Sobre la economía socialista

octubre 13, 2022

Una guía para principiantes sobre la economía socialista

Marian L. Tupy explica las principales razones por las cuáles la economía socialista fracasa: bloqueo del sistema de precios, incentivos perversos, entre otras.

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En estos últimos años me ha tocado hacer varias presentaciones a alumnos de colegios y universidades sobre la importancia de la libertad económica y de la amenaza persistente que representa el socialismo —como se puede observar, por ejemplo, en el reciente colapso económico de Venezuela. Un problema que he encontrado es que los jóvenes, hoy en día, no tienen una memoria personal sobre lo que fue la Guerra Fría, ni mucho menos un entendimiento de lo que fue la organización social y económica del bloque soviético, aspectos que no son priorizados o son ignorados por los programas educativos estadounidenses. Por esta razón he escrito una guía básica de la economía socialista, basada en mi propia experiencia creciendo en un país bajo un régimen comunista. Espero que este ensayo —tal vez un poco más largo— sea leído por muchos “millennials”, quienes frecuentemente son atraídos hacia ideas fracasadas de tiempos pasados.

Como un niño, creciendo en la Checoslovaquia comunista, por muchos años, pasaba caminando por un edificio en construcción que tenía como destino transformarse en un centro de salud o una clínica. La construcción de este edificio pequeño con forma de cuadrado era muy lenta y bien descuidada. Partes de la estructura se caían a pedazos incluso mientras el resto del edificio seguía construyéndose.

Recientemente volví a Eslovaquia. Un día, mientras manejaba a través de la capital, Bratislava, pude notar que un nuevo barrio se había desarrollado sobre una colina en la que dos años atrás no existía nada. Este enorme desarrollo de casas modernas y hermosas contaba con excelentes calles y un gran supermercado. Este nuevo barrio proveía hogares, privacidad y seguridad a cientos de familias.

¿Cómo puede ser posible para una empresa privada, planificar, construir y vender un vecindario completo en menos de dos años pero para un planificador central comunista imposible construir un edificio pequeño en casi una década?

Una parte importante de la respuesta yace en los “incentivos”. La empresa que construyó este vecindario en Eslovaquia no lo hizo por amor a la humanidad. Esta compañía desarrolló el proyecto, porque sus dueños (accionistas o inversores) buscaban obtener utilidades. Tal como lo expresó en 1776 Adam Smith, el padre fundador de la economía, “No es por la bondad del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”.

En un mercado que funciona de forma normal, es raro encontrar sólo una empresa que provea un tipo de producto o servicio. Las personas que compraron casas en el barrio que mencioné anteriormente, no estaban forzadas ni obligadas a hacerlo. Podrían haber comprados otras casas hechas por otros constructores en otras partes de la ciudad y probablemente a precios distintos. La competencia, en otras palabras, fuerza a los inversores (los capitalistas) a ofrecer productos mejores a precios más competitivos —un proceso que nos beneficia a todos.

Los comunistas se oponían tanto al lucro como a la competencia. Ellos veían al lucro como innecesario e inmoral. Desde su perspectiva, los capitalistas no trabajaban en un sentido convencional. El verdadero trabajo de construir puentes y de trabajar la tierra era hecho exclusivamente por los trabajadores. Los capitalistas simplemente se metían al bolsillo los excedentes de la compañía una vez que a los trabajadores se les había pagado el salario. En otras palabras, los comunistas creían que la clase capitalista explotaba a la clase trabajadora —y eso era incompatible con su objetivo de una sociedad igualitaria y sin clases.

Pero los capitalistas no son ni inmorales ni innecesarios. Por ejemplo, los capitalistas muchas veces invierten en nuevas tecnologías. Empresas que han revolucionado nuestras vidas como Apple o Microsoft, recibieron su financiamiento inicial de inversores privados. Dado que es su propio dinero el que está en juego, los capitalistas tienden a hacer un mejor trabajo en identificar las buenas oportunidades de inversión que el que hacen los burócratas del Estado. Es por esta razón que las economías capitalistas, y no las comunistas, son líderes en innovación y progreso tecnológico.

Más aún, invirtiendo en nuevas tecnologías y creando nuevas empresas, los capitalistas son capaces de proveer a los consumidores con una variedad abrumadora de productos y servicios, de crear empleo para miles de millones de personas y de contribuir con billones de dólares (“trillions” en inglés) al ingreso fiscal. Por supuesto que toda inversión involucra un nivel de riesgo. Los capitalistas solo cosechan grandes beneficios cuando invierten sabiamente. Cuando hacen malas inversiones, los capitalistas muchas veces deben enfrentarse a la ruina financiera.

Desafortunadamente, los comunistas no compartían la visión anterior y prohibieron la inversión privada, la propiedad privada, la toma de riesgos y el lucro. Todas las empresas privadas grandes que están en manos de privados, como las fábricas de zapatos y las siderurgias fueron nacionalizadas. La gran mayoría de pequeñas y medianas empresas, como almacenes de alimentos y granjas familiares fueron también expropiadas por el Estado. Sus dueños, rara vez recibieron compensación alguna. Todos se transformaron en trabajadores y todos trabajaban para el Estado.

Para prevenir nuevas desigualdades de ingreso y que se formen nuevas clases sociales, todos fueron pagados más o menos de la misma manera. Esto resultó ser un gran problema. Como las personas no podían ganar más cuando se esforzaban más en el trabajo, no se esforzaban más. Los comunistas trataron de motivar o incentivar a la fuerza laboral a través de la propaganda. Afiches y posters de trabajadores fuertes y determinados eran instalados por todas partes dentro del Imperio Soviético. Películas sobre los abnegados trabajadores de las minas y las granjas se proyectaban para inculcar a la población el fervor socialista.

La propaganda por sí sola no era capaz de aumentar la productividad de los trabajadores comunistas a los niveles del mundo occidental. Para incentivar a la fuerza de trabajo, los regímenes comunistas hicieron uso del terror. Los trabajadores que eran sorprendidos vagando en el trabajo muchas veces eran denunciados por sabotaje y eran fusilados. Comúnmente eran enviados a los Gulag —un sistema de campos de trabajo forzado. Algunas veces, las autoridades arrestaban y castigaban a personas inocentes a propósito. El terror arbitrario, los comunistas creían, harían que los trabajadores sean más productivos.

Al final, decenas de millones de personas en la Unión Soviética, China, Camboya y otros países comunistas fueron enviados a campos de concentración. Las condiciones de vida y de trabajo en estos campos de concentración eran inhumanas y millones de personas perdieron su vida en ellos. Mi tío abuelo, quien fue acusado y condenado por ser partidario de la oposición democrática y clandestina en la Checoslovaquia comunista, fue enviado a trabajar en las minas de uranio para proveer al programa soviético de armas nucleares. Trabajando sin protección alguna contra la radiación, murió de cáncer.

Para fines de los ochenta, los regímenes comunistas habían perdido gran parte de su fervor revolucionario. El terror y el miedo venían en declive y la productividad se desplomaba aún más. Así fue que hacia finales de los ochenta, un trabajador industrial promedio de Europa Occidental era casi ocho veces más productivo que su par polaco. En otras palabras, con el mismo tiempo y con los mismos recursos que un trabajador polaco producía $1 en valor de productos, su contraparte de Europa Occidental era capaz de producir $8 en valor de productos.

Conforme reemplazaron el fin de lucro con la propaganda y el terror, también reemplazaron la competencia con la producción monopolística. Bajo el capitalismo, las empresas compiten para atraer clientes bajando los precios y mejorando la calidad. Así es como un joven hoy puede elegir entre jeans hechos por Diesel, Guess, Calvin Klein, Levi´s, entre muchos otros.

Los comunistas pensaban que dicha competencia era tanto innecesaria como irracional. En su lugar, los países comunistas solían tener un productor monopólico de autos, zapatos, lavadoras, etc. Pero los problemas surgieron rápidamente. Dado que en los países comunistas los productores no tenían que competir contra alguien, no tenían ningún incentivo para mejorar sus productos. Compare, por ejemplo, el BMW 850 que se fabricaba en Alemania Occidental en 1989 con el Trabant que era fabricado en Alemania Oriental en el mismo año.

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Los fabricantes comunistas eran protegidos de competir localmente debido a que tenían un monopolio. También eran protegidos de la competencia extranjera mediante prohibitivamente altos aranceles e incluso la prohibición total de importaciones. Dicho de otra forma, los fabricantes tenían una base “cautiva” de consumidores. El fabricante de los autos Trabant no tenía que preocuparse de perder clientes, dado que los clientes no tenían a quién más comprarle automóviles.

