¿Cómo y cuándo terminará el experimento cubano de Fidel Alejandro Magno?
Carlos Alberto Montaner considera que la Cuba de los Castro es el origen de todos los desordenes políticos de América Latina y que así lo ha sido desde 1959.
Muchas gracias por invitarme a estar junto a ustedes, amigos queridos. Gracias muy especiales a Frank y Calzón y a James Cason.
Ayer viernes 7 de diciembre de 2018, D. Luis Almagro, Secretario General de la OEA, puso el acento donde debía. Dijo que la Cuba de los Castro es el origen de todos los desordenes políticos de América Latina y así había sido desde 1959. Adviertan que yo dije la Cuba de los Castro y no la Cuba comunista. El comunismo es una expresión de la desdicha política, pero puede ser de puertas adentro. Fidel y Raúl, en cambio, le agregaron un violento espasmo imperial que no ha cesado.
¿Por qué sucedió este fenómeno? Cuando Fidel Hipólito Castro tuvo la edad legal para cambiarse el nombre se convirtió en Fidel Alejandro Castro. Su modelo era el enérgico macedonio que construyó muy rápidamente uno de los mayores imperios de la historia. La primera juventud de Fidel Alejandro Castro fue la de Cayo Confite en 1947, una expedición organizada por la Legión del Caribe y, fundamentalmente, por los cubanos. Ya estaba en marcha, ya se había movilizado, el Alejandro Magno cubano, aunque nadie lo advirtiera.
Aunque abortado por el Departamento de Estado, fue un esfuerzo descomunal que incluía 2.700 hombres, donde predominaban los dominicanos y los cubanos (casi el doble de Bahía de Cochinos) y 27 aviones y avionetas. Por cierto, cuando tuvo el mando de Cuba, Fidel hizo matar a dos de los jefes de esa expedición, sus enemigos jurados Eufemio Fernández y Rolando Masferrer. A Eufemio lo fusiló en 1961, y a Masferrer le dinamitó el auto en Miami en 1975. También lo han acusado de participar en el atentado a un tercer jefe de Cayo Confite, a Manolo Castro, con quien no tenía parentesco. Manolo Castro fue asesinado en febrero de 1948.
Semanas después, en abril de 1948, le tocó el turno al Bogotazo. Ahí Fidel Castro vio alguna acción y le tomó el pulso a la muerte. Todo eso reforzó su vocación, como me expresó alguna vez un comandante nicaragüense, de “nido de ametralladora en movimiento”.
En 1952 Fulgencio Batista dio un golpe militar contra el gobierno legítimo de Carlos Prío y se desató para siempre Fidel Alejandro Magno. La violencia era la atmósfera que le convenía. En 1958, en la Sierra Maestra, se lo dijo en una carta a su amante, secretaria y amiga íntima Celia Sánchez: tras la derrota de Batista pensaba dedicarse a combatir a EE.UU. Fidel Alejandro deliraba con sus planes de conquista planetaria. Se lo repitió al historiador venezolano Guillermo Morón en 1979.
Cuando se convirtió en el amo de Cuba, utilizó la Isla para lanzar a sus guerrillas y a sus agentes a docenas de países, hasta convertirse en el más audaz condottiero revolucionario de la segunda mitad del siglo XX. Pero más grave aún es que le impuso a su gobierno y a la sociedad cubana su propia naturaleza aventurera, de la cual es difícil sacudirse, aunque la infinita mayoría de los cubanos piense que fue y es una locura persistir en esas locas tareas.
El intervencionismo de Fidel Castro llegó a su apogeo durante su invasión a Angola, en África: la más larga operación militar que recuerda la historia de América: de 1975 a 1991. Fueron los soviéticos los que, contra la voluntad del cubano, lo forzaron a dejar su presa africana. Quedó muy molesto por ese abandono de Gorbachov. Por eso, tras tres décadas de intensa colaboración con Moscú, cuando desaparecieron la Unión Soviética y el comunismo europeo, Fidel Alejandro siguió batallando solo. Continuó, como un obseso, “haciendo la revolución” a tiros.
