¿Existen los Derechos Civiles en el Socialismo?

noviembre 27, 2019

¿Es compatible el socialismo con los derechos civiles?

Por Franklin López Buenaño.

Hay una confusión bastante común mediante la cual se percibe como socialistas a varios países europeos solo por el hecho de que tienen un estado de bienestar.

A raíz del fracaso monstruoso del correato y del chavismo en Ecuador Venezuela, respectivamente, se abre al debate sobre qué mismo es socialismo y si un socialismo light es compatible con la democracia liberal, entendida esta como un sistema político que defiende y garantiza una serie de valores como el derecho a la vida, a la libre expresión, a la propiedad privada (menos ese eufemismo de “con función social”), a la libertad de cultos, a la igualdad ante la ley, la igualdad de contratación, la igualdad de asociación, división e independencia de poderes, alternancia en el poder, respeto a las minorías, y otras más.  Este ensayo pretende concluir que el socialismo no es compatible con la democracia liberal. Por supuesto, lo primero es definir qué es socialismo y qué no es socialismo.

Comienzo afirmando que hay una confusión bastante común en este campo. La confusión la resume de maravilla el columnista del diario El Comercio (Ecuador): Rodrigo Fierro Benítez[1]: “Me declaro socialista del siglo XXI, demócrata liberal si de precisiones se trata. No se crea que soy de los pocos: son millones los que abandonaron el marxismo-leninismo ortodoxo, es decir el socialismo real, el de la Unión Soviética[2]. Seis meses más tarde busca aclarar más su convicción ideológica y dice: “A mi juicio, es el socialismo con libertad el paradigma en nuestros días. El imperio de la Ley, la justicia independiente, la libertad de expresión, la gestión moderadora del Estado, he ahí el socialismo democrático, el del siglo XXI”.[3]

La raíz de la incompatibilidad estriba en la frase “la gestión moderadora del Estado”, supongo que esto significa el estado de bienestar como el que existe en los países europeos. Pero eso no es socialismo, es capitalismo, la búsqueda de ganancias no está estigmatizada, las empresas grandes continúan operando, y cuando algún programa de beneficio social tiene problemas se lo reforma. Por ejemplo, consideremos el sistema educativo. Hoy en Suecia el gobierno ofrece un bono o vale a cada padre o madre para que ellos escojan la escuela para sus hijos. El gobierno noruego concede la explotación de petróleo a más de diez empresas multinacionales y ahorra los excedentes de la producción petrolera –que se invierten en el mercado de valores– para mantener su gasto fiscal en tiempos de “vacas flacas”.  Los derechos individuales a la sexualidad, al arreglo matrimonial, se enmarcan perfectamente bien a la definición de libertad de John Stuart Mill, o en lo que muchos llamarían valores burgueses.

Si a este sistema quieren llamarlo socialismo light entonces qué es capitalismo. ¿No es este un sistema en que predomina lo individual sobre lo colectivo? ¿No es un sistema en que los dueños de la propiedad tienen derecho a las utilidades o a las rentas de su dominio?  Porque aunque el gobierno se apropie del 70 por ciento de ellas el derecho no se ha conculcado. ¿No es capitalismo el sistema en donde los precios se determinan en el mercado, es decir, por la interacción de la oferta y la demanda? Den cualquier adjetivo al capitalismo, sea sistema social de mercado o liberalismo social, pero no deja de ser capitalismo.

Para los socialistas “capitalismo” es mala palabra[4], si no se atiene a los postulados de su construcción mental entonces es “neoliberalismo” (otra mala palabra). Enrique Ayala Mora, uno de los más conocidos socialistas del Ecuador, en su referencia al gobierno del socialismo del siglo XXI de Rafael Correa sostiene enfáticamente que eso no era socialismo sino capitalismo, “al contrario de su retórica, la administración de Correa optó por modernizar el capitalismo”[5] [para lo cual se requería construir la infraestructura que necesita el capital para su florecimiento]. Y continúa: «[Pero] no hubo cambio social mayor, hubo crecimiento económico pero no cambio estructural significativo». También señala que el crecimiento del sector público fue un paso positivo, aunque excesivo. En otras palabras no era socialismo.

Socialismo, a mi entender, es un sistema socioeconómico diferente, es un sistema de instituciones, de actitudes y forma de vida diferente, es otro tipo de sociedad. En la declaración de principios en el Congreso del Partido Socialista Ecuatoriano (PSE) de 1987 se sostiene que el partido está construyendo un socialismo enraizado en el país que sea autónomo, latinoamericano, antiimperialista. Además, que sea revolucionario para construir una nueva sociedad y un nuevo Estado, en donde la participación y el trabajo del pueblo serán los cimientos del poder y el bienestar de todos los ecuatorianos, cambiando las estructuras y eliminando las desigualdades y la injusticia[6]. Me atrevo a suponer que esta nueva sociedad también se sustentará en nuevos valores: lo colectivo sobre lo individual, la solidaridad sobre el afán de lucro, el buró planificador sobre la invisibilidad de la mano capitalista, la naturaleza sobre la codicia del extractivismo, la cooperación sobre la competencia. Cito a un preclaro socialista:

Si el socialismo va a ser una formación socioeconómica nueva  —Debo martillar esta premisa— entonces debe depender para su dirección económica sobre alguna forma de planificación, y su cultura sobre alguna forma de compromiso con la idea de una colectividad consecuentemente [el socialism es un sistema] moral.[7]

En lo económico hay que enfrentar el problema de la escasez[8]. Hay que satisfacer las necesidades del consumo presente y reemplazar los bienes de capital que se van desgastando. El cambio tecnológico debe dirigirse de tal manera que no dañe el ambiente o extinga los recursos naturales. Y para progresar y crecer económicamente el consumo presente debe reducirse y el ahorro usarse para la inversión en nuevos bienes de capital. Como no se puede dejar estos procesos a merced de las fuerzas de mercado, hay que comandar, es decir del esfuerzo consciente de dirigir, administrar, asignar, y para ello requiere de burócratas, de individuos no sólo con conocimientos del caso (tecnócratas) sino incorruptibles. ¿No es el mayor problema legado por el correato[9] la obesidad y corrupción de la burocracia?

Entonces, ¿cómo lograr que el sistema económico funcione? ¿Voluntaria u obligatoriamente? En el capitalismo los impuestos, las regulaciones, los subsidios son incentivos para que se lo haga voluntariamente[10].  El mercado no es solo un medio de obtener utilidades, es también un mecanismo para mejorar la condición del individuo, un medio para “buscar la felicidad”. Pero en el socialismo tiene que haber obligatoriedad, y eso implica en cierta medida autoritarismo[11], pero mientras más extensas y profundas sean las actividades económicas que se excluyen del mercado más extenso y profundo el autoritarismo. Lenin se encontró con este problema y así fue como se inició el socialismo real que luego desencadenó en el estalinismo despiadado. El socialismo no puede eliminar el interés propio y subordinarlo al bien colectivo voluntariamente, por consiguiente tiene que hacerlo a la fuerza.

La obligatoriedad no se reduce a la actividad económica sino también se extiende a aspectos culturales. La cultura detrás del capitalismo ha sido calificada como burguesa. Los valores burgueses celebran y animan la idea de la individualidad. Inclusive en el triunfo de los deportes colectivos (como el fútbol) no deja de festejarse el valor individual. En el socialismo la cultura de la nueva sociedad debe ser diferente, debe celebrar, apoyar, y gestar lo colectivo. Si en el capitalismo la cultura se enfoca al logro material, en el socialismo la cultura debe enfocarse a los logros morales o espirituales. El problema como lo ve Heilbroner “radica en la dificultad que una cultura socialista pueda tolerar las actitudes políticas y sociales inherentes a la burguesía”.

Los valores burgueses toleran la disidencia, permiten inclusive la subversión, las huelgas y las manifestaciones callejeras. En las universidades, en la prensa, en los movimientos políticos los individuos escriben, argumentan a favor hasta de la sedición o la secesión. ¿Por qué? Por el valor que se da a la individualidad, a la diversidad y a la pluralidad. Se podría hasta sostener que se debe a la falta de significación moral a las actividades económicas y políticas. No hay prevalencia de valores absolutos, lo que existe son opciones, proposiciones, pragmatismo y hasta utilitarismo. La democracia liberal se fundamenta sobre estos valores burgueses.

Por el contrario, si el socialismo se debe fundamentar sobre valores morales, surge la pregunta, ¿moralidad de quién? El islamismo es un sistema fundamentado en los valores musulmanes y son sistemas despóticos. Las expresiones en contra de un sistema moral son blasfemias, no se pueden tolerar la oposición o la disidencia porque destruirían el sistema. En el liberalismo el individualismo no es destructivo del sistema, en el socialismo sí. 

