¿Por qué insistir que el liberalismo fracasó igual que el marxismo?

julio 14, 2019 · Imprimir este artículo

Muchos indicadores demuestran que estamos mejor hoy en los países en desarrollo de lo que estaban los países ricos hace 75 años. ¿Por qué ha sucedido esto? Es el resultado de que algunas cosas que solían ser propiedad exclusiva de ciertos países occidentales se han empezado a difundir por el mundo, ideas como el capitalismo, la economía de mercado, la producción libre y el libre intercambio.

Por Eleonora Urrutia.

Está de moda criticar y culpar de todos los males a un supuesto “modelo” de sociedad al que se califica de “neoliberal”. Sus críticos cobijan solapadamente el renacimiento de un leninismo arcaico, una rabia bolchevique absolutamente paradójica en pleno siglo XXI y pretenden vivir en función de supuestos beneficios delirantes, más propios de egoísmos infantiles que de análisis serenos de convivencia.

Así, lo que llaman “el modelo neoliberal” responde a un error de análisis de los socialistas, incluido el nacionalsocialismo nazi, que los lleva a estar convencidos de la viabilidad de sistemas centralizados, liberticidas, planificadores de la realidad -como si ésta no dependiese del libre albedrío de los hombres- y confiar en artificiales operativos de felicidad programada que solo han sido capaces de distribuir miseria y terror en partes iguales. Esta es “la” diferencia con los liberales, que creemos en acuerdos institucionales tendientes al establecimiento de unas pocas reglas generales que sujeten las propensiones menos estimables de los seres humanos, pero que dejen un amplio ámbito a la exteriorización espontánea de las que contribuyen al bienestar general, donde la tradición opere como la transmisora de las experiencias vividas y de los conocimientos acumulados por generaciones anteriores sin que nadie se arrogue la idea de un modelo especial.

Una sociedad liberal puede ser muy colectiva o muy individualista, justamente porque el resultado de las reglas depende de la voluntad de las personas. Pero si opta por ser colectiva es voluntaria y no impuesta por una minoría iluminada en busca del mejor “modelo” para el resto. Efectivamente, las sociedades que han seguido principios liberales, como todas las cosas, están llenas de defectos y problemas; pero en la medida en que se avanza se van creando instituciones que cada vez funcionan mejor. El punto es que todos los otros sistemas colectivos que han pretendido construir una sociedad en base a un modelo determinado por unos pocos han sido mucho peores. Aparentemente el odio contra estas sociedades responde a que no les es permitido imponer su criterio de lo que es bueno o beneficioso, y con ello no tienen el poder del creador, sino que deben convencerlas en el día a día y en las decisiones que toma cada uno.

Los resultados de la libertad

La evidencia muestra que hace más de 10.000 años había menos de 10 millones de personas en el planeta. Hoy en día hay más de 6 mil millones [en realidad: 7550 millones de personas según la ONU], 99% de los cuales están mejor alimentados, mejor refugiados, mejor entretenidos y mejor protegidos contra las enfermedades que sus ancestros de la Edad de Piedra. La disponibilidad de casi todo lo que una persona podría querer o necesitar ha ido aumentando de forma errática durante 10.000 años y se ha acelerado rápidamente en los últimos 200: calorías; vitaminas; agua limpia; máquinas; intimidad; medios para viajar más rápido de lo que podemos correr, y la capacidad de comunicarnos a través de distancias más largas de las que podemos gritar. Durante las últimas dos décadas, la proporción de la pobreza absoluta -las personas con un ingreso inferior al dólar/día- se ha reducido del 31 al 20 por ciento; incluso, a pesar de que la población total aumentó en 1.500 millones, también se ha reducido en números absolutos por primera vez en alrededor de 200 millones. En los últimos 30 años, la renta media en los países en desarrollo se ha duplicado y las situaciones de hambre permanente se han reducido del 37 al 18%. Durante los últimos 50 años, la pobreza global se ha reducido más que en los 500 años anteriores juntos, el analfabetismo ha hecho lo propio del 70 al 25%, la mortalidad infantil del 18 al 8% y la esperanza de vida ha crecido de 46 a 64 años. La mejora es una aspiración legítima de la humanidad y el progreso material no sólo es bueno por sí, sino que está asociado a otros bienes morales también valiosos.

En otras palabras, estos indicadores están mejor hoy en los países en desarrollo de lo que estaban en los países ricos hace 75 años. ¿Por qué ha sucedido esto? Es el resultado de que algunas cosas que solían ser propiedad exclusiva de ciertos países occidentales se han empezado a difundir por el mundo, ideas como el capitalismo, la economía de mercado, la producción libre y el libre intercambio. Los progresistas se quejan de que este mundo más libre crea pobreza y desigualdad. Eso es una verdad a medias. Si se considera la pobreza están completamente equivocados; la pobreza ha disminuido en las décadas de globalización. Pero están en lo cierto cuando dicen que este es un mundo desigual. El factor que más determina el nivel de vida de un individuo y sus oportunidades de prosperar es la latitud en la que ha nacido; quienes nacen en el hemisferio norte tienen mayor libertad de emplear la inteligencia en lo que consideran adecuado y tiene la libertad de trabajar en su beneficio, libertades éstas que en el sur se tienen en mucho menor grado. Hay un dato que lo dice todo: la gente en los países más libres vive de media 24 años más que la gente en los países menos libres. Sí, la distribución de la riqueza en el mundo es desigual, pero debido a la desigual distribución de la libertad, lo que a su turno da origen entre otras cosas a la acumulación de capital. Si destruyéramos esta acumulación de capital y las causas que le dan origen, todos seríamos pobres, pero, eso sí, iguales. Y además no se trata de un juego suma cero: el norte no le saca al sur sino que produce más que el segundo. Pero lo mismo podría ocurrir invirtiendo los hemisferios.