Fidel Alejandro no creía en el descanso o en el abandono. La “luta continua”, como decían los mozambiqueños. Pero no estuvo solo mucho tiempo. Buscó a Lula da Silva y, con los escombros del comunismo destrozado, más la potencia del Partido de los Trabajadores, armó el Foro de Sao Paulo. Lo hizo para protegerse y para continuar luchando. Los españoles tienen una expresión entre humorística y barroca para describir esa conducta: «Fidel era inasequible al desaliento». No le importaba que el marxismo-leninismo hubiera sido desacreditado. Le seguía sirviendo de pretexto para continuar su incesante contienda. Tampoco le interesaba el destino económico de los cubanos, ya sin el amparo de los subsidios soviéticos. Unos cuantos millares de cubanos se quedaron ciegos como consecuencia de la neuritis óptica producida por la desaparición de la magra ración de proteína que los protegía.
Era el “periodo especial”, del cual ni siquiera hemos salido tras casi treinta años de penurias inútiles. Fidel, estaba dispuesto a “sostenella, pero no enmendalla”, como reza la divisa de los peores empecinados españoles, esa pobre gente que confunde la terquedad con el carácter. Así las cosas, en 1994 apareció Hugo Chávez en el panorama isleño y Fidel lo conquistó para sus planes delirantes. A Fidel Alejandro le pareció una variante del idiota útil. No lo quería demasiado, al extremo que desvió las relaciones del venezolano hacia su entonces Canciller, Felipe Pérez Roquey hacia su segundo al mando, Carlos Lage –luego ambos fueron defenestrados– porque a los ojos racistas y encumbrados de Fidel Alejandro, Chávez le parecía (y lo dijo en privado) un “negrito parejero”. Se colocaba “parejo” a él y eso era intolerable.
Tampoco era difícil seducir a Chávez. En ese momento el teniente coronel Hugo Chávez estaba bajo la influencia de Norberto Ceresole, un fascista argentino que provenía del peronismo de izquierda. Ese asesor fue bien pagado y se retiró a rumiar su molestia. Luego optó por morirse alejado del mundanal ruido.
A principios de 1999 los agentes y operadores políticos de la Seguridad cubana lograron hacer presidente de Venezuela a Hugo Chávez. Cuando asumieron su causa apenas tenía el 2% de apoyo popular. Como la suerte le acompañaba en su periodo presidencial, hasta que apareció el cáncer cono un ladrón silencioso, el precio del petróleo subió escandalosamente y Fidel Castro pudo financiar su nuevo juguete imperial: el Socialismo del Siglo XXI (Cuba, Venezuela,Nicaragua, Bolivia y el Ecuador de Rafael Correa), más un espacio económico llamado la ALBA, la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América, que era la alternativa comunista al ALCA, el Área de Libre Comercio de América.
La ALBA funcionaba como un mecanismo para dispensar favores y petróleo. Venezuela era la gran anfitriona “pagana”, mientras el ALCA ofrecía, fundamentalmente, acceso al mercado estadounidense, así que muchos islotes caribeños optaron por subordinar su política exterior a los caprichos y estrategias de Fidel Castro y Chávez. Los miembros de la ALBA son los mismos del Socialismo del Siglo XXI, menos Ecuador, que no necesitaba el petróleo venezolano, más Surinam, a los que se agregan los islotes caribeños: Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, y Haití como observador. Quien pechaba con las responsabilidades económicas del grupo era Venezuela, pero el Estado que trazaba la estrategia era Cuba.
Los venezolanos pagaban la factura, que enriquecía a algunos gobernantes, como era el caso de Daniel Ortega por medio de ALBANISA, un conglomerado de sociedades, que le servían para recibir cuantiosos subsidios chavistas de los cuales utilizaba cierto porcentaje para sostener a su clientela política nicaragüense.
La única condición que se les imponía a los miembros de ALBA era que suscribieran los dictados de La Habana-Caracas en materia diplomática, como, por ejemplo, la elección del chileno José Miguel Insulza al frente de la OEA, un hombre que se prestó irresponsablemente al juego antidemocrático de Chávez y Castro, pese a los improperios que más de una vez le propinó Chávez. Ese mundo, como sabemos, ha llegado a su fin, al menos por ahora. La elección de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile y Jair Bolsonaro en Brasil lo demuestran, aunque la presidencia de Andrés Manuel López Obrador en México es de signo diferente.
Eso lo sabe La Habana, pero el mensaje y el ejemplo que emana de Cuba es muy negativo. Raúl Castro les dice, con su ejemplo, y seguramente con sus palabras en el terreno privado, que resistan hasta que el péndulo se mueva en la otra dirección, algo que sucederá aproximadamente en una década si se repiten los patrones históricos habituales.
