Hay una poderosa tendencia en los seres humanos a crear mitos. Esa dinámica no se circunscribe a los pueblos primitivos, sino que está siempre presente. Son narraciones producto de la imaginación, pero los sujetos las “viven” como si fueran verdad. Parecen incapaces de percibir que son “puro cuento”.
Según Carlos Jung, eso se debe a que existe un inconsciente colectivo –compartido por toda la humanidad–. del cual se nutren los inconscientes individuales. En el primero residen lo arquetipos, que son esquemas universales que condicionan nuestro pensamiento y modo de actuar. En el individual se activan mediante la experiencia emocional. Por eso, aunque el sustrato es común, la forma que adopta en cada quien es particular.
Uno de los arquetipos es el del héroe. Actualmente, abarca una amplia gama de apariencias que van desde el Hombre Araña hasta José “Pepe” Mujica.
Es sabido que multitudes adosan a Mujica una aureola romántica. La razón es que encaja a la perfección con el periplo del héroe descripto por Joseph Campell: fue llamado a la aventura y cruza el primer umbral al hacerse guerrillero. Llegó al abismo cuando fue confinado en condiciones crueles durante la dictadura militar. En ese momento habría tenido una revelación mística que lo había transformado por completo. Cruza el segundo umbral cuando acata las reglas democráticas y participa en las elecciones. Finalmente, se convierte en “maestro de dos mundos” produciendo su apoteosis.
Por tanto, las peripecias de la vida de Mujica –explotadas hábilmente– dan pie a que él encarne a ese arquetipo.
En cambio el mito de Karl Marx fue construido sobre otras bases. La razón es que no hay nada en su trayectoria personal equivalente al periplo del héroe. En consecuencia, se recurrió a otro arquetipo: la lucha entre el bien y el mal. Obviamente que él pretendía personificar al bien; los burgueses y todo aquel que no acepte sus ideas, al mal.
Marx ha sido tan exitoso con su “máscara” de humanista, amante de la libertad y del proletariado, que engaña incluso a los más sagaces. Uno de ellos fue Karl Popper, quien en La sociedad abierta y sus enemigos (1945) lo describe así. Pero veinte años después, al tener pruebas de lo contrario, cambió de parecer.
El mito de Marx fue erigido sobre dos pilares:
Uno, que explotó hábilmente la envidia que anida en muchos corazones. Ese vicio provoca en quien lo tiene, que proyecte su sombra sobre los que triunfan porque son quienes originan sus complejos de inferioridad. Ergo, la maldad no está fuera, sino dentro de ellos mismos.
Ludwig von Mises en su obra Socialismo afirma lo siguiente:
“Marx predica una doctrina de salvación que racionaliza el resentimiento (del pueblo) y transforma su envidia y deseo de revancha en una misión ordenada por la historia mundial. Les inspira una conciencia de su misión alabándoles como aquellos que albergan en sí mismos el futuro de la raza humana […] siempre hay beneficios en despertar la maldad en el corazón humano. Pero Marx ha hecho más: ha engalanado el resentimiento del hombre común con el halo de la ciencia y así lo ha hecho atractivo para aquellos que viven en un plano superior intelectual y ético. Todo movimiento socialista ha tomado prestado en este aspecto algo de Marx, adaptando la doctrina ligeramente a sus necesidades especiales”.
El otro pilar es el libro Carlos Marx: Historia de su vida (1918), escrito por Franz Mehring. No es una biografía, sino una apología. Lo cual no debe sorprender, dado que el compromiso del autor no era con la verdad histórica, sino con el proyecto de mitificar a Marx.
Para conocer al auténtico Marx existen dos relevantes obras: El Prusiano rojo: La vida y la leyenda de Karl Marx (1965), escrito por Leopold Schwarzschild, y el de Paul Johnson titulado Intelectuales (2008).
Schwarzschild se basó en pruebas documentales, principalmente la correspondencia que Marx mantuvo con Engels durante unos 50 años. Esta obra fue la que convenció a Popper de que la imagen que tenía de Marx era completamente falsa. Por eso sintió la necesidad moral de agregar esa información en su libro. Expresó, que la citada documentación es contundente en demostrar que “Marx fue menos humanitario y menos amante de la libertad de lo que yo pretendo en mi libro. Schwarzschild le describe como un hombre que vio en ‘el proletariado’, sobre todo, un instrumento de su propia ambición personal”.
Por su parte, Johnson demuele la imagen de Marx, tanto en su vertiente humana como en la intelectual.
Expone que siempre fue un vividor. Al principio vivía a expensas de su familia –que por cierto era burguesa– y luego sedujo a Engels para que lo mantuviera. O sea, que jamás trabajó. “Nunca realizó el más mínimo esfuerzo por visitar una fábrica o conocer un sistema productivo. Más bien, sus esfuerzos se volcaron en vivir de Engels, consiguiendo de su amigo una pensión vitalicia”.
Su correspondencia también emana racismo. Por ejemplo, a Ferdinand Lasalle lo trató de “negrito judío” y “judío grasiento”. En una carta que le escribió a Engels en 1862, expresa:
“Ahora no tengo la menor duda de que, como señala la conformación de su cráneo y el nacimiento de su cabello, desciende de los negros que se unieron a Moisés en su huida de Egipto (a menos que su madre o abuela paterna tuvieran cruza con negro)”.
Asimismo, se opuso al casamiento entre su hija y Paul Lafargue, porque este era de origen cubano y tenía la piel oscura. Como igual se casaron, tildaba despectivamente a su yerno de “negrillo” o “gorila”.
Además, tenía servidumbre, pero nunca les pagó un cobre. Incluso, tuvo un hijo con una criada, pero se negó a reconocerlo.
También con respecto al lado intelectual de Marx, lo que expone Johnson es terrible. Para empezar, dice que la mayor parte de las obras que se le atribuyen, en realidad las escribió Engles. Además, que fue plagiador en su doble vertiente: apropiarse de pensamientos de otras personas y citar mal para hacer decir a autores lo que en realidad no expresan.
Entre sus plagios se encuentran los siguientes: “Los proletarios no tienen nada que perder salvo sus cadenas”, es de Marat; “La religión es el opio del pueblo” de Heine; “Trabajadores del mundo, uníos” de Karl Schapper; y de Louis Blanc “De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”.
La otra forma de plagio la utilizó primordialmente para apoyar las tesis expuestas en El capital. El uso incorrecto de las fuentes fue denunciado en 1880 por dos investigadores de Cambridge. A pesar de las advertencias, Marx no subsanó esa situación. Las tergiversaciones han continuado hasta hoy, lo cual es un dato muy elocuente sobre los marxistas.
Su desprecio por el proletariado –al que decía defender– quedó en evidencia en forma reiterada. Reaccionaba con violencia cuando algún obrero “ignorante” se atrevía a discutir con él sus teorías. Además, en forma recurrente los apartaba de la dirección de la Liga Comunista. Allí, solo tenían cabida los intelectuales afines.
En conclusión: sabiendo cómo era realmente Marx, es lógico que sus ideas hayan provocado tanto mal y sufrimiento.
Fuente: es.panampost.com
Vincúlese a nuestras Redes Sociales:
Google+ LinkedIn YouTube Facebook Twitter
.
.