El problema de imagen del Capitalismo

noviembre 27, 2018 · Imprimir este artículo

 

Por qué el Capitalismo tiene un problema de imagen

Por Charles Murray.

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El currículum de Mitt Romney en Bain debería ayudarlo a llegar a la Casa Blanca. Ha sido un capitalista exitoso y el capitalismo es lo mejor que jamás le haya pasado a la condición material de la raza humana. Desde los inicios de la historia hasta el siglo XVIII, todas las sociedades del mundo eran pobres, con sólo una delgadísima franja de riqueza en la parte superior. Luego vino el capitalismo y la Revolución Industrial. En todos los lugares donde el capitalismo echó raíces, la riqueza nacional comenzó a aumentar y la pobreza a disminuir. En todos los lugares donde el capitalismo no se instaló, la gente siguió siendo pobre. En todos los lugares donde el capitalismo ha sido rechazado desde entonces, la pobreza ha crecido.

El capitalismo ha sacado al mundo de la pobreza porque le da a las personas la oportunidad de hacerse ricos al crear valor y cosechar las recompensas. ¿Quién mejor para ser presidente del mayor de todos los países capitalistas que un hombre que se hizo rico por ser un capitalista brillante?

Sin embargo no ha resultado así para Romney. «Capitalista» se ha convertido en una acusación. La destrucción creativa que está en el corazón de una economía que crece ahora que considera malvada. Cada vez más parece que los estadounidenses aceptan la mentalidad que mantuvo al mundo sumido en la pobreza durante milenios: si te hiciste rico, es porque hiciste que otra persona se empobreciera.

¿Qué llevó el ánimo de EE.UU. tan lejos de nuestra celebración histórica del éxito económico?

Dos cambios importantes en condiciones objetivas han contribuido a este cambio de parecer. Uno es el ascenso del capitalismo de colusión. Parte del fenómeno involucra el capitalismo de amigotes, por el cual la gente en la cima se ocupa de sus pares a expensas de los accionistas. Si quiere un ejemplo basta mencionar el caso de los «paracaídas de oro», las gigantescas indemnizaciones que se llevan los ejecutivos de las compañías aunque hayan hecho una pésima labor.

Pero el problema del capitalismo de amigotes es trivial comparado con la colusión engendrada por el gobierno. En el mundo actual, las operaciones y resultados de todas las empresas son afectadas por reglas establecidas por legisladores y burócratas. El resultado ha sido corrupción a escala masiva. A veces, la corrupción es al por menor, cuando una empresa crea una ventaja competitiva a través de la cooperación de reguladores o políticos. A veces, la corrupción es al por mayor, lo que crea un potencial para que toda una industria obtenga ganancias que no existirían de no ser por los subsidios o regulaciones del gobierno (como el etanol que se usa para los autos y las hipotecas de intereses bajos para personas que probablemente no las paguen). El capitalismo de colusión se ha vuelto visible y define cada vez más al capitalismo en la mente del público.

Otro cambio en las condiciones objetivas ha sido el surgimiento de grandes fortunas acumuladas con rapidez en los mercados financieros. Siempre ha sido fácil para los estadounidenses aplaudir a quienes se hacían ricos al crear productos y servicios que la gente quiere comprar. Por eso Thomas Edison y Henry Ford fueron héroes estadounidenses hace un siglo, y Steve Jobs se convirtió en héroe cuando murió el año pasado.

En cambio, cuando una gran fortuna se genera al tomar decisiones inteligentes de compra y venta en los mercados, huele a información privilegiada, instrumentos financieros misteriosos, oportunidades que no son accesibles para las personas comunes y corrientes, y engaños. El bien que han hecho estas personas en el proceso de ganar una fortuna es poco claro. Los beneficios de una asignación más eficiente de capital son enormes, pero son realmente, realmente difíciles de explicar de forma simple y persuasiva. Parece ante una gran parte del público que se trata de personas increíblemente ricas que no hicieron nada para merecer su riqueza.

