El Conde de Chanteleine, la novela censurada de Julio Verne
enero 10, 2023
La Cooperativa de los Libros Dormidos rescata una novela desconocida de Verne
«Robo, mentira y crimen, ésta es la verdadera trilogía de la Revolución, que puso a hierro y fuego a Europa.»
Pierre Chaunu
El proyecto busca sacar del olvido títulos que quedaron silenciados, como El Conde de Chanteleine, única incursión realista del autor francés, que no circuló durante 150 años
Por Natalia Blanc.
Alex Vallega y Ezequiel Méndez integran un equipo con un nombre y una misión muy especial: la Cooperativa de los Libros Dormidos, un sello editorial pequeño dedicado a publicar y difundir obras literarias perdidas o silenciadas durante siglos. Este año, en un listado de títulos clásicos para un grupo de lectura integrado por jóvenes, descubrieron que uno de ellos, El Conde de Chanteleine, de Julio Verne, no se había reeditado en los últimos 150 años. Buscaron «socios» que aportaran un mínimo de $250, crearon un fondo y publicaron 300 ejemplares.
El Conde de Chanteleine es la única novela de Verne basada en hechos reales: la masacre de la población rural de la Vendée, una región del oeste de Francia, atacada por los revolucionarios. Es un episodio de la Revolución Francesa que no figura en la historia oficial y que el autor de Viaje al centro de la Tierra narró en una ficción «tan real que llega hasta lo increíble», como dicen los editores en la contratapa. «Esta novela desapareció sospechosamente de toda biblioteca pública o privada del mundo, lo cual no puede deberse al olvido de las editoriales, y menos tratándose de un escritor de la fama de Julio Verne. He aquí un misterio que tal vez el lector pueda resolver recorriendo la tierra de la Vendée, donde chocaron los ejércitos azules de la Revolución contra las decididas milicias rurales. Una historia de héroes, de amor y de aventura, con la marca de ‘Jules’, pero en la cual la fantasía fue reemplazada por una historia real».
La Cooperativa de los Libros Dormidos es uno de los tantos emprendimientos de una asociación peculiar: el Club de los Negocios Raros, formado por Vallega, en busca de oportunidades comerciales que, en general, no funcionaron. En este caso, no persiguen un rédito económico, sino, simplemente, se proponen rescatar un libro de un gran escritor que fue «silenciado» por cuestiones ideológicas.
«No es necesario presentar a Julio Verne (1824-1905), fecundo autor de aquellas grandes obras de aventuras que han quedado en nuestra memoria. Sin embargo, El Conde de Chanteleine. Un episodio de la revolución (1864), permaneció oculta por más de un siglo. Narra la vida del conde de Chanteleine, inspirada en el personaje real de Pierre de la Champonniere y de su capellán Fermont, en la guerra de la Vendée, que a partir de 1793 fue asolada y azotada por el Comité de Salud Pública, causando una guerra civil entre los ciudadanos que se mantuvieron fieles a su fe y a su rey y los revolucionarios que expandían el lema de ‘libertad, igualdad, fraternidad’ -explicó Méndez a LA NACION-. Verne conoció de primera mano aquellos hechos históricos por boca de los hijos de Champonniere en casa de su tío Prudent, en Nantes. Ya había publicado Cinco semanas en globo (1863) y su editor y amigo Pierre-Jules Hetzel (de origen republicano) se negó a difundir la novela, que finalmente salió en 1866, y en 1870 se tradujo al español. Luego, vio la luz, parcialmente, en Francia en 1971 y en forma completa en 1994 con una tirada muy reducida y recién a principios de este año se publicó en España».
