Venezuela: un país en caida libre

diciembre 21, 2015 · Imprimir este artículo

La grieta absurda de un país en caida libre

Por Marcelo Cantelmi.

La base electoral del presidente Maduro, que controlaba vía subsidios, se abstuvo de votar  y el “relato oficial” no pudo frenar el triunfo opositor.  Alucinaciones de la vida cotidiana: un par de zapatos cuesta el salario de un mes. 

Un mural de Hugo Chávez en Caracas, durante la elecciones del 6 de diciembre que modificó totalmente el escenario de poder en Venezuela.

Un mural de Hugo Chávez en Caracas, durante la elecciones del 6 de diciembre que modificó totalmente el escenario de poder en Venezuela.

CARACAS – En Venezuela en muchos sentidos la noche puede ser el día aunque no brille el sol y esté la luna en lo alto. En el duelo con la realidad, la ficción se suele llevar todas las victorias. El relato aquí, aunque reconoce los mismos estímulos, es mucho más basto de lo que ha sido en Argentina, violentando hasta los límites del ridículo. El régimen chavista se celebra por haber construido la democracia más sólida de las Américas y hasta del planeta. Pero en la reciente campaña para las legislativas que el oficialismo perdió de modo aplastante, no había un solo afiche en las calles de la oposición. Los rostros de ese liderazgo sólo brotaban por las redes sociales, y en un canal técnicamente falible que emitía por youtube. La censura en la brillante democracia venezolana es tan asfixiante que las alternativas políticas del oficialismo solo eran citadas dentro de un lenguaje cargado de desprecio caracterizados como “escuálidos y antipatria”. “La basura imperialista”, en el revoleo verbal de los dirigentes del gobernante partido de Nicolás Maduro.

Es complejo describir un escenario tan recortado, con una grieta de profundidad abismal. El país parece existir dentro de una campana distópica en donde sólo se escucha un discurso.

maduro dictadorEsos límites más que simbólicos son los mismos que aislaron la economía de Venezuela del mundo. Los éxitos que el régimen se atribuye son su propio cadalso. Como el chavismo no reconoce la creciente inflación que vacía los bolsillos de sus propias bases populares, el billete de mayor denominación aquí es el de cien bolívares equivalente a diez centavos de dólar. La gente anda por la calle con enormes pacos de dinero  envueltos en gomitas que desaparecen de sus manos cuando hacen una mínima compra.

Un almuerzo sencillo aquí pude costar dos dólares en el cambio paralelo, el único que realmente existe, equivalente a 2 mil bolívares, veinte billetes de cien. Y una cena bien preparada y mejor regada hasta diez mil, cien billetes que hay que entregar al mozo. En los restaurantes es común  que uno o dos comensales se repartan el trabajo de contar todo ese ladrillo de dinero para la adición, una y otra vez porque a veces se pierde el cálculo entre tantos papeles. Aquí los extranjeros no usan su tarjeta de crédito porque en tal caso esos gastos cuadrarían con la paridad ficticia que defiende el gobierno de 6,4 bolívares por dólar y no los mil que vale en el mercado negro que es el que rige la economía del país.

Esos números tienen un trasfondo grave más allá de la anécdota. Dos mil bolívares, es el sueldo semanal de la mayoría de los trabajadores que arañan por mes un ingreso que ronda los nueve dólares. Dos mil bolívares cuesta una hamburguesa con un paquetito de papas fritas. Un mini pollo en un restaurante arrasa con la mitad del salario mensual.

“Yo no tengo plata para comprarme zapatos”, dice un mozo de hotel. Cuando advierte lo que dice el hombre se conmueve avergonzado. Se le va la voz en un sollozo contenido. “Yo tenía un auto, tuve que venderlo. No tenía para pagar los gastos. Y si me compro zapatos es lo que vale todo el sueldo que gano y no puedo dejar a la familia sin dinero”.

nicolas maduro payasoPese a ese cuadro, el gobierno de Maduro esta desconcertado desde el domingo porque esos comicios le arrebataron el control total de uno de los poderes centrales del Estado. El Parlamento había sido sólo una escribanía del Poder Ejecutivo que lo dominó de modo férreo los últimos 17 años desde que nació este experimento político nacionalista. Ese asombro está cargado de interrogantes porque el voto popular fue inmune a la maquinaria colosal para fulminar el pensamiento crítico que puso en marcha el régimen. Acorralado, y ora vez imponiendo la ficción, desde el pasado domingo Maduro y su clan han venido denunciando que los electores fueron engañados por un aparato mediático que aquí no existe. Según la narrativa del régimen, repetida en tres discursos de campaña del presidente, pero emitidos después de las elecciones, la victoria opositora no fue democrática. Lo que venció fue una conspiración armada en la Casa Blanca entre otras capitales para imponer “una contrarrevolución fascista de la antipatria” con el fin de hacer sucumbir los logros sociales de más de tres lustros del experimento creado por Hugo Chávez.

