EL CAMPO ESTÁ EMBARCADO EN UN PROCESO TECNOLÓGICO Y HUMANO QUE DA EMPLEO A LOS JÓVENES Y NUTRE LAS CIUDADES DEL INTERIOR. PARA CONSOLIDARSE NECESITA CONSENSO POLÍTICO Y MENOS IMPUESTOS.
Por Iván Ordóñez.
Es difícil proponer algo sin diagnóstico, y para los fenómenos sociales como la economía un diagnóstico se hace con buena investigación histórica. En la actualidad Roy Hora es a mi entender el mejor historiador contemporáneo del agro argentino, sobre todo de sus orígenes. Una de sus tesis centrales es que la pampa argentina de fines del siglo XIX era un mar de pequeños productores (muchos arrendatarios, algunos dueños y muy pocos colonos) con islas de grandes explotaciones autosuficientes, conocidas como las estancias. El trabajo de Hora desafía abiertamente la visión de buena parte del progresismo argentino sobre el pasado remoto y el presente del campo.
Otra de las tesis de Hora es que, contrariamente a lo que se cree, los productores ganaderos de principios de siglo eran empresarios innovadores en tecnologías blandas y duras. Ese ciclo expansivo se termina en la década del 30, cuando se combinan la colonización final del territorio agrícola y la creación de las juntas reguladoras de granos y carnes, que en un principio fueron una transferencia de recursos desde la aduana a los productores agropecuarios, pero en pocos años se transformaron en el eje de lo que se llamó “discriminación de las pampas”.
A las juntas le siguieron la agencia estatal que monopolizaba el comercio exterior (IAPI, sigla de Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), los impuestos a las exportaciones y las cuotas de exportación. Durante largos períodos estos instrumentos actuaron de manera combinada, siempre con los mismos objetivos: reducir el precio de los alimentos que consumen los argentinos y elevar la recaudación del fisco. El primer objetivo casi nunca se cumplió, el segundo sólo en el corto plazo. Existe una diferencia fundamental entre los impuestos a las exportaciones y el resto de los instrumentos: juntas, IAPI y cupos dejan un lugar abierto a la discrecionalidad, que a su vez abre la puerta a la corrupción.
La “parálisis de las pampas” es un hecho verificable: durante medio siglo (entre 1936 y 1989) la producción de granos creció apenas de 19 millones a 26 millones de toneladas.
El “daño colateral” de esta estrategia, que de manera casi ininterrumpida es la regla en política agropecuaria argentina, es muy claro: ataca la facturación de los productores agropecuarios, sin discriminar entre sus ganancias. Así afecta en mayor medida a los productores que enfrentan mayor volatilidad climática o que se encuentran lejos de los centros de consumo. Además, desincentiva la inversión en tecnología.
La “parálisis de las pampas” es un hecho verificable: durante medio siglo (entre 1936 y 1989) la producción de granos creció apenas de 19 millones a 26 millones de toneladas. La nada misma. En el mismo período, por otra parte, la cantidad de cabezas de ganado cayó de 3 vacas a 1,6 vacas por habitante.
Es imposible entender la “parálisis de las pampas” sin entender la “discriminación de las pampas”. Es imposible entender la “segunda revolución de las pampas”, que introdujo los fertilizantes sintéticos y la siembra directa, sin entender el pasado lejano que relata Roy Hora y la revolución que implicaron los 90, cuando por primera vez en 60 años le dejaron al campo vender al mismo dólar al que pagaba sus insumos. El espíritu innovador del que habla Hora seguía ahí: ahora por fin tenía los recursos. En 1997 la producción de granos alcanzó las 52 millones toneladas, el doble que siete años antes.
Los agronegocios argentinos tienen a los agricultores más jóvenes del mundo productor de alimentos y el mayor índice de ingenieros agrónomos por hectárea.
De la misma manera, es imposible comprender la “tercera revolución de las pampas”, que estamos viviendo y que está basada en la digitalización de la producción, la introducción de nuevos materiales y el cuidado del medio ambiente, sin tomar en cuenta que los agronegocios argentinos tienen a los agricultores más jóvenes del mundo productor de alimentos y el mayor índice de ingenieros agrónomos por hectárea.
Hacer agricultura es más que sembrar una semilla. La compleja red de contratos que producen los agronegocios genera empleos de calidad para jóvenes hiperformados, de programadores a ingenieros agrónomos, para jóvenes que no lograron terminar el secundario (a fin de cuentas, la mitad de los adolescentes argentinos) y también para aquellos que tienen una tecnicatura.
