¿Hemos derrotado a la teoría del “cénit del petróleo”?
Durante décadas, un escenario sombrío ha estado al acecho en la imaginación popular: la producción mundial de crudo llega a su techo y luego comienza una caída inexorable, lo cual elevará los costos y obligará a los países al estricto racionamiento y a pelear por las menguantes reservas.
La producción petrolera de Estados Unidos de hecho alcanzó un máximo en los años 70 y cayó en las décadas posteriores, exactamente como predecía la teoría. Pero luego ocurrió algo que la teoría no vaticinó: comenzó a subir de nuevo en 2009, y no se ha detenido, gracias a los grandes avances en la tecnología para yacimientos petroleros.
Para quienes adhieren a la teoría del cénit de la producción de crudo, esto es sólo un respiro, y el descenso es inevitable. No obstante, un creciente grupo de expertos sostiene que la situación se ha planteado de forma errónea. Las verdaderas restricciones que enfrentamos son tecnológicas y económicas, señalan. Estamos limitados no por la cantidad de petróleo en el suelo sino por cuán inventivos seamos para explotar nuevas fuentes de combustible y cuánto estemos dispuestos a pagar para acceder al crudo. “La tecnología avanza con tanta rapidez hoy en día que cualquier inminente límite de recursos no será más que un obstáculo pasajero”, afirma Phil Verleger, economista especializado en petróleo. “Nos adaptamos”.
La existencia o no de un techo es más que un tema de debate intelectual. La pregunta también tiene un importante impacto potencial sobre gobiernos, empresas petroleras y personas de todo el mundo, todos los cuales dependen de los caprichos de la producción y se verían amenazados por el alza de los costos y situaciones de escasez.
Los que promueven la teoría sostienen que, en lugar de invertir dinero en nuevas formas de hallar crudo, deberíamos estar conservando lo que tenemos e invertir en fuentes alternativas de energía para que estemos preparados para cuando los suministros escaseen y los costos aumenten. La mayoría de los que se oponen concuerdan en que no deberíamos apostar al petróleo para siempre. No obstante, creen que es mejor invertir en tecnología para seguir incrementando la oferta, hasta que se vuelva demasiado costoso. En ese momento, confían, podremos encontrar una alternativa económica.
La teoría del cénit de petróleo fue popularizada por M. King Hubbert, un geólogo que trabajó en Shell Oil. En un ensayo de 1965, predijo que la producción de EE.UU. alcanzaría un tope, probablemente a comienzos de los años 70, y luego caería. Se parecería a una curva de distribución normal.
La idea se volvió muy popular cuando la producción petrolera estadounidense de hecho alcanzó su techo a principios de los años 70. Era un momento propicio para que el país temiera lo peor: los conductores hacían largas filas para conseguir combustible y EE.UU. sentía que estaba bajo el yugo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
La popularización de la teoría ayudó a justificar mayores inversiones en energía alternativa. Hace unos años, la idea volvió a recibir atención cuando los precios del petróleo estaban altos y parecían atascados en ese nivel.
Luego los datos se desviaron de la curva. EE.UU. produjo cinco millones de barriles diarios en 2008. Al año siguiente, su producción petrolera comenzó a aumentar y sigue subiendo hasta hoy. En el primer semestre de 2014, promedió 8,3 millones de barriles al día.
¿Qué cambió? Una innovación en la tecnología para yacimientos, que la teoría no anticipaba. Las empresas energéticas combinaron la fracturación hidráulica y la perforación horizontal para extraer petróleo de densas formaciones rocosas en EE.UU. y Canadá.
Al principio, los perforadores apuntaron al gas natural porque pensaban que las moléculas de crudo eran demasiado grandes para ser extraídas. Sin embargo, la fracturación hidráulica también funcionó con los pozos petroleros. Otros países comienzan a aplicar las mismas técnicas y podrían obtener resultados similares.
Ahora, aunque los analistas digan que sería difícil replicar las condiciones geológicas, económicas, regulatorias y de infraestructura que propiciaron el boom del esquisto en EE.UU., otros países están comenzando a usar las mismas técnicas. En Argentina, por ejemplo, la estatal YPF estableció sociedades con la malasia Petronas y la estadounidense Chevron Corp. para explorar su inmensa formación de Vaca Muerta. Con 22,7 billones de metros cúbicos de gas de esquisto potencialmente recuperables, ese país tiene la segunda mayor reserva después de China, según la Administración de Informaciones de Energía de EE.UU. (EIA por sus siglas en inglés).
Con el reciente auge llegaron quienes argumentan que el techo petrolero subestima la capacidad de innovación. La industria, dicen los expertos, tiene una historia de conseguir nuevos suministros cuando las perspectivas parecen sombrías.
Hace un siglo, la industria energética encontró enormes yacimientos en Texas y California, cuando crecían los temores de que la producción había alcanzado su máximo. Cuando la producción en EE.UU. comenzó a declinar, otras regiones tomaron la posta: el mar del Norte, Nigeria y Arabia Saudita. Las innovaciones impulsaron un auge de la perforación en aguas profundas.
Más en general, sostiene esta corriente, la teoría enfoca mal el problema: se centra en el suministro físico en lugar de nuestro ingenio para poder alcanzarlo. “Tiene que haber un límite finito” de petróleo y gas, dice George King, consultor global de tecnología de Apache Corp. Sin embargo, considera que la restricción sobre el crudo se puede producir no es geológica. “Enfrentamos límites técnicos y económicos más que otra cosa”, dice.
Los que no creen en la teoría no consideran que debamos limitarnos al crudo para siempre, sino acelerar una transición a alternativas en anticipación a una escasez. Una política desacertada, después de todo, puede tener resultados muy negativos. Por ejemplo, en los años 70, cuando EE.UU. pensó que se agotaba el gas natural, se construyeron muchas plantas a carbón, que dejaron el legado de aire contaminado en algunas ciudades.
Además, concuerdan en que sí hay límites económicos, pese a que no creen que los problemas de suministro sean inminentes. Cuando la industria petrolera supera un obstáculo y eleva la producción, los costos suelen aumentar. Entonces, en algún momento, el costo de obtener más crudo probablemente suba tanto que los compradores no podrán —o no querrán— pagarlo.
Pese a la abundancia de crudo que generó la fracturación, los precios globales siguen altos. Esto abrió la puerta a fuentes alternativas y al gasto en eficiencia energética. El cambio climático ha alterado el cálculo. Más activistas presionan para que se adopten combustibles alternativos que detengan el creciente nivel de dióxido de carbono en la atmósfera y combatan el cambio climático. “Habrá un tope petrolero, pero será (por un) tope de consumo”, dice Michael Shellenberger, presidente del Breakthrough Institute, un centro de estudios sobre energía y clima. “Lo que queremos es adoptar fuentes de energía mejores, más baratas y más limpias”.
Si Hubbert estuviera vivo —murió en 1989—, ¿admitiría la derrota? Probablemente no, dice Mason Inman, quien escribió una biografía del geólogo que será publicada el próximo año. Sostiene que el reciente auge del esquisto es sólo un respiro temporal en una larga marcha descendente.
Hubbert, que proponía adoptar la energía solar y la eficiencia energética para quebrar la dependencia del crudo, creía que la tecnología ayudaría a extender los límites de la producción petrolera, pero pensaba que su impacto era exagerado, dice Inman. Con el tiempo, los retornos disminuirán, agrega, ya que el crudo es un recurso finito, aunque no conozcamos sus límites. Fuente: The Wall Street Journal, 03/10/14.