En todo caso, ¿cómo terminará la aventura castrista? Para abordar ese asunto me acogeré al ejemplo y los razonamientos del gran periodista inglés Bernard Levin. En 1977, cuando la URSS estaba en auge y Leonid Brezhnev mandaba en Moscú, mientras Jimmy Carter comenzaba su tembloroso gobierno en EE.UU., el diario The Times de Londres le pidió a su mejor columnista, a Levin, que especulara sobre el fin del comunismo en la URSS. Levin explicó que un día llegaría a la jefatura de la Unión Soviética una cara nueva que comenzaría a cambiar el destino del país. ¿Por qué? Porque los soviéticos no eran diferentes a los checos que en 1968 se habían levantado contra los atropellos y excesos de los comunistas. Tenían las mismas ansias de libertad y la misma íntima decencia. Ese nuevo dirigente comunista fracasaría en sus reformas y sería sustituido por una oposición que no tomaría venganzas, que no ahorcaría a los responsables de la dictadura en los postes de la luz, y el comunismo desaparecería sin cataclismos históricos. Hasta ese punto, Levin acertó el quién y el cómo, pero lo más asombroso es que también acertó en el cuándo.
En su famoso artículo, escrito, repito, en 1977, se atrevió a predecir que ello ocurriría en el verano de 1989, año, por cierto, en el que Jaruzelski tuvo que ceder el gobierno polaco a Solidaridad. Año en el que en el mes de noviembre los alemanes derribaron el Muro de Berlín y el comunismo comenzó a derrumbarse como un castillo de naipes.
El comunismo cubano terminará de la misma manera. ¿Cómo lo sabemos? Porque quienes gobiernan tienen moral de derrota y, salvo a los psicópatas, a nadie le gusta pertenecer al bando de los canallas. Los castristas perciben que por el camino elegido por los Castro no hay posibilidades de redención. Saben que serán más pobres y los cubanos más infelices cada día que pase.
Es verdad que hay unos cuantos centenares al frente de la banda que se benefician del “modelo” cubano del Capitalismo Militar de Estado, pero no son suficientes para detener el curso de la historia. No creo que falte mucho tiempo antes de que el sistema y el gobierno comiencen a desmoronarse. Tal vez tendrán que desaparecer Raúl Castro y la generación del Moncada. Ya todos andan cerca de los noventa años. De manera que, al menos para la oposición, “la lucha continua”.
Este es el texto del discurso pronunciado en el Center for a Free Cuba en Washington, DC el 8 de diciembre de 2018. Publicado originalmente en El Blog de Carlos Alberto Montaner.
Etiquetas: Carlos Alberto Montaner, Cuba, Fidel Castro, Raúl Castro, dictadura, comunismo, socialismo del siglo XX, iimperialismo, geopolítica
Estas son las ocho razones principales por las que Donald Trump salió victorioso, y ninguna tiene que ver con los emails negligentes de Hillary Clinton o con las mentiras que le atribuyen.
Por Carlos Alberto Montaner.
¿Por qué casi sesenta millones de norteamericanos votaron por Donald Trump y lo convirtieron en el próximo presidente de Estados Unidos? Eso hay que explicarlo.
Se trata de un multimillonario, habilísimo negociante que jamás ha sido acusado de filantropía, presunto evasor de impuestos, irrespetuoso con las mujeres, a las que atrapa por la entrepierna sin pedirles permiso, y con los discapacitados, de los que se burla, o con los hispanos, o con todo el que se le opone o detesta. Un tipo carente de filtros que dispara desde la cintura sin medir las consecuencias de sus palabras.
Estas son las ocho razones principales, y ninguna tiene que ver con los emails negligentes de Hillary Clinton o con las mentiras que le atribuyen. Las personas no suelen votar por esas causas, de la misma manera que a Trump no lo rechazó algo más de la mitad del electorado por las señoras que lo acusaron de haberlas manoseado. Esas son racionalizaciones del voto, justificaciones cerebrales, pero no las razones ocultas, casi todas vinculadas con cuestiones emocionales o intereses personales.
Primero, votaron por él porque es un macho alfa, como los etólogos clasifican a los líderes de la manada. Trump nació para mandar. Rezuma autoridad. Camina y gesticula como un jefe. Ese don de mando, como se le llamaba antes, se convierte en un sentimiento de seguridad entre los ciudadanos de a pie. Si Estados Unidos no fuera una democracia, lo llamarían «Duce», «Führer» o «Gran Timonel». Pertenece a la estirpe de los grandes caudillos.