UTOPÍA FARM-OSA
Es imposible pensar cualquier intervención pública sobre el paisaje rural sin abrir la conversación sobre la excesiva carga tributaria que enfrenta la actividad, particularmente la producción de granos. Como un negativo, es imposible hablar de política hortícola sin reconocer que casi la totalidad de sus productos se comercializa en negro.
Para crecer, los productores argentinos de commodities necesitan una reducción de la carga impositiva, particularmente de ese mal impuesto que son las retenciones. Ya sin esa brutal transferencia de ingresos de la ruralidad a la urbanidad los recursos se volcarán en dinamizar la ruralidad. Los ejemplos de que esto es real y no una quimera abundan en nuestro pasado, pero también en nuestros contemporáneos.
El pequeño productor pampeano de commodities para prosperar precisa de tres elementos: proteger su flujo de ingresos ante las fluctuaciones climáticas y de precios, mejorar su conectividad física y virtual y finalmente un entorno urbano atractivo para vivir. Lo primero se soluciona con seguros climáticos, mercados de futuros y rentabilidad plena sin tributos especiales. Lo segundo y lo tercero, facilitando que la riqueza que produce se transforme en infraestructura social en el lugar en el que reside. Un ejemplo de esto se encuentra en el excelente trabajo de Humberto Miranda que describe el proceso de urbanización en la frontera agrícola en el nordeste brasileño entre 1990 y 2010. El paisaje de las comunidades rurales cambió radicalmente: se multiplicaron las ciudades de hasta 20.000 habitantes y otras crecieron hasta los 50.000 habitantes. Un fenómeno similar se da en el estado de Goiás, con ciudades de menor porte como Quirinopolis o la capital del estado, Goiania, que entre 1990 y 2010 duplicó su población, hasta alcanzar el millón y medio de habitantes.
¿Por qué mientras Paraguay es una película excitante de progreso en Formosa la tasa la de actividad es de apenas el 30% y dos tercios de los empleos son estatales?
Desde 2000 en Paraguay, en la zona lindera a Ciudad del Este y gracias al impulso de los brasiguayos, la producción de soja y maíz se multiplicó casi por cuatro, arañando hoy los 5 millones de hectáreas. Eso no es todo: las pujantes colonias de menonitas que escaparon de la Unión Soviética al norte de Formosa (una zona que muchos no dudarían de calificar de monte desértico) se destacan por producir una parte sustantiva de los lácteos, carnes y hortalizas que consumen los paraguayos.
¿Por qué mientras Paraguay es una película excitante de progreso en Formosa la tasa la de actividad es de apenas el 30% y dos tercios de los empleos son estatales? Obviamente, con estos indicadores el 94% del presupuesto de la provincia se sostiene con aportes de la Nación, que en el fondo son aportes de la provincia y la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, no está predestinado que sea así. Surcada por dos ríos monumentales como el Bermejo y el Pilcomayo, más de 200 kilómetros de costa del Paraná frente a Asunción, una ciudad de 2,7 millones de habitantes, existe la posibilidad de Farm-osa: una provincia que si no alimenta al mundo, al menos lo hace con su región.
No tenemos que irnos de Argentina para encontrar comunidades rurales prósperas y exitosas: Tandil, Rafaela, Villa María y Río Cuarto son polos de atracción de población. ¿Qué hermana a esas ciudades rurales de tres provincias distintas? No son capitales provinciales, poseen una matriz productiva diversificada que pivotea en los agronegocios como eje y cuentan con al menos una sede universitaria. Ahí vive una Argentina posible.
El negocio orientado hacia el mercado interno es un negocio que se achica y empobrece; los agronegocios deben reorientarse a pensar un mercado global para recobrar dinamismo.
En el mundo de las especialidades –aquellos productos que no se estandarizan como los granos– es necesario crear mercados concentradores reales que blanqueen el negocio y eleven la transparencia en la formación de precio. La combinación de ambos factores elevará la calidad de los productos, desde la cebolla y la leche hasta el durazno y la carne vacuna. Ese salto de calidad permitirá a su vez un salto exportador; ese salto exportador traccionará con demanda un incremento en la producción, que se traducirá en mejoras en la productividad e inversión en el negocio hortícola y frutal, en las carnes tradicionales y “no tradicionales” y en los miles de alimentos que produce el ecosistema de agronegocios. El negocio orientado hacia el mercado interno es un negocio que se achica y empobrece; los agronegocios deben reorientarse a pensar un mercado global para recobrar dinamismo. El vino y la soja nos lo enseñan.