Vallega retoma el relato: «Cuando surge el título de Verne para que lean los jóvenes del club de lectura empiezo a buscarlo en librerías y bibliotecas y no lo encuentro por ningún lado. Entonces, nos preguntamos qué pasó con ese libro que circulaba en internet, pero no se conseguía impreso y decidimos publicarlo». No tuvieron que pagar derechos de autor porque ya son de dominio público. Para ilustrarlo organizaron un concurso entre chicos de entre 10 y 17 años con las escenas más relevantes de la historia. Entre los finalistas hubo una madre, que se sumó al concurso, y una hija, cuyos trabajos coloridos fueron elegidos para la tapa y la contratapa. Las imágenes de las páginas interiores llevan el nombre y la edad de cada «artista». Los chicos quedaron tan entusiasmados con el proyecto que ahora quieren hacer una obra de teatro con algunas escenas de la historia de Verne. «Además de valores, aprendieron que no hay una sola versión de la historia», aporta Méndez.
Los dos impulsores de la Cooperativa de los Libros Dormidos son licenciados en Ciencia Política por la UCA y docentes hace décadas. Vallega da clases en el Colegio San Pablo y Méndez es director del Departamento de Alumnos de la UCA. Vallega, además, está al frente de un centro de investigación patagónica y tiene muchas inquietudes: entre sus variados proyectos está el Club de los Negocios Raros. «Hace unos años empecé a reunir gente para comprar ovejas. No logré juntar muchos adeptos porque se necesitaban muchos fondos, así que no funcionó. Después, mi primer desembarco editorial fue con la intención de editar libros patagónicos. Publiqué Las 100 hectáreas de don Pedro Villegas, de Godofredo Daireaux (París, 1849/Buenos Aires, 1916), un libro que no se imprimía desde principios de 1900. Al tiempo, nació la Cooperativa de los Libros Dormidos. El nombre tiene que ver, justamente, con rescatar libros olvidados, perdidos, silenciados, como la novela realista de Verne». Cada «socio» (lograron sumar 200) tiene un carnet del club con su número de adherente a la Cooperativa de los Libros Dormidos.
«A mí, los libros como esta novela me atrapan por la cuestión histórica. Como Alex es un entusiasta, cada uno colaboró desde lo que sabe y lo que puede. Hicimos una suscripción entre un grupo de amigos y así pudimos pagar la impresión», agrega Méndez.
«Uno conoce los títulos clásicos de Verne, entre sus más de 70 obras. Siempre fue un escritor de aventuras, además de un pionero en temas como los viajes al espacio y al centro de la Tierra. El Conde de Chanteleine nos adentra en un mundo desconocido y en su visión de hombre de fe», concluye Méndez.
Los dos coinciden en que, al leer la novela, «uno no puede creer lo que sucedió en Vendée. Por lo duro, por lo cruel. Fue una masacre. No fue casual que el libro no haya circulado. Fue por motivos ideológicos: la expansión de los ideales de la Revolución Francesa hizo que el libro quedara silenciado porque muestra una faceta de la revolución que no es agradable». Como concluye Vallega, «fue una censura muy sutil e inteligente: dejaron la historia de Verne en el olvido».
Fuente: La Nación, 01/09/19.
El libro puede adquirirse en el Club del Libro Cívico, Marcelo T. de Alvear 1348, local 147, Buenos Aires, Tel.: 011 4813-6780. [email protected]
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El Conde de Chanteleine de Julio Verne: aventuras trepidantes, censurada por el horror republicano
Por Jorge Soley.
La novela de Julio Verne sobre el alzamiento católico contra la «Revolución Francesa» que se negaron a publicar
Que aparezca un nuevo libro de Julio Verne no pasa todos los días. Nada menos que el creador del Nautilus y el capitán Nemo, de Miguel Strogoff, de quien nos llevó al centro de la Tierra, cinco semanas en globo u ochenta días para dar la vuelta al mundo. Vamos, que quizás estamos ante el escritor que más nos ha hecho soñar.
LibrosLibres anunciaba la publicación de El conde de Chanteleine, una novela ambientada en el alzamiento católico y monárquico de la región de La Vendée contra el régimen del Terror de la Revolución Francesa.
Un joven Verne la había publicado por entregas en 1864 y cuando, años después, quiso publicarla como libro, su editor se negó por razones ideológicas.