Segundo, porque era un personaje famoso procedente de la tele y vivimos en «la civilización del espectáculo», como tituló Mario Vargas Llosa su notable ensayo. Nada atrae más la atención del norteamericano medio que los habitantes destacados de la caja tonta.
Tercero, porque es un magnífico comunicador que genera titulares. «Hablen de mí, aunque sea mal, pero hablen». Está intuitivamente dotado para nutrir a la prensa con la observación aguda, la frase escandalosa o el comentario desafiante. Novecientos periódicos lo atacaron y sólo uno lo defendió. No importa. Lo único que contaba era la celebridad.
Cuarto, porque advirtió que su mejor vivero de electores era la clase trabajadora menos ilustrada de las zonas rurales, frustrada y venida a menos durante el paso de la era industrial a la del conocimiento. Trump le prestó la voz y la llenó de ilusiones.
Quinto, porque supo crear un relato nacionalista de víctimas y victimarios, en el que sus electores eran honrados trabajadores que padecían los atropellos marginadores de la globalización.
Unas veces los chinos eran los victimarios que utilizaban una moneda artificialmente devaluada en la que vendían barato el fruto de su trabajo. Otras, eran los pérfidos mexicanos, que no sólo enviaban a Estados Unidos a su peor gente, violadores y delincuentes, sino que se aprovechaban de la ingenuidad norteamericana para estafar a sus trabajadores en los tratados de libre comercio. Trump, el maestro en el arte de negociar, anularía o reemplazaría esos acuerdos.
Sexto, porque Trump, a sus setenta años, a sus tres mujeres sucesivas y a su familia glamorosa, era la quintaesencia del patriarca exitoso en una sociedad (como casi todas) que no ha superado esa fase de la evolución de la especie.
Es verdad que las mujeres norteamericanas votan y son elegidas desde 1920 (cincuenta años después de que los varones negros pudieron hacerlo), pero a estas alturas del partido, casi un siglo más tarde, ninguna mujer ha llegado a la Casa Blanca y apenas un 5% dirige las grandes empresas del país. Con tetas, no hay jefatura.
Séptimo, porque el machismo y el sexismo, derivados del patriarcado, les exigen a las mujeres un comportamiento diferente al de los hombres. ¿Qué le hubiera sucedido a Hillary si hubiese exhibido una biografía genital como la de Bill Clinton o la de Donald? ¿O si hubiera discutido el tamaño y la profundidad de su vagina, como hizo Trump en relación con su glorioso pene? La hubiesen fusilado al alba.
Octavo, porque los demócratas llevaban ocho años en el gobierno y eso genera fatiga en una parte sustancial del electorado. Barack Obama llegó al poder prometiendo un cambio, mientras Hillary asoció su campaña a la continuidad. Eso no es atractivo. Es verdad que Obama se despedirá de la Casa Blanca con un 54% de simpatía, pero, simultáneamente, un 70% de la sociedad tiene una visión pesimista del futuro y ya se sabe que ese estado anímico conduce a la oposición y a la melancolía. Trump prometía un cambio. Era un salto hacia el pasado, pero era un cambio.
(ABC) Venezuela debe ser el país peor gobernado del planeta. El periódico «The Daily Telegraph» de Londres describió el desastre en un reciente reportaje montado sobre ocho gráficas espeluznantes.
En el 2015 la economía se contraerá en un 7% del PIB. Los venezolanos serán notablemente más pobres y tendrán menor capacidad de consumo.
La inflación es la más alta del mundo. Los expertos de Caracas Capital Market la sitúan en un 120% anual. Como la productividad es bajísima y el aumento de los salarios no compensa, la vida cotidiana será mucho más cara.
La caída del precio del crudo
El bolívar, la moneda nacional, tiene varios cambios. Oficialmente, está a 6,30 por dólar. En realidad, se acerca a los 190 en el mercado negro. La diferencia es el modo más directo de enriquecer a los corruptos boliburgueses. Compran a 6.30 para importar, usan una parte y revenden clandestinamente la otra. En pocas horas cualquier idiota con conexiones puede hacerse millonario.