El blanqueo permitirá elevar la transparencia en la formación de precio de las especialidades y así lograr un múltiple objetivo en apariencia contrapuesto: que el productor gane más a la vez que el consumidor paga menos.
LA MALDICIÓN DE EXPORTAR ALIMENTOS
Tal maldición no existe. Los importadores chinos de carne roja que representan la mitad de nuestras exportaciones pagaron en promedio por el kilo de carne a los frigoríficos argentinos exportadores unos 320-350 pesos durante 2020, un número muy similar al que los porteños pagaron en la carnicería de su barrio por el mismo producto. La cuarentena estricta y larga destruyó más de 3 millones de empleos informales y golpeó el salario real de los trabajadores formales: el poder de compra de los argentinos se desmoronó. La carne no está cara; los argentinos somos más pobres.
El desafío para desarrollar el país en torno a la exportación de alimentos es la construcción de una coalición política que promueva la idea y esta solo es posible si hay incentivos claros para hacerlo. Estos incentivos son posibles si se construye un consenso social que da votos en pos de que esa coalición gobierne. Esos votos, a su vez, jamás estarán si existe la percepción de que la exportación compite con el consumo local. Esto no puede dirimirse solo en el plano discursivo.
Los ministerios son importantes, pero todas estas iniciativas precisan agencias con poder de fuego. Los bancos estatales como el Nación, Provincia y BICE requieren de divisiones especializadas en agronegocios más robustas, que abandonen el paradigma “one size fits all” y se aboquen a crear soluciones acordes a los productores de commodities y especialidades. La AFIP de un país cuyo principal sector productivo son los agronegocios debe abandonar la postura autocomplaciente de que “es difícil cobrarle impuesto a las ganancias al campo”. La potencia tecnológica con la que hoy cuenta la agencia de recaudación es la clave para abandonar impuestos que agregan al sesgo anti exportador (como los derechos de exportación o los ingresos brutos) y focalizarse en impuestos “virtuosos” como el impuesto a las ganancias. Un SENASA plenamente alineado es la pieza que cierra ese circuito, porque permitiría acompañar la transparencia fiscal con la garantía de inocuidad.
¿Qué le diremos a nuestros a nietos? ¿Que tuvimos la oportunidad pero nos faltó el coraje?
Finalmente, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) tiene un rol privilegiado en esta estrategia. Su capilaridad supera la de cualquier otro organismo estatal del país: hay estaciones experimentales en cada rincón del territorio. Sin embargo, debe modernizarse: la visión productivista debe integrarse con un objetivo comercial, los productores agropecuarios (grandes y pequeños) buscan ganancias, el INTA debe asistirlos en el objetivo de ganar dinero de manera sustentable, no en “producir más”.
Nada de lo expuesto es extremadamente novedoso; es apenas un compendio de mejores prácticas tomadas de otros países. El éxito de estas políticas se juega en su diseño, pero sobre todo en la implementación. Deben conjugarse calidad profesional y voluntad política, humildad para escuchar al sector privado con sus aportes y dotes para la persuasión a la hora de seducirlo para sumarse a soluciones superadoras. Demandan una claridad de visión y una pasión por cambiar que no abunda. Muchas de estas iniciativas no requieren de recursos adicionales, solo de mejor coordinación en el uso de recursos públicos y privados, trabajando juntos.
Las grandes organizaciones siempre muestran falencias a la hora de administrar recursos para alcanzar múltiples objetivos. El mantra tiene que ser sencillo: exportar más. En un nuevo gobierno, todo el accionar debe pasar un test simple: ¿sirve para exportar más? Si la respuesta es afirmativa, ese es el camino correcto. Caso contrario, desechar.
¿Qué le diremos a nuestros a nietos? ¿Que tuvimos la oportunidad pero nos faltó el coraje? ¿Que teníamos las respuestas pero no la capacidad de generar acuerdos? ¿Que no nos animamos? El descenso al subdesarrollo está amenazando nuestra libertad, nuestra capacidad de elegir libremente qué queremos hacer, nuestro derecho a buscar la felicidad. El tiempo de desarrollar la Argentina, exportar y sacar millones de la pobreza es ahora.
