Seis países al borde de un ataque de nervios – Por Fernando Iglesias

noviembre 5, 2017

Seis países al borde de un ataque de nervios 

Por Fernando Iglesias – Periodista. Especial para Los Andes.

Fernando IglesiasLa tentación fundacional; lo de creer que un país nuevo empieza cada vez que la Argentina encara para el lado que nos gusta, es una de las peores taras que nos deja el populismo. El republicano verdadero debería huir de ella como de toda otra peste emocional. Y sin embargo, a menos de eventos impredecibles, el 22 de octubre de 2017 quedará registrado como una bisagra en la Historia argentina. Por su importancia y su magnitud, la segunda victoria electoral de Cambiemos significará el fin de una serie de paradigmas que gobernaron por décadas la política criolla. En primer lugar, la invencibilidad del peronismo, arrasado electoralmente por una rebelión antipopulista que se inició en 2008 con el enfrentamiento del gobierno Kirchner con el sector agropecuario, continuada con las manifestaciones que en 2012 pusieron fin al proyecto de reelección indefinida de Cristina, profundizada por la marcha que exigió justicia por el asesinato del fiscal Nisman y sancionada institucionalmente por la victoria de Macri en las elecciones de 2015.

Digamos, sin ponernos fundacionales, que hay al menos seis países que están quedando atrás y a los cuales los resultados del 22 han puesto al borde de un ataque de nervios. El país controlado desde el peronismo bonaerense, primero de todos. Tomemos nota: a contramano de los creyentes y oficiantes de la política territorial, el otrora poderosísimo peronismo de la Provincia de Buenos Aires que por tres décadas fue responsable de la degradación de un distrito que en términos de población, territorio y PBI representa 40% del país y que derrocó a los únicos dos presidentes no peronistas elegidos desde la vuelta de la democracia en 1983, obtuvo el 5,21% de los votos y quedó como última fuerza electoral, detrás del trotskismo. Ningún argentino desconoce las implicancias de este hecho excepcional: Cambiemos tiene la gobernabilidad asegurada hasta 2019, cuando Mauricio Macri se convertirá en el primer presidente civil no peronista que logra terminar su mandato desde Marcelo T. de Alvear, en 1928…

He aquí otro país que se termina: el país en el que solo el peronismo podía gobernar. El triunfo de Cambiemos en doce de veinticuatro provincias no alcanza aún para obtener la mayoría en ninguna de las cámaras pero bloquea todo intento de imponer grandes cambios aplicando el 2/3 parlamentario y puede acabar en 2019 o 2021 con otra vaca sagrada: el control peronista del Senado. Un control que ha hecho que ni una sola de las leyes sancionadas desde 1983 pudiera aprobarse sin anuencia del Partido Justicialista y fue devastador en términos de corrupción. Hoy, once de los doce jueces del juzgado de Comodoro Py donde van a parar las grandes causas de corrupción federales fueron designados por presidentes peronistas (Menem, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner) con la aprobación de un Senado con mayoría peronista. Que Cambiemos haya pagado en 2016 un 40% menos por cada kilómetro de ruta construida de lo que pagaba Cristina en 2015 da una idea de la degradación causada por décadas de hegemonía populista.

Y aquí va el tercer país que se acaba: el país de la impunidad. El país en que nadie iba preso o, al menos, no duraba mucho tiempo en prisión. Quien tenga tiempo, que haga el repaso de los funcionarios kirchneristas presos por corrupción. Comprobará que nunca -nunca- sucedió nada parecido en este país. Por un simple motivo, además: nunca fue tan escandalosa y generalizada la corrupción. Lo sé: faltan muchos. Lo sé: todo puede volver para atrás. Pero no parece que la oleada de saneamiento institucional vaya a detenerse. Por el contrario, en estas semanas hemos sumado a dos estrellas al firmamento de los sancionados: De Vido y Moreno. Como orgulloso firmante de las denuncias que los llevaron al procesamiento y último testigo de la acusación en la causa de Guillote déjenme seguir sosteniendo esta modesta fe: podrá subsistir algún caso de corrupción aislado, como en todas partes, pero lo de una mafia a cargo del Estado no vuelve más.

El peronismo podrá sobrevivir, es cierto, si se adapta y cumple su eterna promesa de convertirse en un partido republicano y respetuoso de la ley.

Pero el país de la hegemonía peronista se acabó. El cambio de rumbo comenzado en 2015 y ratificado el domingo 22 deja definitivamente atrás el cuarto de siglo transcurrido entre 1989 y 2015 en el cual el Partido Justicialista gobernó veinticuatro de los veintiséis años transcurridos; una década -la de Menem- con discurso modernizador neoliberal y otra década -la de los Kirchner- prometiendo la revolución socialista. Atrás queda también un país devastado institucionalmente, invadido por el narco, con los más altos niveles de corrupción de su Historia, la mayor carga impositiva de las últimas décadas, reservas licuadas, déficit fiscal, comercial y energético insostenibles, cuatro años de recesión, inflación al 30%, infraestructura devastada y un tercio de los argentinos en la pobreza. Pero no solo eso.

