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En los centros de detención política de Corea del Norte, según el testimonio de un hombre que nació en el Campo 14 y logró escapar, el hambre es la norma. Shin Dong-hyuk le contó al periodista Blaine Harden que en las noches de verano él y otros niños robaban pepinos y peras verdes y los devoraban en el mismo huerto, antes de que los guardias los encontrasen y los golpearan.

«A los guardias, sin embargo, no les importaba si Shin y sus amigos comían ratas, ranas, serpientes e insectos. Abundaban con intermitencia en la extensión que usaba pocos pesticidas y excrementos humanos como fertilizante», escribió Harden en Escape From Camp 14, la historia de Shin.

En las construcciones que comparten cuatro familias, un solo bombillo de luz ilumina —durante las dos horas de luz, de 4 a 5 y de 22 a 23— las cocinas de carbón donde se preparan los 700 gramos de maíz por adulto y los 300 por niño, más algo de col y sal, que se distribuyen por día. Pero si la escasez no fuera razón suficiente, la pelagra es un factor decisivo, en particular durante el invierno: una enfermedad que se deriva de la falta de proteína y de vitamina B3 que provoca debilidad, lesiones en la piel, diarrea y demencia.

«Cazar y asar ratas se convirtió en una pasión para Shin. Las cazaba en su casa, en los campos y en las letrinas. Al caer la tarde se encontraba con sus amigos en su escuela primaria, donde había una parrilla de carbón, y las asaba. Shin les pelaba la piel, descartaba las entrañas y le ponía sal a lo que quedaba», resumió el libro.

La situación de los detenidos es, a la vez que un elemento de control, un problema crónico. «El problema de la comida, como se suele llamar en Corea del Norte, no se limita a los campos de trabajo forzado», escribió Harden. «Ha atrofiado los cuerpos de millones en el país. Los adolescentes que se escaparon del Norte en la década pasada eran 5 pulgadas (casi 13 centímetros) más bajos y pesaban 25 libras (algo más de 11 kilos) en promedio que los que crecían en Corea del Sur».

El servicio militar —un eje de la vida cívica en el país que gobierna Kim Jong-un, y que gobernaron su abuelo y su padre desde el final de la Guerra de Corea— rechaza a la cuarta parte de los conscriptos potenciales debido al retraso mental que es una de las secuelas de la desnutrición infantil.

Las raíces de esta tragedia están en la gran hambruna que se vivió en la década de 1990. El gobierno la denominó «la ardua marcha» y reconoció 220.000 muertes. Los organismos internacionales creen que entre 1995 y 2001, con epicentro en 1996 y 1997, murieron entre 1,2 millones y 2 millones de personas. Las ONG especulan con hasta 3 millones de víctimas del hambre que comenzó con las inundaciones que arruinaron las cosechas de un país que, ya entonces, era pobre.

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Shin Dong-hyuk, el único norcoreano que se conoce que nació en un campo de detención y logró escapar.

El diario español El Mundo visitó Hamhung, una de las ciudades más afectadas por aquella hambruna. Hoy «es uno de los principales referentes de la industria norcoreana», y una de las cosas que se fabrican allí lleva la marca de aquellos años: fertilizantes. El impulso a esta producción, que arrastra a la del rendimiento agrícola, «es una de las prioridades de Kim Jong-un, que en su primera alocución pública en abril de 2012 prometió que el país ‘no tendría que apretarse el cinturón de nuevo’, en una clara alusión a la crisis de los ’90«, según el artículo.

Sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) enfatiza que la mayor parte de los norcoreanos —más de 18 millones de 25— siguen expuestos a la «inseguridad alimentaria». El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) reconoce que el país mejoró desde que en 1998 el 62,3% de los habitantes sufría de malnutrición crónica, pero destacó que todavía uno de cada cuatro niños sufren ese problema y unos 200.000 padecen de malnutrición aguda.

A finales de 1998, en el primer estudio sobre el impacto del hambre en Corea del Norte, Unicef y el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA) señalaron que el 60% de los menores de siete años presentaban «atrofia física o mental debida a la desnutrición«.

Hasta la década de 1990 Corea del Norte había mantenido la seguridad alimentaria de sus habitantes gracias a la ayuda de Moscú y de Beijing, que terminó con la disolución de la Unión Soviética y la manifestación del disgusto chino por la cepa de comunismo norcoreano. Según los voceros de Pyongyang, se combinaron entonces «tres grandes problemas: las inundaciones seguidas de sequías, que destruyen la poca superficie de Corea del Norte, la desaparición del mercado socialista y el embargo económico de los Estados Unidos».

Entre los años 2008 y 2009, mientras el país realizaba pruebas nucleares, hubo un déficit aproximado de 837.000 toneladas de cereales, según el PMA.

Paradójicamente el hambre ya estructural en Corea del Norte se basa en las ideas Juche, o de «autosuficiencia» —aunque el término coreano implica otras complejidades vinculadas a la autodeterminación—, emblema del nacionalismo que encarnan los Kim. Y que hace a los ciudadanos eternamente dependientes de la ayuda internacional.

Fuente: infobae.com, 11/06/17.

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