La contribución del sector a la economía parece no reflejarse sobre la sociedad. ¿Hasta dónde llega el aporte del sector al país?
Es todo soja, no agrega valor, es preferible producir autos. Son solo algunos conceptos que se suelen apuntar al campo. Guillermo D’Andrea, Dir. Académico de Alumni, IAE Business School, se encargó de responder uno por uno los mitos que recaen sobre las cadenas agroalimentarias, que «han conseguido ser motor económico del país no solo sin ayuda sino con trabas, a diferencia de sus competidores».
«Son cadenas estratégicas para la reinserción internacional del país, un aspecto vital para una economía siempre tensionada por la falta de dólares». Se trata de una reinserción que ubica a la Argentina como proveedor de bienes primarios o intermedios, como granos de maíz para pollo vietnamita. Pasando por el supermercado del mundo, con la carne argentina en las góndolas de China. Llegando a ser una boutique global, como vino Mabec de calidad que se vende a través de Alibaba.
«Quienes no están vinculados al sector, tienen una visión muy negativa sin estar basados en datos. Debemos trabajar en revertir esta creencia que en muchos casos es errónea», agregó Ana Galiano, Decana Fac. Cs. Empresariales Universidad Austral Sede Rosario.
D’Andrea destacó también la necesidad del sector de integrarse más con las cadenas que origina con el objetivo de comunicar de forma inteligente. El ejemplo lo dan las cadenas del limón, en donde Argentina es referente a nivel mundial, y la del vino: «Cadenas gestionadas de manera integral y que debemos comunicar desde el campo».
Además el sector necesita una representación integrada. Lo que en su momento fue la Mesa de Enlace pero que en la actualidad se encuentra totalmente fragmentada. El precio de no contar con esta representación «es pagar retenciones q le quitan el oxígeno a la agroindustria para crecer». Es no tener caminos, fletes carísimos que limitan la frontera agropecuaria y la llegada a mercados. En definitiva: «pobreza para todos».
LOS 7 MITOS SOBRE EL CAMPO
Los siete mitos se presentaron durante un encuentro que realizó el IAE Business School junto al centro de Agronegocios de la Universidad Austral de Rosario.
Mito 1: es solo soja
«En 2018, la Argentina sembró 16 cultivos en un área superior a Alemania o Japón», destacó D’Andrea. En total se sembraron 39 millones de hectáreas divididas entre 16 cultivos: soja (17.350.000 hectáreas), maíz: (8.700.000), trigo (6.290.000), girasol (1.850.000), cebada (1.355.000), avena (1.150.000), sorgo (500.000), poroto (422.000), algodón, (415.000), maní (400.000), centeno (331.300), arroz (195.000), cártamo, (28.650), alpiste (27.100) colza (18.400 lino (13.900). «Y no solo es cultivos, sino que son más de 30 cadenas agroindustriales», agregó.
Mito 2: no se agrega valor
«El complejo de la soja es el principal rubro exportador del país, pero 84% de lo despachado no son granos», explicó sobre una cadena que genera divisas por US$ 28.000 millones al año. «Tanto la soja como el maíz se convierten en carnes, que se consumen en el país y se exportan», respondió el especialista del IAE de la Universidad Austral. La producción de carne en la Argentina alcanzó en 2018 los 6 millones de toneladas (bovina, aviar, porcina y ovina). El consumo interno es el principal destino de la transformación en proteína animal, con un consumo per cápita de 110 kg al año teniendo en cuenta todas las carnes. Pero también juega la exportación, que en 2018 generó divisas por US$ 3.300 millones representando el 5,5% de las ventas al exterior de la Argentina. «Soja y maíz también se transforman en lácteos», agregó. El consumo interno de leche es de 193 litros al año, con un valor de mercado de $ 218 mil millones. Además, la exportación de productos de la cadena láctea generó divisas por US$ 872 millones en 2018.
Mito 3: es mejor producir autos
¿Autos sí, agro no? Fue la pregunta que se planteó el panel: «El complejo automotor es el segundo de mayor peso en las exportaciones con US$ 7.955 millones, pero en realidad el balance del sector es negativo en US$ 3.575 millones, ya que realiza importaciones por US$ 10.992 millones». Además, «en valor un kilo de Pick Up se exporta a US$ 12,26 contra US$ 12,70 un kilo de carne». Todo esto teniendo en cuenta que el sector automotriz tiene muchos componentes importados y goza de reintegros a la exportación, cuando el sector cárnico produce mayormente con insumos locales y tiene retenciones.