Además, los trabajadores de la planta de autos Trabant recibían una remuneración fija e invariable, sin importar la cantidad de autos que produjeran. Como resultado, producían menos autos de los que se necesitaban. Las personas en Alemania Oriental debían esperar años, incluso décadas, antes de poder comprar un automóvil. De hecho, la escasez de la gran mayoría de productos de consumo, desde productos importantes como automóviles hasta los mundanos como el azúcar, era ubícua. Hacer fila se volvió parte del diario vivir.

oferta y demanda precioEn el capitalismo, la escasez se regula a través de los movimientos de los precios. Algunos precios, como por ejemplo el de las monedas que se transan globalmente, cambian virtualmente cada segundo. Otros precios cambian más lentamente. Si existe escasez de frutillas, por ejemplo, su precio aumentará. Como resultado, menos personas podrán comprar frutillas. De esta manera, las personas que valoran más las frutillas y están dispuestas a pagar el precio más alto siempre podrán obtenerlas.

El movimiento de los precios comunica información muy importante a los capitalistas. Los capitalistas invierten su dinero en aquellas oportunidades de negocios que son más rentables. Si el precio de algo está subiendo, quiere decir que no se está produciendo de eso lo suficiente. Los inversionistas se precipitan invirtiendo capital nuevo, esperando obtener ganancias. La producción aumenta. Así la economía en general tiende a un “equilibrio” o a un punto en el que el capital es distribuido en forma bastante aproximada a donde éste se necesita.

Los precios son una fuente de información fundamental, pero, ¿de dónde vienen? En una economía capitalista o de libre mercado, nadie establece o fija los precios. Estos surgen de manera “espontánea” en el mercado. Cada vez que compro una taza de café cuando voy al trabajo, por ejemplo, estoy incrementalmente subiendo el precio del grano de café. Cada vez que dejo de comprar mi taza de café, porque voy atrasado al trabajo, le bajo el precio en una cantidad pequeñísima. Si todos dejáramos de tomar café al mismo tiempo, el precio colapsaría.

Los comunistas prohibieron el lucro, los capitalistas, la competencia, el libre comercio y mucha de la propiedad privada (si no toda)  —todo lo cual es necesario para que los precios precisos puedan surgir. Al contrario, decenas de millones de precios para productos desde tractores hasta un pedazo de pan eran fijados anualmente (o cada ciertos años) por burócratas del Estado. Dado que no podían predecir con precisión cuanto pan se debía producir (la oferta) ni tampoco cuanto pan se iba a consumir (la demanda), estos burócratas casi siempre se equivocaban en fijar los precios.

La fijación de precios asociada con la baja productividad hacían que la escasez fuera peor. Si el precio de la harina se fijaba muy alto, las panaderías harían muy poco pan y así el pan desaparecería de las tiendas rápidamente. Si el precio de la harina se fijaba muy bajo, se haría demasiado pan y gran parte de este terminaría echándose a perder. Dicho de otra forma, las economías comunistas eran muy ineficientes.

Para complicar aún más las cosas, los comunistas algunas veces fijaban mal los precios a propósito. El precio de la carne, por ejemplo, se mantenía bajo año tras año solamente por consideraciones políticas. Los precios bajos creaban una ilusión de que los productos eran asequibles. En viajes al exterior, usualmente los oficiales comunistas se llenaban la boca diciendo que los trabajadores en el Imperio Soviético podían comprar más carne y otros productos alimenticios que sus contrapartes occidentales. La realidad era que las tiendas generalmente estaban vacías. Como consecuencia, el dinero tenía un uso limitado. Para poder sortear la escasez, muchas personas en países comunistas recurrieron al trueque de bienes y favores (servicios).

Bajo el comunismo, el Estado era dueño de todos los medios de producción, como las fábricas, las tiendas y las granjas. Para poder tener algo con que hacer trueque primero se debía “robar” al Estado. Un carnicero, por ejemplo, robaba carne y la cambiaba por verduras que el verdulero había también robado. El proceso era ineficiente, pero también corrompía la moral. Mentir y robar se volvieron algo normal y la confianza entre las personas se deterioró. Lejos de motivar la hermandad entre las personas, el comunismo hizo que las personas sospecharan unas de otras y fuesen más resentidas.

Desde luego que no todos fueron afectados de la misma forma por la escasez. Los oficiales del gobierno y sus familias generalmente evitaban las dificultades diarias que el resto vivía, ya que tenían acceso a tiendas, colegios y hospitales especiales. El comunismo comenzó como un movimiento que buscaba mayor igualdad. En realidad, fue un retorno al feudalismo. Como las sociedades feudales, las sociedades comunistas tenían una aristocracia compuesta por los miembros del Partido. Como las sociedades feudales, las sociedades comunistas tenían una población de sirvientes prácticamente sin derechos y con muy poca posibilidad de movilidad social. Tal como las sociedades feudales, éstas se mantenían a través de la fuerza bruta.

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Muchas veces me preguntan cómo estas sociedades lograron mantenerse por tanto tiempo si eran tan ineficientes. Parte de la respuesta se debe a la fuerza bruta con la cual los comunistas se mantenían en el poder. También se explica por el surgimiento de contrabandistas que hicieron que la economía pudiera fluir un poco mejor. Por ejemplo, cuando a una fábrica comunista de zapatos se le acababa el pegamento, el gerente de la fábrica llamaba a su “contacto clandestino” del mercado negro. Este contacto lograba contrabandear de una fábrica de pegamento o del extranjero el pegamento. El contrabando era ilegal, evidentemente, pero muchas veces era mejor (o más eficiente) que tratar con la burocracia gubernamental, lo que podría haber tomado años. Por lo tanto, la longevidad del comunismo se debió, en parte, al surgimiento de un pseudo mercado de bienes y favores (servicios).

—Este artículo fue publicado originalmente en CapX (EE.UU.) el 16 de septiembre de 2016.

Fuente: elcato.org


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¿Existen los Derechos Civiles en el Socialismo?

noviembre 27, 2019

¿Es compatible el socialismo con los derechos civiles?

Por Franklin López Buenaño.

Hay una confusión bastante común mediante la cual se percibe como socialistas a varios países europeos solo por el hecho de que tienen un estado de bienestar.

A raíz del fracaso monstruoso del correato y del chavismo en Ecuador Venezuela, respectivamente, se abre al debate sobre qué mismo es socialismo y si un socialismo light es compatible con la democracia liberal, entendida esta como un sistema político que defiende y garantiza una serie de valores como el derecho a la vida, a la libre expresión, a la propiedad privada (menos ese eufemismo de “con función social”), a la libertad de cultos, a la igualdad ante la ley, la igualdad de contratación, la igualdad de asociación, división e independencia de poderes, alternancia en el poder, respeto a las minorías, y otras más.  Este ensayo pretende concluir que el socialismo no es compatible con la democracia liberal. Por supuesto, lo primero es definir qué es socialismo y qué no es socialismo.

Comienzo afirmando que hay una confusión bastante común en este campo. La confusión la resume de maravilla el columnista del diario El Comercio (Ecuador): Rodrigo Fierro Benítez[1]: “Me declaro socialista del siglo XXI, demócrata liberal si de precisiones se trata. No se crea que soy de los pocos: son millones los que abandonaron el marxismo-leninismo ortodoxo, es decir el socialismo real, el de la Unión Soviética[2]. Seis meses más tarde busca aclarar más su convicción ideológica y dice: “A mi juicio, es el socialismo con libertad el paradigma en nuestros días. El imperio de la Ley, la justicia independiente, la libertad de expresión, la gestión moderadora del Estado, he ahí el socialismo democrático, el del siglo XXI”.[3]

La raíz de la incompatibilidad estriba en la frase “la gestión moderadora del Estado”, supongo que esto significa el estado de bienestar como el que existe en los países europeos. Pero eso no es socialismo, es capitalismo, la búsqueda de ganancias no está estigmatizada, las empresas grandes continúan operando, y cuando algún programa de beneficio social tiene problemas se lo reforma. Por ejemplo, consideremos el sistema educativo. Hoy en Suecia el gobierno ofrece un bono o vale a cada padre o madre para que ellos escojan la escuela para sus hijos. El gobierno noruego concede la explotación de petróleo a más de diez empresas multinacionales y ahorra los excedentes de la producción petrolera –que se invierten en el mercado de valores– para mantener su gasto fiscal en tiempos de “vacas flacas”.  Los derechos individuales a la sexualidad, al arreglo matrimonial, se enmarcan perfectamente bien a la definición de libertad de John Stuart Mill, o en lo que muchos llamarían valores burgueses.

Si a este sistema quieren llamarlo socialismo light entonces qué es capitalismo. ¿No es este un sistema en que predomina lo individual sobre lo colectivo? ¿No es un sistema en que los dueños de la propiedad tienen derecho a las utilidades o a las rentas de su dominio?  Porque aunque el gobierno se apropie del 70 por ciento de ellas el derecho no se ha conculcado. ¿No es capitalismo el sistema en donde los precios se determinan en el mercado, es decir, por la interacción de la oferta y la demanda? Den cualquier adjetivo al capitalismo, sea sistema social de mercado o liberalismo social, pero no deja de ser capitalismo.

