México una gran incógnita
noviembre 23, 2014
México y su economía, todavía una gran incógnita
Por Dani Rodrik.
Cuando el entonces presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari y su contraparte estadounidense Bill Clinton firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) hace más de 20 años, la esperanza era que la economía mexicana se viera impulsada por la creciente ola de globalización. Según muchos indicadores, eso se cumplió ampliamente.
El volumen de comercio exterior mexicano creció continuamente desde la vigencia del Nafta y casi se duplicó, hasta alcanzar el 60 % del PBI. La inversión extranjera neta respecto del producto se triplicó. Si bien México es un país exportador de petróleo, sus exportaciones de manufacturas lideraron el avance y su economía se integró cada vez más a las cadenas de aprovisionamiento norteamericanas. Las industrias automotriz y del acero, alguna vez ineficientes y cuya supervivencia dependía del abrigo de barreras comerciales proteccionistas, son hoy extremadamente prósperas y productivas.
Como tantos países, México sufrió inicialmente el golpe de la competencia china en los mercados mundiales. Pero su proximidad al mercado estadounidense y sus políticas monetarias, fiscales y laborales conservadoras le dieron una protección significativa.
Los salarios en dólares, además, crecieron mucho más lentamente que en China y ahora, la mano de obra es alrededor de 20% más barata en México, en términos relativos. Los costos laborales unitarios también subieron menos que en China y otros países competidores.
No solamente hubo buenos resultados en el frente externo. Los extremadamente altos niveles de desigualdad han comenzado a bajar desde 1994, en gran parte gracias a reformas en sus políticas sociales y educativas.
El éxito de México se ve en todas partes, excepto donde más cuenta en el largo plazo: su productividad general y crecimiento económico. En ambas áreas hay mucha desilusión. Aunque parezca increíble, el crecimiento promedio de la productividad total de los factores (PTF) -una medida de la eficiencia con que se usan los recursos humanos y físicos de la economía- fue negativo desde principios de los 90. El nivel de vida en México ha caído aún más respecto del estadounidense y del de la mayoría de los países emergentes.
Detrás de esta aparente paradoja se encuentra el fenómeno de los «dos Méxicos», el vívido término elegido por el McKinsey Global Institute para representar el dualismo extremo de la economía mexicana. A las grandes empresas orientadas hacia la economía mundial les ha ido muy bien, mientras que las firmas tradicionales e informales -cuyo ejemplo son las ubicuas tortillerías de barrio- han tenido un desempeño pobre.
Pero el entusiasmo por las perspectivas de México va en aumento. El presidente Enrique Peña Nieto lanzó una ola de reformas, encabezadas por la liberalización del sector energético, que permitirá la inversión extranjera para la exploración y la producción del petróleo. La petrolera estatal Pemex, un monopolio durante tres cuartos de siglo, enfrentará competencia interna.
Sin embargo, la experiencia mexicana con el Nafta debería llevarnos a ser extremadamente cautos con el pronóstico. Hemos visto el fracaso de propuestas más integrales. ¿Producirán las reformas energéticas otro falso amanecer? Los responsables de las políticas deben tener presentes dos lecciones del frustrante encuentro mexicano con la globalización. En primer lugar, el comercio exterior y la inversión extranjera no pueden mejorar a una economía, en ausencia del desarrollo simultáneo de capacidades productivas.
El motivo por el cual las superpotencias exportadoras del este asiático -Japón, Corea del Sur y China- experimentaron milagros de crecimiento fue que sus gobiernos trabajaron a la vez sobre ambos frentes. Impulsaron a sus empresas hacia los mercados globales y participaron en una amplia gama de políticas industriales para garantizar que crecieran y diversificaran sus productos.
A menudo, los productores locales fueron protegidos de la competencia extranjera, para garantizar que fueran lo suficientemente rentables como para afrontar las inversiones necesarias. Los países como México ya no pueden dar un paso atrás y proteger las importaciones. Tendrán que buscar opciones.
Otra lección es la necesidad del pragmatismo. Por mucho tiempo, las políticas económicas mexicanas han reflejado la percepción de que la economía real se ocupará de sí misma una vez que se hayan solucionado las «cuestiones fundamentales» (estabilidad macroeconómica, apertura y regulación básica).
Los funcionarios mexicanos tendrán que ampliar el diálogo con el sector privado. La incapacidad para crecer de México continúa siendo un enigma. Es improbable que una estrategia única en gran escala logre abrir las puertas a un crecimiento rápido con base amplia. Esta incertidumbre resalta la necesidad de un gobierno ágil y receptivo que pueda actuar en diversos frentes, aprender sobre los problemas que enfrenta la economía real y responder de manera pragmática.
El autor es profesor de Ciencias Sociales en el Instituto de Estudios Avanzados, en Princeton.