Mito 4: que no genera empleo
Las 31 cadenas agroalimentarias que hay en la Argentina (sin contar servicios y restando al campo el transporte de carga), generan un 31% del empleo total, un número cercano a los 2 millones de puestos de trabajo.
Además, dentro de la industria manufacturera, los frigoríficos eran los segundos principales empleadores, solo detrás del rubro panaderías: «Sus casi 59.500 puestos superaban a los 49.600 de prendas de vestir, 24.500 de calzado y sus partes. Y el campo produce algodón y cuero para esos dos rubros».
Mito 5: no tiene peso en la economía
Este mito se refiere al dicho «exportan mucho pero en la actividad de la economía no tienen peso». «Tomando las 31 cadenas agroalimentarias, que generan un valor de producción total de US$ 484.753 millones (excluyendo los servicios), el peso del sector sobre el PBI de la Argentina es del 31%», destacó D’Andrea. Ahora la pregunta es, ¿cómo pudo impactar tanto la sequía histórica del 2018 en la economía? «De la caída del 2,6% del PBI en 2018 la sequía fue responsable de la mitad». Así y todo, los productores volvieron a apostar con una inversión superior a los US$ 10.000 millones que derivó en una cosecha récord que se está levantando actualmente.
Mito 6: el campo atrasa, hacen falta sectores dinámicos e innovadores
«Los saltos de productividad obedecen a innovaciones tecnológicas», remarcó el especialista de IAE destacando la cosecha actual de 145 millones de toneladas, que se logró gracias a la adopción de parte de los productores de siembra directa, semillas OGM, fertilizantes, agroquímicos y agricultura de precisión. «Se duplicó la población mundial y hay alimentos disponibles gracias a la innovación», agregó. Además, citó ejemplos como el bioplástico: «Nos creemos que todo viene del petróleo». A lo que se suman infinidad de casos, como «pulverizadoras con sensores de verde, que detectan las malezas y aplican herbicidas solo allí, con ahorro de más de 80% del volumen usual, y un beneficio económico y ambiental». Hasta un «toro editado genéticamente para producir más carne más magra». Todo viene de la mano de los desarrollos de AgTech, que en 2018 recibieron una inversión a nivel global de US$ 1.600 millones, con 209 acuerdos de inversión.
Además se termina la dicotomía campo ciudad bajo el concepto de bioeconomia: «Existen cada vez más proyectos bioenergéticos ligados al aprovechamiento de los residuos generados en las actividades del campo, en un esquema de economía circular». Desde bioetanol de maíz y caña (para cortar naftas) hasta biodiésel de soja (para cortar gasoil), desde biomasa residual de forestaciones o cultivos (cítricos, arroz, maní) hasta biogás de criaderos o frigoríficos. También biomateriales para construir desde cepillos de dientes hasta casas, productos químicos, medicinales y muchos otros.
Mito 7: otros sectores exportan mucho
En 2018 la Argentina exportó en total US$ 61.559 millones en bienes y servicios. De ese total, los complejos agroexportadores generaron cerca de un 55%, con US$ 34.000 millones. «Por cada US$ 1 que exporta la Argentina, el campo aporta US$ 0,55». Ademas, casi todos los sectores que exportan ingresan menos dólares de los que demandan. La balanza comercial argentina en 2018 arrojó un déficit de US$ 3.824 millones, cuando en el mismo lapso de tiempo llas cadenas de agroalimentos lograron un superávit de US$ 30.500 millones.
LA DEUDA CON EL SECTOR
D’Andrea agregó que todavía hay aspectos a resolver para aprovechar todo el potencial, teniendo en cuenta los siguientes puntos:
Cuellos de botella en los puertos incrementan fuertemente el costo de flete.
Faltan caminos para sacar la producción de los campos.
Se necesitan canales para poder regar los cultivos.
La Ley de Semillas que debería reemplazar la de 1973 lleva 15 años sin lograr consenso para adaptarse a la aparición de la biotecnología: la Argentina pierde rindes y competitividad frente a sus competidores.
Incentivar la reposición de nutrientes del suelo: otra ley que se demora.
Generar condiciones en las provincias para que la gente quiera vivir allí.