¿Sería solo eso o es que la novela no daba la talla? ¿Es una novela donde el fondo de las guerras vendeanas es un mero escenario de fondo o realmente Verne se mete a fondo en las motivaciones que dieron lugar a tan trágico acontecimiento?
Con estas preguntas en mente me puse a leer la obra (que devoré en dos días) y mi conclusión es que el veto fue meramente ideológico, y se entiende, porque la Vendée no es un detalle, sino que lo envuelve todo.
Que nadie espere un libro de historia, ni tampoco una obra debida a la pluma de Dante o Dostoievski. Estamos ante un libro típico de Julio Verne, una novela de aventuras y amor trepidante, que te atrapa y que creo que podríamos clasificarla como un precedente de la magnífica Miguel Strogoff. No hay aquí grandes introspecciones y los personajes no sufren complejas transformaciones: hay héroes, villanos, leales vasallos… que lo son hasta el último suspiro.
Leyendo El conde de Chanteleine uno entiende por qué Julio Verne triunfó: mantiene siempre el pulso de la narración, en un conseguido equilibrio entre descripción(natural de Nantes, en la región donde transcurre la novela, Verne transmite un gran verismo en sus expresivas descripciones de lugares y tipos), diálogos y acción.
El libro se inicia de modo trepidante, sumergiéndonos en la guerra y las peripecias que han de arrostrar el heroico conde de Chanteleine y su leal hermano de leche Kerman, amenazados por el felón y asesino Karval. Luego, el relato se sosiega para dar lugar a una romántica (y previsible) historia de amor y ofrecernos una escena explicativa del modo en que eran acogidos los sacerdotes juramentados por parte de la gente sencilla de Bretaña, antes de retomar la emoción que nos llevará, de modo inesperado, hacia el final feliz de cualquier novela de aventuras que se precie.
Decía antes que la resistencia de los vendeanos a las imposiciones de la Revolución, su heroica lucha y el Terror desencadenado por la República no eran un mero escenario secundario en El conde de Chanteleine.
Por el contrario, Verne aprovecha para explicarnos detalles de lo acaecido en aquellas guerras, explicitando las motivaciones, mostrando los actos de unos y otros, sin ocultar las terroríficas acciones revolucionarias que bien pueden calificarse de genocidas (un pequeño inciso que justifica al Comité de Salud Pública revolucionario por la necesidad de un poder fuerte en un momento de caos no fue suficiente para salvar la censura republicana, tan favorable a los vendeanos es el resto del libro).
Es todo el libro el que trasluce, diría que en cada una de sus frases, admiración por la fe de los vendeanos y censura hacia las acciones de sus enemigos.
Estamos pues ante una novela de aventuras que transmite un mensaje inequívocamente contrarrevolucionario y que gustará a quienes disfrutan de un relato emocionante como Julio Verne tantas veces demostró que bordaba.
Fuente: religionenlibertad.com, 2019.
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LA GUERRA DE LA VENDÉE
Datos básicos:
Inicio de la Revuelta: Marzo 1793.
En la región francesa de Bretaña, con capital en Nantes.
Líderes de la revuelta: origen humilde: Cathelineau, Stofflet.
Líderes de la Convención: generales Kléber y Turreau.
Paz alcanzada en Febrero 1795, aunque se produjeron nuevos levantamientos en años sucesivos.
Localización: La Vendée es un departamento del Oeste Francés, cuya capital administrativa es Nantes. Al Norte de la Vendée se encuentra el departamento de Bretaña, ocupando la Península del mismo nombre, conocida como «Finisterre francés».
Desarrollo:
Tradicionalmente se ha considerado la guerra de la Vendée como un intento de los estamentos privilegiados por invertir la situación política tras la Revolución ocurrida en Francia unos años antes (1789). En realidad, se ha comprobado en recientes estudios que la base social del movimiento fueron los campesinos, concretamente los más pobres, quienes vieron como la esperada revolución social no solo no les benefició si no que les perjudicó gravemente.