Los cambios objetivos en el capitalismo tal y como es practicado pueden representar gran parte de la hostilidad hacia el capitalismo. Pero no explican la falta de predisposición de los capitalistas que están haciéndose ricos a la antigua —ganando el dinero— para defenderse.

Le asigno esa timidez a otras dos causas. Primero, grandes cantidades de los capitalistas exitosos de hoy son personas de la izquierda política que podrían creer que su propio trabajo es legítimo pero no sienten lealtad al capitalismo como sistema o afinidad con capitalistas del otro lado del espectro político. Es más, estos capitalistas de la izquierda están concentrados donde más cuenta. Los emprendedores más visibles de la industria de alta tecnología son predominantemente de izquierda. Lo mismo sucede con la mayoría de las personas que manejan las industrias del entretenimiento y las noticias. Incluso los líderes de la industria financiera comparten cada vez más las posturas de George Soros. Ya sea que se mida según datos de recaudación de fondos o el código postal de las residencias de los miembros del Congreso, los centros de elite con mayor influencia en el mundo de la cultura están llenos de gente que se avergüenza de identificarse a sí mismos como capitalistas, y se nota en el efecto cultural de su trabajo.

Otro factor es la segregación del capitalismo de la virtud. Históricamente, los méritos de la libre empresa y las obligaciones del éxito estaban entrelazados en el catecismo nacional. Los Lectores de McGuffey, los libros con los cuales se criaron generaciones de estadounidenses, tienen abundantes historias que tratan a la iniciativa, el trabajo duro y la actitud emprendedora como virtudes, pero también tienen la misma cantidad de historias que elogian las virtudes del auto control, la integridad personal y la preocupación por los que dependen de uno. La libertad de actuar y una severa obligación moral de actuar de una cierta manera eran dos caras de la misma moneda estadounidense. Poco de ese espíritu ha sobrevivido.

Aceptar el concepto de virtud requiere que uno crea que ciertas formas de comportarse están bien y que otras están mal siempre y en todos lados. Esa postura abiertamente crítica ya no es aceptable en las escuelas de EE.UU. ni en muchos hogares estadounidenses. A la vez, hemos observado el deterioro del sentido de responsabilidad que en su momento estaba tan extendido entre los estadounidenses más exitosos y la virtual desaparición del sentido de decoro que llevó a los capitalistas exitosos a obedecer estándares de lo que es apropiado que nadie los obligaba a cumplir. Muchas figuras históricas del mundo financiero estaban consternadas ante lo que sucedía durante la etapa previa a la crisis financiera de 2008. ¿Por qué no dijeron nada antes y después de la catástrofe? Los capitalistas que se comportan de forma honorable y con control ya no tienen ni la plataforma ni el vocabulario para predicar sus propios estándares y para condenar a los capitalistas que se comportan de forma deshonrosa y temeraria.

Y así la reputación del capitalismo pasa por un momento difícil y se debe volver a elaborar una defensa del capitalismo basada en sus principios. Tal defensa se ha realizado de forma brillante y a menudo en el pasado, y Capitalismo y Libertad de Milton Friedman es mi versión favorita. Pero en el actual clima político, actualizar el caso en favor del capitalismo requiere volver a anunciar las viejas verdades de formas que puedan aceptar los estadounidenses de todo el espectro político. Este es mi mejor esfuerzo:

Estados Unidos fue creado para fomentar el florecimiento humano. Los medios para ese fin fueron el ejercicio de la libertad en busca de la felicidad. El capitalismo es la expresión económica de la libertad. La búsqueda de la libertad, donde la libertad se define en el sentido clásico de satisfacción justificada y duradera con la vida como un todo, depende de la libertad económica tanto como depende de otras clases de libertad.

La «satisfacción duradera y justificada con la vida como un todo», es producida por una cantidad relativamente pequeña de logros importantes que podemos justificadamente atribuir a nuestras propias acciones. Arthur Brooks, mi colega en el Instituto de la Empresa Estadounidense, ha llamado útilmente a esos logros «éxito ganado». El éxito ganado puede surgir de un matrimonio exitoso, niños bien criados, un lugar valorado como miembro de una comunidad, o devoción a una fe. El éxito ganado también surge de logros en el ámbito económico, que es donde aparece el capitalismo.