Para los socialistas “capitalismo” es mala palabra[4], si no se atiene a los postulados de su construcción mental entonces es “neoliberalismo” (otra mala palabra). Enrique Ayala Mora, uno de los más conocidos socialistas del Ecuador, en su referencia al gobierno del socialismo del siglo XXI de Rafael Correa sostiene enfáticamente que eso no era socialismo sino capitalismo, “al contrario de su retórica, la administración de Correa optó por modernizar el capitalismo”[5] [para lo cual se requería construir la infraestructura que necesita el capital para su florecimiento]. Y continúa: «[Pero] no hubo cambio social mayor, hubo crecimiento económico pero no cambio estructural significativo». También señala que el crecimiento del sector público fue un paso positivo, aunque excesivo. En otras palabras no era socialismo.

Socialismo, a mi entender, es un sistema socioeconómico diferente, es un sistema de instituciones, de actitudes y forma de vida diferente, es otro tipo de sociedad. En la declaración de principios en el Congreso del Partido Socialista Ecuatoriano (PSE) de 1987 se sostiene que el partido está construyendo un socialismo enraizado en el país que sea autónomo, latinoamericano, antiimperialista. Además, que sea revolucionario para construir una nueva sociedad y un nuevo Estado, en donde la participación y el trabajo del pueblo serán los cimientos del poder y el bienestar de todos los ecuatorianos, cambiando las estructuras y eliminando las desigualdades y la injusticia[6]. Me atrevo a suponer que esta nueva sociedad también se sustentará en nuevos valores: lo colectivo sobre lo individual, la solidaridad sobre el afán de lucro, el buró planificador sobre la invisibilidad de la mano capitalista, la naturaleza sobre la codicia del extractivismo, la cooperación sobre la competencia. Cito a un preclaro socialista:

Si el socialismo va a ser una formación socioeconómica nueva  —Debo martillar esta premisa— entonces debe depender para su dirección económica sobre alguna forma de planificación, y su cultura sobre alguna forma de compromiso con la idea de una colectividad consecuentemente [el socialism es un sistema] moral.[7]

En lo económico hay que enfrentar el problema de la escasez[8]. Hay que satisfacer las necesidades del consumo presente y reemplazar los bienes de capital que se van desgastando. El cambio tecnológico debe dirigirse de tal manera que no dañe el ambiente o extinga los recursos naturales. Y para progresar y crecer económicamente el consumo presente debe reducirse y el ahorro usarse para la inversión en nuevos bienes de capital. Como no se puede dejar estos procesos a merced de las fuerzas de mercado, hay que comandar, es decir del esfuerzo consciente de dirigir, administrar, asignar, y para ello requiere de burócratas, de individuos no sólo con conocimientos del caso (tecnócratas) sino incorruptibles. ¿No es el mayor problema legado por el correato[9] la obesidad y corrupción de la burocracia?

Entonces, ¿cómo lograr que el sistema económico funcione? ¿Voluntaria u obligatoriamente? En el capitalismo los impuestos, las regulaciones, los subsidios son incentivos para que se lo haga voluntariamente[10].  El mercado no es solo un medio de obtener utilidades, es también un mecanismo para mejorar la condición del individuo, un medio para “buscar la felicidad”. Pero en el socialismo tiene que haber obligatoriedad, y eso implica en cierta medida autoritarismo[11], pero mientras más extensas y profundas sean las actividades económicas que se excluyen del mercado más extenso y profundo el autoritarismo. Lenin se encontró con este problema y así fue como se inició el socialismo real que luego desencadenó en el estalinismo despiadado. El socialismo no puede eliminar el interés propio y subordinarlo al bien colectivo voluntariamente, por consiguiente tiene que hacerlo a la fuerza.

La obligatoriedad no se reduce a la actividad económica sino también se extiende a aspectos culturales. La cultura detrás del capitalismo ha sido calificada como burguesa. Los valores burgueses celebran y animan la idea de la individualidad. Inclusive en el triunfo de los deportes colectivos (como el fútbol) no deja de festejarse el valor individual. En el socialismo la cultura de la nueva sociedad debe ser diferente, debe celebrar, apoyar, y gestar lo colectivo. Si en el capitalismo la cultura se enfoca al logro material, en el socialismo la cultura debe enfocarse a los logros morales o espirituales. El problema como lo ve Heilbroner “radica en la dificultad que una cultura socialista pueda tolerar las actitudes políticas y sociales inherentes a la burguesía”.

Los valores burgueses toleran la disidencia, permiten inclusive la subversión, las huelgas y las manifestaciones callejeras. En las universidades, en la prensa, en los movimientos políticos los individuos escriben, argumentan a favor hasta de la sedición o la secesión. ¿Por qué? Por el valor que se da a la individualidad, a la diversidad y a la pluralidad. Se podría hasta sostener que se debe a la falta de significación moral a las actividades económicas y políticas. No hay prevalencia de valores absolutos, lo que existe son opciones, proposiciones, pragmatismo y hasta utilitarismo. La democracia liberal se fundamenta sobre estos valores burgueses.

Por el contrario, si el socialismo se debe fundamentar sobre valores morales, surge la pregunta, ¿moralidad de quién? El islamismo es un sistema fundamentado en los valores musulmanes y son sistemas despóticos. Las expresiones en contra de un sistema moral son blasfemias, no se pueden tolerar la oposición o la disidencia porque destruirían el sistema. En el liberalismo el individualismo no es destructivo del sistema, en el socialismo sí. 

Como la sociedad socialista aspira a ser buena, todas las decisiones y todas las opiniones están obligadas a ser morales. Por lo tanto, cualquier desavenencia, cualquier desacuerdo que cuestione la moralidad del sistema, no solo su eficiencia o eficacia económica, sino su validez ética serían inexorablemente reprobables y por tanto punibles, sería semejante a una herejía digna de la excomunión o del cadalso.

En conclusión, el socialismo llamémoslo utópico o idealizado que no quiere confundirse con el capitalismo, conduce irremediablemente a un sistema despótico, autoritario, disfrazado de moralismo que cuando se quita la vestidura y quedan al desnudo los resultados son atroces e inexorablemente desastrosos. Por esto, se cuentan en millones los muertos que deja en su camino, se da la pauperización de sociedades prósperas como la de Venezuela o la creación de islas prisiones como la de Cuba. Estos son crímenes de lesa humanidad.

Referencias:

[1] Un médico brillante en su campo.

[2] Rodrigo Fierro. “El socialismo del siglo XXI”, diario El Comercio, 28 de junio 2018.

[3] Rodrigo Fierro. “Mi derecho a pensar”, diario El Comercio, 10 de enero 2019.

[4] No he encontrado ningún escrito socialista en el que no se condene el capitalismo o el neoliberalismo.

[5] Enrique Ayala Mora.  “Authoritarian Caudillismo and Social Movements in Ecuador”. Capítulo en el libro Ecuador TodayLoc. 2562. 

[6] Ibid. Loc. 2524.

[7] Robert Heilbroner. “What is Socialism”, revista Dissent, https://www.dissentmagazine.org/wp-content/files_mf/1433884078summer78heilbroner.pdf  (Traducción y énfasis del autor)

[8]Todo texto de economía indica que el problema de la escasez se soluciona (o reduce) de tres maneras: tradición, mercado, o comando.

[9]También lo fue en la Unión Soviética y fue una de las razones para su colapso.

[10] Estoy consciente que los impuestos y otras medidas gubernamentales sufren de un cierto grado de coerción; no obstante, también en gran medida la coerción es soslayada por las mayorías y por tanto no le quita mérito a mi argumento sobre la noción de voluntariedad en el capitalismo.

[11] Autoritarismo no es siempre totalitarismo. No es necesario que el comando sea sobre toda la economía, pero como bien ha descrito Hayek en su Camino a la servidumbre, poco a poco la obligatoriedad avanza, aunque sea a paso de tortuga.

Fuente: elcato.org

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Etiquetas: Franklin López Buenaño, socialismo, capitalismo, liberalismo, Estado de Bienestar, autoritarismo, Totalitarismo, socialismo moderno, Socialismo del Siglo XXI.

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¿Qué está pasando en Chile?

octubre 29, 2019

Rebelión chilena: ni espontánea ni transversal

El ataque a las instituciones chilenas es un ataque esencialmente de tipo izquierdista

Por Agustín Laje.

La política no tiene que ver simplemente con urnas, votos, discursos y partidos políticos. (Efe)

En América Latina acostumbramos a equiparar crisis económicas con crisis políticas, en el sentido general de que las primeras desencadenan las segundas. Por eso la propia noción de crisis nos remite, casi automáticamente, a gráficos y números; a complejos cálculos que un desfile de economistas tratan de resumir por televisión; a inflación, desabastecimiento, corridas bancarias, desempleo, pobreza. Esa, pues, es la fisonomía de una crisis en el imaginario colectivo latinoamericano.