Esto se debe por un lado a que la Revolución Francesa fue en realidad la sustitución de dos clases dominantes (nobleza y clero) por una nueva (la burguesía), que alcanzó el poder ayudándose de la fuerza del pueblo llano. Una vez alcanzado este, los burgueses se olvidaron de la prometida revolución social y empezaron a legislar en su propio beneficio.
El detonante de la revuelta de la Vendée fue una de estas leyes, que obligaba al reclutamiento forzoso de todos los campesinos, pero dejaba exentos a todos los trabajadores de la nueva República, que «curiosamente» eran casi todos burgueses.
Esto provocó las iras en distintas comarcas de Francia, pero en la Vendée se produjeron con más intensidad a la vez que los nobles y el clero, se sumaban a la revuelta, esperando obtener algún tipo de rédito.
La guerra tuvo varias partes, una primera de guerrillas campesinas, sin instrucción ni objetivo claro, salvo evitar el alistamiento. Sería un tiempo después cuando algunos nobles se sumaron a la revuelta, cuando la organización aumentó , se pudieron obtener victorias en campo abierto e incluso sitiar ciudades.
La Francia de la Convención ordenó el exterminio de cualquier rebelde y envió a sus mejores generales a terminar rápidamente con los insurrectos, pero no fue tan fácil.
Solo una política brutal, basada en la destrucción completa del terreno, la quema de ciudades y pueblos y el ajusticiamiento de cualquier prisionero. Es posible que la guerra de la Vendée haya sido la más cruel de las que han asolado Francia, pues se sabe que los prisioneros rebeldes eran embarcados maniatados en lanzas y estas eran hundidas en medio del río Loira a su paso por Nantes. Estos métodos represivos recuerdan prácticas actuales juzgadas como genocidas, pues buscan el exterminio absoluto de un pueblo o grupo de oposición.
La paz formal se acordó en 1795, con un acuerdo que incluía una amplia amnistía A pesar de ello, el irreductible carácter Bretón hizo que volviera a haber nuevos levantamientos durante las siguientes décadas, pero ya con menor violencia que la primera guerra la Vendée.
Fuente: historiaaldia.wixsite.com, 2017.
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El genocidio de La Vendée: las pruebas de la determinación anticatólica de la Revolución Francesa
Por Carmelo López-Arias.
«Camaradas, entramos en el país insurrecto. Os doy la orden de entregar a las llamas todo lo que sea susceptible de ser quemado y pasar al filo de la bayoneta todo habitante que encontréis a vuestro paso. Sé que puede haber patriotas [ciudadanos afectos a la Revolución] en este país; es igual, debemos sacrificarlo todo«.
El primer genocidio de la era moderna
Ni Lenin fue más claro. De todos los intentos de exterminio que jalonan la historia de la Modernidad (armenios, ucranianos, judíos, rusos blancos, camboyanos, tutsis…), aquel en el que mejor consta la determinación genocida es el que tuvo lugar en 1793 y 1794 contra la población de la región francesa de la Vendée a causa de su fidelidad católica. La voluntad exterminadora del Comité de Salud Pública era tan clara, que los ejecutores materiales de las matanzas, sintiéndose inequívocamente respaldados, no temieron dejar constancia de ellas, por incriminatorio que pudiese resultar.
La frase citada al principio, por ejemplo, la pronunció el general Grignon, al mando de la primera columna que entró en el país. Pero esa y otras pruebas padecieron durante dos siglos un espeso manto de silencio: la historia de la Revolución Francesa la escribieron los revolucionarios, y la protección pública a una verdad oficial que ocultaba esos hechos laminaba en la práctica la labor de los historiadores que osaran discutirla.
Una investigación capital: Reynald Secher
Sólo en torno a 1989, con ocasión del bicentenario, comenzaron a llegar a la opinión pública hechos que hasta entonces sólo divulgaban las minorías contrarrevolucionarias. En 1985, cuando Reynald Secher quiso defender primero, y publicar después, su tesis doctoral sobre el genocidio de la Vendée (La Vendée-Vengé. Le génocide franco-français), que allegaba cientos de testimonios de autoinculpación de los revolucionarios, fue seriamente advertido de las consecuencias para su futuro académico de exponer unos hechos que contradecían el adoctrinamiento impuesto a los franceses desde la escuela durante doscientos años.