Fuente: La Nación, 23/11/14.
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Europa y su crisis podrían arrastrar al mundo
junio 17, 2012
Europa y su crisis podrían arrastrar al mundo
Por Dani Rodrik
CAMBRIDGE – Consideremos el siguiente escenario. Después de una victoria del partido de izquierda Syriza, el nuevo gobierno de Grecia anuncia que renegociará los términos de su acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. La canciller alemana, Angela Merkel, se mantiene firme en su postura y dice que Grecia debe cumplir con las condiciones existentes.
Por miedo a la inminencia de un colapso financiero, los depositantes griegos corren hacia la salida. El Banco Central Europeo se niega a salir al rescate y los bancos se quedan sin efectivo. El gobierno instituye controles de capital y se ve obligado a emitir dracmas para proporcionar liquidez doméstica. Tras quedar Grecia fuera de la eurozona, los ojos viran hacia España. Alemania es categórica: hará lo que haga falta para impedir una corrida bancaria. El gobierno español anuncia recortes. Aliviada por los fondos del Mecanismo de Estabilidad Europeo, se mantiene a flote durante varios meses.
Pero la economía española sigue deteriorándose y el desempleo se encamina a 30%. Protestas contra las medidas de austeridad del primer ministro Mariano Rajoy lo llevan a convocar a un referendo. Su gobierno no obtiene el apoyo necesario y renuncia, hundiendo al país en un caos político. Merkel reduce el respaldo a España con el argumento de que los alemanes ya hicieron lo suficiente. Lo que viene, una corrida bancaria, una crisis financiera y una salida del euro en España.
En una minicumbre convocada a las apuradas, Alemania, Finlandia, Austria y Holanda anuncian que no renunciarán al euro. Esto no hace más que aumentar la presión financiera sobre Francia, Italia y el resto de los miembros. Conforme se instala la realidad de la disolución parcial de la eurozona, la crisis financiera se propaga de Europa a Estados Unidos y Asia.
Nuestro escenario continúa en China, donde el liderazgo enfrenta su propia crisis. La desaceleración de la economía ya exacerbó el conflicto social y los recientes acontecimientos en Europa echaron más leña al fuego. En un momento en que las órdenes de exportación europeas se cancelan, las fábricas chinas se enfrentan a despidos generalizados.
El gobierno chino decide no arriesgarse a más conflictos y anuncia un paquete de medidas para impulsar el crecimiento económico e impedir los despidos. Estas medidas incluyen un respaldo financiero directo a los exportadores y una intervención en los mercados de divisas para debilitar el renminbi.
En Estados Unidos, el presidente Mitt Romney acaba de asumir, luego de derrotar a Barack Obama por ser demasiado blando con las políticas económicas chinas. La combinación del contagio financiero de Europa, que ya derivó en una crisis de crédito, y una inundación de importaciones a bajos precios provenientes de China dejó a la administración Romney en un brete. Anuncia derechos generalizados de importación sobre las exportaciones de ese origen. Sus seguidores del Tea Party, críticos a la hora de movilizar el respaldo electoral, lo instan a retirarse de la Organización Mundial de Comercio.
En los años siguientes, la economía mundial cae en la Segunda Gran Depresión. El desempleo aumenta y los gobiernos optan por soluciones como protección comercial y depreciación del tipo de cambio competitivo. Conforme los países se hunden en la autarquía económica, repetidas cumbres económicas globales arrojan escasos resultados.
Son pocos los países que se salvan de la carnicería económica. Aquellos a los que les va relativamente bien comparten tres características: bajos niveles de deuda pública, dependencia limitada de las exportaciones o los flujos de capital y sólidas instituciones democráticas. De modo que Brasil e India se podrían considerar refugios, aunque sus perspectivas de crecimiento también se reducen.
Como en la Gran Depresión, las consecuencias políticas son más serias y las implicancias a más largo plazo, importantes. El colapso de la eurozona obliga a una realineación importante de la política europea. Francia y Alemania compiten como centros de influencia frente a los estados más pequeños. Los partidos de centro pagan el precio por su respaldo a la integración europea y son repudiados en las encuestas por los partidos de extrema derecha o extrema izquierda. Los gobiernos nativistas comienzan a expulsar a los inmigrantes.
Para los países cercanos, Europa ya no brilla como un faro de democracia. El Medio Oriente árabe toma un giro decisivo hacia estados islámicos autoritarios. En Asia, el conflicto económico entre Estados Unidos y China se desborda hasta rayar en el conflicto militar.
Años más tarde, le preguntan a Merkel, ya retirada y vuelta una ermitaña, si piensa que debería haber hecho algo diferente. Su respuesta llega demasiado tarde como para cambiar el curso de la historia. ¿Un escenario remoto? Tal vez, pero no lo suficiente.
Fuente: La Nación, 17/06/12.