Los bancos centrales sí pueden crear inflación

abril 28, 2016

Los bancos centrales sí pueden crear inflación: Argentina es un ejemplo

Por Greg Ip.
El ministro de Hacienda y Finanzas de Argentina, Alfonso Prat-Gay.
El ministro de Hacienda y Finanzas de Argentina, Alfonso Prat-Gay. 

En momentos en que la inflación en Estados Unidos, Japón y la zona euro está estancada debajo de la meta de 2% anual, los bancos centrales de esos países deben responder con frecuencia a la pregunta de si tienen o no las herramientas necesarias para impulsar los precios. Mejor sería preguntar: ¿tienen la voluntad de hacerlo?

Hay una herramienta prácticamente garantizada para crear inflación: el “dinero helicóptero”, o la impresión de billetes para financiar crecientes déficits públicos. Esta herramienta borra la distinción entre política fiscal y política monetaria, un límite sagrado no sólo para los bancos centrales sino también para los gobiernos que correctamente lo consideran un bastión contra el aventurerismo económico.

Para entender esto, nada mejor que examinar el caso de Argentina, país que recién ahora está recuperándose de años de dinero helicóptero, también conocido como financiación monetaria.

inflaciónHace poco más de 10 años, cuando Argentina ofreció reestructurar su deuda en default desde 2001, algunos tenedores de bonos se negaron a aceptar el recorte propuesto y bloquearon el retorno del país a los mercados de capital. Renuente a bajar su déficit mediante la reducción de gastos o el aumento de impuestos, el gobierno recurrió al banco central. Los adelantos transitorios y las transferencias del banco central a la Tesorería son formas de impresión de dinero, que en Argentina se disparó de 4.000 millones de pesos en 2007 a 159.000 millones de pesos (3% del Producto Interno Bruto) el año pasado.

El actual ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, quien entre 2002 y 2004 presidió el banco central, dijo en una reciente entrevista que la entidad terminó convirtiéndose en prestamista de primera instancia de la Tesorería.

La impresión de dinero tuvo el efecto previsible: la inflación se disparó. Exactamente cuánto no se sabe, porque bajo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se manipularon las estadísticas nacionales. Elypsis, una firma privada, calcula que creció de 6% en 2009 a 25% el año pasado. A este contribuyó el aumento de los controles de importación y de capital, que además socavaron el potencial productivo de la economía.

mauricio macri presidente 2015En diciembre pasado, Mauricio Macri reemplazó a Kirchner en la presidencia de la nación y comenzó a desmantelar la épica mala gestión económica de su antecesora [Cristina Fernández de Kircner]. Prat-Gay rápidamente acordó con los acreedores holdouts y la semana pasada supervisó el retorno de Argentina a los mercados globales de capitales, emitiendo bonos por US$16.500 millones.

Recuperar el acceso a los mercados es esencial para poner fin a la dependencia de la Tesorería de la financiación monetaria y, por lo tanto, para reducir la inflación. Prat-Gay se ha comprometido a limitar el endeudamiento del banco central este año. La inflación, después de subir debido al recorte de subsidios, debería caer abruptamente el próximo año.

Prat-Gay también quiere restaurar la separación entre la política monetaria y la fiscal, algo que se da por sentado en otros países. Cuando le hice una pregunta sobre política monetaria, me respondió: “Usted no le haría esa pregunta a (el secretario del Tesoro de EE.UU.) Jack Lew, ¿verdad?”. (El secretario del Tesoro de EE.UU. no hace comentarios sobre la Reserva Federal, que es un ente independiente del poder ejecutivo).

Que la financiación monetaria haya sido desastrosa para Argentina no significa que siempre tenga que serlo. En 1942, la Fed se comprometió a comprar tanta deuda como fuera necesaria para financiar el esfuerzo de guerra de EE.UU. Para 1945, había comprado deuda equivalente a 9% del PIB anual. La recuperación económica posterior se extendió hasta bien entrada la posguerra.

A pesar de los controles de precios y salarios impuestos durante la guerra, entre 1940 y 1948 la inflación rondó 7% anual. Esto fue suficiente para que la Fed decidiera zafarse de las garras del Tesoro, lo cual logró en 1951.

Si la Fed pudo crear inflación entonces y el banco central argentino lo hizo hasta hace poco, ¿por qué les cuesta tanto lograrlo a la Fed, al Banco Central Europeo y al Banco de Japón?

No alcanza con imprimir dinero; también hay que gastarlo. Argentina imprimió dinero para financiar el gasto público, mientras que la Fed, el BCE y el Banco de Japón actúan de forma independiente, en un momento en que los gobiernos están tratando de endeudarse menos.

El verdadero dinero helicóptero surte efecto cuando el gobierno anuncia un gran aumento de gastos o reducción de impuestos y el banco central se compromete a imprimir dinero para financiar esas erogaciones y a nunca retirarlo de circulación. La gente se convence de que los impuestos no aumentarán y que subirán los precios, lo cual amplifica el impacto en el gasto y, debido a las expectativas, en la inflación real. Sin embargo, una vez que se desatan las expectativas de inflación, nadie puede garantizar que esta se detenga en 2%.

Estos son los puentes que los bancos centrales no están hoy dispuestos a cruzar. El presidente del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, ratificó en una entrevista reciente que “la política monetaria y la política fiscal son decididas y administradas por autoridades distintas”. Ante una pregunta sobre el dinero helicóptero, el presidente del BCE, Mario Draghi, dijo la semana pasada que es una opción “llena de dificultades operacionales, legales e institucionales”.