Pero siguió adelante, y aunque el libro nunca se ha publicado en español, forma ahora el punto de partida de la reciente obra de investigación del profesor Alberto Bárcena en La guerra de la Vendée. Una cruzada en la revolución (San Román). Bárcena brinda así, por primera vez al lector no especializado, los elementos esenciales de la investigación de Secher, completados con la propia investigación del autor.
El libro demuestra, con base documental y testifical, que el fundamento de la resistencia de los vendeanos, y la causa del odio revolucionario hacia ellos, fue la religión.
Amor a los refractarios, desprecio a los juramentados
Tras el asesinato de Luis XVI el 21 de enero de 1793 y el inicio de la guerra contra España en marzo, la Convención ordenó una leva de 300.000 hombres, que fue la chispa que encendió la rebelión. Pero lo que realmente había convertido en rebeldes los espíritus de los franceses (no sólo los vandeanos) era la Constitución Civil del Clero, que exigía a los sacerdotes un juramento de fidelidad a la Revolución.
La persecución contra los obispos y sacerdotes que se negaron fue brutal, y las autoridades los sustituían por el clero adicto. Bárcena cita multitud de documentos en los que el pueblo exige «buenos curas» como una de sus principales reivindicaciones. Los curas juramentados eran detestados como infieles. Los refractarios, protegidos y escondidos por la gente aun a riesgo de su propia vida.
Los vandeanos, entrañablemente adheridos a la monarquía católica, se distinguieron particularmente en ese rechazo a las autoridades revolucionarias.
Héroes de la resistencia católica
El levantamiento popular, en ocasiones sin más armas que los aperos de labranza, fue tan entusiasta que infligió a los azules derrotas memorables, de forma que los caudillos católicos se convirtieron en mitos, comenzando por el primero de ellos, Jacques Cathelineau, muerto en combate, y siguiendo por nombres de leyenda como François de Charette o el conde de La Rochejaquelein.
Cathelineau (arriba) y Charette (abajo), dos de los grandes caudillos vandeanos.
Hasta 40.000 soldados lograron presentar en orden de batalla los contrarrevolucionarios, que estuvieron a punto de conquistar Nantes. Llegaron a sumar más de cien mil hombres.
Se decide el genocidio
La Convención comprendió que la mecha vandeana podía prender en todo el país por motivos similares, y fue entonces cuando se tomó la decisión del genocidio: el decreto de 1 de agosto de 1793, que incluía el envío a la región de cantidades ingentes de materiales combustibles de toda clase. El pueblo no combatiente abandonó masivamente la zona, en número de 80.000 personas, mientras los revolucionarios saqueaban y quemaban sus casas.
Un despacho del general Marceau, comandante en jefe interino del ejército del oeste, describe así su paso por la Vendée: «Por agotadas que estuvieran nuestras tropas hicieron todavía ocho leguas, masacrando sin cesar y haciendo un botín inmenso. Nos hicimos con siete cañones, nueve cajas y una inmensidad de mujeres (tres mil fueron ahogadas en Pont-au-Baux)». Los ahogamientos masivos en los ríos fueron uno de los métodos más usados para las matanzas: las llamaban eufemísticamente «deportaciones verticales».
«Fusilamos a todo el que cae en nuestras manos, prisioneros, heridos, enfermos en los hospitales», confiesa el general Rouyer.
Medidas «buenas y puras»
La intensidad de las matanzas era de tal calibre, que algunos de los ejecutores quisieron ponerse a cubierto de cualquier responsabilidad. El 17 de de enero de 1794, el general Turreau exige a la Convención que le confirme la orden de «quemar todas las villas, pueblos y aldeas de la Vendée que no estén en el sentido de la Revolución». Y no por escrúpulos morales, sino por mera seguridad jurídica, pide certidumbres: «Debéis igualmente pronunciaros de antemano sobre la suerte de las mujeres y los niños. Si hay que pasarlos a todos por el filo de la espada, yo no puedo ejecutar semejante medida sin una orden que ponga mi responsabilidad a cubierto».