Ahora bien, nada de eso ocurre realmente en Chile, sencillamente porque la crisis no es económica, sino estrictamente política e ideológica. Y esto debe ser tenido en cuenta a partir de las variables macroeconómicas que posicionan, no por nada, a Chile como el país más desarrollado de la región gracias al modelo que hoy precisamente se impugna: crecimiento promedio anual del 3,7 % en las tres últimas décadas, incremento del PIB per cápita de 4.000 a 28.000 dólares en las últimas cuatro décadas, reducción de la pobreza del 53 % al 6 % en ese mismo lapso, inflación actual virtualmente inapreciable, una movilidad social envidiable, caída del coeficiente de Gini desde los ’80 a hoy, etcétera.

Si en nuestro imaginario colectivo son las crisis económicas las que desatan las crisis políticas, ¿en qué medida una crisis política se desata si no es a través de una crisis económica? Fundamentalmente, a través de una crisis de legitimidad respecto de la totalidad del sistema. Y estas son, sin dudas, las crisis más corrosivas, porque no se solucionan con un nuevo plan económico o con una reforma puntual, sino con una reestructuración radical, o bien de las expectativas sociales respecto de esa totalidad, o bien con el derrumbamiento de la totalidad como paso previo para rearmar un nuevo sistema: y a eso es lo que llamamos, desde luego, revolución.

¿Hay una revolución, pues, en Chile? No en sentido estricto. Por ahora hay insurgencia y rebelión. La revolución es el paso siguiente, en el que las grietas del sistema interpelado se ensanchan de tal manera que toda la estructura termina de caer. Y eso, por el momento, no ha pasado. En términos marxistas, podríamos decir que lo que hoy vemos en Chile todavía acontece al nivel de la superestructura política, jurídica, cultural e ideológica, pero que está apuntando a dar un salto cualitativo hacia la estructura económica como fin último.

La peculiaridad de la actividad revolucionaria al nivel cultural es que demora en brindar frutos lo que demoran las generaciones en adoctrinarse. Y en Chile, claro está, la izquierda domina el sistema cultural (escuelas, universidades, medios de comunicación y farándula) desde hace muchos años ya. Personalmente, he dictado conferencias en colegios donde hacía algunos días habían estado enseñando las ideas de Antonio Gramsci dirigentes comunistas como Boric y Jackson, quienes a su vez han sido formados por Mouffe y Laclau en recurrentes visitas de estos a Chile. Estoy hablando, en el caso que me tocó vivenciar, de un colegio de clase alta del sur del país. Y personalmente, también, me tocó vivir al menos tres actos de censura en universidades chilenas, que cancelaron mis conferencias con menos de 24 horas de antelación.

Entiéndase lo que se quiere decir: si se advierte la composición sociocultural de los manifestantes chilenos, podrá advertirse que no estamos, en efecto, frente a una revolución proletaria ni mucho menos. Es el estudiantado de clase media, media alta y alta el que protagoniza la revuelta. Y la revuelta no es el fruto de crisis económica alguna, sino de una crisis de legitimidad del sistema que hizo de Chile el país más próspero de la región, que viene siendo cuidadosamente trabajada desde hace muchos años en aquellos que, por fin, están listos para salir al campo de batalla.

Ahora bien, la crisis política chilena no es simplemente una crisis de legitimidad, sino que además es el producto de un contexto político internacional bien preciso, en un momento en el que la izquierda populista se rearma en la región tras el punto de inflexión que significó la victoria de AMLO en México y el armado del llamado Grupo de Puebla.

Al respecto, existe una tendencia tan estúpida como infantil de considerar que toda variable geopolítica es parte de una “teoría de la conspiración”. Y es que la política no tiene que ver simplemente con urnas, votos, discursos y partidos políticos: esto es, en todo caso, lo que se ve de la política. Pero hay una dimensión de la política (quizás la más política de sus dimensiones) que no se coloca a la luz del día: servicios de inteligencia, infiltraciones, interceptaciones, carpetas reservadas, etcétera.

El éxito de la revuelta chilena descansa, precisamente, en su apariencia de “espontaneidad”. Sustraído de toda conexión política-internacional, de toda evaluación de intereses foráneos, de toda determinación de relaciones de fuerzas entre naciones, el conflicto chileno se define a sí mismo como la autodeterminación de un “pueblo” que “transversalmente” decidió “decir basta” (sin saber muy bien a qué). En otras palabras, el éxito de la revuelta descansa en la imbecilidad colectiva que gusta de épicas de cartón diseñadas para imbéciles.

“Vamos mejor de lo que pensábamos. Y todavía lo que falta. Estamos cumpliendo el plan. Foro de San Pablo, estamos cumpliendo el plan, ustedes me entienden”, decía Nicolás Maduro al ser señalado como responsable de la violencia en Ecuador y en Chile. Diosdado Cabello, por su parte, hablaba de la “brisa bolivariana que recorre la región”. Por eso mismo el Comunicado de la Secretaría General de la OEA del 16 de octubre de este año, que decía expresamente que “las actuales corrientes de desestabilización de los sistemas políticos del continente tienen su origen en la estrategia de las dictaduras bolivarianas y cubana, que buscan de nuevo reposicionarse”.

¿No entran a diario cientos de venezolanos a Chile, que huyen de la pobreza de su país? ¿Cuán difícil es meter venezolanos con “otro tipo” de intereses? ¿E incluso cubanos? ¿O acaso no son las fronteras chilenas tan porosas como Bachelet las dejó? Llegan, además, refuerzos de otros países. Los dirigentes del Frente de Izquierda de Argentina, Gabriel Solano y Romina Del Pla, por ejemplo, anunciaron en sus redes sociales que estaban viajando ahora mismo a Chile “para apoyar la rebelión del pueblo chileno”. Y a ello hay que sumar el movimiento indígena organizado, los grupos feministas, los lobbies LGBT y todos los movimientos sociales que la izquierda, con gran astucia, ha estado formando durante décadas a partir de la teoría de la hegemonía laclauniana.

Gabriel Solano@Solanopo

Mientras Alberto Fernández saluda al represor Piñera, mañana viajo junto con @RominaDelPla y otros compañeros y compañeras del @PartidoObrero para apoyar la rebelión del pueblo chileno. https://twitter.com/alferdez/status/1188886008009580546 …Alberto Fernández@alferdezGracias, presidente @sebastianpinera. Así lo haremos. Nuestros pueblos merecen que trabajemos por la integración de nuestra América Latina y por un desarrollo que atienda a quienes más padecen este presente de desigualdad. https://twitter.com/sebastianpinera/status/1188781012966359040 …36220:44 – 28 oct. 2019Información y privacidad de Twitter Ads1.191 personas están hablando de esto

Porque en esto hay que ser bien claro. El ataque a las instituciones chilenas es un ataque esencialmente de tipo izquierdista. Desde luego que los idiotas útiles abundan, y parte del éxito de la presunta “transversalidad” y “espontaneidad” alegada reside precisamente en atraer como con un imán a personas que no saben lo que hacen, pero lo hacen de todas maneras. Así, lo único espontáneo del caso chileno, en todo caso, es la ingenuidad de quienes pensando que efectivamente aquello es espontáneo, se suben a un tren que va marchando hacia una dirección totalmente preestablecida, pero que ellos, los ingenuos funcionales, por supuesto desconocen.

¿Y cuál es esa dirección? Todo indica que una nueva Constitución, hecha a la medida de los intereses del socialismo, que eche por tierra aquellos principios fundamentales que hicieron de Chile un país rico y próspero. Por ello las reformas económicas estatistas y los cambios ministeriales que cobardemente llevó adelante Sebastián Piñera como concesión a los delincuentes callejeros no sirvieron de nada, y las manifestaciones inmediatamente después se reanudaron. Porque lo que se ha impugnado es la totalidad del sistema, y la Constitución es el reflejo de la arquitectura política de esa totalidad.

La “centro-derecha” está pagando muy caro no haber entendido la cultura como campo de combate, y la política como realización efectiva de algo más que un gráfico de barras o una planilla de Excel. Y en este sentido, la izquierda lleva años jugando sola, metiendo goles en un arco sin ningún portero.

Fuente: es.panampost.com, 29/10/19.

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¿Qué es el Progresismo Sistémico?

mayo 24, 2019

Progresismo Sistémico – por Ignacio Tesón

21/05/19 | Fuente: CRUZ DEL SUR

Progresismo Sistémico

Los entramados del corporativismo con perspectiva inclusiva.

Ignacio Tesón es Lic. en Economía Empresarial (Universidad Torcuato Di Tella) y referente del área económica de Cruz del Sur.

¿Por qué las grandes empresas, principales contribuyentes, no se amontonan para financiar movimientos –liberales- o –libertarios- considerando que serían las principales beneficiadas ante una baja de impuestos generalizada?

