La dinámica de la Deuda Pública

diciembre 4, 2012 · Imprimir este artículo

La difícil tarea de pagar las deudas
Por Juan Carlos de Pablo

Los gobiernos de muchos países encuentran dificultades para honrar su deuda pública, es decir, para abonar los intereses y las amortizaciones, en la moneda y el plazo pactados cuando se emitieron los títulos. ¿Se trata, simplemente, de irresponsabilidad de los funcionarios públicos o hay algo esencialmente perverso en la dinámica que genera el mayor endeudamiento?

Al respecto entrevisté al inglés Frederick Soddy (1877-1956), quien luego de destacarse en química (por sus investigaciones sobre los isótopos, en 1921 recibió el Premio Nobel), propuso replantear el análisis económico a la luz de las leyes de la termodinámica, enfoque que luego utilizarían Nicholas Georgescu Roegen y Paul Anthony Samuelson. Su obra fue ignorada por sus colegas, excepto por Frank Hyneman Knight.

-Según usted, hay una tensión entre el crecimiento económico y el pago de las deudas. ¿A qué se debe?

-La actividad económica está sujeta a las leyes de la termodinámica, en particular a la segunda, que en economía ilustra el principio de los rendimientos marginales decrecientes; mientras que las deudas crecen según la tasa de interés compuesta. En algún momento surge el conflicto entre la realidad y las anotaciones que figuran en los libros de los acreedores, por lo cual o se limita la tasa de interés o se aceptan los mecanismos de repudio y consiguiente renegociación de la deuda.

-¿No está subestimando el rol del cambio tecnológico, en el crecimiento económico?

-Quizá yo exagere para un lado, porque muchos exageran para el otro. Está muy bien exaltar a grandes emprendedores, como Andrew Carnegie, David Rockefeller, Henry Ford y Steve Jobs, pero desde hace más de un siglo la tasa de crecimiento de largo plazo del PBI de la mayoría de los países es de 3% anual (1% de aumento poblacional y 2% de mejora en el ingreso por habitante). Recomendar crecer más rápido para pagar cualquier aumento de la deuda pública puede sonar muy lindo, pero a la luz de estos datos significa no pensar.

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-Explíquese.

-Un país que paga 1% anual de interés por su deuda pública honra con facilidad sus compromisos. Pero cuando, sin modificar un ápice sus políticas monetaria y fiscal, como consecuencia de la crisis los acreedores le exigen -digamos- 7% anual de interés, ningún gobierno tiene forma de ajustar el resto de las cuentas públicas, reduciendo salarios, frenando obras, etc., para seguir sirviendo la deuda.

-¿No saben esto los integrantes de los equipos económicos y quienes compran los títulos?

-Si no lo saben, deberían saberlo. En el caso de los ministros de Economía y secretarios de Hacienda, esto implica resistir la tentación de aumentar la deuda, pensando que alguna vez habrá que pagarla. Proceso nada fácil, porque no sólo implica enfrentar al resto del gobierno, sino también a la ciudadanía, aumentando los impuestos o restringiendo los gastos. En 1988, Milton Friedman sorprendió hablando bien de los déficits fiscal y comercial, argumentando que eran el único mecanismo para que los políticos limitaran los gastos públicos.

-¿Y del lado de quienes compran títulos públicos?

-El concepto de deuda soberana implica que los acreedores corren el riesgo de no cobrar como se pactó originalmente, y que la reestructuración de la deuda se hará según determinados procedimientos. Quien no quiere correr esos riesgos guarda sus ahorros en efectivo, bienes, etcétera, o invierte en familia y amigos, esperando que lo ayuden en caso de necesidad.

-¿De manera que no hay nada extraordinario en la renegociación de la deuda encarada por la Argentina luego de la salida de la convertibilidad?

-Cada renegociación tiene aspectos específicos, pero como bien documentaron Kenneth Saúl Rogoff y Carmen María Reinhart en Esta vez es diferente: ocho siglos de evolución económica mostraron que hay algo sistemático en esta cuestión. No estoy haciendo la apología de la irresponsabilidad, estoy diciendo que aprendamos de la historia.

Don Frederick, muchas gracias.

Fuente: La Nación, 02/12/12.

Juan Carlos de Pablo

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