La independencia monetaria no es una meta en sí, sino un medio para un fin: bajo desempleo y una inflación en torno a 2%. Hoy los bancos centrales y el público están desencantados con una inflación tan baja y un crecimiento débil, pero no lo suficiente como para arriesgarse a un inflación de 7%, mucho menos de 25%. Las cosas tendrán que estar mucho peor.

Fuente: The Wall Street Journal, 28/04/16.

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La perversa inflación

mayo 29, 2015

La lógica perversa del impuesto inflacionario

Por Víctor A. Beker.

inflación 02Días pasados compartí una mesa redonda organizada por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas con la ex presidenta del Banco Central Mercedes Marcó del Pont y el especialista en temas fiscales Jorge Gaggero. Extraño para los tiempos que corren, arribamos a un diagnóstico común: el problema fundamental de la economía argentina es que los argentinos ahorran en dólares. Ésta es, precisamente, la tesis principal de mi último libro. Lamentablemente, los acuerdos terminaron allí. Cada uno esbozó distintas terapias para hacer frente al mal diagnosticado.

Hay algo que es indudable: si existe una inflación anual de, digamos, un 30%, eso significa que un ahorro de 100 pesos a comienzos de año se habrá convertido en 70 a fin de año en términos de poder adquisitivo si se conserva en pesos; esto se evita si se ahorra en dólares. Por tanto, no hay ningún misterio en la propensión de los argentinos a ahorrar en divisas. Sin embargo, los sectores afines al Gobierno sostienen que el ahorro en dólares es una cuestión cultural. ¿Qué quieren decir con esto? Que así como los ciudadanos aceptan pagar el IVA, el impuesto a las ganancias, las retenciones o el impuesto al cheque, no hay razón para que no se avengan a pagar el impuesto inflacionario, que hoy es una de las principales fuentes de financiamiento del descontrolado gasto fiscal. ¿Por qué los argentinos se niegan a pagar el impuesto inflacionario y lo eluden ahorrando en dólares?

Primero, porque la Constitución reserva al Congreso la potestad de crear impuestos. El impuesto inflacionario no ha pasado por el trámite parlamentario y, por tanto, es inconstitucional. Su monto es arbitrario y ni siquiera lo fija el Poder Ejecutivo, sino el Banco Central, que está a cargo de la emisión monetaria. Basta que emita un 35% más de billetes que el año anterior para que la inflación sea de 30% si la economía crece un 5%, por ejemplo.

En segundo término, porque es un impuesto que recae principalmente sobre los pequeños y medianos ahorristas, para quienes la compra de dólares constituye casi la única forma de eludirlo.

En tercer lugar, porque deteriora el tipo de cambio real desalentando las exportaciones -cuyos costos suben más rápido que el tipo de cambio nominal- y fomenta las importaciones; así genera crisis recurrentes del balance de pagos, como la actual.

También, porque se utiliza para financiar un gasto público astronómico de difícil justificación. En ocasión de una visita a Suecia le preguntaba a un colega cómo aceptaban pagar hasta un 50% de impuesto a los ingresos sin protestar. «¿Ve ese hospital? Está dotado de tecnología de punta y ahí me atiendo yo. Sé que mis impuestos sirven para que pueda seguir gozando de esa atención», me dijo. Difícilmente pueda reproducirse ese diálogo en la Argentina.

Luego, porque en la memoria colectiva de los argentinos están grabados a fuego episodios como el Rodrigazo, la hiperinflación, el plan Bonex o el corralito, que licuaron de un día para otro las reservas de aquellos que habían ahorrado en pesos.

Ante estas razones parece difícil lograr el aspirado «cambio cultural». Por eso, la alternativa para quienes lo pregonan es lisa y llanamente imponerlo coercitivamente. Así, en mayo de 2012 se anunció la veda a la compra de divisas con fines de ahorro. El estrepitoso fracaso de la medida -que sólo sirvió para paralizar el mercado inmobiliario de inmuebles usados y generar un mercado paralelo de cambios- obligó a dar marcha atrás y autorizar una dolarización cuotificada a través del llamado «dólar ahorro». Sin embargo, no es de descartar futuros intentos de imponer la pesificación coercitiva por parte de quienes están convencidos de que cuando el cambio cultural no se logra por las buenas debe imponerse por las malas.

Es cierto que el ahorro en dólares es el principal obstáculo al desarrollo económico en nuestro país. Los ahorros que se realizan en la moneda de un país se depositan en el sistema financiero o se invierten en el mercado de capitales y se canalizan para la inversión productiva. Los ahorros en dólares -se guarden en el «colchón» o se giren al exterior- no se canalizan hacia la inversión interna. Y sin inversión no hay crecimiento económico. Pero la pesificación de los ahorros no se consigue por decreto, sino que requiere la inexistencia de la perspectiva de inflación y devaluación de la moneda.

La estabilidad monetaria aparece así como una condición necesaria para el crecimiento económico. Lejos de plantearse como términos alternativos, estabilidad y crecimiento van de la mano. Se necesita estabilidad monetaria para que exista el crédito a 30 años y se multiplique la construcción de viviendas, con el consiguiente impulso a la ocupación de mano de obra. Se necesita estabilidad monetaria para que parte de los más de 10.000 millones de dólares que hoy salen anualmente al exterior queden en el país y contribuyan a su crecimiento. Se necesita estabilidad monetaria para que los más de 200.000 millones de dólares depositados por argentinos en cuentas en el exterior retornen al país y se inviertan productivamente en él.

Pero la estabilidad monetaria requiere que el Estado renuncie a financiarse con el impuesto inflacionario. Ésta es la verdadera disyuntiva hoy: crecimiento o inflación o, más precisamente, crecimiento o estanflación.

—El autor, economista, es autor del libro ¡Basta de fracasos!

Fuente: La Nación, 29/05/15.

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