Como la sociedad socialista aspira a ser buena, todas las decisiones y todas las opiniones están obligadas a ser morales. Por lo tanto, cualquier desavenencia, cualquier desacuerdo que cuestione la moralidad del sistema, no solo su eficiencia o eficacia económica, sino su validez ética serían inexorablemente reprobables y por tanto punibles, sería semejante a una herejía digna de la excomunión o del cadalso.

En conclusión, el socialismo llamémoslo utópico o idealizado que no quiere confundirse con el capitalismo, conduce irremediablemente a un sistema despótico, autoritario, disfrazado de moralismo que cuando se quita la vestidura y quedan al desnudo los resultados son atroces e inexorablemente desastrosos. Por esto, se cuentan en millones los muertos que deja en su camino, se da la pauperización de sociedades prósperas como la de Venezuela o la creación de islas prisiones como la de Cuba. Estos son crímenes de lesa humanidad.

Referencias:

[1] Un médico brillante en su campo.

[2] Rodrigo Fierro. “El socialismo del siglo XXI”, diario El Comercio, 28 de junio 2018.

[3] Rodrigo Fierro. “Mi derecho a pensar”, diario El Comercio, 10 de enero 2019.

[4] No he encontrado ningún escrito socialista en el que no se condene el capitalismo o el neoliberalismo.

[5] Enrique Ayala Mora.  “Authoritarian Caudillismo and Social Movements in Ecuador”. Capítulo en el libro Ecuador TodayLoc. 2562. 

[6] Ibid. Loc. 2524.

[7] Robert Heilbroner. “What is Socialism”, revista Dissent, https://www.dissentmagazine.org/wp-content/files_mf/1433884078summer78heilbroner.pdf  (Traducción y énfasis del autor)

[8]Todo texto de economía indica que el problema de la escasez se soluciona (o reduce) de tres maneras: tradición, mercado, o comando.

[9]También lo fue en la Unión Soviética y fue una de las razones para su colapso.

[10] Estoy consciente que los impuestos y otras medidas gubernamentales sufren de un cierto grado de coerción; no obstante, también en gran medida la coerción es soslayada por las mayorías y por tanto no le quita mérito a mi argumento sobre la noción de voluntariedad en el capitalismo.

[11] Autoritarismo no es siempre totalitarismo. No es necesario que el comando sea sobre toda la economía, pero como bien ha descrito Hayek en su Camino a la servidumbre, poco a poco la obligatoriedad avanza, aunque sea a paso de tortuga.

Fuente: elcato.org

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Etiquetas: Franklin López Buenaño, socialismo, capitalismo, liberalismo, Estado de Bienestar, autoritarismo, Totalitarismo, socialismo moderno, Socialismo del Siglo XXI.

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Conferencia de Alberto Benegas Lynch (h). 05/08/19

julio 21, 2019

«En torno a un mea culpa de nosotros los liberales»

Conferencia de Alberto Benegas Lynch (h).

Lunes 05/08/19, 19hs.

ESEADE. Uriarte 2472, CABA.

Inscripción: [email protected]   

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Alberto Benegas Lynch (h)

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¿Por qué insistir que el liberalismo fracasó igual que el marxismo?

julio 14, 2019

Muchos indicadores demuestran que estamos mejor hoy en los países en desarrollo de lo que estaban los países ricos hace 75 años. ¿Por qué ha sucedido esto? Es el resultado de que algunas cosas que solían ser propiedad exclusiva de ciertos países occidentales se han empezado a difundir por el mundo, ideas como el capitalismo, la economía de mercado, la producción libre y el libre intercambio.

Por Eleonora Urrutia.

Está de moda criticar y culpar de todos los males a un supuesto “modelo” de sociedad al que se califica de “neoliberal”. Sus críticos cobijan solapadamente el renacimiento de un leninismo arcaico, una rabia bolchevique absolutamente paradójica en pleno siglo XXI y pretenden vivir en función de supuestos beneficios delirantes, más propios de egoísmos infantiles que de análisis serenos de convivencia.

Así, lo que llaman “el modelo neoliberal” responde a un error de análisis de los socialistas, incluido el nacionalsocialismo nazi, que los lleva a estar convencidos de la viabilidad de sistemas centralizados, liberticidas, planificadores de la realidad -como si ésta no dependiese del libre albedrío de los hombres- y confiar en artificiales operativos de felicidad programada que solo han sido capaces de distribuir miseria y terror en partes iguales. Esta es “la” diferencia con los liberales, que creemos en acuerdos institucionales tendientes al establecimiento de unas pocas reglas generales que sujeten las propensiones menos estimables de los seres humanos, pero que dejen un amplio ámbito a la exteriorización espontánea de las que contribuyen al bienestar general, donde la tradición opere como la transmisora de las experiencias vividas y de los conocimientos acumulados por generaciones anteriores sin que nadie se arrogue la idea de un modelo especial.

Una sociedad liberal puede ser muy colectiva o muy individualista, justamente porque el resultado de las reglas depende de la voluntad de las personas. Pero si opta por ser colectiva es voluntaria y no impuesta por una minoría iluminada en busca del mejor “modelo” para el resto. Efectivamente, las sociedades que han seguido principios liberales, como todas las cosas, están llenas de defectos y problemas; pero en la medida en que se avanza se van creando instituciones que cada vez funcionan mejor. El punto es que todos los otros sistemas colectivos que han pretendido construir una sociedad en base a un modelo determinado por unos pocos han sido mucho peores. Aparentemente el odio contra estas sociedades responde a que no les es permitido imponer su criterio de lo que es bueno o beneficioso, y con ello no tienen el poder del creador, sino que deben convencerlas en el día a día y en las decisiones que toma cada uno.

Los resultados de la libertad

La evidencia muestra que hace más de 10.000 años había menos de 10 millones de personas en el planeta. Hoy en día hay más de 6 mil millones [en realidad: 7550 millones de personas según la ONU], 99% de los cuales están mejor alimentados, mejor refugiados, mejor entretenidos y mejor protegidos contra las enfermedades que sus ancestros de la Edad de Piedra. La disponibilidad de casi todo lo que una persona podría querer o necesitar ha ido aumentando de forma errática durante 10.000 años y se ha acelerado rápidamente en los últimos 200: calorías; vitaminas; agua limpia; máquinas; intimidad; medios para viajar más rápido de lo que podemos correr, y la capacidad de comunicarnos a través de distancias más largas de las que podemos gritar. Durante las últimas dos décadas, la proporción de la pobreza absoluta -las personas con un ingreso inferior al dólar/día- se ha reducido del 31 al 20 por ciento; incluso, a pesar de que la población total aumentó en 1.500 millones, también se ha reducido en números absolutos por primera vez en alrededor de 200 millones. En los últimos 30 años, la renta media en los países en desarrollo se ha duplicado y las situaciones de hambre permanente se han reducido del 37 al 18%. Durante los últimos 50 años, la pobreza global se ha reducido más que en los 500 años anteriores juntos, el analfabetismo ha hecho lo propio del 70 al 25%, la mortalidad infantil del 18 al 8% y la esperanza de vida ha crecido de 46 a 64 años. La mejora es una aspiración legítima de la humanidad y el progreso material no sólo es bueno por sí, sino que está asociado a otros bienes morales también valiosos.

En otras palabras, estos indicadores están mejor hoy en los países en desarrollo de lo que estaban en los países ricos hace 75 años. ¿Por qué ha sucedido esto? Es el resultado de que algunas cosas que solían ser propiedad exclusiva de ciertos países occidentales se han empezado a difundir por el mundo, ideas como el capitalismo, la economía de mercado, la producción libre y el libre intercambio. Los progresistas se quejan de que este mundo más libre crea pobreza y desigualdad. Eso es una verdad a medias. Si se considera la pobreza están completamente equivocados; la pobreza ha disminuido en las décadas de globalización. Pero están en lo cierto cuando dicen que este es un mundo desigual. El factor que más determina el nivel de vida de un individuo y sus oportunidades de prosperar es la latitud en la que ha nacido; quienes nacen en el hemisferio norte tienen mayor libertad de emplear la inteligencia en lo que consideran adecuado y tiene la libertad de trabajar en su beneficio, libertades éstas que en el sur se tienen en mucho menor grado. Hay un dato que lo dice todo: la gente en los países más libres vive de media 24 años más que la gente en los países menos libres. Sí, la distribución de la riqueza en el mundo es desigual, pero debido a la desigual distribución de la libertad, lo que a su turno da origen entre otras cosas a la acumulación de capital. Si destruyéramos esta acumulación de capital y las causas que le dan origen, todos seríamos pobres, pero, eso sí, iguales. Y además no se trata de un juego suma cero: el norte no le saca al sur sino que produce más que el segundo. Pero lo mismo podría ocurrir invirtiendo los hemisferios.