La respuesta no es difícil, es mas sencillo negociar con el Estado que con la masa de consumidores. Es preferible para la gran empresa convivir con regulaciones, burocracia, reglas y leyes tolerables en términos de ganancia que aseguren altas barreras de ingreso al mercado, en términos de Porter .

Esto implica reducir parcialmente la última línea del estado de resultados, el ingreso neto: aquel resultante luego de deducir todos los egresos de los ingresos. Es decir, las ganancias propiamente dichas, a cambio de seguridad y predictibilidad en el flujo futuro. ¿Pero no es que las empresas intentan maximizan su utilidad siempre? Si, pero no a cualquier costo. Es conveniente asegurar un flujo considerable de forma -casi- perpetua que soportar la incertidumbre o los desafíos de competencia e innovación constantes que plantea un mercado libre. Debemos derivar también como y porqué se toma esta decisión económica. (seguir leyendo en el artículo PDF -ver abajo)

Artículo PDF: Progresismo Sistémico

Fuente: cruzdelsurce.org, 2019.

Progresismo

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Cuba, una mala influencia para América Latina

mayo 22, 2019

¿Cómo y cuándo terminará el experimento cubano de Fidel Alejandro Magno?

Carlos Alberto Montaner considera que la Cuba de los Castro es el origen de todos los desordenes políticos de América Latina y que así lo ha sido desde 1959.

Muchas gracias por invitarme a estar junto a ustedes, amigos queridos. Gracias muy especiales a Frank y Calzón y a James Cason.

Ayer viernes 7 de diciembre de 2018, D. Luis Almagro, Secretario General de la OEA, puso el acento donde debía. Dijo que la Cuba de los Castro es el origen de todos los desordenes políticos de América Latina y así había sido desde 1959. Adviertan que yo dije la Cuba de los Castro y no la Cuba comunista. El comunismo es una expresión de la desdicha política, pero puede ser de puertas adentro. Fidel y Raúl, en cambio, le agregaron un violento espasmo imperial que no ha cesado.

¿Por qué sucedió este fenómeno? Cuando Fidel Hipólito Castro tuvo la edad legal para cambiarse el nombre se convirtió en Fidel Alejandro Castro. Su modelo era el enérgico macedonio que construyó muy rápidamente uno de los mayores imperios de la historia. La primera juventud de Fidel Alejandro Castro fue la de Cayo Confite en 1947, una expedición organizada por la Legión del Caribe y, fundamentalmente, por los cubanos. Ya estaba en marcha, ya se había movilizado, el Alejandro Magno cubano, aunque nadie lo advirtiera.

Aunque abortado por el Departamento de Estado, fue un esfuerzo descomunal que incluía 2.700 hombres, donde predominaban los dominicanos y los cubanos (casi el doble de Bahía de Cochinos) y 27 aviones y avionetas. Por cierto, cuando tuvo el mando de Cuba, Fidel hizo matar a dos de los jefes de esa expedición, sus enemigos jurados Eufemio Fernández Rolando Masferrer. A Eufemio lo fusiló en 1961, y a Masferrer le dinamitó el auto en Miami en 1975. También lo han acusado de participar en el atentado a un tercer jefe de Cayo Confite, a Manolo Castro, con quien no tenía parentesco. Manolo Castro fue asesinado en febrero de 1948.

Semanas después, en abril de 1948, le tocó el turno al Bogotazo. Ahí Fidel Castro vio alguna acción y le tomó el pulso a la muerte. Todo eso reforzó su vocación, como me expresó alguna vez un comandante nicaragüense, de “nido de ametralladora en movimiento”.

En 1952 Fulgencio Batista dio un golpe militar contra el gobierno legítimo de Carlos Prío y se desató para siempre Fidel Alejandro Magno. La violencia era la atmósfera que le convenía. En 1958, en la Sierra Maestra, se lo dijo en una carta a su amante, secretaria y amiga íntima Celia Sánchez: tras la derrota de Batista pensaba dedicarse a combatir a EE.UU. Fidel Alejandro deliraba con sus planes de conquista planetaria. Se lo repitió al historiador venezolano Guillermo Morón en 1979.

Cuando se convirtió en el amo de Cuba, utilizó la Isla para lanzar a sus guerrillas y a sus agentes  a docenas de países, hasta convertirse en el más audaz condottiero revolucionario de la segunda mitad del siglo XX. Pero más grave aún es que le impuso a su gobierno y a la sociedad cubana su propia naturaleza aventurera, de la cual es difícil sacudirse, aunque la infinita mayoría de los cubanos piense que fue y es una locura persistir en esas locas tareas.

El intervencionismo de Fidel Castro llegó a su apogeo durante su invasión a Angola, en África: la más larga operación militar que recuerda la historia de América: de 1975 a 1991. Fueron los soviéticos los que, contra la voluntad del cubano, lo forzaron a dejar su presa africana. Quedó muy molesto por ese abandono de Gorbachov. Por eso, tras tres décadas de intensa colaboración con Moscú, cuando desaparecieron la Unión Soviética y el comunismo europeo, Fidel Alejandro siguió batallando solo. Continuó, como un obseso, “haciendo la revolución” a tiros.

Fidel Alejandro no creía en el descanso o en el abandono. La “luta continua”, como decían los mozambiqueños. Pero no estuvo solo mucho tiempo. Buscó a Lula da Silva y, con los escombros del comunismo destrozado, más la potencia del Partido de los Trabajadores, armó el Foro de Sao Paulo. Lo hizo para protegerse y para continuar luchando. Los españoles tienen una expresión entre humorística y barroca para describir esa conducta: «Fidel era inasequible al desaliento». No le importaba que el marxismo-leninismo hubiera sido desacreditado. Le seguía sirviendo de pretexto para continuar su incesante contienda. Tampoco le interesaba el destino económico de los cubanos, ya sin el amparo de los subsidios soviéticos. Unos cuantos millares de cubanos se quedaron ciegos como consecuencia de la neuritis óptica producida por la desaparición de la magra ración de proteína que los protegía.

Era el “periodo especial”, del cual ni siquiera hemos salido tras casi treinta años de penurias inútiles. Fidel, estaba dispuesto a “sostenella, pero no enmendalla”, como reza la divisa de los peores empecinados españoles, esa pobre gente que confunde la terquedad con el carácter. Así las cosas, en 1994 apareció Hugo Chávez en el panorama isleño y Fidel lo conquistó para sus planes delirantes. A Fidel Alejandro le pareció una variante del idiota útil. No lo quería demasiado, al extremo que desvió las relaciones del venezolano hacia su entonces Canciller, Felipe Pérez Roquey hacia su segundo al mando, Carlos Lage –luego ambos fueron defenestrados– porque a los ojos racistas y encumbrados de Fidel Alejandro, Chávez le parecía (y lo dijo en privado) un “negrito parejero”. Se colocaba “parejo” a él y eso era intolerable.

Tampoco era difícil seducir a Chávez. En ese momento el teniente coronel Hugo Chávez estaba bajo la influencia de Norberto Ceresole, un fascista argentino que provenía del peronismo de izquierda. Ese asesor fue bien pagado y se retiró a rumiar su molestia. Luego optó por morirse alejado del mundanal ruido.

A principios de 1999 los agentes y operadores políticos de la Seguridad cubana lograron hacer presidente de Venezuela a Hugo Chávez. Cuando asumieron su causa apenas tenía el 2% de apoyo popular. Como la suerte le acompañaba en su periodo presidencial, hasta que apareció el cáncer cono un ladrón silencioso, el precio del petróleo subió escandalosamente y Fidel Castro pudo financiar su nuevo juguete imperial: el Socialismo del Siglo XXI (Cuba, Venezuela,Nicaragua, Bolivia y el Ecuador de Rafael Correa), más un espacio económico llamado la ALBA, la Alianza Bolivariana de los Pueblos de América, que era la alternativa comunista al ALCA, el Área de Libre Comercio de América.

La ALBA funcionaba como un mecanismo para dispensar favores y petróleo. Venezuela era la gran anfitriona “pagana”, mientras el ALCA ofrecía, fundamentalmente, acceso al mercado estadounidense, así que muchos islotes caribeños optaron por subordinar su política exterior a los caprichos y estrategias de Fidel Castro y Chávez. Los miembros de la ALBA son los mismos del Socialismo del Siglo XXI, menos Ecuador, que no necesitaba el petróleo venezolano, más Surinam, a los que se agregan los islotes caribeños: Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, y Haití como observador. Quien pechaba con las responsabilidades económicas del grupo era Venezuela, pero el Estado que trazaba la estrategia era Cuba.

Los venezolanos pagaban la factura, que enriquecía a algunos gobernantes, como era el caso de Daniel Ortega por medio de ALBANISA, un conglomerado de sociedades, que le servían para recibir cuantiosos subsidios chavistas de los cuales utilizaba cierto porcentaje para sostener a su clientela política nicaragüense.