El triunfo del domingo promete también el fin de un quinto país: el de los setenta, la peor década de la historia argentina, la del primer gran shock económico regresivo, las bandas terroristas devastándolo todo y siendo reprimidas ilegalmente por la Triple A peronista, primero, y las Fuerzas Armadas, después. La década del golpe y del acontecimiento más horrible de la historia argentina: el genocidio. Pese a todo, una década increíblemente reivindicada por el nacionalismo populista disfrazado de izquierda que llegó al gobierno en 2003 con los Kirchner. Su evento final ha sido, probablemente, el intento de demostrar que Macri es un dictador montando un caso de desaparición forzada alrededor de la muerte de Santiago Maldonado. Dos meses de campaña electoral agitando el fantasma dictatorial han terminado por mostrar el grado de instrumentalización populista de una causa, los derechos humanos, que supo ser de todos los argentinos. Ojalá podamos recuperarla, para todos, alguna vez.

Finalmente, parece que se acabó el país que solo llegaba a las tapas de los diarios del mundo por sus malas noticias: golpes, atentados, saqueos, fiscales muertos, récords de pobreza e inflación. Por el contrario, el triunfo de Cambiemos no solo promete revertir la larga decadencia argentina sino que es una pequeña buena noticia para el mundo: la de una América Latina que está dejando atrás el nacionalismo populista; la buena nueva del avance de gobiernos latinoamericanos de diferentes signos políticos que ven en la globalización y el futuro una esperanza, y no solo una amenaza.

No es poco en tiempos de medievalismos disfrazados de progreso. No es poco en la era de los Brexits, los Trumps, los Maduros y los Puigdemonts.

Fuente: losandes.com.ar, 05/11/17.


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La decadencia del populismo en Argentina

agosto 22, 2017

Avanza en el país una rebelión antipopulista

El gran derrotado de las PASO no fue el peronismo, sino el populismo enquistado en la política argentina.

Fernando Iglesias

Por Fernando Iglesias.

Un fantasma recorre la Argentina. Es el fantasma de la rebelión antipopulista. Cuando el viento barra la hojarasca de última hora y quienes saquearon el país renuncien al ridículo de denunciar un fraude electoral inexistente, el saldo de las PASO 2017 quedará escrito en la historia: la rebelión antipopulista sigue avanzando hacia la liquidación del medievo en que los argentinos hemos vivido cincuenta años, cuando la última Argentina moderna y razonable fue derrocada junto a Illia por el Partido Militar, con el apoyo de los sindicatos y Perón.

El saldo para el kirchnerismo es catastrófico: pérdida rotunda -acaso, definitiva- de su carácter nacional; menos votos que Aníbal; desplome en el feudo santacruceño, y papelón insuperable a las cuatro de la mañana. Al resto del peronismo no le fue mejor: derrotas epocales del feudalismo ilustrado de los Verna y los Rodríguez Saá, fracaso de todos sus referentes presidenciables y retroceso general en los bastiones donde la dependencia del empleo estatal y los punteros sustentan aún a los creadores de la fábrica de pobres; desde el Norte feudalizado hasta el sometido conurbano, donde el Partido Justicialista empeoró su peor performance, de dos años atrás. Que el Pejota bonaerense responsable de la destitución de dos presidentes constitucionales haya quedado reducido a menos del 6% del electorado denota un punto de inflexión. O el peronismo se transforma de verdad en un partido republicano con dirigentes nuevos e ideas renovadas o deja de ser alternativa de poder. Cualquiera de estas opciones es una excelente noticia para la República.