La respuesta del Comité de Salud Pública llegó el 8 de febrero, y es la prueba evidente de que en la Vendée no hubo excesos: todo lo que se hizo estaba amparado por las autoridades de la Revolución Francesa. «Te quejas, ciudadano general», le dicen, «de no haber recibido del Comité una aprobación formal a tus medidas. Éstas le parecen buenas y puras pero, alejado del teatro de operaciones, espera los resultados para pronunciarse: extermina a los bandidos hasta el último, ése es tu deber». Los «bandidos» eran, obviamente, los católicos vandeanos.
Un horror inconcebible
De las atrocidades cometidas da cuenta la denuncia de un oficial de policía, Gannet, sobre lo que vio cometer al general Amey, que mandaba la división con sede en Mortagne. Una vez más, la denuncia no es moral, sino política: sencillamente, Amey, en absoluta orgía asesina, está matando también a partidarios de la Revolución Francesa.
He aquí el impresionante testimonio de Gannet: «Amey hace encender los hornos y cuando están bien calientes mete en ellos a las mujeres y los niños. Le hemos hecho amonestaciones; nos ha respondido que era así como la República quería cocer su pan. Primeramente se ha condenado a este género de muerte a las mujeres bandidas, y no hemos dicho demasiado; pero hoy los gritos de esas miserables han divertido tanto a los soldados y a Turreau que han querido continuar esos placeres. Faltando las hembras de los realistas, se han dirigido a las esposas de verdaderos patriotas. Ya veintitrés, que sepamos, han sufrido este horrible suplicio y no eran culpables más que de adorar a la nación. Hemos querido interponer nuestra autoridad, los soldados nos han amenazado con la misma suerte».
Aquellas fuerzas revolucionarias, uniformadas, al mando de generales que luego destacarían bajo Napoleón, debidamente respaldadas por el Comité de Salud Pública, fueron denominadas «columnas infernales».
Se justifica por más testimonios. El capitán Dupuy, del batallón de la Libertad, escribe así a su hermana: «Por todas partes donde pasamos, llevamos la llama y la muerte. La edad, el sexo, nada es respetado. Un voluntario mató, con sus propias manos, a tres mujeres. Es atroz, pero la salvación de la República lo exige imperiosamente. No hemos visto un solo individuo sin fusilarle. Por todas partes la tierra está cubierta de cadáveres».
El cirujano Thomas describe escenas horrorosas: «He visto quemar vivos a hombres y mujeres. He visto ciento cincuenta soldados maltratar y violar mujeres, chicas de catorce y quince años, masacrarlas después y lanzarse de bayoneta en bayoneta tiernos niños que habían quedado al lado de su madre sobre las baldosas».
Hay datos aún más escalofriantes, como la utilización de la piel de las víctimas, un hecho firmemente documentado en varias causas judiciales e incluso en un informe oficial del capitoste revolucionario Saint-Just: «Se curte en Meudon la piel humana. La piel que proviene de hombres es de una consistencia y de una bondad superiores a la de las gamuzas. La de los sujetos femeninos es más flexible, pero presenta menos solidez».
Los cadáveres de los vandeanos servían incluso para grasa. De nuevo, a confesión de parte, en este caso de uno de los soldados del general Crouzat que el 5 de abril de 1794 quemaron a 150 mujeres: «Hicimos agujeros en la tierra para colocar calderas a fin de recibir lo que caía; habíamos puesto barras de hierro encima y colocado a las mujeres encima. Después, más encima aún, estaba el fuego. Dos de mis camaradas estaban conmigo en este asunto. Envié diez barriles a Nantes. Era como la grasa de momia: servía para los hospitales».
Reacción tardía
Algunos revolucionarios, como el general Danican, sí denunciaron la barbarie: «He visto masacrar a viejos en su cama, degollar niños sobre el seno de sus madres, guillotinar mujeres embarazadas e incluso al día siguiente de su alumbramiento. Las atrocidades que se han cometido ante mis ojos han afectado de tal manera mi corazón que no sentiré nunca la vida».
