Cada vez más cerca de los cien años
marzo 22, 2014 · Imprimir este artículo
La vejez ya no es lo que era: llegar a los 90, pero con agenda completa
Por Nora Bär
No hace mucho, la imagen social de abuelos y bisabuelos era la de figuras un poco decorativas en la trama familiar a las que les había llegado el tiempo de «descansar». Pero aunque todavía existen estimaciones descorazonadoras (algunas indican que apenas el 4% de los mayores de 95 mantienen sus capacidades cognitivas intactas), comienza a advertirse una realidad más estimulante. Estudios dados a conocer en las últimas semanas sugieren que las tasas de demencia podrían estar descendiendo y se multiplican los ejemplos de aquellos que, bien pasados los noventa, siguen en plena actividad: enseñan, escriben, dirigen centros de investigación o fundaciones, participan -y son escuchados- en organizaciones gremiales o políticas. En suma, conforman una nueva generación de adultos mayores con agenda completa.
Aunque hace más de siete décadas que se dedica a la medicina, la pasión del doctor Fortunato Benaím, creador de la medicina del quemado en el país, no disminuyó en lo más mínimo. A un par de meses de cumplir los 94, no sólo dirige una fundación, sino que impulsa la creación de una red de unidades de quemados y de residencias para formar recursos humanos especializados en los hospitales públicos.
También es vicedecano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, y preside la Asociación Argentina de Medicina Humanitaria. ¡Ah!: además, toca el violín, instrumento que aprendió a ejecutar en la infancia, y el piano, en el que es autodidacta.
«Creo que el secreto está en querer lo que se hace -destaca, a la par que recuerda con una precisión envidiable coloridas anécdotas de las épocas en que integraba orquestas sinfónicas o típicas para pagarse los estudios? ¡allá por los años treinta!-. Yo nunca dije «voy a trabajar», sino «voy al hospital», «voy a tocar el violín».»
La doctora Christiane Dosne de Pasqualini es otro maravilloso ejemplo de vitalidad. Investigadora emérita del Conicet y la primera mujer de la Academia Nacional de Medicina, tiene cinco hijos, 17 nietos y 13 bisnietos. «Treinta y cinco personas que no existirían si no le hubiera dado el sí a Rodolfo [Pasqualini], pero con la condición de que nunca me impidiera trabajar», comenta. Después de una vida dedicada al estudio de los mecanismos que transforman una célula normal en cancerosa y de haber formado a 30 científicos (15 hombres y 15 mujeres), la investigadora nacida en Canadá, pero residente en la Argentina desde hace 70 años, cuenta que tiene sus días ocupados: los lunes, miércoles y viernes va a la Academia; los martes por la tarde juega al bridge; los miércoles al mediodía asiste a la reunión editorial de la revista Medicina; los jueves asiste a un taller de escritura y hace yoga? «Los años naturalmente llegan con complicaciones -reconoce-, pero yo tengo un lema, que es afrontarlas con joie de vivre [alegría de vivir].»
Podría pensarse que éstas son sólo excepciones que se dan sobre el telón de fondo de una multitud que padece el deterioro físico y cognitivo. Pero hay signos que permiten alentar un leve optimismo. En particular, estudios dados a conocer en las últimas semanas que parecen indicar que el cambio en los estilos de vida puede hacer descender la frecuencia de las demencias, uno de los principales fantasmas de las personas que llegan a edades avanzadas.
Un trabajo dado a conocer hace pocos días en The Lancet realizado en Dinamarca encontró que nonagenarios a los que se les administró un test cognitivo en 2010 obtuvieron resultados sustancialmente mejores que los que lo habían realizado dos décadas antes. Cerca de un cuarto de los estudiados en 2010 llegaron al máximo nivel, el doble de los que habían pasado la prueba en 1998. Al mismo tiempo, el porcentaje de los que obtuvieron los peores puntajes cayó de 22 a 17%.
En otro estudio publicado en la misma revista, investigadores del Instituto de Salud Pública de la Universidad de Cambridge compararon dos grupos de unas 7000 personas en las mismas regiones de Inglaterra y Gales. Los resultados sugieren que el porcentaje de personas de 65 años o mayores que padecen Alzheimer habría bajado en Gran Bretaña casi un 25% en un lapso de 20 años, pasando de 8,3% a 6,5%. El primer análisis tomó datos de comienzos de 1990 y el segundo, de entre 2008 y 2011.
