La decadencia de Europa

septiembre 30, 2014 · Imprimir este artículo

José I. Torreblanca: «La construcción europea quedó en una tierra de nadie»

Por Martín Rodríguez Yebra.

bandera-de-europaMADRID – Las crisis se apilan sin resolverse en Europa. El populismo nacionalista y xenófobo gana terreno en países centrales, como Francia y Gran Bretaña, con la promesa de romper la construcción comunitaria. Reflotan los movimientos separatistas. La amenaza de una nueva recesión empieza a cristalizarse. Hasta la sombra de la guerra irrumpió en la agenda a partir del conflicto entre Rusia y Ucrania.

«Para los europeístas, defender hoy a Europa se ha convertido en un acto de fe», sostiene José Ignacio Torreblanca, uno de los más prestigiosos analistas geopolíticos españoles. Lo dice con la angustia de ser un defensor irredimible del proyecto de integración continental. En su reciente libro ¿Quién gobierna Europa?, describe cómo la gestión de la crisis del euro de 2008 dejó a la Unión Europea (UE) «en una tierra de nadie», con ciudadanos desencantados y gobiernos heridos en su legitimidad, sin capacidad para aplicar recetas distintas de la política de austeridad impuesta por Alemania y sus aliados.

Torreblanca dirige la oficina de Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés), uno de los think tanks más influyentes de Europa. Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, bloguero y columnista habitual del diario El País.

-¿Cómo se explica que Europa no haya podido encontrar una salida a una crisis que empezó hace seis años?

-Lo que le pasa es que no terminó de encontrar la respuesta a por qué se originó. La reacción a la crisis ha sido una lectura muy ideológica. Están aquellos que opinan que esta crisis se origina afuera, pero a Europa la afecta más porque el euro no está bien construido, y entonces cuando viene un golpe te rompes en dos, entre deudores y acreedores. Y hay gente que piensa que el problema es específico de las sociedades del Sur, que no son competitivas y viven en una ficción. Por lo tanto, mientras no hagan reformas, mientras no recuperen la austeridad, dan igual los problemas de diseño del euro. Con esos mismos problemas hay finlandeses y austríacos, y hay griegos y españoles.

-El clásico debate sobre si la culpa es nuestra o es del mundo?

-Sí. Y normalmente los ganadores, a los que les va bien, son los que tienen razón. Luego faltaron instrumentos para atajar el problema. En el Tratado de Lisboa, las normas que regían el euro lo que diseñaban era un sistema de cambio fijo, como un patrón oro donde todos los ajustes de fluctuación tenían que ir vía ajustes en cada país. En 2008, la Reserva Federal de Estados Unidos aprobó un rescate de 800.000 millones de dólares para el sistema financiero. Estados Unidos puede ser heterodoxo con un presidente republicano. Se vuelven keynesianos en una noche y el Congreso, el gobierno y la Fed actúan en una misma dirección para evitar una recesión y un colapso del sistema financiero. En Europa esa discusión recién está empezando.

-La política de austeridad no parece tener una competencia seria todavía.

-Al final tenemos este debate sobre por dónde arreglar la crisis, si por la oferta o la demanda. Por el lado de la oferta, es el Banco Central Europeo (BCE) bajando tipos de interés, o por la vía de la demanda, con estímulo e inversión pública. Pero como los gobiernos no están en condiciones de endeudarse, tienes un avión al que le paras el motor privado y el motor público y luego te extrañas de que caiga. Mario Draghi, desde el BCE, está pidiendo un gran programa de inversión europeo. El BCE se convirtió en el auténtico gobierno de Europa, no tanto porque haya querido, sino porque sólo tenemos integrada la política monetaria.

-¿Por qué el poder político no toma las riendas?

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-El poder político está fragmentado. ¿Quién decide la política fiscal? ¿Angela Merkel? Suponemos que ella podría idealmente abrir el camino de la política fiscal, cambiarla, promover el estímulo, un programa de inversión. No podría hacerlo sola, pero sí puede impedirlo ella sola. Tenemos una estructura de gobierno en el que la demanda está en la cancillería alemana y la oferta, en Fráncfort. Y el resto de Europa tiene un debate ficticio de izquierda-derecha.

-¿En cuánto influye esa falta de poder real de los gobiernos nacionales en el auge del populismo antieuropeo?

-En mucho. Hay un estrechamiento del margen de decisión de la política tradicional. Los partidos de centro ven que las recetas políticas y económicas que tienen que aprobar son prácticamente las mismas. Consolidación fiscal, recortes, aumento de la competitividad. Eso frustra a la ciudadanía, porque el mecanismo tradicional de cambiar a los políticos para que cambien las políticas deja de funcionar.

-¿El voto ya no pesa?

-Exacto. Por eso hablamos del fin de la soberanía desde el punto de vista democrático. La construcción europea se quedó en una suerte de tierra de nadie. Los Estados no son capaces de funcionar autónomamente, son incompetentes, pero tampoco consiguieron crear la estructura supranacional que lo sea.

-¿Eso puede terminar por romper a la UE?

-Creo que más que romperse lo que puede hacer es degradarse mucho. Desde luego, si Marine Le Pen gana las presidenciales en Francia habrá un riesgo serio. En Francia se le da todo el poder a una persona en una elección mayoritaria y eso agrava el riesgo. A la UE le costaría mucho superar a una Le Pen en la presidencia de Francia.

-Europa sin Francia suena apocalíptico.

-Intentaría sacar al país del euro. Sería un colapso total, un escenario nuclear.

-¿Qué riesgo implicaría que se fuera Gran Bretaña, si avanza la idea de convocar un plebiscito en 2017?

-Tendría un efecto muy demoledor. Primero, por la confianza, y luego, por la posición de Europa en el mundo. El impacto económico no sería tan grave. Pero el mensaje para el resto del mundo es un fracaso de Europa, la pérdida de un pilar de la construcción europea.

-¿Cuánto daño hubiera causado la independencia de Escocia si hubiera ganado el sí en el referéndum?

-Mucho. Hay un momento en el que activas mecanismos emocionales que se desbordan y que se quedan ahí. El sí hubiera dado un impulso a otros separatismos, como Cataluña. Y hubiera dado lugar a una discusión que la UE no quiere tener, que es aceptar un Estado nuevo por la vía de la secesión.

-Y ahora viene Cataluña. ¿Cree que España está en condiciones de controlar el desafío secesionista?

-En la cuestión de Cataluña, la comunidad internacional tendrá que decidir si hay un agravio y tomar partido. Mientras el gobierno español consiga mantener esto como un problema en el cual la legalidad y la legitimidad están de su lado, creo que no tendrá muchos problemas. Si se entra en una espiral de represión, desobediencia civil, violencia, suspensión de autonomía, detención de autoridades, se puede construir un caso internacional. España debe tener cuidado. Y si hay una declaración unilateral de independencia, debería conseguir que sea irrelevante.

-¿En cuánto influyó la crisis del euro en el auge del catalanismo?

-Los factores son sobre todo endógenos en el caso catalán, sobre todo a raíz de posicionamientos negativos del Partido Popular cuando estaba en la oposición, que ahora lo atan de manos. Lo que la crisis económica ha permitido es la posibilidad de presentar un proyecto que genera ilusión. La independencia es la magia, algo que aglutina a la gente y le da un horizonte.

Fuente: La Nación, 30/09/14.

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