Pero todos estos datos no parecen calar en la cabeza de algunos. Sucede que muchas veces creemos que para triunfar en la lucha por la libertad basta con la abrumadora evidencia de los hechos cuando en cambio ellos resultan insuficientes para causar la convicción necesaria en el debate ideológico. Como decía von Mises: “facts per se can neither prove nor refute anything. Everything is decided by the interpretation and explanation of the facts, by the ideas and theories”. [Los hechos per se no pueden probar ni refutar nada. Todo se decide por la interpretación y explicación de los hechos, por las ideas y teorías .”]

Quizás sea por ello que, aunque la izquierda pierde las elecciones, conserva su pretendida superioridad moral. Ella establece las pautas de correcta conducta. No admite debate. ¿Constituyen ciertas regulaciones de la llamada “Memoria Histórica” en distintas circunstancias una conculcación de la libertad de expresión? Ciertamente, es evidente. Pero ahí no se admite debate. La pereza de muchos intelectuales conservadores, la cobardía –le llaman prudencia– de no significarse en defensa de la libertad para no ser tildado de fascista y la renuncia de los partidos más afines a las ideas de la libertad para defender filosóficamente un ideario liberal hacen que el púlpito de los dictámenes éticos y las costumbres esté ocupado por el autodenominado progresismo.

Un pie de página sobre neoliberalismo

El término “neoliberalismo” es confuso y de origen reciente. Prácticamente desconocido en Estados Unidos, tiene alguna utilización en Europa, especialmente en los países del este. Está ampliamente difundido en América Latina, África y Asia. Sin embargo, esta difusión tiene poco que ver con su origen histórico. Forma parte del debate público que se produce en tales regiones, en el que la retórica tiene un rol protagónico para darle o quitarle sentido a las palabras. Así, “neoliberalismo” es utilizado para caracterizar cualquier propuesta, política o gobierno que, alejándose del socialismo más convencional, propenda al equilibrio presupuestal, combata la inflación, privatice empresas estatales y, en general, reduzca la intervención estatal en la economía. Sucede que aisladamente un gobierno socialista puede tomar medidas liberales y un gobierno liberal puede tomar medidas socialistas. Ejemplos hay muchos en la historia, desde los laboristas neozelandeses hasta los conservadores británicos. Pero ello no hace a los socialistas liberales, ni a estos, aquéllos.

Hayek advirtió contra la perversión del lenguaje y denunció la existencia de lo que llamaba palabras-comadreja. Inspirado en un viejo mito nórdico que le atribuye a la comadreja la capacidad de succionar el contenido de un huevo sin quebrar su cáscara, sostuvo que existían palabras capaces de succionar a otras por completo su significado. Denunció entre otras a la palabra social. Así explicó que esta palabra agregada a otra la convertía en su contrario. Por ejemplo, la justicia social no es justicia; la democracia social, no es democracia; el constitucionalismo social, no es constitucionalismo; el estado social de derecho, no es estado de derecho, etc.  En el caso del “neoliberalismo”, lo que sucede es que se quiere asimilar con el liberalismo algunas políticas o ideas en particular que aisladamente podrían ser compatibles con él, pero también con cualquier otra cosa, sugiriendo una identidad inexistente. Se trataría de lo que en teoría se denomina una sinécdoque particularizante: se quiere presentar partes del liberalismo como si fuera el todo.

Desde el punto de vista lógico, estas figuras retóricas son consideradas falacias. Pero en el debate político la verdad no resulta de un razonamiento lógico, en el sentido de una inferencia deductiva, sino de un procedimiento dialéctico, en el sentido socrático del término. La verdad política no es deductiva ni lógica, sino expositiva y retórica. Tiene la razón quien mejor la expone. Ser liberal no significa lo mismo en todos los países. Algunos de los conceptos más preciados por los liberales, como justicia, estado de derecho o propiedad, han sido tergiversados por adjetivos semánticamente predatorios. Y, en el colmo de la paradoja, quieren sus enemigos asociar el liberalismo con ideas, políticas o gobiernos que le resultan ajenos y nada tienen que ver con las ideas de la libertad. Lo que demuestra, como tantas otras cosas, que cada vez nos alejamos más de la realidad de las cosas, para introducirnos gozosamente en un mundo idiota, donde de la obviedad hacemos una noticia y además discutimos sobre ella.

Fuente: ellibero.cl, 14/07/19.

Pilares del Liberalismo

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Más información:

Friedrich von Hayek: Camino de Servidumbre

La llamada de la tribu, por Mario Vargas Llosa

Nazismo y Socialismo

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liberalismo

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La llamada de la tribu, por Mario Vargas Llosa

agosto 2, 2018

Una visita guiada al pensamiento liberal

Por Javier Fernández-Lasquetty. Vicerrector de la Universidad Francisco Marroquín.