Y al final, la misma Convención que había ordenado el genocidio y amparado su brutalidad tuvo que reconocer, el 29 de septiembre de 1794, que «jefes bárbaros, que osan aún decirse republicanos, han hecho degollar, por el placer de degollar, a viejos, mujeres, niños. Municipios patriotas incluso han sido las víctimas de esos monstruos de los que no detallaremos las execrables actuaciones».
Exterminada la quinta parte
No hacía falta, pues sus mismos autores no tuvieron reparo en contarlas. Todo este aporte documental, que se hallaba virgen hasta 1985 porque nadie se atrevía a desmentir la versión oficial hasta que Reynald Secher lo hizo, forma parte de La guerra de la Vendée de Alberto Bárcena.
Pero la obra de Bárcena no se limita a estudiar la represión. Es una historia completa de las campañas bélicas, de la trastienda política y de las razones que, aparte la religión (la principal), también contribuyeron al ensañamiento con esa región francesa, que perdió el 14,38% de la población (dos tercios campesinos, un tercio comerciantes) y vio destruidas el 18,16% de sus casas. Son valores medios, porque hay pueblos donde el exterminio de personas y de hogares llegó al 80%.
Todo ello, bajo la divisa Libertad, Igualdad, Fraternidad y en nombre de los Derechos Humanos. Una historia que estaba por escribirse.
Fuente: religionenlibertad.com, 2016.
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La Revolución según Chaunu
autor: | Pierre Chaunu (entrevista) |
fecha: | 1989-04-29 |
fuente: | Il Sabato, 1989-04-29, pp. 72/6 |
Un aula de la Sorbona, en París. Afuera un enero templado. Adentro comienza la primera lección del año 1989. En la cátedra está el Profesor Pierre Chaunu, una de las autoridades de la historia moderna, miembro del Institut de France, con unos sesenta títulos a su nombre.
Empieza en tono sarcástico: «Entonces ésta es la primera lección del año: saben que en el 89’ caen una cantidad de aniversarios importantes». Y detalla una serie de acontecimientos históricos, científicos, económicos, pero no menciona palabra sobre la Gran Conmemoración, la que enorgullece a Francia desde hace ocho años: “He olvidado algo»? pregunta socarrón el doctor Chaunu, «no, no me parece que haya otra cosa importante para recordar.»
Ha sido el Gran Aguafiestas del bicentenario de la Revolución. Brillante, corrosivo, listo, apenas ha dado a la prensa un libro de fuego, La révolution declassée, donde hace trizas el mito de la Revolución de 1789 y sobre todo el conformismo de los intelectuales de corte y la retórica de régimen de este bicentenario. Sus mismos adversarios no osan contradecirlo: hasta Max Gallo, obtorto collo [de mala gana], lo ha definido «un óptimo historiador». Y es prácticamente invulnerable, sin ser católico, ni reaccionario (en efecto es protestante y liberal). Hay una larga tradición liberal de áspera crítica a la Revolución, que empieza a finales del 1700 con el inglés Edmund Burke. Pero Chaunu ha ido más allá. Ha guiado las investigaciones de algunos jóvenes y brillantes historiadores franceses entre documentos y expedientes hasta ahora excluidos por la historiografía oficial, y han salido libros explosivos, sobrecogedores, como los de Reynald Secher sobre el genocidio de Vandea. Encontramos a Chaunu en su casa de Caen.
Profesor, su libro fue publicado en Francia en marzo, ya desde hace algunos años usted se ha rebelado al coro de los intelectuales y a las intimidaciones del poder político, contradiciendo la legitimidad de estas celebraciones. ¿Por qué?
