Martín García, la isla olvidada
julio 2, 2016 · Imprimir este artículo
La isla olvidada: Martín García cumple 500 años y pierde habitantes y turistas: “Nos abandonaron”
Patrimonio histórico, a solo dos horas de la Ciudad. Los isleños se quejan por la falta de lanchas y de servicios. De los 4.700 habitantes que había en los ‘50, quedaron 105. Se perdió el 70% del turismo.
28-6-2016- Recorrida por la isla Martín García.
Una historia que dispara mil historias: en 1516, Juan Díaz de Solís navegó por primera vez las aguas del Río de la Plata. El despensero de esa expedición, que venía bajando desde Brasil, murió y Solís decidió desembarcar en una isla para darle cristiana sepultura. Esa isla y ese despensero se llaman Martín García. Desde entonces, las mil historias: Guillermo Brown la defendió ante los realistas españoles. Sarmiento quiso fundar la capital de “Argirópolis”, una unión de Argentina, Uruguay y Paraguay. Los inmigrantes hacían la cuarentena antes de desembarcar en Argentina. Fue refugio de masones y de nazis. Cuatro presidentes estuvieron presos en la isla. Dos célebres médicos –Luis Agote, desarrolló la técnica de la transfusión de sangre, y Salvador Mazza, investigador del mal de Chagas– dirigieron el hospital Lazareto. Menem la recorría habitualmente para comprar el pan dulce, que aún se sigue fabricando ahí. Y tantas historias en estos 500 años desembocan hoy en un presente no muy feliz. A pesar de que forma parte del patrimonio histórico de los argentinos, los isleños dicen que está al borde del abandono.
En su época de mayor esplendor, en los años 50, llegó a estar habitada por 4.700 personas, pero ahora solo tiene una población estable de 105. Los isleños se quejan de la falta de transporte, que dificulta la llegada del turismo, principal motor económico de la isla. Solía recibir 35 mil turistas por año, pero ahora llegan menos de 10 mil. La luz se corta todas las noches, de 3 a 7 de la mañana. Y el transporte de mercaderías también tiene problemas por la poca frecuencia de lanchas. Casi no hay emprendimientos privados y muchas de las casas están abandonadas y sepultadas por la vegetación. Los docentes que van a la isla no se pueden quedar a dormir en la casa que debería alojarlos porque no está en condiciones. En lugar de eso, deben ir y volver en el día algo que, como mínimo y dependiendo de la lancha que haga el viaje, les toma 4 horas.
Clarín viajó a la isla esta semana. La lancha salió a las 9 de la mañana desde Tigre y llegó a las 11. Viajaban solo 5 turistas, algunos pocos isleños y docentes que iban a dar clase. Al llegar al muelle (también en mal estado, otro reclamo de los isleños), asoma un cartel de la gestión de Scioli, aunque con un naranja ya descolorido. Es que la isla depende de la provincia de Buenos Aires y la mayoría de los isleños son empleados provinciales, que se ocupan del mantenimiento. “Siempre hubo políticos acá, estamos acostumbrados a eso”, dice Roberto, que vive desde chico en la isla. Y son conscientes del abandono: “Acá la provincia pierde plata”, dice.
Los docentes llegan y de algún modo se pone en marcha la isla. Hay 32 alumnos, desde el jardín de infantes hasta la secundaria. “Hasta no hace mucho tiempo venían muchas escuelas con sus alumnos. Es que acá se puede aprender historia, pero no solo eso. También se les puede enseñar a los chicos todo lo relacionado con los límites geográficos, flora y fauna, astronomía. Acá sí se ven las estrellas”, dice José, encargado del comedor Solís. “No sé si la isla tendría que ser un boom turístico, porque tampoco está preparada para eso, pero ahora no vienen ni las familias de los isleños. Hay que buscar un equilibrio”, agrega. Además de que nunca hubo un plan desde el estado, el destino de la isla choca también contra su condición de reserva natural y de patrimonio histórico: no se podría emplazar una pequeña industria, por ejemplo. Y tampoco se pueden reformar las casas. Todo implica burocracia.
Hay algunas excepciones. Los hermanos Luciano y Fernando, que llegaron a la isla porque su papá trabajó en el servicio penitenciario, tienen un bar que elabora cerveza artesanal y unos alfajores de nuez que, de ser más conocidos, competirían en las grandes ligas. Betty y Norberto atienden el almacén de ramos generales, que vende fiado “salvo alcohol y cigarrillos”. Piki Aranda trabaja en el camping que creó su papá, el poblador más viejo de la isla. Domingo Ramón Aranda tiene 77 años, llegó en 1959 para hacer el servicio militar y se quedó a vivir. Piki, ahora, vía Facebook lamenta cómo se vive hoy en la isla. “La cuidamos entre todos pero se hace muy difícil. Nos abandonaron”. La lancha parte a las 5 de la tarde y se lleva a los docentes. Algunos van al muelle para la despedida. Son los que quedan en la isla y pelean contra el olvido.
Fuente: Clarín, 02/07/16.
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