Radiografía del perfil de las nuevas generaciones de productores agropecuarios
Especialistas opinaron sobre cómo trabajarán las próximas generaciones en la producción agropecuaria, de la mano del exponencial avance de las nuevas tecnologías.
El perfil de los futuros productores agropecuarios: la opinión de los especialistas.
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El potencial del sector agropecuario podría alcanzar una producción de 180 millones de toneladas en los próximos años con la incorporación de nuevas tecnologías, ya sea en mejoramiento genético, eventos biotecnológicos y el uso de herramientas como Big Data con el soporte de imágenes satelitales, entre otros, según destacó Dardo Lizarraga, de la consultora ADBlick Agro.
Para cumplir con el objetivo de mayor producción, también habrá que tener en cuenta el desarrollo de Buenas Prácticas Agrícolas y una mirada sistémica para robustecer los activos colectivos del agronegocio.
Además, el campo argentino necesitará previsibilidad y reglas claras. El último aporte del área de Agronegocios de la Universidad Austral, muestra que 7 de cada 10 productores proyectan nuevas inversiones para los próximos 5 años. Y eso se debe a que en la búsqueda de una mayor eficiencia, el productor debe sumar nuevas tecnologías, pero además influye el actual contexto, pese a numerosas dificultades en lo político y económico, es muy diferente al del gobierno anterior que se encargó de generar trabas a la producción.
La inversión que se realizará es para lograr más superficie y producción. Hay también una tendencia de crecer de manera asociada. El perfil del productor actual, cuenta con una mayor formación y herramientas que las generaciones anteriores no tenían y con un 61% de los encuestados que tienen un título universitario. Además, son jóvenes, de alto nivel educativo, con actitud positiva y con capacidad de asumir riesgos, con vocación para la productividad y planes de crecimiento e inversión sólida.
Perfil de las nuevas generaciones
Los productores cuentan con motivación para innovar y emprender y forman parte de un sistema en red de organización empresaria.
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A todo esto hay que sumar el trabajo elaborado por un grupo de economistas de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR), que se plantearon responder la siguiente pregunta: ¿Cómo podrían ser las nuevas generaciones de productores agropecuarios?
Lo primero que subraya el trabajo, es que aquellos productores que nacieron en 1996 en adelante serán los ávidos en incorporar el avance de la tecnología digital en el agro, «se trata de la generación Z (centennials) y la generación alpha (generación táctil), y son personas que no conciben un mundo sin internet o celulares, por lo tanto la conexión en el campo será tan vital como cualquier otro servicio público«, expresaron los especialistas de la BCR, los que agregaron que estos grupos «se inclinan por las soluciones inmediatas, a la velocidad de un clic y son capaces de realizar una simultaneidad de actividades al mismo tiempo y además, serán más conscientes del riesgo climático y de precios y del cuidado del ambiente».
Cuando se analiza grupo por grupo, los centennials están creciendo de la mano de la revolución digital del agro y se convertirán en actores clave del crecimiento productivo de los próximos 20 años. Los economistas de la bolsa rosarina los definieron como «autodidactas, visuales, versátiles, flexibles a los cambios y aficionados por la tecnología. Por lo tanto su perfil se adaptará al crecimiento vertiginoso de la tecnología en el sector agroindustrial».
La generación táctil «son los post-centennial». El estudio los ubica como aquellos jóvenes que nacieron a partir del 2010, hijos de millennials y llegaron a este mundo monitoreados a través de las cámaras, sensores de pulsaciones, apps para alimentarlos y con una vida en las redes sociales antes del año de edad. Todo esto, que tiene que ver con la conexión de ellos a lo virtual, se va a trasladar a las actividades que desarrollen tranqueras hacia adentro en un establecimiento rural, de la mano de la inteligencia artificial y serán controladas en forma remota.
Estas generaciones durante muchos años observaron cómo sus padres y abuelos hicieron frente a los riesgos climáticos y de precios, y puede ser que ante este escenario busquen incorporar las coberturas del agro de manera cotidiana como lo hacen con las coberturas médicas.
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Desde la bolsa de Rosario expresaron que estas generaciones no se caracterizan «por ser pacientes», ya que al buscar soluciones inmediatas, «es factible pensar que tenderán a eliminar los trámites burocráticos a fines de agilizar cualquier proceso, y donde la tecnología blockchain plantea esa solución, porque recopila y comprueba las transacciones entre sus usuarios y se puede utilizar para realizar transferencias de dinero como así también para la trazabilidad de los alimentos que se produzcan en el campo hasta el consumidor final».