Mario Vargas Llosa la llamada de la tribu

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Mario Vargas Llosa ha publicado un elogio razonado de la libertad bajo el paradójico título La llamada de la tribu. Como él mismo explica, ha tomado de Karl Popper la idea del espíritu tribal que está eternamente presente y que ofrece el falso orden igualitario del grupo identitario, con su jefe, su planificación y su coactividad. A cambio, eso sí, de que no haya individualidad, ni libertad, ni responsabilidad. Vargas Llosa apunta directamente al comunismo y al nacionalismo —valga la redundancia— como modernos imanes que atraen hacia esa antiquísima “tribu” contra la que se erige el individuo soberano.
Este libro merece una expresión de gratitud hacia su autor, cubierto ya de todos los laureles literarios que existen y que él merece, empezando por los Premios Nobel y Cervantes. Este libro es el legado que Mario Vargas Llosa deja en el terreno de las ideas políticas. Uno tiene la impresión de que es una obligación autoimpuesta, como si no quisiera cerrar su bibliografía sin entregar un libro que sirva de guía de las ideas liberales, las que a él le parece que valen la pena. Para ello se sumerge en la obra de siete autores de primera fila. Entra a fondo en sus principales libros, ordena las ideas, selecciona citas, incluso traduce él mismo determinados textos. Lo que ha hecho Mario Vargas Llosa ha debido llevarle tanto trabajo que a los lectores nos lo ha puesto sencillísimo: el libro se lee con facilidad, y con la prosa extraordinaria del maestro se enuncian ideas muy complejas, que no pierden nada de su contenido original.
No son novedades el interés de Vargas Llosa por la política, ni su visión liberal. Mauricio Rojas lo ha sintetizado en Pasión por la libertad. El liberalismo integral de Mario Vargas Llosa (Gota a Gota – FAES, 2011). Ahí están sus artículos, sus comparecencias públicas, e incluso bastantes de sus novelas (Conversación en la CatedralLa fiesta del chivo, entre otras). Muchos tenemos El pez en el agua en la lista de nuestros libros favoritos, con ese relato de la campaña electoral que hizo en 1990 que es una novela trepidante, al mismo tiempo que un manual de política liberal.
Mario Vargas Llosa elogia continuamente la honradez intelectual de los autores a los que trata en La llamada de la tribu, por ejemplo al hablar de Jean-François Revel o de Raymond Aron. La primera honradez intelectual que debe ser aplaudida es la del propio autor. Él mismo explica en la introducción su peripecia intelectual, que se inicia en el marxismo —cuyas obras lee, a diferencia de tantos neomarxistas— pero que se aparta de él a medida que ve en la revolución cubana o en su viaje a la URSS lo que significa el socialismo real. También habla repetidamente de su decepción con Jean-Paul Sartre, de quien era devoto seguidor y de quien, sin negar su inteligencia, deja en el libro citas suficientes para comprender recordar que el padre del existencialismo defendió los campos de concentración soviéticos y negó cínicamente la evidente represión ideológica comunista.
Del rechazo a las dictaduras de cualquier signo al liberalismo pasa —él mismo lo explica— de manera lenta, avanzando como el escalador, agarrando puntos firmes para atreverse a llegar cada vez más lejos. Señala a Popper, Hayek y Berlin como “los tres pensadores modernos a los que debo más, políticamente hablando”. Pero Vargas Llosa escribe dos nombres como definitivos en su llegada al liberalismo, los de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. No oculta —¡ni tiene por qué hacerlo!— su admiración por los dos grandes políticos liberales de finales del siglo XX, decisivos en la demostración de que la libertad y la responsabilidad superan moral y materialmente al socialismo.
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La delimitación del liberalismo y sus autores que Vargas Llosa hace no se adscribe ni limita a ninguna de sus escuelas. Nos presenta una big tent, un espacio amplio de pensadores que tienen como rasgo común la creencia de que el individuo está por encima del colectivo, que la responsabilidad va unida a la libertad, y que la libertad está por encima de todo. El autor peruano y español no enuncia su propia visión del liberalismo. No se identifica con el anarcocapitalismo, sino que cree que debe existir un Estado pequeño, pero fuerte y eficaz, que asegure “la libertad, el orden público, el respeto a la ley, la igualdad de oportunidades”. Es partidario de que el Estado asegure e incluso provea un sistema educativo de alto nivel a todos, pero cree que la competencia y la iniciativa privada deben ser protagonistas también en el terreno educativo. Cuando habla de igualdad de oportunidades deja claro que no la identifica con igualdad en los ingresos y en la renta, consciente de que “esto último sólo se puede obtener en una sociedad mediante (…) un sistema opresivo”.
Rechaza la identificación del liberalismo con lo que llama una “receta económica de mercados libres”, pero cree que la libertad económica es “una pieza maestra” de la doctrina liberal. Por eso reprocha repetidamente a Ortega y Gasset —a quien sin embargo incluye entre los siete pensadores a los que dedica el libro— el que tuviera un pensamiento económico tan raquítico y tan desconfiado hacia el capitalismo.
En el concepto de liberalismo de Vargas Llosa está muy presente la noción de humildad, que se traduce en el empeño en limitar el poder en lugar de aprovecharlo, y se traduce también en la humildad intelectual de no pretender tener verdades dogmáticas e inmutables.
Para el autor es esencial la idea de discusión, de debate; la posibilidad abierta siempre de la refutación, que toma de Popper, o las verdades contradictorias que lee en Isaiah Berlin. Es ese espíritu crítico el que “resquebraja los muros de la sociedad cerrada y expone al hombre a una experiencia desconocida: la responsabilidad individual”. Por eso Vargas Llosa gira siempre en torno a la idea de pluralismo, al que considera una necesidad práctica para la supervivencia de los hombres, y que en nada debe ser confundido con el relativismo, porque siguiendo a Popper “la verdad tiene un pie asentado en la realidad objetiva”.
Vargas Llosa nos habla también de los enemigos del liberalismo. El principal de ellos, el constructivismo. Es en el capítulo dedicado a Hayek en el que más rotundamente denuncia “la fatídica pretensión de querer organizar, desde un centro cualquiera de poder, la vida de la comunidad”. Con no menor severidad rechaza ese otro enemigo del liberalismo, mucho más sinuoso, que es el mercantilismo. También con Hayek y con Adam Smith coloca como opuestos al capitalismo los arreglos de ciertos empresarios y ciertos políticos para proteger a los primeros de la competencia mediante barreras, regulaciones o incentivos proteccionistas.
El libro de Mario Vargas Llosa destila alegría y optimismo. La libertad no conduce al caos, sino que genera ese orden espontáneo hayekiano, basado en las decisiones libres y en la responsabilidad individual. Es el individualismo lo que hace a Vargas ser optimista, a diferencia del pesimismo que le produce el hombre-masa de Ortega, igualado en un ser colectivo en el que abdica de su individualidad. La libertad es la diferencia, y es una libertad que, para el autor, no existe si no es completa: no puede haber libertad si falta la libertad política, o la económica, o la de creación y pensamiento. Por eso el libro es también un respaldo a la democracia liberal y un rechazo a cualquier forma de dictadura.
Para explicar su propio recorrido vital se apoya en siete autores, de los cuales hace un fascinante retrato personal e intelectual. Presta mucha atención a las circunstancias de sus vidas, y también a las personas de su entorno. Adam Smith en sus tertulias, en su vida universitaria, y en su amistad con David Hume. Ortega en la Europa del auge totalitario, en la guerra civil y en la posguerra. Hayek con Mises, pero sin ser igual a Mises. Popper en Nueva Zelanda, en la London School of Economics… y apartándose del atizador que agita Wittgenstein. Aron frente a todos, especialmente en esos días confusos de mayo de 1968. Isaiah Berlin en Washington durante la Segunda Guerra Mundial, o en Leningrado en su noche casta y transformadora con la poetisa represaliada Anna Ajmátova. Revel, en fin, vital, jovial, sagaz y demoledor en la denuncia de los liberticidas.
Hay en el libro una crítica recurrente a los intelectuales, lo que dice mucho de la honradez de pensamiento de Mario Vargas Llosa. Rechaza el elitismo de Ortega y, con Hayek y Popper, coincide en denunciar al intelectual constructivista, o simplemente oscurecedor y tenebrista. Adictos a ese opio de los intelectuales que valientemente denunció Raymond Aron, el escritor peruano concluye —siguiendo a Revel— que “por lo general los pueblos son mejores que la mayoría de sus intelectuales: más sensatos, más pragmáticos, más libres”.
Nos quejamos muchas veces los liberales de que nos faltan claridad, estilo y atractivo para presentar las ideas de la libertad. Al leer La llamada de la tribu tenemos por fin entre las manos lo que deseábamos. Sin ser perfecto, sin dejar de ser opinable —refutable, diría su admirado Popper—, lo que ha escrito Vargas Llosa merece ser leído por muchas personas de muchas generaciones. Es imposible encontrar mejor cicerone para hacer un recorrido y disfrutar de un paseo exquisito por ese jardín frondoso, variado y abierto que son las ideas de la Libertad.
—Este artículo fue publicado originalmente en Cuadernos de FAES (España), edición de julio de 2018 y en Cato Institute.

Fuente: atlas.org.ar, 2018.


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Vivimos en un mundo mejor

julio 28, 2018

El futuro del progreso

Hace poco más de 200 años el 90% de la humanidad vivía en la pobreza extrema, como sucedió por miles de años y que desde entonces esa cifra ha caído a menos del 10%.

Por Ian Vásquez.

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Los periódicos siempre reportan las malas noticias: crímenes, accidentes, corrupción, guerras. Al hacer su trabajo, nos dan una impresión negativa del mundo. Lo positivo casi no se reporta. Asevera Max Roser que “los periódicos podrían haber usado el titular ‘Número de personas en extrema pobreza cayó en 137.000 desde ayer’ todos los días durante los últimos 25 años”.

Es un ejemplo del gran progreso que ha experimentado el mundo y sobre el que la mayoría de las personas está malinformada. De hecho, hace poco más de 200 años, el 90% de la humanidad vivía en la pobreza extrema, como fue el caso por miles de años. Desde entonces, la cifra ha caído a menos del 10%. Casi cualquier indicador de bienestar humano muestra mejoras impresionantes, especialmente en los últimos 30 años y para los pobres.

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Steven Pinker, uno de los intelectuales más importantes de Estados Unidos y profesor en la Universidad de Harvard, acaba de publicar un libro que documenta el progreso reciente e inaudito de la humanidad: “La ilustración ahora” (“Enlightenment Now”). En 75 gráficas, muestra tendencias globales respecto a temas tan diversos como la expectativa de vida, la soledad, las guerras y la desigualdad.

Su tesis es que los principios de la ilustración —la razón, la ciencia, el humanismo y la fe en el progreso— forman las bases para todo tipo de progreso, tanto en lo moral como en lo material. Pinker explica por qué predomina el pesimismo a pesar de los hechos, por qué urge entender las fuentes del progreso ante el auge del populismo en buena parte del mundo, y por qué deberíamos ser relativamente optimistas.

El mundo es cien veces más rico hoy que hace 200 años. Esto y los avances en la tecnología han dado acceso a mejores y más viviendas, medicinas, ropas, alimentos, educación, etcétera. Además, y a pesar de algunos altibajos, la violencia de todo tipo —genocidio, esclavitud, conflictos bélicos, homicidios, etc.— ha decaído durante siglos. Hoy se observa la democracia y los derechos humanos alrededor del mundo más que en cualquier otro momento de la historia. A mayor prosperidad existe una mayor extensión de valores éticos como la tolerancia, la libertad y la paz. “La vida de los pobres está mejorando más rápido que la de los ricos”, afirma Pinker.

El autor documenta cómo el progreso ha afectado al medio ambiente: “Desde los comienzos del movimiento ecologista en la década de 1970, el mundo ha emitido menos contaminantes, arrasado con menos bosques, derramado menos petróleo, apartado más alimento, extinguido menos especies, salvado la capa de ozono y pudo haber alcanzado su punto máximo en el consumo de petróleo, tierras de cultivo, madera, automóviles e incluso, quizás, carbón”.