Ganarse la vida para uno mismo y su familia a través de los esfuerzos propios es la forma más elemental de éxito ganado. Lanzar una empresa exitosa, sin importar cuán pequeña sea, es un acto de crear algo de la nada que aporta satisfacción mucho más allá del dinero. Encontrar trabajo que no sólo paga las cuentas, sino que también es disfrutado es un recurso crucialmente importante para el éxito ganado.

Ganarse la vida, fundar una empresa y encontrar un trabajo que se disfrute dependen de la libertad de actuar en el campo económico. Lo que puede hacer el gobierno para ayudar es establecer un estado de derecho para que se puedan realizar transacciones informadas y voluntarias. Más formalmente, el gobierno puede hacer cumplir con vigor las leyes contra el uso de la fuerza, el fraude y la colisión criminal, y usar las demandas para responsabilizar a la gente por el daño que les causan a otros.

Todo lo demás que hace el gobierno restringe inherentemente la libertad económica para actuar en pos del éxito ganado.

Soy un libertario y creo que casi ninguna de esas restricciones se justifica. Pero no hay que ser libertario para aceptar la defensa del capitalismo. Usted es libre de postular que ciertas intervenciones económicas se justifican. Sólo debe reconocer esta verdad: cada intervención que levanta barreras para lanzar una empresa, encarece la contratación o despido de empleados, restringe el ingreso a las vocaciones, prescribe las condiciones e instalaciones laborales, o confisca ganancias, interfiere con la libertad económica y suele dificultar que tanto empleadores como empleados ganen éxito. Además no hace falta que sea un libertario para demandar que cualquier intervención nueva tenga el deber de probar esto: logrará algo que la ley y el cumplimiento de las leyes básicas contra la fuerza, el fraude y la colisión no logran.

Las personas con un amplio rango de opiniones políticas también pueden reconocer que estas intervenciones hacen el mayor daño a individuos y las pequeñas empresas. Los grandes bancos pueden, aunque pagando costos altos, hacerle frente a las cargas regulatorias absurdas de la ley Dodd-Frank; muchos bancos pequeños no pueden. Las grandes corporaciones pueden hacerle frente a las innumerables reglas emitidas por la Oficina de Seguridad y Salud Ocupacional, la Agencia de Protección Ambiental, la Comisión de Oportunidades Equitativas de Empleo y sus socios a nivel estatal en EE.UU. Las mismas reglas pueden aplastar pequeñas empresas e individuos que intentan formar una pequeña empresa.

Finalmente, la gente con un amplio rango de opiniones políticas puede reconocer que lo que ha pasado cada vez más durante los últimos 50 años ha llevado a un sistema regulatorio laberíntico, leyes de responsabilidad irracionales y un código impositivo corrupto. Simplificaciones abarcadoras y racionalizaciones de todos estos sistemas son posibles de formas que incluso los demócratas moderados podrían aceptar en un entorno menos polarizado políticamente.

Para ponerlo de otro modo, debería ser posible revivir un consenso nacional que afirme que el capitalismo aboga por los mejores y más esenciales aspectos de la vida estadounidense; que liberar el capitalismo para que haga lo que hace mejor no sólo creará riqueza nacional y reducirá la pobreza, sino que expandirá la capacidad de los estadounidenses para lograr éxito ganado, para buscar la felicidad.

Revivir ese consenso también requiere que regresemos al vocabulario de la virtud cuando hablamos de capitalismo. La integridad personal, un sentido de decoro y preocupación por quienes dependen de nosotros no son «valores» que no son ni mejores ni peores que otros valores. Históricamente, han estado profundamente arraigados en la versión estadounidense del capitalismo. Si es necesario recordarle a la clase media y la clase trabajadora que los ricos no son sus enemigos, es igualmente necesario recordarles a los más exitosos entre nosotros que sus obligaciones no se reducen a pagar sus impuestos. Un liderazgo responsable y basado en principios puede nutrir y restaurar nuestra herencia de libertad. Su indiferencia a esa herencia puede destruirla.

