles para vender online y se decantó por los libros.
«Cuando estás muy metido en algo, podés confundirte con cosas pequeñas», dijo después. «Yo sabía que cuando tenía 80 años nunca pensaría por qué me alejé de mi bono de 1994 de Wall Street en el peor momento posible, pero sabía que lamentaría terriblemente no haber participado en esta cosa llamada Internet. Pensaba que iba a ser un evento revolucionario. Cuando lo pensé así… fue increíblemente fácil tomar la decisión».
Según él, los libros eran la mejor opción. Y acertó. En el primer mes de su lanzamiento, Amazon vendió libros a personas en los 50 estados estadounidenses y en 45 países diferentes. Siguió creciendo. El garage inicial se transformó en enormes edificios de oficinas. Se hizo pública el 15 de mayo de 1997. Los libros dejaron de ser solo libros. Se convirtió en un «everything store» -en un negocio de todo-.
Hoy Bezos tiene un patrimonio de USD 85,2 miles de millones dólares, de acuerdo a Forbes. Su ascenso es meteórico. Hace solo cinco años, el fundador de Amazon ocupaba el puesto 26 de la lista y su riqueza llegaba a los 18,4 mil millones de dólares. Por ello, ya es vox pópuli: se especula con que destronará en el corto plazo a Bill Gates de su lugar exclusivo.
Con su inmensa fortuna, Bezos se da ciertos lujos. El mayor quizás, una mansión inmensa en Beverly Hills que compró en 2007 por 24,5 millones de dólares. 1.100 metros cuadrados con siete dormitorios, un invernadero destinado a sus plantas, una cancha de tenis, una piscina espaciosa y una casa de huéspedes para sus visitas. La propiedad se encuentra a pocos metros de la finca de Tom Cruise.
En 2000, concretó su gran obsesión de la niñez. Fundó Blue Origin, una compañía de transporte aeroespacial. Cuatro años después compró Corn Ranch, en Texas. Una extensión de 67.000 hectáreas que sirvió como sitio de prueba del cohete New Shepard, un vehículo suborbital tripulado de aterrizaje vertical que salió de la Tierra en abril de 2015.
En otra inversión millonaria, el empresario llevó adelante F-1 Engine Recovery, una misión con robots que tuvo como objetivo recuperar los motores perdidos del Apollo 11 que llegó a la Luna. Se encontraban sumergidos en algún punto del Océano Atlántico.
Sin embargo, su incursión más excéntrica es la del «Reloj de los 10 mil años». Destinó 42 millones de dólares para un reloj que funcionará sin mantenimiento durante diez milenios desde su puesta en marcha. Pese a su extravagancia, hay un objeto de fondo que Bezos, poco propenso a las declaraciones rimbombantes, quiso dejar sentado: «Lo hago como símbolo del pensamiento a largo plazo. Si mirás a largo plazo, podés resolver problemas que no se pueden arreglar de otra manera». La misma filosofía que lo llevó al éxito.
Fuente: infobae.com, 23/06/17.
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