La ilustración está funcionando, según Pinker, y sería lamentable pensar lo contrario. No obstante, los autoritarios venden el relato de que el mundo está empeorando. Si llegaran a tener razón, habrían acertado en sus propuestas para debilitar o eliminar las instituciones y las políticas que produjeron el progreso y que surgieron de la ilustración. Desgraciadamente, la gente tiende a creer relatos negativos por razones psicológicas. Pinker explica que eventos traumáticos —como accidentes de aviones— son los que más recuerda la gente y hace que se sobreestimen los peligros. El peso psicológico de los eventos negativos es superior al de los positivos, y es lo que predomina en la mente.

El futuro del progreso depende de los principios y valores de la ilustración, que incluye entender el mismo progreso. Pinker es optimista al respecto. Las tendencias positivas en conectividad y educación parecieran no revertirse. Avances explosivos nos esperan en biología sintética, inteligencia artificial, estudio de los genomas, y demás áreas. La humanidad puede beneficiarse de tal progreso, pero solo si no abandona la ilustración.

—Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 13 de marzo de 2018.

—Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y coautor del Human Freedom Index y columnista semanal de El Comercio (Perú).

Fuente: elcato.org


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Cómo lograr su Libertad Financiera

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Un liberal NO debería estar a favor del aborto

mayo 31, 2018

Un liberal NO debería estar a favor del aborto

Por María Zaldívar.

niño por nacer“Noto que todos los militantes del aborto han nacido” dijo Ronald Reagan para sintetizar su opinión sobre quienes resuelven drásticamente el embarazo no querido. 

Muchos intentan descalificar la lucha por la vida con el falso argumento de que el rechazo del aborto tiene una raíz religiosa. Para un liberal clásico el aborto es inadmisible porque vulnera los derechos de otro ser humano y eso no tiene nada que ver con creencia religiosa alguna; por el contrario, en general, los liberales somos, por lo menos, anticlericales. No nos inspira, ni en éste ni en ningún caso, el temor al castigo divino sino al de nuestra propia conciencia que nos impide decidir quién vive y quién muere. 

El liberalismo es la única filosofía basada en el respeto irrestricto de los derechos individuales, los propios y los del prójimo y de su proyecto de vida. Todas las corrientes políticas dirán lo mismo pero cada vez que subordinan lo individual a lo social arrasan con los derechos individuales, pilar indiscutido de la filosofía liberal y el derecho a la vida encabeza la lista. Es absurdo, cuando no perverso, delirar por la contaminación ambiental, la preservación de los bosques o la extinción de la ballena azul y militar por la interrupción de la vida humana. Es hipócrita marchar por “los más vulnerables” y “los que menos tienen” y negar que el ser humano no nacido es la criatura más indefensa de toda la cadena de seres vivos. Es contradictorio bregar por el cuidado integral de la mujer y, en simultáneo, reclamar para ella el derecho a suprimir una vida sin más trámite.

De la extrema debilidad del niño por nacer se aprovechan las ideologías autoritarias que se arrogan el derecho de decidir por él. En cambio el liberalismo, porque pone al individuo por encima de cualquier otro interés, lo defiende; lo reconoce como objeto de derecho aún en su extrema indefensión; defiende su derecho a vivir, a nacer, a elegir y a tener un proyecto de vida, porque decidir por los demás es una actitud fascista. 

En la actualidad, un delincuente (el que roba una gaseosa o el que mata un policía) es considerado menor hasta los 18 años. También hay que cumplir 18 años para abrir una caja de ahorro en un banco y 17 para manejar un auto. Sin embargo, los mismos legisladores que se niegan a modificar la edad de imputabilidad están dispuestos a votar que una criatura de 13 años está madurativamente apta para decidir la interrupción de un embarazo sin siquiera la intervención de un mayor e ignorando el derecho a opinar del padre de ese ser humano por nacer.

argentinaEl liberalismo no se termina ahí; hace una religión de la responsabilidad sobre los actos propios y este proyecto de ley es la contracara de ese principio. El populismo se sigue colando en la vida cotidiana de la Argentina haciendo estragos. En el fondo del reclamo, lo que persiguen las abortistas es la gratuidad de la práctica. Quieren tener relaciones sexuales, no evitar embarazarse y luego exigir que la sociedad cargue con el costo del procedimiento. Y suben la apuesta. En un éxtasis de autoritarismo y como si aquello no fuera suficiente, pretenden negarle a los médicos la objeción de conciencia; están dispuestas a obligar a practicar abortos a quien estudió para salvar vidas. 

Al respecto, podrían mencionarse argumentos de la Academia Nacional de Medicina: “el niño por nacer, científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción… destruir un embrión humano significa impedir el nacimiento de un ser humano… el pensamiento médico a partir de la ética hipocrática ha defendido la vida humana como condición inalienable desde la concepción. Por lo que la Academia Nacional de Medicina hace un llamado a todos los médicos del país a mantener la fidelidad a la que un día se comprometieron bajo juramento” 

Si no bastara con el elemental principio humanitario de reconocer el derecho del más débil, también está la ley. “Esta Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires… estima oportuno recordar que el derecho a la vida desde el momento de la concepción se encuentra implícitamente protegido en el artículo 33 de la Constitución Nacional y ha sido consagrado de modo explícito en varias constituciones provinciales… Ese derecho está protegido por el artículo 4.1 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) aprobada por la Argentina por la ley 23.054, en el que se reconoce que “persona es todo ser humano a partir del momento de la concepción con derecho a la vida”.

Sorprende que haya sido el Poder Ejecutivo y los principales referentes de del macrismo quienes pusieran sobre la mesa esta discusión. Ellos sí, producto de la formación religiosa, no pueden desconocer que la Iglesia Católica castiga con la excomunión inmediata a quien promueva la interrupción de la vida. Hay quienes dicen que se trató de una estrategia distractiva para sumergir a la sociedad en un debate acalorado y sacar el foco de los problemas crecientes y acuciantes. Queremos creer que no fue esa la intención porque, de serlo, estaríamos frente a un gobernante para quien el fin justifica los medios. Y eso sería una tragedia de una envergadura similar a la de un aborto. 

Fuente: prensarepublicana.com, 31/05/18.

Más información:

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cita ronald reagan aborto


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La corrección política es enemiga de la libertad

marzo 4, 2018

Mario Vargas Llosa: “La corrección política es enemiga de la libertad”

Entrevista al escritor Mario Vargas Llosa, quien esta semana publica su ensayo La llamada de la tribu (Alfaguara), un alegato a favor del pensamiento liberal a través de siete autores que le influyeron y a los que rinde homenaje.

Redacción: Maité Rico, subdirectora de El País.

¿Por qué el pensamiento liberal es la diana de tantos ataques?

Ha sido el blanco de las ideologías enemigas de la libertad, que con mucha justicia ven en el liberalismo a su adversario más tenaz. Y eso lo he querido explicar en el libro. El fascismo, el comunismo han atacado tremendamente al liberalismo, sobre todo caricaturizándolo y asociándolo a los conservadores. En sus primeras épocas el liberalismo fue asediado sobre todo por la derecha. Ahí están las encíclicas papales, los ataques desde todos los púlpitos a una doctrina que se consideraba enemiga de la religión, enemiga de los valores morales. Creo que estos adversarios definen muy bien la estrecha relación que existe entre el liberalismo y la democracia. La democracia ha avanzado y los derechos humanos han sido reconocidos fundamentalmente gracias a los pensadores liberales.

liberalismo

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Los autores que analiza tienen rasgos comunes, entre otros, que nadaron contra corriente. Incluso dos libros de Hayek y Ortega estuvieron prohibidos. ¿Un liberal está condenado a ser un corredor de fondo solitario?

El liberalismo no solo admite, sino que estimula la divergencia. Reconoce que una sociedad está compuesta por seres humanos muy distintos y que es importante preservarla así. Es la única doctrina que acepta la posibilidad de error. Por eso insisto mucho: no es una ideología; una ideología es una religión laica. El liberalismo defiende algunas ideas básicas: la libertad, el individualismo, el rechazo del colectivismo, del nacionalismo; es decir, de todas las ideologías o doctrinas que limitan o cancelan la libertad en la vida social.

Hablando de nacionalismo, últimamente habrá pensado más de una vez en Ortega y Gasset y en sus advertencias premonitorias sobre los peligros del nacionalismo en Cataluña y País Vasco. ¿Por qué los liberales rechazan el nacionalismo?