Lectura recomendada:  Refutando a Thomas Piketty

—Murray es autor del libro «Coming Apart: The State of White America, 1960-2010» a investigador W.H. Brady en el Instituto de la Empresa Estadounidense.

Fuente: The Wall Street Journal, 01/08/12.


Capitalismo clientelista

El capitalismo clientelista o amiguista es un término que describe una economía supuestamente capitalista en que el éxito en los negocios depende de una estrecha relación entre los empresarios y los funcionarios gubernamentales. Entre sus expresiones, se puede mencionar favoritismo en la distribución de permisos legales, subvenciones del gobierno e impositivos especiales, por ejemplo.

Se cree que el capitalismo clientelista surge cuando el clientelismo político se mezcla en el mundo empresarial; cuando las amistades interesadas y los lazos familiares entre empresarios y políticos influyen en la economía y sociedad en la medida que corrompe a los sectores públicos en los ideales económicos y políticos.

El clientelismo en la práctica

En su forma más suave, el capitalismo clientelista consiste en una colusión entre los agentes del mercado internacional. [Una colusión es un pacto que acuerdan dos personas u organizaciones con el fin de perjudicar a un tercero.] Aunque posiblemente muestren una ligera competencia entre sí, en la práctica forman una frente ante el gobierno para reclamar premios (a veces en lo que se denomina una asociación profesional o un grupo sectorial). Los recién llegados al mercado pueden tener dificultades para encontrar préstamos o adquirir espacio en los estantes para vender su producto, en los campos tecnológicos, pueden ser acusados de infringir las patentes que los competidores establecidos nunca invocarían entre ellos. Las redes de distribución se niegan a ayudar al negocio nuevo. Dicho esto, todavía habrá competidores que agrietarán el sistema cuando las barreras legales son débiles, especialmente cuando la vieja guardia se ha vuelto ineficiente y deja de satisfacer las necesidades del mercado. Por supuesto, algunos de estos advenedizos pueden entonces unirse a las redes establecidas para ayudar a disuadir a otros nuevos competidores. Entre los ejemplos de estas prácticas se pueden mencionar el keiretsu del Japón de la posguerra, la prensa escrita en la India, el chaebol de Corea del Sur, y las familias poderosas que controlan gran parte de la inversión en América Latina.

Con todo, el capitalismo amiguista generalmente se asocia con un gobierno más intervencionista. En estos sistemas son comunes las leyes y regulaciones intencionalmente ambiguas que, si se cumplieran estrictamente, supondrían un enorme lastre para prácticamente todos los negocios. En la práctica, sin embargo, sólo se aplican de forma errática. La posibilidad de que de repente el peso de la ley caiga sobre un negocio proporciona incentivos para permanecer en el favor de los funcionarios políticos. Los rivales problemáticos que han sobrepasado sus límites pueden pasar a ser de repente objetivos de la aplicación de la ley, lo que podría conllevar penas de multa o la cárcel.

Algunos ejemplos notables son la República Popular China; India, especialmente hasta la década de 1990 cuando la fabricación estaba estrictamente controlada por el gobierno (el «imperio de la ciencia»); Indonesia; Argentina, Brasil; Malasia; Rusia; y la mayoría de los otros estados del ex Bloque del Este. Los críticos afirman que las conexiones con el gobierno son casi indispensables para el éxito de los negocios en estos países. Wu Jinglian, uno de los economistas principales de China y un campeón en la transición hacia el libre mercado, dice que China se enfrenta a dos futuros de marcado contraste: un mercado económico bajo el imperio de la ley o el capitalismo clientelista.

