Michael Shellenberger desenmascara el Cambio climático

abril 12, 2021

Michael Shellenberger, el experto medioambiental que desmonta el alarmismo climático

LD habla con el gurú medioambiental, que denuncia las fake news de activistas como Greta Thunberg y no duda en defender la nuclear… y los toros.

Por Diego Sánchez de la Cruz.

Michael Shellenberger es un activista medioambiental estadounidense. Fundador del Centro para el Progreso del Medioambiente, una organización de investigación con sede en California, en los últimos años ha convertido en uno de los expertos más conocidos del mundo, merced a sus artículos en diarios como The New York Times, The Washington PostThe Wall Street Journal o Forbes. Su libro «No hay apocalipsis» (Deusto, 2021) acaba de publicarse en España y constituye un firme alegato contra el alarmismo en materia climática.

Hablar de estos temas debería ser cosa de ciencia, de economía… pero al final se convierte en una polémica moral, a menudo alentada por las élites.

Antes, los ricos querían ser admirados por ser ricos. Hoy en día buscan la aprobación de los demás por su supuesta superioridad moral, algo que en nuestras sociedades posmodernas se demuestra enarbolando el típico discurso políticamente correcto sobre la sostenibilidad. Es una nueva retórica de clases, que divide entre los que contaminan y los que conducen en un Tesla. Pero también da pie a nuevas desigualdades, por ejemplo en las ciudades en las que algunas zonas no son de libre acceso para ciertos coches.

Su crítica no se dirige tanto contra las advertencias sobre posibles daños al entorno natural como contra el tono apocalíptico con el que se estudia, informa y agita esta cuestión.

De ahí viene el título de mi libro. Básicamente hay tres grupos formando la opinión pública en materia medioambiental: científicos, periodistas y activistas. En esa cadena, los científicos suelen fijarse solamente en los problemas y no tanto en los casos de éxito o las cosas que van a mejor. Después están los periodistas, que se fijan solamente en los casos más graves y escandalosos. Y por último aparecen los activistas, que siempre se orientan hacia el discurso más radical. El resultado de esa dinámica es un debate histérico.

Y así no hay quien hable de cuestiones medioambientales, porque cualquier crítica a la línea oficial se considera casi herética.

El problema es que el resultado de todo esto es que la gente acaba asustada, en vez de informada. Por ejemplo, la mayoría de la gente no sabe que las emisiones de CO2 llegaron a su «pico» en el mundo desarrollado hace ya décadas. Tampoco saben que EEUU está reduciendo sus emisiones de forma reiterada y que, en esencia, la caída está ligada al vilipendiado fracking. De igual modo, se habla mucho de que los fenómenos naturales extremos van a más, pero no hay evidencia que lo respalde y lo que sí sabemos es que las víctimas mortales de estos desastres son hoy mucho más bajas que antaño.

Los incendios en California, Australia o la Amazonía brasileña, ¿son imputables al cambio climático, como sostienen algunos?

De entrada, no vilipendiemos los incendios. Algunos son «malos» y pueden ser devastadores, claro está, pero otros son «buenos» y, de hecho, necesarios para la conservación de los bosques. Hay que entender los ciclos del fuego y no pensar que cualquier incendio es necesariamente algo desastroso para el ecosistema. Es bueno que haya fuegos de baja intensidad, porque ayudan a limpiar los bosques y a mantenerlos a lago plazo.

Con respecto a estos incendios que mencionas, a menudo lo que se ha dicho al respecto han sido bulos. La deforestación se ha reducido dramáticamente en Brasil durante las últimas décadas y no tiene nada que ver con los niveles que se daban antaño. Y en California, como en Australia, la política forestal ha acabado con los fuegos de baja intensidad, pero a costa de aumentar los de alta intensidad, sin que ello tenga nada que ver con el cambio climático.

¿Podremos adaptarnos a los retos medioambientales del futuro?

El Premio Nobel de Economía, William Nordhaus, encuentra que el PIB global va a multiplicarse por tres o incluso por seis veces durante el siglo XXI. Frente a ese aumento, los costes de la adaptación a los retos medioambientales que están por venir son muy reducidos. Pero en los modelos de Nordhaus no hay forma de integrar los cambios tecnológicos que, de hecho, son la clave para que el futuro sea aún mejor, por ejemplo si consolidamos un mix energético más limpio, que debe girar en torno a la nuclear, por ser fiable y segura.