Porque es incompatible con la libertad. El nacionalismo entraña, cuando uno escarba un poco en la superficie, una forma de racismo. Si crees que pertenecer a un determinado país o nación, o a una raza, o a una religión es un privilegio, un valor en sí mismo, crees que eres superior a los demás. Y el racismo inevitablemente conduce a la violencia y a la supresión de las libertades. Por eso el liberalismo desde la época de Adam Smith ha visto en el nacionalismo esa forma de colectivismo, de renuncia a la razón por un acto de fe.

Populismo, resurgimiento de los nacionalismos, el Brexit…, ¿está renaciendo el espíritu de la tribu?

Hay una tendencia que se opone a lo que yo creo que es lo más progresista de nuestro tiempo, que es la formación de grandes conjuntos que están lentamente desvaneciendo las fronteras e integrando a diferentes lenguas, costumbres, creencias. Es el caso de Europa. Esto provoca mucha inseguridad y mucha incertidumbre y una tentación muy grande de regresar a esa tribu, a esa sociedad pequeña, homogénea que nunca existió en la realidad, donde todos son iguales, donde todos tienen las mismas creencias, la misma lengua… Ese es un mito que da mucha seguridad, y eso explica brotes como el Brexit, como el nacionalismo catalán, o los nacionalismos que hacen estragos en democracias como Polonia, Hungría, incluso Holanda. El nacionalismo está ahí, pero mi impresión es que, como ha ocurrido en Cataluña, es minoritario, y la fuerza de las instituciones democráticas va a ir socavándolo poco a poco hasta derrotarlo. Soy más bien optimista.

¿Cómo se puede luchar intelectual y políticamente contra esas corrientes?

Hay que combatirlas sin complejos de inferioridad. Y decir que el nacionalismo es una tendencia retrógrada, arcaica, enemiga de la democracia y de la libertad, y que está sustentada en ficciones históricas, en grandes mentiras, en eso que ahora se llaman posverdades históricas. El caso de Cataluña es flagrante.

Su camino al liberalismo

Su evolución desde el marxismo al liberalismo no es infrecuente. De hecho, es la misma que siguieron algunos de los autores que glosa, como Popper, Aron, Revel. ¿Conocer desde dentro el mecanismo totalitario actúa como revulsivo?

Mi generación en América Latina despierta a la razón en un continente de desigualdades monstruosas y dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos. Para un joven latinoamericano que tenía cierta inquietud era muy difícil no rechazar esa especie de caricatura de democracia, con la excepción de Chile, Uruguay y Costa Rica. Yo quise ser comunista, me parecía que el comunismo representaba la antípoda de la dictadura militar, de la corrupción y sobre todo de las desigualdades. Entonces entré en San Marcos, una universidad nacional y popular, con la idea de que ahí debía de haber comunistas con los que vincularme. Y efectivamente, me vinculé. Ahora bien, en ese tiempo el comunismo en América Latina era el estalinismo puro y duro, con partidos subyugados a la Komintern, a Moscú. A mí me defendieron del sectarismo Sartre y el existencialismo. Yo tenía todo el tiempo discusiones en mi célula, y solo milité un año. Pero seguí siendo socialista de una manera vaga, y eso lo fortaleció la revolución cubana, que al principio parecía un socialismo distinto, no dogmático. Me entusiasmó. En los sesenta viajé a Cuba cinco veces. Y poquito a poco vino el desencanto, sobre todo a partir de la creación de las UMAP [Unidades Militares de Apoyo a la Producción]. Hubo redadas contra jóvenes que yo conocía, fue un trauma. Y me acuerdo de haber escrito una carta privada a Fidel diciéndole que estaba desconcertado, que cómo Cuba, que parecía un socialismo abierto y tolerante, podía meter en campos de concentración a “gusanos” y homosexuales con criminales comunes. Fidel me invitó a mí y a una docena de intelectuales a conversar con él. Estuvimos toda una noche, 12 horas, de las ocho de la tarde a las ocho de la mañana, oyéndolo hablar, básicamente. Fue muy impresionante, pero no muy convincente. Desde entonces empecé a tener una actitud un poco recelosa. La ruptura definitiva vino con el caso Padilla (el proceso contra el escritor Heberto Padilla, encarcelado en 1971 y obligado a una terrible autocrítica pública). Tuve un proceso difícil, más bien largo, de reivindicación de la democracia, y poco a poco de acercamiento a la doctrina liberal, a base de lecturas. Y tuve la suerte de vivir en Inglaterra los años de Margaret Thatcher.

El retrato que hace de Thatcher, como una mujer culta, valiente, de hondas convicciones liberales, contrasta con la imagen que se ha difundido de ella.

Es una caricatura absolutamente injusta. Cuando yo llegué, Inglaterra era un país en plena decadencia. Un país con libertades, pero sin nervio, que se apagaba poco a poco dentro de ese avance del nacionalismo económico de los laboristas. La revolución de Margaret Thatcher despertó a Gran Bretaña. Fueron tiempos difíciles: acabar con las sinecuras sindicales, crear una sociedad de mercado libre, de competencia, y defender la democracia con la convicción con la que ella lo hizo, sin complejos, frente al socialismo, frente a China y la URSS, las dictaduras más crueles de la historia. Para mí fueron años definitivos porque empecé a leer a Hayek, a Popper, que eran autores a los que Thatcher citaba. Ella decía que La sociedad abierta y sus enemigos era un libro fundamental en el siglo XX. La contribución de Thatcher y de Ronald Reagan a la cultura de la libertad, a acabar con la Unión Soviética, que era el mayor desafío que había tenido la cultura democrática, es una realidad que está desgraciadamente muy mediatizada por la campaña de una izquierda cuyos logros son muy pobres.

¿Y cuál es hoy el principal desafío para la democracia occidental?

El mayor enemigo hoy es el populismo. No hay nadie medianamente cuerdo que quiera para su país un modelo como el de Corea del Norte o el de Cuba, o el de Venezuela; el marxismo es ya marginal en la vida política, pero no así el populismo, que corrompe las democracias desde dentro, es mucho más sinuoso que una ideología, es una práctica a la que por desgracia son muy propensas las democracias débiles, las democracias primerizas.

La crisis bancaria de 2008, el aumento de la desigualdad han reavivado las críticas a la doctrina liberal, que de unos años a esta parte ha sido rebautizada como “neoliberalismo”.

Yo no sé qué cosa es el neoliberalismo. Es una forma de caricaturizar el liberalismo, presentarlo como un capitalismo despiadado. El liberalismo no es dogmático, no tiene respuestas para todo; se ha ido transformando desde Adam Smith hasta nuestros días porque la sociedad es mucho más compleja. Hoy día hay injusticias, como la discriminación de la mujer, que ni siquiera aparecían en el pasado.

Dentro de las diferentes tendencias en el liberalismo, entiendo que la principal divergencia se deriva del mayor o menor peso que se otorga al Estado.

Sí. Los liberales quieren un Estado eficaz pero no invasivo, que garantice la libertad, la igualdad de oportunidades, sobre todo en la educación, y el respeto a la ley. Pero junto a ese consenso básico hay divergencias. Isaiah Berlin dice que la libertad económica no puede ser irrestricta, porque siéndolo en el siglo XIX llenó las minas de niños. Hayek, en cambio, tenía una confianza tan extraordinaria en el mercado que pensaba que podía solucionar todos los problemas si se lo dejaba funcionar. Berlin era mucho más realista, él pensaba que, en efecto, el mercado es lo que traía el progreso económico, pero que si el progreso significaba crear desigualdades tan gigantescas, la esencia misma de la democracia quedaba perjudicada, ya no funcionaba la libertad de la misma manera para todos. También Adam Smith, al que se considera el padre del liberalismo, era muy flexible. Hombre, claro, hay deformaciones del liberalismo, yo cito el caso de economistas completamente cerrados, convencidos de que solo las reformas en el campo económico traen como consecuencia inevitablemente la libertad. Yo no estoy de acuerdo, yo creo que las ideas son más importantes que las reformas económicas. Volviendo a las caricaturas, o las trampas del lenguaje, es muy significativo el uso de la etiqueta “progresista” que en España, por ejemplo, se colocan fuerzas que defienden las dictaduras de Cuba y Venezuela. Yo creo que desgraciadamente es una contribución de los intelectuales a la deformación del lenguaje. Ellos han impregnado de prestigio el marxismo, el comunismo, como antes lo hicieron con el nazismo o el fascismo, a los que rodearon de una aureola que seduce a cierta gente joven. Los intelectuales, con una ceguera enorme, han visto siempre la democracia como un sistema mediocre, que no tenía la belleza, la perfección, la coherencia de las grandes ideologías. Fíjate que esa ceguera no es incompatible con una gran inteligencia. Heidegger, por ejemplo, quizá el filósofo más grande de la modernidad, ¿cómo pudo ser nazi? Lo mismo ocurrió con el comunismo. Atrajo a escritores y poetas de altísimo nivel que aplaudieron el Gulag. Sartre, el filósofo francés más inteligente del siglo XX, apoyó la Revolución Cultural china…

Honestidad Intelectual

Por eso le pregunto. Lo define como un gran intelectual. Era un hombre…, digamos que sus posiciones políticas estuvieron siempre equivocadas.