Lectura recomendada:  Adam Smith y su madre

Pero todos estos datos no parecen calar en la cabeza de algunos. Sucede que muchas veces creemos que para triunfar en la lucha por la libertad basta con la abrumadora evidencia de los hechos cuando en cambio ellos resultan insuficientes para causar la convicción necesaria en el debate ideológico. Como decía von Mises: “facts per se can neither prove nor refute anything. Everything is decided by the interpretation and explanation of the facts, by the ideas and theories”. [Los hechos per se no pueden probar ni refutar nada. Todo se decide por la interpretación y explicación de los hechos, por las ideas y teorías .”]

Quizás sea por ello que, aunque la izquierda pierde las elecciones, conserva su pretendida superioridad moral. Ella establece las pautas de correcta conducta. No admite debate. ¿Constituyen ciertas regulaciones de la llamada “Memoria Histórica” en distintas circunstancias una conculcación de la libertad de expresión? Ciertamente, es evidente. Pero ahí no se admite debate. La pereza de muchos intelectuales conservadores, la cobardía –le llaman prudencia– de no significarse en defensa de la libertad para no ser tildado de fascista y la renuncia de los partidos más afines a las ideas de la libertad para defender filosóficamente un ideario liberal hacen que el púlpito de los dictámenes éticos y las costumbres esté ocupado por el autodenominado progresismo.

Un pie de página sobre neoliberalismo

El término “neoliberalismo” es confuso y de origen reciente. Prácticamente desconocido en Estados Unidos, tiene alguna utilización en Europa, especialmente en los países del este. Está ampliamente difundido en América Latina, África y Asia. Sin embargo, esta difusión tiene poco que ver con su origen histórico. Forma parte del debate público que se produce en tales regiones, en el que la retórica tiene un rol protagónico para darle o quitarle sentido a las palabras. Así, “neoliberalismo” es utilizado para caracterizar cualquier propuesta, política o gobierno que, alejándose del socialismo más convencional, propenda al equilibrio presupuestal, combata la inflación, privatice empresas estatales y, en general, reduzca la intervención estatal en la economía. Sucede que aisladamente un gobierno socialista puede tomar medidas liberales y un gobierno liberal puede tomar medidas socialistas. Ejemplos hay muchos en la historia, desde los laboristas neozelandeses hasta los conservadores británicos. Pero ello no hace a los socialistas liberales, ni a estos, aquéllos.

Hayek advirtió contra la perversión del lenguaje y denunció la existencia de lo que llamaba palabras-comadreja. Inspirado en un viejo mito nórdico que le atribuye a la comadreja la capacidad de succionar el contenido de un huevo sin quebrar su cáscara, sostuvo que existían palabras capaces de succionar a otras por completo su significado. Denunció entre otras a la palabra social. Así explicó que esta palabra agregada a otra la convertía en su contrario. Por ejemplo, la justicia social no es justicia; la democracia social, no es democracia; el constitucionalismo social, no es constitucionalismo; el estado social de derecho, no es estado de derecho, etc.  En el caso del “neoliberalismo”, lo que sucede es que se quiere asimilar con el liberalismo algunas políticas o ideas en particular que aisladamente podrían ser compatibles con él, pero también con cualquier otra cosa, sugiriendo una identidad inexistente. Se trataría de lo que en teoría se denomina una sinécdoque particularizante: se quiere presentar partes del liberalismo como si fuera el todo.

Desde el punto de vista lógico, estas figuras retóricas son consideradas falacias. Pero en el debate político la verdad no resulta de un razonamiento lógico, en el sentido de una inferencia deductiva, sino de un procedimiento dialéctico, en el sentido socrático del término. La verdad política no es deductiva ni lógica, sino expositiva y retórica. Tiene la razón quien mejor la expone. Ser liberal no significa lo mismo en todos los países. Algunos de los conceptos más preciados por los liberales, como justicia, estado de derecho o propiedad, han sido tergiversados por adjetivos semánticamente predatorios. Y, en el colmo de la paradoja, quieren sus enemigos asociar el liberalismo con ideas, políticas o gobiernos que le resultan ajenos y nada tienen que ver con las ideas de la libertad. Lo que demuestra, como tantas otras cosas, que cada vez nos alejamos más de la realidad de las cosas, para introducirnos gozosamente en un mundo idiota, donde de la obviedad hacemos una noticia y además discutimos sobre ella.

Fuente: ellibero.cl, 14/07/19.

Pilares del Liberalismo

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Más información:

Friedrich von Hayek: Camino de Servidumbre

La llamada de la tribu, por Mario Vargas Llosa

Nazismo y Socialismo

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