El valor promedio del barril de petróleo hoy está un 50% por debajo del precio que tenía en enero de 2014. Eso es gravísimo en un país cuyo ingreso en divisas depende en un 96% de las exportaciones de crudo. Añadiéndole sal a la herida, la producción de PDVSA disminuye y anda por los 2.4 millones de barriles diarios, cuando debería estar produciendo entre 4 y 5. Esto sucede por una mezcla de incapacidad y falta de inversiones.
Llenar el tanque de gasolina de un coche cuesta menos de un céntimo
Para agravar la situación, los venezolanos consumen diariamente algo más de 700.000 barriles se petróleo por el que no pagan prácticamente nada. Llenar el tanque de gasolina de un coche grande -allí casi todos son enormes- vale menos de un céntimo. Ese subsidio a la clase media y alta -los que tienen autos-le cuesta al país entre once mil y trece mil millones de dólares al año, pero nadie se atreve a suprimirlo. ¿No decían que el petróleo era de todos los venezolanos?
El gobierno en el 2014 importó bienes y servicios por un monto de 60.5 mil millones de dólares y exportó petróleo cobrable (hay otro previamente comprometido) por treinta y nueve mil millones. La diferencia, claro, se convirtió en parte de la deuda y es una de las razones que explica el desabastecimiento. No tienen divisas para importar los insumos que necesita un país en el que el chavismo ha diezmado a la clase productora y ha cerrado siete mil empresas de todos los tamaños.
Abocados a la quiebra
Venezuela probablemente no pueda afrontar el pago de la deuda y tenga que declararse en quiebra, de acuerdo con las sombrías predicciones del Banco Mundial. Este año la nación tendrá que abonar once mil millones de dólares en intereses y obligaciones, y carece de liquidez para pechar con ese compromiso. En el 2016 le volverá a suceder lo mismo. La quiebra, posada como un buitre sobre los tejados de los bancos, le encarecerá notablemente las líneas de crédito.
El crimen es la principal causa de muerte en Venezuela Simultáneamente, el subsidio a Cuba, de acuerdo con el economista Carmelo Mesa Lago, alcanza los trece mil millones de dólares al año, y ahí se incluyen 107.000 barriles de petróleo que llegan diariamente a Cuba, de los cuales la isla revende unos 40.000.
Venezuela se calcutiza, pero con un agravante, las ciudades no sólo están cada día más sucias y llenas de escombros: el crimen es la principal causa de muerte. Ni el cáncer ni los infartos, ni los episodios cerebrales, por separado, matan tanto como lo que en ese país llaman «los malandros».
Asesinar impunemente
El año pasado fueron asesinadas 25.000 personas y el 94% de esos crímenes quedaron impunes. Es menos arriesgado pasearse con un ejemplar de «Charlie Hebdo» en las manos por las calles de Damasco que ir a comprar el pan en Caracas. Tal vez no haya pan, pero seguramente encontrarán maleantes.
El gobierno, además, ha armado y convertido a los delincuentes en milicias paralelas para controlar, acosar y, si es necesario, dispararle a la oposición, como se ha visto en cien vídeos exhibidos por internet. Cuando no persiguen a los opositores, persiguen los anillos, billeteras y relojes de los aterrorizados ciudadanos.
Una buena parte de la vida del venezolano -sobre todo de las mujeres- transcurre en las colas a la búsqueda y captura de cualquier objeto necesario: comida, medicinas, útiles de aseo personal. A veces hay peleas por unos muslos de pollo o por unos cartones de leche. Cada día que pasa faltan más objetos. El papel higiénico se ha convertido en una obsesión nacional. En Miami, los exiliados venezolanos, en venganza, han hecho imprimir miles de rollos con la cara de Maduro para darle su fétido merecido al presidente.
En esta atmósfera no es extraño que los venezolanos más educados quieran marcharse del país. Ya lo ha hecho, afirman, millón y medio. Se les ve, laboriosos y eficientes, en España, Panamá, Colombia, Ecuador y Estados Unidos.
Ya se han ido de Venezuela un millón y medio de personas
En el gran Miami, la ciudad de Doral es fundamentalmente venezolana, incluido su alcalde. A Weston, 20 kilómetros más al norte, la llaman Westonzuela. En Aventura, un rico vecindario costero a 35 kilómetros de Miami, se han asentado los judíos venezolanos, con el prestigioso rabino Pynchas Brener a la cabeza, y allí han llevado sus saberes, sus capitales y sus buenas costumbres empresariales y profesionales.