argentinaPero focalizarse en el peronismo es reductivo: el gran derrotado del domingo, el que si se repiten los resultados dentro de dos meses será desterrado del rol hegemónico que ha desempeñado en la política nacional desde hace medio siglo, no es el peronismo, sino el populismo en general. Así lo demuestra la pésima performance de quienes -Massa, Lousteau, Stolbizer, los herederos de los Sapag, Schiaretti y el socialismo santafecino- proponen un populismo de buenos modales; una renovación del modelo estatista-proteccionista-industrialista-mercadointernista con menos autoritarismo y corrupción. Otro factor de desmembramiento del populismo es tanto o más potente que el anterior: a pesar de que el segundo semestre se demoró más de un año, Cristina fracasó en el conurbano bonaerense, obteniendo menos votos que Aníbal en 2015 en el distrito que durante 2016 sufrió las peores consecuencias de la salida del default, del cepo cambiario y del Modelo de Acumulación de Matriz Diversificada con Inclusión Social, que dejó a millones de bonaerenses haciendo sus necesidades en pozos y cargando baldes para poder lavarse y cocinar. A su vez, Cambiemos mejoró en la primera y la tercera sección, con aumentos de más del 2% en La Matanza, Lanús, Lomas, Merlo, Morón, Ituzaingó, Moreno, San Fernando y José C. Paz; más del 4% en Tigre, Hurlingham y Florencio Varela, y más del 8% en Malvinas y San Miguel. Es ésta la gran derrota, la decisiva, del populismo y su subestimación de los pobres: quienes en 2015 dejaron a un tercio de los argentinos en la pobreza y en 2017 usaron su miseria como único argumento de campaña acaban de descubrir que los pobres, como todos, no votan solamente con el bolsillo. Que les importa que la gobernadora se haya metido con las mafias policiales, que la ministra de Seguridad haya allanado La Salada, que sus hijos tengan agua potable y cloacas, y que los gobierne un gobierno y no la mafia.

Es la última fase, la más difícil dada la condición frágil y dependiente de su sujeto político, de la rebelión antipopulista que recorre el territorio nacional. Las victorias en Córdoba, Mendoza, Neuquén, Entre Ríos, Corrientes, San Luis, La Pampa, Capital Federal y el empate virtual en Santa Fe señalan que la mancha central del mapa electoral de la Argentina se agranda con cada acto eleccionario. Contenía sólo a Mendoza y la Capital en las PASO 2015. Forman parte de ella hoy unos diez distritos provinciales que, sumados a Santa Cruz y Jujuy, reúnen la mitad de las provincias. Se trata de la Argentina que, con sus errores y defectos, se ha incorporado exitosamente a un siglo XXI determinado por la sociedad global del conocimiento y de la información. Es la Argentina viable del centro del país; la del campo, las industrias avanzadas, la producción de servicios, las clases medias urbanas y rurales, los medios de comunicación. Es la Argentina productiva que persiguieron los Kirchner con ese exacto instinto que les permitió entender que la perpetuación del poder populista exigía ponerlos de rodillas. Es la Argentina que concentra más de la mitad de la población y dos tercios del PBI nacional, la que después de medio siglo de fracasos parece haber encontrado en Cambiemos una dirección política a la altura de las circunstancias. Es también la Argentina que con su sacrificio impositivo sostiene al resto del país. Pero es una Argentina que no ha vuelto a entrar en la historia con deseos de venganza ni voluntad de persecución, sino con la aspiración generosa de rescatar a sus compatriotas de la opresión y la miseria, extendiendo su desarrollo a todo el territorio nacional y ayudando a alcanzar sus niveles de vida a todos los argentinos. Allí están el Plan Belgrano, el Plan del Agua, la Revolución de los Aviones y el programa de obras públicas más ambicioso de la historia nacional para probarlo. Y allí está también la línea deslumbrante del Metrobus penetrando en la noche de La Matanza, que es su emblema mejor.

Fue un amistoso, no un partido completo ni un primer tiempo. Se recomienza mañana, cero a cero. Pero, suceda lo que suceda en octubre, no se puede entender lo sucedido en estas PASO sin comprender la rebelión antipopulista que se extiende por la Argentina. Paso a Paso. Elección tras elección. Cambiemos no es su inventor, sino su herramienta; como lo fueron otros en otras elecciones victoriosas y se creyeron los protagonistas, y así les fue. La rebelión tuvo su episodio fundacional en 2008 con la lucha del campo por su subsistencia como sector productivo independiente del Estado. Tuvo su 17 de octubre en 2012 con las marchas contra el plan Cristina Eterna y el proyecto de reformar la Constitución que produjeron las mayores movilizaciones de la historia de este país. Tuvo su apogeo en la Marcha de los Paraguas que a inicios de 2015 desbordó las calles pidiendo justicia para Nisman. Se expresó en los resultados electorales que pusieron en el gobierno a Cambiemos. Y se prolongó en dos episodios que acabaron con el programa destituyente del Club del Helicóptero: la contundente movilización del 1° de abril de 2017, que convirtió el marzo de fuego pergeñado por el populismo en un cajón de Herminio, y las recientes PASO, cuyo resultado repetido en octubre significará el fin de la maldición que reina sobre la Argentina desde 1928, año en que el último presidente civil no peronista logró completar su mandato constitucional. De ese octubre victorioso, soñado, puede emanar un veredicto republicano inapelable: la derrota definitiva de la hegemonía populista; la seguridad de que a este país, y para siempre, todos los partidos lo pueden gobernar.

Fuente: La Nación, 22/08/17.


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