Y también estos jóvenes representan a generaciones con otros valores respecto al ambiente, «debido a que vivencian desastres ambientales en tan poco tiempo y ante esto es muy probable que se inclinen por el uso de energías renovables, sobre todo energía solar para el funcionamiento de máquinas y robots, utilizarán la menor cantidad de químicos posibles, valorarán más el agua como recurso escaso y se inclinarán en satisfacer la creciente demanda de alimentos orgánicos», resalta el estudio de la BCR.
Estas generaciones “se sienten más cómodas trabajando con una pantalla, sumergidos entre algoritmos, redes sociales colaborativas, inteligencia artificial y minería de datos. Son autodidactas, aficionados a los tutoriales en YouTube y adictos a la novedad”
Las próximas generaciones del sector agropecuario tenderán a resolver desde el Smartphone sus finanzas, compras de insumos, ventas de granos, ordenes de trabajo, logística, monitoreo de lotes con drones o imágenes satelitales, etc. «La internet de las cosas alcanzará al equipamiento de las explotaciones agrícolas, y los algoritmos que tomen sus datos como inputs facilitarán la toma de decisiones. Es razonable pensar que los productores de la próxima generación trabajaran en forma remota y colaborativa, con un equipo de trabajo multidisciplinario», comentaron los economistas de la Bolsa de Comercio de Rosario.
Una ola de innovación atraviesa el agro de los «farmers»
En el contexto de un negocio agrícola en el que se achicaron los márgenes, las compañías se fusionan e invierten para lograr mayor eficiencia.
Por Jorge Castro.
La agricultura de precisión, con sensores y drones, y a es decisiva para lograr más competitividad y aprovechar mejor los insumos. .
Los ingresos de los productores agrícolas norteamericanos cayeron más de 50% en los últimos 3 años, mientras que el precio de la tierra y los impuestos a la propiedad aumentaron 30% promedio en los estados del Medio Oeste, con epicentro en Nebraska, Iowa, y Kansas, corazón de la producción agroalimentaria de Estados Unidos, la primera y más avanzada del mundo.
Al mismo tiempo, las grandes trasnacionales estadounidenses del negocio agroalimentario –Cargill, ADM, Bunge- experimentaron una disminución neta de más de 30% en sus ganancias corporativas como consecuencia de la caída de los precios de los commodities agrícolas.
Esto sucede cuando las tres grandes del negocio agroalimentario norteamericano se ven forzadas a aumentar sus inversiones de capital para satisfacer una demanda mundial que se intensifica cada vez más, proveniente ante todo de China y los países del sudeste asiático.
Allí la nueva clase media reclama más y mejores alimentos, a través de un boom de consumo crecientemente sofisticado, que sumó más proteínas cárnicas y más lácteos. Además crece a un ritmo acelerado la migración del campo a las grandes ciudades, una tendencia que también influye en la demanda de alimentos.
Con cada nuevo evento biotecnológico, los cultivos logran mayor potencial de rinde y sustentabilidad.
Esto ha desatado entre las grandes trasnacionales, debido a la combinación de bajos precios de los commodities y exigencias de mayores inversiones de capital, un proceso de concentración y consolidación absolutamente imparable.
El titular de Dow Chemical ha explicado las razones de su fusión con Dupont, la otra gran compañía química norteamericana: “He visto muchos cambios en la industria agrícola de Estados Unidos, pero nunca como el mercado agrícola de los últimos 3 años, donde los ingresos de los farmers han caído 55% desde 2013”.
Esto significa que la única forma en que los farmers pueden aumentar sus ingresos es a través del alza de la productividad, y esto requiere, ante todo, nuevas tecnologías a menores costos.
De ahí la fusión entre las compañías Dow Chemical y Dupont, y el proceso generalizado de concentración y consolidación de la industria agroalimentaria en Estados Unidos y en el mundo.
La lógica económica que fundamenta esta ola de compras y fusiones es disminuir los costos de producción mediante un aumento de la escala y un alza sistemática de la eficiencia.
De esa manera, mediante los ahorros obtenidos por el recorte de los costos de producción, las compañías trasnacionales apuestan a aumentar las inversiones de capital, y en especial los gastos en inversión y desarrollo (I&D) científica y tecnológica, cuya magnitud (exigencias de capitalización) se ha más que duplicado en los últimos 20 años.