Clientelismo en sectores de la economía

Índice de Percepción de Corrupción elaborado por Transparencia Internacional, 2007.La participación más directa del gobierno puede conducir a áreas específicas del capitalismo clientelista, incluso sí la economía como un todo puede ser saludable. Los gobiernos a menudo de buena fe, establecen organismos gubernamentales para regular una industria. Sin embargo, los miembros de una industria tienen un interés muy fuerte en las acciones de un organismo regulador, mientras que el resto de la ciudadanía es ligeramente afectada. Como resultado, no es raro que los hombres de negocios tengan el control del «perro guardián» y puedan usar dicho poder contra sus competidores. Este fenómeno es conocido como la captura del Regulador.

Un ejemplo de esto en los Estados Unidos fue la Comisión Interestatal de Comercio, que fue establecida en 1887 para regular los «ladrones barones»; en su lugar, rápidamente se controló, y estableció un sistema de permisos que se utilizó para negar el acceso a los nuevos operadores y legalizar funcionalmente el precio de fijación.

Un ejemplo más reciente, en el 2004 sería el caso de las granjas de Creekstone. Después del susto de la vaca loca, Creekstone decidió examinar todas sus vacas por la enfermedad de la vaca loca. Esto les permitiría venderle de nuevo a Japón, que había bloqueado la importación de toda la carne americana que no hubiera sido completamente examinada. Después de que las instalaciones adecuadas habían sido construidas y el personal contratado para hacer tal cambio, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos emitió una orden judicial y se negó a permitir a Creekstone comprar los equipos necesarios para examinar. Esto permitió que los productores de carne más grandes mantuvieran sus costos bajos y no dejaran de ser competitivos a causa de un rival menor. Creekstone demandó a USDA por anular la libre competencia en el mercado. El economista Paul Krugman, comentó que el incidente mostraba que «los imperativos del capitalismo clientelista profesa la fe en el libre mercado,» al menos por el Departamento de Agricultura en el momento.

El complejo industrial-militar en los Estados Unidos es a menudo descrito como un ejemplo del capitalismo clientelista en una industria. Las conexiones con El Pentágono y los grupos de presión en Washington son descritos por los críticos como más importante que la competencia, debido a la naturaleza política y secreta de los contratos de defensa. En la disputa Airbus-Boeing WTO, Airbus (que recibe subsidios directos de los gobiernos europeos) ha declarado que Boeing recibe ayudas similares, que están ocultas en los contratos ineficientes de defensa. En otro ejemplo, Bechtel, afirmando que debería haber tenido la oportunidad de presentar ofertas para contratos determinados, dijo que Halliburton había recibido contratos sin licitación debido a prácticas clientelistas de la administración de Bush.

Gerald P. O’Driscoll, ex vicepresidente del Banco de la Reserva Federal de Dallas, afirmó que Fannie Mae y Freddie Mac se habían convertido en ejemplos del capitalismo clientelista. El respaldo del Gobierno dejó a Fannie y Freddie dominar la suscripción de hipotecas. «Los políticos crearon los gigantes hipotecarios, que luego se volvieron parte de los políticos – a veces directamente, como fondos de campaña; a veces como «contribuciones» para favorecer a constituyentes.»

Creación de este capitalismo en el desarrollo de las economías

En su peor forma, el capitalismo clientelista puede significar la corrupción simple, donde cualquier pretensión de un mercado libre se dispensa. Los sobornos a funcionarios son considerados de rigor y la evasión fiscal es común; esto es visto en muchas parte de África, por ejemplo. Esto a veces es denominado plutocracia (por riqueza) o cleptocracia (por robo).

Los gobiernos corruptos pueden favorecer a un grupo de dueños de negocios quienes tienen estrechos vínculos con el gobierno por sobre los demás. Esto también puede hacerse por favoritismo racial, religioso y étnico; por ejemplo, los alawitas en Siria tienen una participación desproporcionada en el gobierno y los negocios allí. (El Presidente de Assad es alauita). Esto puede explicarse considerando las relaciones personales como una red social. Mientras que el gobierno y los líderes de empresas tratan de lograr cosas diferentes, naturalmente buscan la ayuda de otras personas de gran poder para apoyarlos en sus esfuerzos. Estas personas forman centros en las conexiones de red. En un país en desarrollo, estos centros pueden ser muy pocos, por lo tanto se concentra la economía y el poder político en un grupo pequeño de acoplamiento.