Su optimismo choca con el tono de activistas como Greta Thunberg, que dibujan un futuro negro.

En el corazón de todos estos movimientos siempre se encuentra una filosofía muy pesimista, que viene de atrás, de Thomas Malthus, quizá el pesimista más famoso e influyente de la historia. La idea, al final, es siempre la misma: el ser humano no puede seguir así, porque el Planeta no resistirá más este ritmo. Sin embargo, la evidencia ha desmontado esta visión siglo tras siglo, década tras década. Se habló de hambrunas, pero hoy vemos que el problema que va a más es el de la obesidad, mientras que la incidencia del hambre no para de bajar.

En España ha ido a más el debate sobre los toros. Desde el punto de vista medioambiental, cuantas menos corridas se dan, menos reses bravas hay en el campo.

Es interesante plantear estos debates. Todo lo relacionado con la carne o el sacrificio de animales puede abordarse desde distintos puntos de vista: medio ambiente, economía, alimentación… Pero quienes tienen un discurso más alarmista a menudo plantean estos temas como un dilema ético. Por eso también proponen el veganismo, que sería algo así como la salvación prometida por esa nueva iglesia.

Hay mucha «moralina» en torno a estas cuestiones. En Estados Unidos se admira la cultura taurina española, pero de repente vemos como en ese campo, como en tantos otros, se pretende imponer una mirada nihilista que quiere arrasar esa y otras culturas locales, sobre todo porque plantean una relación con la carne y con los animales contraria a la que plantean los animalistas. Sus ataques, pues, van contra el corazón mismo de esas civilizaciones. Desprecian las culturas y los valores locales.

Su libro pone de manifiesto que el giro al veganismo y al vegetarianismo no es eficiente desde el punto de vista medioambiental y, además, suele ser un camino de ida… y vuelta.

Dos tercios de los vegetarianos hacen trampas y, por ejemplo, comen pollo o carne algún día. Peor aún, el 80% abandona este tipo de dieta. E incluso si todo el mundo adoptase el vegetarianismo o el veganismo, el descenso de las emisiones sería escaso.

La pandemia del covid-19 ha puesto de manifiesto que «cerrar» y «parar» todo no es una solución razonable contra los retos medioambientales.

Quienes propugnan esto ignoran que España, como las demás economías avanzadas, lleva décadas reduciendo sus emisiones de CO2. ¿Por qué proponer menos crecimiento a cambio de menos emisiones si sabemos que podemos tener menos emisiones y más crecimiento? La evidencia lo demuestra. No tiene sentido oponerse a eso.

En Madrid, una parte del espectro político insiste en que tenemos un grave problema de contaminación

La polución es parte de la vida en la ciudad, pero se ha reducido significativamente desde los años 70, en Madrid y en todas las grandes capitales. Los coches cada vez producen menos humo contaminante, las fábricas y los negocios son más eficientes… Basta con viajar a un país pobre para comprobarlo. Es como una máquina del tiempo, que nos permite entender cómo la riqueza nos permite desarrollarnos. Incluso en las plantas de carbón, que son la fuente energética más contaminante de todas, vemos una clara mejoría en términos de emisiones. Creo que es bueno crear estándares y objetivos de emisiones, pero tienen que girar en torno a mejoras incrementales, progresivas, en vez de las reducciones radicales que a menudo se plantean, porque introducir de golpe recortes drásticos en las emisiones de un sector arruina industrias y causa paro y pobreza. Eso no es sostenibilidad.

Fuente: libremercado.com, 2021


La farsa de Greta Thumberg: la activista climática está patrocinada por empresas energéticas con intereses en renovables

El movimiento que lidera esta famosa activista sueca de 16 años no es tan inocente como aparenta, pese a las pellas climáticas y al viaje en yate sin carbono a EEUU.

Por Cristina Martín.

Greta Thunberg no lidera sólo un movimiento ecologista, también uno financiero… además de meter miedo para salvar al planeta del cambio climático

Hace ya un año desde que la adolescente sueca Greta Thunberg dejó el anonimato y se convirtió en una famosa activista contra el cambio climático, tras iniciar una huelga escolar por el clima (la primera de muchas, aficionándose a las pellas climáticas). Sin embargo, no es oro todo lo que reluce porque detrás tiene al lobby ecologista formado por empresas energéticas -con intereses en renovables, por supuestísimo-, por fondos de inversión y por fondos inmobiliarios, según el diario británico The Times.