Creo que hay una explicación probablemente muy personal y quizás demasiado psicologista, pero él no fue un resistente de verdad…, incluso aceptó reemplazar a un profesor que había sido expulsado de la enseñanza por ser judío, y aunque perteneció a un grupo resistente en el que prácticamente no hizo gran cosa, creo que nunca se liberó de ese complejo y estuvo el resto de su vida haciendo esfuerzos, algunos grotescos, para merecer el nombre de progresista y revolucionario. Una necesidad que fue muy generalizada en su época: los intelectuales querían dar prueba de progresismo porque era lo que se esperaba de ellos. Entonces se equivocaron monstruosamente y contribuyeron muchísimo a dar esa especie de aura al comunismo, como antes al nazismo. Del Tercer Mundo, ya ni hablamos. Si tú en América Latina en los años sesenta no eras un intelectual de izquierdas, simplemente no eras un intelectual. Se te cerraban todas las puertas. Había un control de la cultura por parte de una izquierda muy sectaria, muy dogmática, que deformaba profundamente la vida cultural. Creo que eso ha cambiado considerablemente.

También ha ocurrido en Europa.

Sí, claro. Aunque en Inglaterra, cuando yo vivía allí, había intelectuales que daban la batalla, que salían a enfrentarse, que no tenían complejos de inferioridad, y aquello me ayudó muchísimo a ser más honesto conmigo mismo.

Es que en muchos casos es un problema de honestidad intelectual. Élites que defienden modelos que jamás soportarían…

Así lo creo. Bertrand Russell, por ejemplo, defendió causas muy nobles, y fue una persona admirable en muchas cosas, y al mismo tiempo defendió cosas horrendas, y se dejó manipular por una izquierda que no tenía ningún respeto por sus obras, por sus ideas, que ni siquiera lo había leído. ¿Cómo te explicas esa contradicción? Por desgracia, la inteligencia no es una garantía de honestidad intelectual. Isaiah Berlin, sin embargo, creía que era imposible disociar la grandeza intelectual o artística de la rectitud ética. Que talento y virtud van unidos. No, no es verdad. Si fuera así, no se darían esas contradicciones tan flagrantes que hemos visto alrededor nuestro… Heidegger no hubiera muerto con su carné del partido nazi, Sartre no hubiera defendido la Revolución Cultural china, ni declarado, como hizo, en 1946, a su regreso de Moscú: “La libertad de crítica es absoluta en la URSS”… Pero ese no es el caso de ninguno de los intelectuales que yo menciono en el libro. Ellos creen que la moral es inseparable de la política. Y que hay que estar dispuesto a corregir y a aprender de los errores. En eso insiste mucho Popper.

Este debate ha cobrado actualidad.

Estamos viendo en el cine, por ejemplo, cómo se condena al ostracismo la obra de creadores acusados de actos deplorables (con o sin pruebas): Polanski, Woody Allen… Y en literatura, Gallimard ha decidido no publicar los panfletos antisemitas de Céline. Estas prohibiciones son estúpidas.

¿Debe respetarse la obra de un canalla?

No solo debe respetarse. Debe publicarse. Si tú comienzas a juzgar la literatura en función de la moral y de la ética, la literatura no solo quedaría muy diezmada, es que desaparecería… No tendría razón de ser. La literatura expresa aquello que la realidad se empeña en ocultar por distintas razones. Nada estimula tanto el espíritu crítico en una sociedad como la buena literatura, además de la belleza que significa el placer que te produce. Pero la literatura y la moral están reñidas, son enemigas, y hay que respetar la literatura si tú crees en la libertad. Que haya escritores demoniacos, desde luego, hay muchísimos, que no son para imitarlos, pero sí para aprender de ellos. El marqués de Sade está lleno de horrores, escribió las cosas más atroces y al mismo tiempo pocos escritores se han adentrado con tanta profundidad en las complejidades de la mente humana, del mundo de los deseos y los instintos. Y Céline fue un miserable por apoyar a los nazis y por su racismo, sin duda, y al mismo tiempo fue uno de los más grandes escritores modernos. Yo no creo que haya en la Francia moderna, después de Proust, ningún escritor tan original ni tan grande como Céline. Yo he leído sus dos grandes novelas dos o tres veces, y son obras maestras absolutas. Dentro de su pequeñez, de su visión tan mediocre del ser humano, expresó una realidad no solamente de la sociedad francesa, sino de todas las sociedades sin excepción.

¿La corrección política puede amenazar la libertad?

La corrección política es enemiga de la libertad porque rechaza la honestidad, es decir, la autenticidad. Hay que combatirla como una desnaturalización de la verdad.

Falsas verdades

Recientemente hemos descubierto las fake news como si fuera algo nuevo. Pero en El conocimiento inútil, Jean-François Revel describe cómo, en los años ochenta, la URSS dio la gran batalla de la desinformación en Occidente, en la que participaron intelectuales, por supuesto, y medios de comunicación, con coberturas sesgadas y campañas contra dirigentes conservadores. Ahí nacieron los grandes bulos…

Palabras nuevas para realidades muy antiguas. En el caso de la desinformación, de la manipulación, el comunismo tuvo una habilidad diabólica para desnaturalizar las cosas, para desprestigiar a figuras honestas, para encubrir las mentiras con falsas verdades que al final prendían y sustituían a la realidad.

La URSS cayó, pero ahora llega desde Moscú una nueva forma de injerencia cibernética en las elecciones de EEUU, en Cataluña, en las campañas electorales de México y Colombia…

Lo que hay es una revolución tecnológica que está sirviendo para pervertir la democracia más que para fortalecerla. Es una tecnología que puede ser utilizada para fines muy diversos, pero de la que están sacando provecho los enemigos de la democracia y de la libertad. Es una realidad a la que hay que enfrentarse, pero desgraciadamente yo creo que todavía la respuesta es muy limitada. Estamos como desbordados por una tecnología que se ha puesto al servicio de la mentira, de la posverdad, y que puede llegar a ser, si no atajamos ese fenómeno, profundamente destructor y corruptor de la civilización, del progreso, de la verdadera democracia.

Fuente: larepublica.pe, 25/02/18.


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Los países liberales son más prósperos y abiertos

febrero 22, 2018

El informe que destroza al socialismo: los países liberales son más prósperos y abiertos

Un nuevo estudio desmonta la visión apocalíptica del liberalismo que traslada la izquierda radical. 

Por Diego Sánchez de la Cruz.

 

Pablo Iglesias – Un nuevo informe tumba los ataques de la izquierda al liberalismo.
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La extrema izquierda, personificada en España en la figura de Pablo Iglesias, ha heredado de sus referentes internacionales un discurso basado en negar la legitimidad democrática de la economía de mercado. A pesar de que todas las grandes democracias del mundo son sistemas capitalistas, el neocomunismo ibérico insiste siempre en buscar modelos «alternativos», para lo cual inventa utopías como la de Venezuela, cuya mentira está hoy sobradamente refutada pese a la buena prensa que llegó a tener el chavismo.

CATO institutePara esa izquierda cavernaria y atrasada, la publicación del Índice de Libertad Humana es algo así como una daga en el corazón. Y es que este interesante informe del Instituto CATO, firmado por Ian Vásquez y Tanja Porcnik, pone de manifiesto el alto grado de conexión que existe entre la libertad económica y la libertad personal. El mercado no es, por tanto, un impedimento para el desarrollo de la autonomía personal, sino el sistema económico idóneo para desarrollar sociedades más plurales.

El estudio en cuestión se construye a partir de casi 80 indicadores, que a su vez aparecen repartidos en distintas categorías: imperio de la ley, seguridad, libertad de movimiento, pluralismo religioso, respeto al derecho de asociación y reunión, derecho a la información y a la libre expresión, gobierno limitado, derechos de propiedad, estabilidad monetaria, apertura comercial y entorno regulatorio. Por tanto, el Índice de Libertad Humana conjuga los elementos clásicos de los rankings de libertad económica con decenas de indicadores referidos a las libertades civiles y personales. El estudio abarca 159 países y cubre ya casi una década de historia, puesto que los datos incorporados en el proyecto empezaron a recabarse en 2008.