No es un mensaje que difiera radicalmente del que ha sido estilo y moda en nuestro país los últimos doce años. “Aquí venían muchos argentinos, supongo que funcionarios, y me decían ojalá Argentina fuera como Venezuela y yo me tomaba la cabeza”, dice María de Jesús una camarera de otro hotel mucho más lujoso en el centro de Caracas. “Yo les decía no no!, que está confundido señor, si quiere yo misma lo acompaño a los barrios para que hable con la gente y le pregunte. La gente ahí está muy mal, sabe”. Barrios es el nombre de los suburbios pobres donde se acumula parte de esos 17 millones de venezolanos que la Universidad Católica, entre otros centros de altos estudios señala como en pobreza récord de ingresos.

El discurso chavista sostiene que los cambios en la región desde la asunción de Mauricio Macri, la crisis en Brasil que acosa a la presidente Dilma Rousseff y esta misma victoria de la oposición en el parlamento venezolano, son parte de esa conspiración silenciosa para quebrar el espinazo de un proyecto popular único y exitoso. Pero en Venezuela no sucede nada diferente de lo que ocurre en el resto de la región desde que el viento de cola giró abruptamente a un ventarrón de frente y la caída de los commodities vació las cajas de estos experimentos nacionalistas. “Sin dinero no se puede hacer socialismo”, sostenía con agudeza Felipe González. Y aquí dejo de haber dinero desde que el precio petróleo que sostuvo el auge de la década ganada chavista, se derrumbó setenta dólares el barril hasta unos 32 actuales, y con perspectivas de seguir derrumbándose.

Si la realidad superara por una vez a la ficción, al compararse las elecciones presidenciales de 2013 con las legislativas del domingo se notaría que el gobierno perdió una masa de dos millones de votos. Aquel año el oficialismo reunió 7,5 millones de sufragios. En este comicio ese número se redujo a 5,5 millones. La oposición, en cambio, sumó sólo 300 mil votos hasta 7,7 millones a la cosecha de entonces. Esa enorme masa frustrada no votó por la disidencia, pero tampoco por el oficialismo. Prefirieron abstenerse y hay varias dimensiones para analizar esa actitud. Una es que seguramente ese sector no confía en la dirección opositora también debido a la enorme campaña de terror que lanzó el gobierno advirtiendo que cualquier cambio implicaría perder los subsidios del esquema patrimonialista que ha sido el corazón de este modelo. Pero también influyó el temor que comparte la mitad de los habitantes de este país de que el gobierno sepa por las máquinas electrónicas de votación por quien sufraga la gente. No es sólo una paranoia momentánea. Hay más de cuatro millones de empleados públicos que temen ser castigados si se detecta una infidelidad contra “la patria” que implicaría votar en contra del chavismo. Pero, además el tema pega en cuestiones más sensibles de supervivencia. El gobierno ha entregado viviendas dentro de un plan que tuvo momentos mucho más expansivos cuando la caja del Estado rebosaba. Esa donación tiene algunas particularidades. A la persona se le da la llave pero no los papeles de la propiedad, de modo que mantenerla dependerá de su conducta frente al poder.

“Han habido muchos casos en que les quitaron la vivienda y eso pegó mal en los barrios más pobres”, dice Dany por teléfono, una periodista independiente que hace un año armó un blog para relatar con un grupo de colegas su visión de lo que ocurre aquí. La información no sumisa sólo se puede hallar en las redes, aparte de “El Nacional”, el único diario crítico que aún resiste en las calles. “Como el desabastecimiento es enorme, la gente a veces junta unos paquetes de harina-pan (de maíz) o leche o artículos de tocador, y si el régimen se entera, y ojo! se entera, te acusan de bachaqueo y te sacan la casa, ha sucedido como te digo”.

El bachaqueo es la etapa superior de los buhoneros, los manteros que han plagado las calles comerciales de las grandes ciudades venezolanos a lo largo de estos 17 años. Esos vendedores ambulantes son trabajadores según el peculiar registro de empleo que tiene en cuenta el régimen. Pero la bachaca superó esa instancia porque deja mucho más renta debido al enorme desabastecimiento de 60% de los productos básicos. Es una especulación hormiga. La gente del común compra lo que puede en las tiendas y lo vende a un 300% y hasta 500% más en un extendido mercado negro tolerado por el gobierno. En el Tepare, en el Gran Caracas, el municipio de Sucre, un páramo de pobreza donde viven 800 mil personas que fue bastión chavista y ahora de la oposición, se extienden pasillos que viborean cargados de negocios que ofrecen papel higiénico, toallas femeninas, leche, harina, algo de huevo y pollo y es el último reservorio para proveerse.

Pero el Tepare es mucho más que eso. Es una dramática excursión a la realidad donde la ficción del relato apenas si existe en esos puestos miserables.w

Fuente: Clarín, 19/12/15.

maduro y cuadro de chavez

 

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