La única condición que se les imponía a los miembros de ALBA era que suscribieran los dictados de La Habana-Caracas en materia diplomática, como, por ejemplo, la elección del chileno José Miguel Insulza al frente de la OEA, un hombre que se prestó irresponsablemente al juego antidemocrático de Chávez y Castro, pese a los improperios que más de una vez le propinó Chávez. Ese mundo, como sabemos, ha llegado a su fin, al menos por ahora. La elección de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile y Jair Bolsonaro en Brasil lo demuestran, aunque la presidencia de Andrés Manuel López Obrador en México es de signo diferente.

Eso lo sabe La Habana, pero el mensaje y el ejemplo que emana de Cuba es muy negativo. Raúl Castro les dice, con su ejemplo, y seguramente con sus palabras en el terreno privado, que resistan hasta que el péndulo se mueva en la otra dirección, algo que sucederá aproximadamente en una década si se repiten los patrones históricos habituales. 

En todo caso, ¿cómo terminará la aventura castrista? Para abordar ese asunto me acogeré al ejemplo y los razonamientos del gran periodista inglés Bernard Levin. En 1977, cuando la URSS estaba en auge y Leonid Brezhnev mandaba en Moscú, mientras Jimmy Carter comenzaba su tembloroso gobierno en EE.UU., el diario The Times de Londres le pidió a su mejor columnista, a Levin, que especulara sobre el fin del comunismo en la URSS. Levin explicó que un día llegaría a la jefatura de la Unión Soviética una cara nueva que comenzaría a cambiar el destino del país. ¿Por qué? Porque los soviéticos no eran diferentes a los checos que en 1968 se habían levantado contra los atropellos y excesos de los comunistas. Tenían las mismas ansias de libertad y la misma íntima decencia. Ese nuevo dirigente comunista fracasaría en sus reformas y sería sustituido por una oposición que no tomaría venganzas, que no ahorcaría a los responsables de la dictadura en los postes de la luz, y el comunismo desaparecería sin cataclismos históricos. Hasta ese punto, Levin acertó el quién y el cómo, pero lo más asombroso es que también acertó en el cuándo.

En su famoso artículo, escrito, repito, en 1977, se atrevió a predecir que ello ocurriría en el verano de 1989, año, por cierto, en el que Jaruzelski tuvo que ceder el gobierno polaco a Solidaridad. Año en el que en el mes de noviembre los alemanes derribaron el Muro de Berlín y el comunismo comenzó a derrumbarse como un castillo de naipes.

El comunismo cubano terminará de la misma manera. ¿Cómo lo sabemos? Porque quienes gobiernan tienen moral de derrota y, salvo a los psicópatas, a nadie le gusta pertenecer al bando de los canallas. Los castristas perciben que por el camino elegido por los Castro no hay posibilidades de redención. Saben que serán más pobres y los cubanos más infelices cada día que pase.

Es verdad que hay unos cuantos centenares al frente de la banda que se benefician del “modelo” cubano del Capitalismo Militar de Estado, pero no son suficientes para detener el curso de la historia. No creo que falte mucho tiempo antes de que el sistema y el gobierno comiencen a desmoronarse. Tal vez tendrán que desaparecer Raúl Castro y la generación del Moncada. Ya todos andan cerca de los noventa años. De manera que, al menos para la oposición, “la lucha continua”.

Este es el texto del discurso pronunciado en el Center for a Free Cuba en Washington, DC el 8 de diciembre de 2018. Publicado originalmente en El Blog de Carlos Alberto Montaner

Etiquetas: Carlos Alberto Montaner, Cuba, Fidel Castro, Raúl Castro, dictadura, comunismo, socialismo del siglo XX, iimperialismo, geopolítica

Fuente: elcato.org, 2019.

cuba bandera

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Cien años de Comunismo

febrero 11, 2019

Un siglo de comunismo

Aunque el fracaso del comunismo es explicable y conocido, por algunas razones sigue siendo juzgado de manera más benévola que su pariente, el fascismo.

Por Ian Vásquez.

Hace cien años (2017), triunfó la revolución bolchevique. El imperio ruso se volvió comunista y, a lo largo del siglo, docenas de países tan diversos como China, Albania y Cuba iniciaron experimentos socialistas de los que ahora quedan pocos.

El fracaso del comunismo es explicable y bien conocido. La planificación central no ha funcionado en ningún país en que se implementó. Más difícil de entender es la enorme atracción que tuvo el comunismo por larguísimo tiempo, incluso durante décadas de evidente declive. Es todavía menos entendible que siga gozando de cierta aceptación, especialmente en vista de las atrocidades que se cometieron bajo su bandera.

El comunismo es la ideología más sangrienta de la historia. Se estima que entre 43 y 162 millones de personas fueron asesinadas o murieron de hambre en su nombre. En promedio, el comunismo mató a más de 150 personas por hora durante la vida de la Unión Soviética. La hambruna que Stalin impuso en Ucrania terminó con la vida de casi 4 millones de personas, pero quedó corta comparada con las matanzas masivas de Mao: durante “El gran salto adelante” de los años cincuenta, murieron hasta 45 millones de chinos.

El comunismo ni siquiera fue exitoso juzgado por sus propios estándares. En vez de liberar a los trabajadores, los alienó; en vez de enriquecer a las sociedades, las empobreció; y en vez de eliminar la desigualdad, creó una desigualdad de poder infinitamente mayor que la brecha de riqueza que intentó reemplazar.

Si bien los crímenes y fallas del comunismo se reconocen hoy mucho más que en el pasado, también es verdad que la ideología de la hoz y el martillo no genera el mismo rechazo que el nazismo, que es igual de repugnante. Es usual ver a personas de cualquier clase social usar camisetas del Che, por ejemplo, pero es impensable que alguien se presente con el símbolo de la esvástica sin que sea fuertemente repudiado. Eso es a pesar de que el socialismo y el nacionalsocialismo comparten raíces intelectuales y características de gobernanza como la censura de los medios, el control de la economía y el Estado policial, entre otras.

Las reacciones morales distintas a lo que terminan siendo ideologías muy parecidas en la práctica representan un curioso doble estándar. La simpatía por el marxismo, especialmente marcada entre la élite intelectual, probablemente se debe a que el comunismo se percibe como bien intencionado al prometer una utopía para todos, mientras que las metas criminales y discriminatorias del fascismo son menos ocultas. Además, el comunismo se beneficia enormemente del sesgo intelectual de los críticos de mercado o de los problemas sociales o económicos que inevitablemente existen en Occidente.

Nada de eso cambia, como lo describiera alguna vez un observador, la realidad acerca de las promesas de la izquierda extrema —que “la utopía es una bellísima mujer con la cabeza en las nubes y los pies en un río de sangre”—. Y si bien el comunismo no es un proyecto político que se toma tan en serio como fue el caso en el pasado, el legado del comunismo sigue presente en el mundo poscomunista. Se manifiesta en el oeste en los estados benefactores sobredimensionados, que en parte se construyeron en respuesta y como alternativa al comunismo. Y se manifiesta también en la propaganda y actividades de los servicios de inteligencia que sobrevivieron al colapso del comunismo y están haciendo lo posible para socavar la confianza en las democracias liberales y apoyar a movimientos populistas en el oeste.

Hay que prestarle especial atención a lo que Anne Applebaum llama los “neobolcheviques” ahora en el poder o cerca de ello y que desprecian las instituciones liberales.

Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 7 de noviembre de 2017.

Fuente: elcato.org, 2017.

marx comunismo

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Los que vivimos (We the living) – Ayn Rand

diciembre 2, 2018

Los que vivimos (We the living)

Una de las más famosas novelas escrita por Ayn Rand fue llevada al cine en Italia bajo el título Noi Vivi en el año 1942, en plena guerra mundial y bajo el gobierno de Mussolini. La autora no fue consultada ni supo que se estaba realizando la versión de su libro.

KiraEl gobierno fascista consideró que una imagen valía más que mil palabras y realizó la puesta en escena de esta historia sobre los primeros años de la revolución soviética: Kira, una joven de clase media de carácter independiente llega a Petrogrado con su familia y se enteran de que su casa y sus pertenencias han sido requisadas. Durante el viaje en tren va hablando de sus sueños:  estudiar en la Universidad, tener una vida propia .. pero al poco tiempo de instalarse en la ciudad va tomando conciencia de que eso no será posible a menos que preste una obediencia ciega a los mandatos del régimen.

Los pisos compartidos por varias familias, las purgas políticas, los abusos de poder, los especuladores, todos los componentes de aquellos cáóticos años van desfilando ante nosotros.

Incluso su historia de amor será trastocada y transformada por el nuevo orden que no deja margen para los sentimientos personales.