Según el Índice de Libertad Humana, Suiza es el país que brinda una mayor libertad humana, con 8,9 puntos sobre 10. Hong Kong y Nueva Zelanda completan el podio, si bien la ausencia de libertades personales en la isla asiática explica el progresivo deterioro de la nota asignada por el informe. El top diez también incluye a Irlanda, Australia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Países Bajos y Reino Unido, todos ellos con más de 8,5 puntos sobre 10.

No andan lejos de estas puntuaciones los diez países que se cuelan en el top diez del Índice de Libertad Humana. Son Canadá, Austria, Suecia, Estonia, Luxemburgo, Alemania, Estados Unidos, Taiwán, Singapur y LituaniaPara encontrar a España tenemos que bajar diez escalones más, hasta llegar al puesto 30. Nuestro país recibe 8,2 puntos: 8,8 en la categoría de libertad personal, 7,5 en la de libertad económica. Nos movemos, por tanto, cerca de los niveles observados en Bélgica, Portugal, Japón, Corea del Sur, Francia o Italia.

Libertad personal y económica

Huelga decir que los países en los que suelen mirarse los enemigos del mercado tienen un resultado mucho más desfavorable. El mejor ejemplo es el de Venezuela, que solo logra 5,8 puntos en la tabla de libertad personal y apenas alcanza 2,9 en la que mide el grado de libertad económica, de modo que su calificación final es de 4,3 puntos sobre 10, el resultado más bajo de todo el continente americano.

En suma, como muestra la siguiente gráfica, un mayor nivel de libertad económica tiende a ir de la mano con un grado más elevado de libertad personal.

1-libertad-personal-libertad-economica.p

Por otra parte, aquellas regiones con un nivel de vida más alto logran también una puntuación tan alta en el Índice de Libertad Humana:

2-libertad-humana-ingreso-pais.png

Y, aunque es cierto que la libertad humana no se traduce siempre en democracia (como muestra el caso de Hong Kong o Singapur), lo cierto es que este tipo de escenarios es atípico y que, en general, la libertad humana tiende a ir de la mano de un grado más alto de democracia:

3-libertad-humana-democracia.png

Fuente: libremercado.com, 19/02/18.


Índice de libertad humana 2017

Presentamos algunos datos del Índice de libertad humana 2017.

Fuente: elcato.org


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El liberalismo, una filosofía en peligro

diciembre 20, 2017

El liberalismo en peligro

¿En peligro? ¿Quién lo dice?

Pues lo dice Pedro Schwartz, catedrático de Historia del Pensamiento Económico, ex presidente de la Mont Pelerin Society, que ha estudiado el tema durante toda su vida.

¿Dónde?

Lo explica en su MOOC, que ha sido patrocinado, desarrollado, apoyado por la Fundación Rafael del Pino, lugar de tantos encuentros de liberales, y que marca con su sello de calidad todo lo que hace. Tengo la suerte de pertenecer al equipo académico de este curso gratuito, en el que Pedro Schwartz analiza desde su particular punto de vista, los orígenes del liberalismo, el presente, los peligros que amenazan la libertad y su futuro. Todo ello, de la mano de los gigantes intelectuales que sostienen el pensamiento liberal.

La inscripción está abierta y es gratuito. Hay que entrar en esta página:
https://www.frdelpinoenred.com/cursos/pensamiento-lideres-pedro-schwartz/  para registrarse e inscribirse.

El curso comienza el lunes 15 de enero de 2018 y habrá gran traca final en el último módulo. La flexibilidad de horarios, el seguimiento en los foros, la interactividad hacen de este curso una oportunidad fantástica para convencidos pero también para quienes simplemente son curiosos o tienen interés en conocer qué hay detrás de lo que se etiqueta como liberalismo.

El propio Pedro os lo cuenta:

—María Blanco es doctora en Ciencias Económicas y Empresariales, investigadora y autora de Afrodita Desenmascarada. Una defensa del feminismo liberal (Deusto).

Fuente: marygodiva.wordpress.com, 20/12/17.

El liberalismo es un sistema filosófico, económico y político, que promueve las libertades civiles; se opone a cualquier forma de despotismo, suscitando a los principios republicanos, siendo la corriente en la que se fundamentan la democracia representativa y la división de poderes.

Diego Rodríguez  –  rodriguezdiegon.blogspot.com.ar

libertad romper cadenas.

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La importancia de una moneda sana

octubre 21, 2016

El concepto de una moneda sana, como un instrumento para proteger las libertades civiles

Con los alumnos de la UBA Económicas vemos a Ludwig von Mises  y la idea clásica de la moneda sana (de “Reconstrucción Monetaria”):

mises2

El principio de una moneda sana que guió las doctrinas y políticas monetarias del siglo XIX fue un producto de la economía política clásica. Constituyó una parte esencial del programa liberal, tal como lo desarrolló la filosofía social del siglo XVIII y lo difundieron los partidos políticos más influyentes de Europa y América durante el siglo siguiente.

La doctrina liberal ve en la economía de mercado el mejor, inclusive el único sistema posible de organización económica de la sociedad. La propiedad privada de los factores de la producción tiende a transferir el control de ésta a manos de quienes se hallan mejor capacitados para la tarea, y, de esta suerte, a procurar a todos los miembros de la sociedad la satisfacción más completa posible de sus necesidades. Ella atribuye a los consumidores el poder de elegir a aquellos proveedores que los abastezcan más barato de los artículos que solicitan con mayor urgencia y en esa forma sujeta a los empresarios y a los propietarios de los factores productivos, es decir, a los capitalistas y terratenientes, a la soberanía del público consumidor. Ella hace que las naciones y sus ciudadanos sean libres y proporciona sustento abundante para una población cada vez más numerosa.

Como sistema de cooperación pacífica con arreglo a la división del trabajo, la economía de mercado no podría funcionar sin una institución que garantizara a sus miembros que estarán protegidos en contra de los malhechores de adentro y de los enemigos de afuera. La agresión violenta únicamente puede frustrarse mediante la resistencia y la represión armadas. La sociedad necesita un aparato defensivo, un estado, un gobierno, una fuerza policíaca. Su funcionamiento sin tropiezos ha de salvaguardarse mediante el apresto incesante a repeler a los agresores. Mas entonces surge un nuevo peligro. ¿Cómo es posible mantener bajo control a aquellos a quienes se confía la dirección del aparato gubernamental, a fin de que no volteen sus armas contra aquellos a quienes deben servir? El problema político esencial estriba en cómo impedir que los gobernantes se conviertan en déspotas y esclavicen a los ciudadanos. La defensa de la libertad individual en contra de los abusos de los gobiernos tiránicos constituye el tema esencial de la historia de la civilización occidental. El rasgo característico de occidente se encuentra en el afán de sus pueblos por ser libres, preocupación que es desconocida de los orientales. Todas las maravillosas proezas de la civilización occidental son otros tantos frutos que han crecido en el árbol de la libertad.

Es imposible asir el significado de la idea de la moneda sana si no se hace uno cargo de que se concibió como un instrumento destinado a proteger las libertades civiles contra las invasiones despóticas por parte de los gobiernos. Ideológicamente pertenece a la misma categoría que las constituciones políticas y las declaraciones de derechos. La exigencia de garantías constitucionales y de declaraciones de derechos representó una reacción contra los regímenes arbitrarios y la inobservancia por los reyes de las costumbres tradicionales. El postulado de una moneda sana se esgrimió como respuesta a la práctica de los príncipes de rebajar la ley de la moneda acuñada. Más tarde se elaboró y perfeccionó con cuidado en la época que, como resultado de su experiencia con la Moneda Continental de las Colonias Norteamericanas, con el papel-moneda de la Revolución Francesa y con el período de restricción en Inglaterra, había aprendido lo que un gobierno puede hacer al sistema monetario de una nación.

El cripto-despotismo moderno, que en los Estados Unidos de América ha usurpado el nombre de liberalismo, critica la negatividad del concepto de libertad. Esta censura carece de valor, toda vez que se relaciona puramente con la forma gramatical de la idea y no entiende que todos los derechos civiles pueden definirse con igual propiedad en términos afirmativos que en términos negativos. Son negativos en cuanto tienen por finalidad cerrar la puerta a un mal, como es la omnipotencia del poder público, e impedir que el Estado se convierta en totalitario. Son afirmativos en cuanto tienden a preservar el funcionamiento sin obstáculos del sistema de propiedad privada, el único sistema social que ha creado lo que llamamos civilización.

De esta suerte, el principio de la moneda sana reviste dos aspectos. Es afirmativo cuando sanciona la elección por el mercado de un medio de cambio de uso general. Es negativo cuando se opone a la propensión del gobierno a entrometerse con el sistema monetario.

Fuente: bazar.ufm.edu, 20/10/16.

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