En Miami, además, los venezolanos han revitalizado el teatro en español, poseen un diario, varias estaciones de radio y al menos dos canales de televisión. La desgracia de Venezuela ha sido una bendición para el sur de la Florida. Lo lamentable es que la mayor parte de esos refugiados no regresarán a su país cuando amaine la tormenta. Se quedarán en EE.UU. a generar riqueza, criar a sus descendientes y disfrutar de la institucionalidad de la más vieja democracia del hemisferio.
Tal vez es importante preguntarse por qué uno de los países potencialmente más ricos del mundo ha caído en ese abismo.
Se trata de una nación de más de 900.000 kilómetros cuadrados, y menos de 29 millones de habitantes («supervivientes», dicen allí), dotada por la naturaleza con todos los bienes imaginables: petróleo, hierro y otra docena de minerales valiosos, tierras fértiles, agua potable en abundancia, playas paradisíacas, fabulosas selvas vírgenes, y una población educada en la que abundan los profesionales formados en universidades nacionales y extranjeras en las que han adquirido su postgrado.
¿Por qué ocurrió esta catástrofe?
¿Por qué semejante paraíso, al que durante décadas emigraban los canarios y gallegos, los italianos y centroeuropeos, en busca de un mejor destino, sufre hoy este descalabro?
Fundamentalmente, se debe a que en el país prevalecían varias ideas y actitudes totalmente erróneas que pueden resumirse en una palabra:populismo. Muchos venezolanos pensaban, porque así se lo aseguraban los políticos, que el país era rico, y no que la riqueza se creaba mediante el trabajo metódico. Creían que la pobreza de muchos venezolanos era debida a la riqueza de los que habían conseguido prosperar. Bastaba con arrebatársela a los pudientes para establecer una sociedad más justa.
Pensaban que esa situación cambiaría cuando un grupo de personas bienintencionadas, dirigidas por un caudillo enérgico, acabara con las injusticias. Ese personaje fue el nefasto Hugo Chávez. Los venezolanos no eran capaces de advertir que los 25 países más prósperos y felices del planeta son democracias regidas por la ley y sustentadas en instituciones de Derecho.
Venezuela es hoy la nación más corrupta de América Latina
Estaban decididos a terminar con el bipartidismo y liquidar a los dos partidos tradicionales, a los que acusaban de ineficientes y corruptos -algo de eso había-, sustituyéndolos con los iluminados populistas antisistema de Hugo Chávez, pese a que en los 40 años transcurridos entre 1959 y 1999 -la etapa democrática- Venezuela había experimentado el mejor periodo de su turbulenta historia. El resultado está a la vista: Venezuela es hoy la nación más corrupta de América Latina según Transparencia Internacional, en la que nadie sensato invierte un dólar, de donde escapa todo el que puede, regida por un tipo estrafalario que habla con los pajaritos y obedece a un comisario cubano, tristemente patrullada por unas Fuerzas Armadas controladas por narcogenerales.
Tomen nota los españoles. En todas partes cuecen habas. Basta con que prevalezcan las ideas populistas para que un país se hunda irremisiblemente.
____________________________________________ *Torre de David, el Wall Street de la miseria El Centro Financiero Confinanzas, conocido como Torre de David, nació como un ambicio proyecto arquitectonico y financiero. Fue levantado en el corazón de Caracas en 1990, promovido por el presidente de la compañía David Brillembourg. Con 45 pisos y 190 metros de altura iba a ser el octavo edificio más alto de América Latina y convertiría esta zona de la capital en un pequeño Wall Street venezolano. La muerte de Brillembourg y la crisis de 1994 detuvieron el proyecto. El edificio, completamente abandonado, alberga en la actualidad a familias en condiciones precarias.
Hace 25 años ocurrió el entierro simbólico del comunismo.Una esperanzada muchedumbre de alemanes corrió hacia el Muro de Berlín y lo demolió a martillazos. Era como si golpearan las cabezas de Marx, Lenin, Stalin, Honecker, Ceaucescu y el resto de los teóricos y tiranos responsables de la peor y más larga dictadura de cuantas ha padecido el género humano. Por aquellos años una obra rigurosa pasó balance del experimento. Se tituló El libro negro del comunismo. Nuestra especie abonó los paraísos del proletariado con unos cien millones de cadáveres.