Esta adolescente de 16 años no está sola en su cruzada y entre sus colaboradores está el activista Ingmar Rentzhog, quien trabajó en la organización ecologista de Al Gore. Junto a David Olsson y Christian Emmertz fundó la start up We Don’t Have Time para unir a personas que “quieren ser parte de la solución a la crisis climática”, aunque además, con Olsson le une el hecho de que en su trayectoria laboral hay vínculos con fondos inmobiliarios (Svenska Bostadsfonden, uno de los más grandes de Suecia) y con empresas de inversión (como Laika Consulting, y Rentzhog trabaja también para el banco de inversión sueco Naventus Corporate Finance, como se ve en su perfil de LinkedIn).

Entre los colaboradores de Greta está Ingmar Rentzhog, ligado a fondos inmobiliarios y de inversión y otros organismos ecologistas, como Global Challenge  

Y más sorpresas: We Don’t Have Time tiene entre los miembros de su Consejo asesor a Gustav Stenbeck, uno de los hombres más ricos de Suecia y cuya familia controla la empresa de inversión sueca Kinnevik. Actualmente, Rentzhog dirige el think thank Global Challenge (también llamado Global Utmaning), que creó la economista y exministra socialdemócrata sueca Kristina Persson en 2007, quien entre 2014 y 2016 dirigió la cartera de Cooperación nórdica y también la de Desarrollo Estratégico. En Global Challenge hay destacados miembros, como: Petter Skogar, presidente de KFO (la asociación de empleadores más grande de Suecia); y Catharina Nystedt Ringborg, asesora de la Agencia Internacional de Energía (AIE), exdirectora de la asociación Swedish Water y exvicepresidenta de la corporación multinacional suizo-sueca ABB que opera en áreas de robótica y energía, y miembro de la firma de capital riesgo de energía verde Sustainable Energy Angels.

Y por si esto fuera poco, no hay que perder de vista que la cruzada climática de Greta Thunberg se ha convertido también en un negocio familiar. Sus padres, el actor Svante Thunberg y la cantante de ópera Malena Ernman publicaron hace un año el libro Escenas del corazón, contando su recorrido por Europa gracias a la carrera de la madre, así como que Greta fue diagnosticada del síndrome de Asperger y su hermana pequeña, Beata, tiene trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), y que “trabajar por el planeta les ayudó a salvar a su familia”. Y claro con el inicio de la huelga escolar de Greta, hasta la adolescente se ha convertido en la portada del libro, al que ha seguido otro con una colección de discursosNadie es demasiado pequeño para marcar la diferencia… y seguro que habrá más. Svante Thumberg ha cambiado el oficio de actor por el de manager de su hija, que además tiene como jefe de prensa a Daniel Donner, quien trabaja para el lobby European Climate Foundation, ONG financiada por distintas fundaciones, entre ellas: Rockefeller Brothers Fund.

Global Challenge fue creado por la exministra sueca Kristina Persson y tiene entre sus miembros a personas de importantes empresas como KFO o la multinacional ABB  

No podemos olvidar que Greta Thunberg y su padre están ahora surcando el océano Atlántico en un velero de competición (con paneles solares y turbinas submarinas) que dirigen Pierre Casiraghi y su compañero de regatas Boris Hermann, y cómo no, junto a un equipo de documentalistas para grabar su gesta. Una travesía de unas dos semanas con el objetivo de no contaminar en su viaje a la Conferencia sobre cambio climático de la ONU que se celebrará en Nueva York el 23 de septiembre. Pero no será un viaje tan limpio, según recoge Preferente.com: Hermann confesó al diario alemán TAZ que varios de los responsables del velero deberán volar a Nueva York para traer el barco de nuevo a Europa, dejando mucha más huella de COque si Greta Thunberg hubiera optado por comprar un billete de avión. Y aquí no acaba todo, porque esta adolescente ha sido nominada al Premio Nobel de la Paz 2019 y ha hecho un llamamiento a una huelga general por el clima el próximo 20 de septiembre. 

Fuente: hispanidad.com, 2019


Vincúlese a nuestras Redes Sociales:

LinkedIn           YouTube          Twitter


.

.