Las trasnacionales estadounidenses, además del proceso de consolidación y concentración en el que están inmersas, destinan ahora una parte creciente de sus inversiones de capital a la compra de start ups agrícolas de alta tecnología, que encabezan el proceso de innovación del sector agroindustrial y se caracterizan por su extraordinaria capacidad disruptiva (la aptitud para la “destrucción creadora”).
Monsanto y Syngenta destinaron el año pasado más de 25% de sus inversiones de capital a la compra de high tech de alta tecnología, frente al porcentaje de 7% que alcanzaron en 2016. Este año esa pauta se elevaría a más del 50% del total de sus gastos de capital Aquí está en juego lo esencial del negocio agroindustrial mundial en el siglo XXI.
Hacia un nuevo paradigma en el consumo mundial de carne
Por la epidemia global de obesidad y diabetes, el objetivo es instalar una cultura de la austeridad y del cuidado de los recursos naturales en la alimentación.
Por Jorge Castro.
En los países del sudeste asiático, la demanda de proteínas cárnicas, sobre todo los cortes porcinos, se disparó en los últimos años. .
El cálculo del Foro de Davos es que la producción de alimentos del mundo avanzado (Estados Unidos representa más del 60% del total) cubre entre 150% y 200% de las necesidades nutricionales (medidas en términos calóricos) de los 900 millones de personas que integran su población.
Pero los supermercados norteamericanos pierden entre 5% y 10% de los productos individualmente vendidos debido a modificaciones en los pedidos de último momento.
Lo notable es que este nivel de pérdidas ha adquirido un carácter sistemático porque responde a una estrategia de marketing destinada a mostrar como argumento de venta una imagen de abundancia en los bienes más requeridos por el mercado. Por eso, el efecto acumulado de este desperdicio es 3 o 4 veces superioren términos anualizados.
En China ya hay 100 millones de personas que padecen enfermedades vinculadas con la obesidad. .
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) estima que las técnicas automatizadas de manejo de stocks (inventarios) pueden reducir o eliminar estas pérdidas en un plazo de 2 años, y garantizar al mismo tiempo la frescura y novedad marketinera de los productos.
En los países emergentes, la proporción de alimentos desperdiciados es más de 30% -en el caso de India el nivel de pérdidas es superior a 40%-; y la razón es la falta de sistemas de frío y almacenaje, sumado a la carencia, o total anacronismo, del aparato logístico y de distribución.
USDA señala que en Estados Unidos se pierde 19% del total de los alimentos proveídos por la cadena estadounidense de producción, debido a que son preparados pero no servidos, lo que significa que se tornan inutilizables en la fase de la cocina, o incluso porque se los sirve en porciones excesivamente grandes.
Esta brecha de efectividad podría desaparecer con técnicas de control sustentada en la Inteligencia Artificial, que incluya los gustos y necesidades de los consumidores, lo que podría ocurrir en un plazo no mayor a 15 meses.
El Reino Unido se ha propuesto reducir a la mitad el 21% de los alimentos desperdiciados por lo hogares británicos en los últimos 10 años, a través de una campaña sistemática de educación social de carácter intensiva.
Todo depende del cambio de los hábitos sociales y del estilo de vida, más allá incluso de las técnicas utilizadas, centrados en lo que se refiere a una creciente conciencia pública del valor de los alimentos y del carácter restringido de su utilización.
Se trata de instalar una nueva cultura en la alimentación, con eje en la austeridad, el cuidado de la naturaleza y sus recursos, y ante todo la salud de las personas.
También hay que reducir el consumo de carnes y lácteos a los niveles existentes antes del boom de hiperconsumo desatado en Estados Unidos en las décadas del 50 y del 60; y que es una de las causas primordiales de la epidemia de hiperobesidad experimentada desde entonces, uno de los grandes flagelos sociales que afectan a la sociedad norteamericana.
La República Popular China consume 63 kilos de carne por persona, y es de lejos el principal mercado del mundo, pero aún así el consumo per cápita de carne de su población es sólo la mitad de los niveles estadounidenses.
Es obvio que el objetivo chino no puede ser alcanzar los niveles de Estados Unidos en lo que hace al consumo de carnes.
Ya hay en el gigante asiático una población de 100 millones de enfermos diabéticos y obesos o hiperobesos, y en el caso de permanecer la tendencia actual serían 300 millones en 15 años.