Era predecible. En la URSS, en 1989, fracasaban todos los esfuerzos de Gorbachov por rescatar el modelo marxista-leninista. En Hungría, un partido comunista, dirigido por Imre Pozsgay, un reformista decidido a liquidar el sistema, abría sus fronteras para que los alemanes de la RDA pasaran a Austria y de ahí a la fulgurante Alemania Federal, la libre. En Checoslovaquia, Vaclav Havel y un puñado de intelectuales valientes animaban el Foro Cívico como respuesta a la barbarie monocorde de Gustáv Husák. En junio, cinco meses antes del derribo del Muro, los polacos habían participado en unas elecciones maquiavélicamente concebidas para arrinconar a Solidaridad, pero, liderados por Lech Walesa, la oposición democrática ganó 99 de los 100 escaños del senado. El dictador Jaruzelski les tendió una trampa y acabó cayendo en ella.
¿Qué había pasado? El sistema comunista, finalmente, había sido derrotado. Los países que primero lo implementaron, y que primero lo cancelaron, eran empobrecidas dictaduras, crueles e ineficaces, que se retrasaban ostensiblemente con relación a Occidente en todos los órdenes de la convivencia. Ese dato era inocultable. Bastaba comparar las dos Alemania, o a Austria con Hungría y Checoslovaquia, los restantes segmentos del Imperio austrohúngaro, para confirmar la inmensa superioridad del modelo occidental basado en la libertad, el mercado, la existencia de propiedad privada y el respeto por los Derechos Humanos. El día y la noche.
El comunismo era un horror del que escapaba todo el que podía, mientras los que se quedaban ya no creían en la teoría marxista-leninista, aunque aplaudieran automáticamente las consignas impuestas por la jefatura. Por eso Boris Yeltsin pudo disolver el Partido Comunista de la Unión Soviética en 1991, con sus veinte millones de miembros, sin que se registrara una simple protesta. La realidad, no la CIA ni la OTAN, había derrotado esa bárbara y contraproducente manera de organizar la sociedad. Me lo dijo con cierta melancolía Alexander Yakovlev, el teórico de la Perestroika, en su enorme despacho de Moscú, cuando le pregunté por qué se había hundido el comunismo: “Porque no se adaptaba a la naturaleza humana”. Exacto.
¿Y los chinos? Los chinos, más pragmáticos, se habían dado cuenta antes. Les bastó observar el ejemplo impetuoso y triunfador de Taiwán, Hong Kong y Singapur. Eran los mismos chinos con diferente collar. Mao había muerto en 1976 y la estructura de poder inmediatamente rehabilitó a Deng Xiaoping para que comenzara la evasión general del manicomio colectivista instaurado por el Gran Timonel, un psicópata cruel dispuesto a sacrificar millones de compatriotas para poner en práctica sus más delirantes caprichos. Cuando el muro berlinés fue derribado, los chinos llevaban una década cavando silenciosamente en busca de la puerta de escape hacia una incompleta prosperidad sin libertades.
¿Por qué no cayeron o se transformaron las dictaduras comunistas de Cuba y Corea del Norte? Porque estaban basadas en dinastías militares centralizadas que no permitían la menor desviación de la voz y la voluntad del caudillo. El Jefe controlaba totalmente el Partido, el parlamento, los jueces, militares y policías, más el 95% del miserable tejido económico, mientras mantenía firmemente las riendas de los medios de comunicación. El que se movía no salía en la foto. O salía preso, muerto o condenado al silencio. El aparato de poder era sólo la correa de transmisión de los deseos del amado líder. No cabían las discrepancias y mucho menos las disidencias. Eran coros afinados dedicados a ahogar los gritos de la población.
Esta terquead antihistórica ha tenido un altísimo costo. Cubanos y norcoreanos han perdido inútilmente un cuarto de siglo. Si las dos últimas tiranías comunistas hubieran iniciado a tiempo sus transiciones hacia la democracia, ya Cuba estaría en el pelotón de avanzada de América Latina, sin balseros, “damas de blanco” o presos políticos, y Corea del Norte sería otro de los tigres asiáticos. Lamentablemente, la familia de los Castro y la de los Kim optaron por mantenerse en el poder a cualquier costo. Los muros continuaban impasibles desafiando la razón y el signo de los tiempos.
Fuente: Fundación Atlas para una Sociedad Libre, 09/11/14.
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