El reto de Europa es ser más productiva para crecer

mayo 27, 2012 · Imprimir este artículo

El reto de Europa es ser más productiva para crecer

Por Kemal Dervis

 

WASHINGTON – La crisis de la eurozona se desarrolló principalmente como una crisis de deuda soberana que, en su mayor parte, afectó a países de la periferia meridional de Europa. Estos países se encontraron con que para emitir bonos soberanos debían pagar tasas de interés que por momentos llegaron al 6 o 7%, en el caso de Italia y España, o a valores todavía más altos para otros países. Como los bancos de la eurozona tienen una parte importante de sus carteras de activos constituidas por bonos de países de la eurozona, la crisis de deuda soberana se convirtió en una crisis bancaria en potencia, agravada por el hecho de que los bancos ya habían sufrido otras pérdidas originadas, por ejemplo, en el derrumbe de los precios inmobiliarios en España. De modo que uno de los desafíos más importantes que es preciso encarar para resolver la crisis de la eurozona es reducir la carga de la deuda para los países del sur de Europa.

La variación del peso de la deuda de un país refleja la relación entre el volumen del saldo fiscal primario (el saldo una vez deducido el pago de intereses) y el PBI, así como la diferencia entre el costo de tomar prestado y la tasa de crecimiento del PBI. Cuando la diferencia entre el costo de financiación y el crecimiento se torna demasiado grande, el superávit fiscal primario que se necesita para evitar que la deuda siga creciendo se hace inalcanzable. En la práctica, se prevé que el crecimiento de los países del sur de Europa será próximo a cero o incluso negativo durante los dos próximos años, y aún después de eso, no se espera que supere un 2 o 3 por ciento.

Los titulares de prensa no siempre dejan entreverlo, pero una causa subyacente de la crisis de la eurozona (y que ahora también es un obstáculo para el crecimiento del Sur) ha sido la divergencia que se creó entre los costos de producción de los países periféricos, notablemente los del «Sur» (en concreto, Grecia, España, Italia y Portugal), y los del «Norte» (para simplificar, Alemania); divergencia que se desarrolló durante la primera década que siguió a la introducción del euro. Entre 2000 y 2010, el costo laboral unitario en los países del Sur aumentó un 36%, 28%, 30% y 25%, respectivamente, mientras que en Alemania ese aumento fue inferior al 5%. Esto produjo para fines de 2010 una divergencia acumulada de más del 30% en relación con Grecia y más del 20% para Portugal, Italia y España.

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El costo laboral unitario se relaciona con el nivel salarial y con la productividad, de modo que un aumento de la productividad puede compensar un aumento de los salarios. Entre 2000 y 2010, no hubo grandes diferencias de productividad entre los países del norte y los del sur de Europa: de hecho, la tasa anual media de crecimiento de la productividad fue mayor en Grecia (1%) que en Alemania (0,7%). Pero en el Sur, el costo laboral creció a un ritmo mucho más veloz; esto produjo un aumento del diferencial de costos, que mientras la unión monetaria siga existiendo, no se podrá resolver con una devaluación.

En tanto y en cuanto esta divergencia interna se mantenga, no habrá una solución completa de la crisis del euro, porque el déficit de cuenta corriente, la falta de crecimiento o ambas cosas a la vez seguirán acosando a los países del sur de Europa, lo que perpetuará los temores relacionados con la deuda pública y la situación de la banca comercial.

En este contexto, el aumento de la productividad (sea por medio de avances técnicos, mejor asignación de los recursos o mayor inversión productiva) es para las economías del sur de Europa una variable tan importante como lo es la contención salarial. De hecho, es previsible que una deflación salarial excesiva tenga efectos negativos sobre la productividad, ya que probablemente acelerará la emigración de mano de obra calificada; y la combinación de austeridad extrema, deflación de precios y altos niveles de desempleo (con el consiguiente riesgo de tensión social) no es precisamente la mejor manera de fomentar las inversiones, la innovación o la movilidad de la fuerza laboral.

Si bien la reducción del nivel de empleo es un modo de impulsar la productividad, implica altos costos macroeconómicos en términos de pérdida de ingresos y aumento del gasto social. Sin olvidar lo más importante: ninguna política económica debería destruir la confianza de las sociedades en sí mismas, porque eso que los economistas llaman «espíritus animales» [las motivaciones y expectativas emocionales] debe ser tal que permita a la gente abrigar esperanzas respecto de su futuro.

Por todo lo dicho, tanto el exceso de austeridad como la deflación podrían ser contraproducentes y hacer que las «reformas» necesarias para aumentar la competitividad de los países del sur de Europa sean imposibles de implementar. La solución correcta habrá de combinar un grado razonable de contención salarial y tasas de inflación bajas (pero no negativas), junto con políticas microeconómicas que alienten el aumento de la productividad.
Fuente: La Nación, 27/05/12.

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