Ayn Rand defensora a ultranza del “yo”, atea e inconformista,  escribió un alegato contra el totalitarismo, exaltando al individuo por encima de la masa, incluso aunque ello supusiera falta de solidaridad con la sociedad. Detestaba Rusia  y el comunismo y eso le hizo mantener posiciones extremas en sus relatos, ensalzando el mundo que ella consideraba como el ideal: Estados Unidos. No obstante, ese radicalismo queda en evidencia por el agudo romanticismo y la emotividad que subyace en toda la historia.: los claroscuros, la niebla que envuelve algunas escenas, la belleza etérea de Alida Valli, prestan un misterioso encanto al relato.

Ayn RandAyn Rand que definió esta novela como casi su autobiografía, había visto a su familia ser desposeída del comercio del que vivían y sufrir estrecheces y pobreza. Uno de los grandes errores de la revolución fue el dar el mismo trato a la clase media compuesta de comerciantes, profesores y profesionales de todo tipo que suelen constituir el motor de cualquier sociedad que a la nobleza y los grandes terratenientes, auténticos parásitos del antiguo y feudal estado zarista.

La escritora tuvo tantos seguidores como detractores, de hecho el capitalismo en estado puro es otro totalitarismo, sobre todo para aquellos más desprotegidos o menos dotados; ella mantenía una doctrina “personalista”, cada uno debía velar por sí mismo y sin esperar nada de los demás. Parece que en America encontró su tierra prometida.

El gobierno de Mussolini se felicitó a sí mismo del éxito que obtuvo el film sin darse cuenta de que el suyo también era un régimen totalitario y quedaba retratado. De hecho sus aliados nazis lo consideraron una torpeza y les ordenaron retirar la película, motivo por el cual permaneció ignorada y sin llegar al resto del mundo. Actualmente solo se encuentra en versión original, con subtítulos en inglés.

Fuente: davidzuker.com


Activar subtítulos y traducción automática (al español):


Más información:

El coraje de Ayn Rand

Controles o Libertad según Ayn Rand

75 años de “El manantial” de Ayn Rand

Ayn Rand y el capitalismo como ideal moral


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Declararse «progre» ofrece impunidad

agosto 27, 2018

Declararse progre ofrece impunidad

Por Marcos Aguinis.

A Mario Vargas Llosa, en una de sus visitas a Buenos Aires, le preguntaron si era progresista. Sonó agresiva la consulta, como si se infiriese a priori que no lo era. Así se desnudaba antes a quien era negro, judío, gitano, homosexual o alguna de las muchas condiciones que se discriminaban (y discriminan) en el mundo. Ahora, no ser «progre» implica un estigma infernal. El escritor se limitó a una respuesta educada. Hubiera sido conveniente que preguntase a la entrevistadora qué entendía ella por progresismo . Entonces le hubiera transferido la carga de explicar algo que se ha convertido en un nudo gordiano.

En efecto, el progresismo se asocia a los partidos políticos llamados de izquierda, en oposición a los conservadores, llamados de derecha. Preconizan el progreso (valga la redundancia) en todos los órdenes. Pero resulta que muchos de los partidos y líderes que se proclaman de izquierda llevan a cabo políticas crudamente opuestas al progreso: tiranizan sus naciones, cercenan la libertad de opinión, generan pobreza, someten la justicia a los miserables intereses del grupo dominante, son hipócritas, desprecian la dignidad individual, corrompen la democracia, quiebran la recta senda del derecho y otras calamidades por el estilo.

No obstante, por el hecho de proclamarse «de izquierda» o «progresistas», quedan protegidos por el escudo de una excepcional impunidad. Sin ese escudo, hubieran sido objeto de impugnaciones muy severas. Imaginemos que el gobierno actual de Venezuela estuviese compuesto por figuras que no se llaman a sí mismas «progres» y se las considerase «de derecha». Y que, como el actual, haya surgido de elecciones poco claras. Supongamos que un gobierno desprovisto del maravilloso título de «progre» cercena el disenso, mete en la cárcel a los opositores, cierra medios de comunicación que le resultan molestos, reprime manifestaciones en las que mueren decenas de ciudadanos en la calle. ¿Qué ocurriría? Seguro que habría incontables y muy sonoras expresiones de condena. Líderes que en este momento son tibios o cómplices activarían a las organizaciones internacionales para detener los abusos de ese poder satánico. Se enviarían comisiones investigadoras, se escucharía a los disidentes, se difundirían con más intensidad los crímenes, se implementarían sanciones políticas y económicas. No hay duda de que se haría todo eso y aún más. Pero resulta que el gobierno de Venezuela se llama «progre». Nació con la arrogante pretensión de crear un hombre nuevo (pretensión mesiánica que se repite de tanto en tanto y adquirió febril intensidad en 1917, con la fundación de la Unión Soviética). Cambió el nombre de la nación con el agregado de «bolivariana» y se proclamó adalid del «socialismo del siglo XXI», que sanaría las fallidas experiencias autoritarias del pasado. Desgraciadamente, igual que en las experiencias anteriores, fue hundiendo al país en las ciénagas de una dictadura empobrecedora, ignorante y brutal, que sólo mantiene como fachada la convocatoria a elecciones, a las que se contamina de fraude antes de que se realicen.

La revolución cubana también fue «progre». Muy «progre». Millones creyeron en ella con juvenil esperanza. Modestamente, yo también. Pero los ideales sólo flamearon en los discursos y las racionalizaciones. La gran revolución que devastó esa hermosa isla y ensangrentó con aventuras guerrilleras América latina, África y otros continentes degeneró pronto en una dictadura unipersonal férrea, asesina y estéril. Los hermanos que la conducen son los tiranos más viejos del mundo, son los que más duran en el poder, sin amagos de una mínima consulta popular. Pero a ese gobierno inepto, delirante, corrupto y asesino se lo sigue considerando «progre», es decir, de izquierda. La razón es simple: como se ha proclamado «progre» y sigue diciendo que es «progre», brinda certificado de «progre» a quienes lo apoyan, aunque ese apoyo cause náuseas. Hace poco desfilaron ante el senil monstruo que supo engañar a su pueblo y a la humanidad casi todos los presidentes de América latina. Fue un espectáculo bochornoso que ofende el concepto de democracia que se pretende cultivar. Fue una traición y una mofa a ese concepto.

Corea del Norte es una dictadura que ha elegido el aislamiento monacal. Es de izquierda porque nació con las bendiciones de la URSS y China, y sus líderes se proclaman marxistas-leninistas. Pero su socialismo ha optado por una forma de sucesión que debe convulsionar los huesos de Marx y Lenin, porque impuso el reaccionario modelo de la monarquía absoluta. Algo que ni siquiera en estado de delirio aquellas grandes cabezas hubieran sospechado. El Abuelo fundador fue seguido por su Hijo consolidador y su Nieto con cara de bebe perverso. Corea del Norte funciona como un colchón entre China y Corea del Sur y quizás por eso la dejan sobrevivir. El pueblo tiene hambre y debe mendigar comida, pero se gastan enormes cifras en bombas atómicas. Contra ese régimen no hay manifestaciones universitarias, ni políticas, ni de organismos humanitarios, porque evidencia su condición de «progre» mediante su odio al gran enemigo que encarna el imperialismo yanqui. Desde hace décadas ser enemigo de Estados Unidos condecora de inmediato con la credencial de «progre». No hace falta más. No importa si prevalece un salvajismo equivalente a las etapas más primitivas de la humanidad. No importa que el Amado Líder, para consolidar su fuerza basada en el terror, haya hecho devorar vivo por perros hambrientos a su tío.

Llama la atención la escasa fortuna que ha tenido una obra mayúscula como El libro negro del comunismo. Con una documentación farragosa y estilo subyugante, pasa revista a las experiencias de izquierda, «progres», que se concretaron desde comienzos del siglo XX. Los conflictos entre los reformistas socialdemócratas y los revolucionarios comunistas dieron por mucho tiempo ventaja a los comunistas. Tanta ventaja que ahora, cuando el comunismo ya está desenmascarado como una corriente ciega, que en la práctica nunca genera más libertad ni justa inclusión, todavía sigue gozando de tolerancia o silencio. No abundan las condenas a Stalin, a los gulags, a Mao, a Pol Pot y a los dictadores de las mal llamadas «democracias populares». No son recordados como etapas tenebrosas de las que se deben sacar enseñanzas para no repetirlas ni por asomo.

Con gran acierto, Horacio Vázquez Rial calificó a estos «progres» como la «izquierda reaccionaria«. ¡Gran definición! Los discursos de esa izquierda son falsos y engañosos, aunque no usen la palabra comunismo, sino socialismo, progresismo, nac&pop u otras variantes. No conducen a una mejor democracia ni a la consolidación de los derechos individuales, ni estimulan el pensamiento crítico, no consiguen un desarrollo económico sostenido, faltan el respeto a las opiniones diversas, destruyen la meritocracia en favor de la burocracia y la ineptocracia nutridas por el poder de turno. Operan como la trampa de almas ingenuas u oportunistas, que no son pocas. Sigue operando la palabra «progre» como el ademán hipnótico de un desactualizado Mandrake.