Normalmente, esto es insostenible para los negocios ya que los nuevos negocios afectarán el mercado. Sin embargo, sí los negocios y los gobiernos se entrelazan, entonces el gobierno puede mantener el pequeño centro social.

Puntos de vista políticos

Los críticos del capitalismo incluyendo los socialistas y otros anti-capitalistas, a menudo afirman que el capitalismo clientelista es el resultado inevitable de muchos sistemas capitalistas. Jane Jacobs lo describió como una consecuencia natural de la colusión entre quienes tienen el poder y quienes comercian, mientras que Noam Chomsky ha dicho que la palabra «cronyism» (amiguismo) es superflua cuando se descibre el capitalismo. Dado que los negocios generan dinero y el dinero lleva al poder político, los negocios inevitablemente usaran su poder para influenciar los gobiernos. Gran parte del ímpetu detrás de la reforma de financiación en los Estados Unidos y en otros países es un intento de prevenir que el poder económico sea usado para tomar poder político.

Los capitalistas también se oponen al capitalismo clientelista, pero lo consideran una aberración provocada por favores gubernamentales incompatibles con un mercado libre. A veces es referido como un «estado corporativista». En este punto de vista, el capitalismo clientelista es el resultado de un exceso del estilo socialista en interferencia en el mercado, que requiere grupos de presión empresariales activos para reducir la burocracia. De hecho, algunos han abogado por el uso del término «socialismo clientelista» en lugar de insistir que la única forma de manejar un negocio rentable en estos sistemas es tener ayuda de funcionarios corruptos del gobierno. Estos defensores apuntan a los niveles más altos de interacción entre las empresas y los gobiernos que se consideran más socialistas, llevándolo a su máximo en la forma de nacionalización de industrias. Incluso sí la regulación inicial tenía una buena intención (para frenar los abusos reales), e incluso sí la presión inicial de las empresas fue bien intencionada (para reducir las regulaciones ilógicas), la mezcla de negocios y el gobierno es lo que eventualmente resulta nocivo. En su libro, The Myth of the Robber Barons, Burton W. Folsom, Jr. distinguió entre los que se involucran en el capitalismo clientelista —a los que denomina «empresarios políticos»— de aquellos que compiten en el mercado sin ayuda especial del gobierno, a quien llama «empresarios del mercado.»

Los economistas socialistas han criticado el término como un intento ideologicamente motivado para referirse a lo que según ellos son los problemas fundamentales del capitalismo como irregularidades evitables. El término «capitalismo clientelista» hizo su primer impacto significativo en el ámbito público como una explicación de la crisis financiera asiática. Esta explicación es frecuentemente desestimada por ser una apología de los fracasos de la política neoliberal y las debilidades fundamentales de las dinámicas del mercado. De acuerdo con el economista socialista Robin Hahnel:

«Los funcionarios del FMI, Michel Camdessus y Stanley Fischer se apresuraron a explicar que las economías afectadas habían sido las únicas culpables. El capitalismo clientelista, la falta de transparencia, procedimientos contables que no están basados en normas internacionales, y políticos pusilánimes demasiado rápidos para gastar y temerosos para poner impuestos es donde estaban los problemas según el FMI y los oficiales del Departamento de Tesoro de Estados Unidos. Simplemente no importaba el hecho que las economías afectadas habían sido presentadas como un dechado de virtud en los informes del FMI/World Bank mostrados hacía nada más que un año, el hecho de que la única historia exitosa del neoliberalismo habían sido los países industrializados recientemente que ahora se encontraban arruinados, y el hecho que elrelato que arman el FMI y el departamento del Tesoro no encaja con los hechos dado que las economías afectadas no tenían más capitalismo clientelista, falta de transparencia, y políticos de voluntad débil que docenas de otras economías que estaban al margen de la crisis financiera asiática.»

Fuente: Wikipedia, 2012.

Néstor Kirchner y Cristina Kirchner con su testaferro Cristóbal López. 

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