Por último, un tercer trabajo de investigadores del Instituto de la Salud y la Investigación Médica (Inserm), de Francia, cuyos resultados preliminares fueron presentados recientemente en Boston durante la Conferencia de la Asociación Internacional del Alzheimer, sugiere que atrasar la jubilación disminuye las posibilidades de padecerlo.
Realizado en 429.000 personas, concluyó que cada año adicional de trabajo después de cumplir los 60 reduciría casi un 3% el riesgo de sufrir la enfermedad.
Según el censo 2010, en la Argentina hay 129.778 personas de más de 90 años (32.062 hombres y 97.716 mujeres). De ellas, 3487 tienen 100 o más (784 hombres y 2703 mujeres). Está claro que este grupo creciente ofrece un exigente desafío político, social y sanitario.
Para el doctor Ignacio Katz, director de la Especialización en Gestión Estratégica de Organizaciones de Salud de la Universidad Nacional del Centro y responsable académico del sector de Adultos Mayores de esa misma universidad, la pobreza tiene un impacto muy importante en etapas avanzadas de la vida.
Según Katz, los cuatro parámetros que inciden en la calidad del envejecimiento son la soledad, el sedentarismo, la desnutrición (que es muy frecuente, incluso en personas con un nivel económico estable) y el maltrato.
«En el proyecto tandilense, además de recomendar actividad física y buena nutrición, procuro sobre todo que los plomeros sigan siendo plomeros, que los electricistas sigan haciendo sus tareas… Y trato de que la actividad sea grupal», cuenta.
«Hay que comprender que dejar de trabajar no quiere decir jubilarse de la vida -subraya-. Lo que mata es el aislamiento. Lo que siente el adulto mayor es que va quedando solo, no tiene interlocutores. Por eso, en Europa se les ofrecen posibilidades de inserción, por ejemplo en la atención de hoteles y comercios durante los fines de semana.»
El ingeniero químico Rafael Kohanoff volvió hace algo más de una década al Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) después de haberlo dirigido entre 1972 y 1974. En todo ese tiempo, Kohanoff intervino en distintas gestiones de gobierno, presidió la Corporación para la Pequeña y Mediana Empresa, creó más de diez empresas privadas (entre ellas, la célebre fábrica de calzado Skippy) y exportó tecnologías a América latina.
«Empecé de nuevo con el INTI a los 77 -cuenta quien es hoy director del Centro de Tecnologías para la Salud y la Discapacidad-. Me pregunté qué podía hacer con toda la experiencia que había reunido. Pensando un poco, con el presidente [Enrique Martínez], decidimos crear el Centro para desarrollar tecnologías simplificadas, funcionales, de calidad y accesibles. Ya hicimos más de cuarenta dispositivos, como un cartel oftalmológico que se obtiene simplemente cliqueando en la computadora para hacer un autodiagnóstico de la visión y saber si uno tiene que consultar con un especialista, o un vehículo eléctrico que le permite a una persona en silla de ruedas desplazarse a cuarenta o cincuenta kilómetros de velocidad.»
Kohanoff se levanta diariamente a las siete, lee el diario y comienza su jornada en el INTI alrededor de las nueve, y se queda hasta las cinco o seis. «A la tarde generalmente tengo alguna otra actividad -precisa-. Los lunes voy al centro y me junto con dirigentes de la pequeña y mediana empresa; martes por medio me reúno con los otros integrantes del club Milenio, que se llama así porque somos todos ingenieros químicos de más de ochenta y si sumamos nuestras edades dan más de mil años… Y si no, tengo reuniones en un bar cercano a mi casa que es como mi segunda oficina.»
Criado en Charata, Chaco, en una familia numerosa (tuvo seis hermanos), Kohanoff compartió setenta años con su mujer, cantante de cámara. Tuvieron tres hijos, siete nietos y seis bisnietos. Hoy, piensa que su principal aprendizaje fue haber encontrado el sentido de la vida en ayudar al otro. «Que mi experiencia y mis conocimientos puedan servir a los demás me da mucha felicidad. No hay que alarmarse porque la gente viva tanto tiempo -dice-. Alarmémonos por la pobreza, por la falta de salud.»
Y enseguida desliza su secreto: «Disfruto de cada momento y, especialmente, no peleo ni discuto con nadie. Respeto a todos, aunque no coincidan con mi visión de las cosas».
«No hay que ser benévolos con la autocrítica, nunca cansarse de volver a empezar y no adjudicar a terceros los problemas personales», aconseja Benaím.
«En la vida no hay tiempo de aburrirse», dice Dosne de Pasqualini.
Fuente: La Nación, 05/08/13.
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