Como observación final, hago votos para que la palabra progresismo sólo se aplique a quienes de veras quieren el progreso (no lo contrario), la modernidad, la justicia, la decencia, el respeto, la ética, las instituciones de una vigorosa democracia y los derechos asociados siempre a las obligaciones.

Fuente: La Nación, 01/04/14.

Más información:

El libro negro del comunismo


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El libro negro del comunismo

agosto 26, 2018

El libro negro del comunismo

El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión (1997) es un libro escrito por profesores universitarios y experimentados investigadores europeos y editado por Stéphane Courtois, director de investigaciones del Centre national de la recherche scientifique (CNRS), la mayor y más prestigiosa organización pública de investigación de Francia. Su propósito es catalogar diversos actos criminales (asesinatos, tortura, deportaciones, etc.) que el libro argumenta son el resultado de la búsqueda e implementación del comunismo (en el contexto del libro, se refiere fundamentalmente a las acciones de estados comunistas). El libro se publicó originalmente en Francia con el título Le Livre noir du communisme : Crimes, terreur, répression. En español fue publicado en 1998 por las editoriales Espasa Calpe y Planeta en 1998 (ISBN 84-239-8628-4), traducción de César Vidal. En 2010 Ediciones B publicó una nueva edición (ISBN 978-84-666-4343-6).

Contenidos

La introducción, a cargo del editor, Stéphane Courtois, mantiene que «…el comunismo real […] puso en funcionamiento una represión sistemática, hasta llegar a erigir, en momentos de paroxismo, el terror como forma de gobierno». De acuerdo con las estimaciones realizadas, cita un total de muertes que «…se acerca a la cifra de cien millones». El análisis detallado del total es el siguiente:

  • 20 millones en la Unión Soviética,

  • 65 millones en la República Popular China

  • 1 millón en Vietnam

  • 2 millones en Corea del Norte

  • 2 millones en Camboya

  • 1 millón en los regímenes comunistas de Europa oriental

  • 150.000 en Cuba y otros países de Latinoamérica

  • 1,7 millones en África

  • 1,5 millones en Afganistán

  • 10.000 muertes provocadas por «[el] movimiento comunista internacional y partidos comunistas no situados en el poder».

La introducción proporciona también un listado más detallado de los actos criminales descritos en el libro:

Unión Soviética: fusilamiento de rehenes o personas confinadas en prisión sin juicio y asesinato de obreros y campesinos rebeldes entre 1918 y 1922; la hambruna de 1922; la liquidación y deportación de los cosacos del Don en 1920; el uso del sistema de campos de concentración del Gulag en el periodo entre 1918 y 1930; la Gran Purga de 1937-1938; la deportación de los kuláks de 1930 a 1932; la muerte de seis millones de ucranianos (Holodomor) durante la hambruna de 1932-1933; la deportación de personas provenientes de Polonia, Ucrania, los países bálticos, Moldavia y Besarabia entre 1939 y 1941 y luego entre 1944 y 1945; la deportación de los alemanes del Volga en 1941; la deportación y abandono de los tártaros de Crimea en 1943; de los chechenos en 1944 y de los ingusetios en 1944.

Camboya: deportación y exterminio de la población urbana de Camboya.

China: destrucción de los tibetanos.

El libro, entre otras fuentes, usó material de los entonces recientemente desclasificados archivos del KGB así como de otros archivos soviéticos.

Los autores, o al menos la mayor parte de ellos, afirman ser de izquierdas, ofreciendo como motivación de su trabajo que no deseaban dejarle a la extrema derecha el privilegio de acaparar la verdad (pg. 14 y 50 de la edición finlandesa del libro, 2001).

Fuente: Wikipedia, 2014.

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Artículo relacionado:

Declararse “progre” ofrece impunidad

Opiniones en contrario:
http://prensa.po.org.ar/edm/el-libro-negro-del-comunismo-realmente-negro/


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El combo socialista

julio 5, 2018

El “combo” y la decadencia intelectual del izquierdista moderno

Al igual que en un restaurant de comidas rápidas, el socialista de hoy tiene un combo para ofrecer: un menú único de consignas repetidas que invita al bostezo.

El combo del socialista moderno: el feminismo, el pseudoantiimperialismo, la desigualdad como problema, el rechazo a los países civilizados y la distancia de los libros, la cultura y la originalidad.
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La discusión en Argentina en base al aborto y la agenda de género me ha dejado una curiosa reflexión: ¿Por qué los socialistas modernos están de acuerdo en todos los tópicos? Aunque discutan electoralmente por frentes y partidos que proponen exactamente lo mismo (cabe recordar la batalla judicial en la última elección, donde se pelearon por el nombre los de la “Izquierda al Frente” con los del “Frente de Izquierda”) es muy difícil encontrar a dos socialistas por estos días que difieran en algo.

Los jóvenes de izquierda de hoy parecen haber comprado un combo de una cadena de comida rápida. Como se despacha la bebida, la hamburguesa y las papas fritas, el manual de la izquierda contemporánea vende un discurso que parece ser adoptado en general y sin críticas por los entusiastas partidarios.

Aunque algunos tengan más formación que otros, el “combo” es inevitable: el rechazo a Israel y a los Estados Unidos, la explicación de la explotación actual, que cuando no se puede justificar con individuos se explica con colectivos como países, la agenda de género, la defensa del aborto, el discurso de la redistribución y la desigualdad, etcétera. Siempre es lo mismo. Uno discutió con uno, y en lo concreto, es como si lo hubiese hecho con todos.

Esto que hoy es moneda corriente, no fue siempre así. Hace unas décadas, los jóvenes militantes de izquierda (a pesar de los errores conceptuales) se caracterizaban por un buen nivel cultural. Por estos días, la gran mayoría no leyó ni a los autores que defienden, ni siquiera a los resúmenes de divulgación. El combo se transmite de forma oral, o en el mejor de los casos, mediante un video de YouTube.

En las décadas del sesenta y setenta las discusiones de la izquierda eran más conceptuales: se debatía la estrategia política electoral versus la posibilidad de la lucha armada, discutían entre los apoyos entre la Unión Soviética o China, opinaban sobre las estrategias de coyuntura política sobre alianzas estratégicas y discutían espacios de poder para la difusión de las ideas, desde las iglesias hasta las universidades. Hoy, es absolutamente predecible lo que un joven de izquierda puede decir para defender a Nicolás Maduro o al régimen cubano: la desinformación de los medios de la derecha, el bloqueo y la presión de Estados Unidos, las supuestas mejoras inexistentes de los más necesitados. Todo es predecible. Todo es un bostezo.

Ricardo López Murphy suele recordar en sus conferencias que, en sus años de estudiante, un joven dirigente maoísta solía criticar enfáticamente la conformación voluntaria de las parejas. Su teoría era que los atributos físicos eran una de las principales fuentes de desigualdad, por lo que un ente centralizado en nombre de la justicia distributiva, debería dedicarse a otorgar las parejas por sorteo. Más allá de lo delirante de la propuesta, sin dudas que la discusión con personajes de esta índole harían mucho más entretenido el debate.

Del lado de los liberales, más allá del respaldo empírico del éxito de los modelos de las sociedades abiertas, nuestros debates son apasionantes. Aunque solemos caer en el error de “hablarles a los nuestros” cuando comunicamos ideas, nuestras discusiones son interesantes y acaloradas. El anarquismo de mercado versus el minarquismo, el aborto, la religión, austríacos contra monetaristas, las estrategias políticas, etcétera. La lista de discrepancias incluso se amplía a diario. Difícilmente por estas horas dos liberales argentinos no mantengan una acalorada discusión sobre la influencia del mediático Javier Milei en la televisión.

Si una persona pasa cerca de dos liberales discutiendo, seguramente piense que el debate es entre dos enemigos conceptuales, dado el nivel de intensidad de la cuestión.  Más allá de acordar en el 95% de las cosas, es cuestión de sentar en una mesa a un grupo de liberales para que el 5% de diferencias aflore, monopolizando la discusión y que se genere un interesante debate.

Sin embargo, la pobreza conceptual de los jóvenes socialistas y la amplitud de los liberales, habla mejor de ellos aunque parezca paradójico. Aunque no cuentan con herramientas argumentativas, tengan la evidencia empírica en contra y no se les caiga una idea original, siguen siendo la cultura dominante y su radio de influencia es más efectivo dentro del mayoritario espectro no ideológico. Esta situación nos obliga a ser más eficientes y remontar una lucha, que aunque contemos con mejores armas, todavía la vamos perdiendo.

Fuente: es.panampost.com, 2018.


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