Es una mascarada indecente, una operación política que explota las estupideces que la escuela de Estado enseña sobre la Revolución. Piense en las tonterías del ministro de Cultura Lang: «1789 marca el paso de las tinieblas a la luz». Pero ¿cuál luz? Estamos conmemorando la revolución de la mentira, del robo y del crimen. Pero me parece muy extraño sobre todo que, a los umbrales de 1992, también todo el resto de Europa celebra un período donde nosotros nos comportamos como agresores con todos nuestros vecinos, saqueando media Europa y provocando millones de muertes. ¿Qué hay que celebrar? Y sin embargo, acá en Francia cada día una celebración, el 3 de abril, el 5, el 10. Es grotesco.
Pero ha sido en todo caso un acontecimiento que ha cambiado la historia.
Cierto, como la peste negra de 1348, pero nadie la celebra. A un periodista alemán le pregunté: ¿por qué ustedes alemanes no celebran el nacimiento de Hitler? Él se sobresaltó sobre la silla. ¿Pero no es quizás la misma cosa?
Diga la verdad, usted se ha convertido en reaccionario. ¿Está en contra de la modernidad?
Yo soy liberal, con cierta simpatía por el iluminismo alemán e inglés. Pero ésta es justo la gran mentira que parece imposible poder extirpar: tú estás contra la Revolución, entonces estás en contra de la modernidad, estás con la lámpara a petróleo y con la carroza a caballos. Al contrario. Yo estoy en contra de la Revolución francesa justo porque estoy a favor de la modernidad, de la penicilina, de la vacuna contra la viruela. ¿Por qué no celebramos a Jenner que con su descubrimiento, desde 1700 hasta hoy, ha salvado más de mil millones de vidas humanas? Éste es el progreso. La Revolución más bien ha bloqueado el camino hacia la modernidad; ha destruido en pocos años gran parte de lo que fue hecho en mil años. Y Francia, que hasta 1788 ocupaba el primer puesto en Europa, desde la Revolución no se ha vuelto a levantar.
¿Pero puede demostrarlo?
Mira, hace unos treinta años contribuí a fundar la historia económica cuantitativa, y hoy, con los modelos econométricos, cualquiera puede llegar a estas conclusiones. Son hechos y cifras. Todas las curvas de crecimiento de mi país se quedan en la Revolución. Era un país de 28 millones de habitantes, el más desarrollado, creativo, evolucionado, con una tendencia de primacía: la Revolución, junto a las devastaciones sobre el aparato productivo, ha cavado un abismo de dos millones de muertos, un derrumbe de generaciones que ha acompañado la caída económica.
En la producción media pro cápita, Francia e Inglaterra, los dos países más desarrollados del mundo, tenían respectivamente, en 1780, un índice de 110 y 100. Ahora bien en el 1815 Francia precipitó a 60, contra 100 de Inglaterra, que no ha tenido desde entonces más concurrentes. Ha sido el precio de la Revolución.
Explíquenos al menos un motivo.
Alrededor del ’93 – y por un década – Francia comenzó a vivir con el 78 por ciento del patrimonio (reservas), y con el 22 por ciento de los impuestos y las rentas, que no se reinvirtieron, sino que se gastaron, se quemaron y se robaron para enriquecer la Nomenclatura. Fue un derroche espantoso, un empobrecimiento histórico. Cuándo Chateaubriand volvió a Francia, en 1800, tuvo una intuición fulminante: «es extraño: desde cuando me fui no han pintado persianas ni puertas». Cuando las ventanas están con la pintura deteriorada y las letrinas no funcionan puede estar cierto de que ha habido una revolución.
Pero en todo caso la Revolución ha abierto el pensamiento humano.
¡Ay, santo cielo! Pero fue una colosal destrucción de inteligencias y riquezas.
Si le corta la cabeza a Lavoisier, el fundador de la química moderna, a 37 años, el costo para la humanidad es enorme. Multiplica aquel caso por cien. ¿Cómo acabó toda la elite científica e intelectual? Los que no emigraron fueron masacrados. Una pérdida gigantesca. ¿Sería ésta la conquista de la civilización?
El 43 por ciento de los franceses, en 1788, sabía firmar, sabía escribir. Después de la Revolución cae al 39 por ciento, porque se sustrajeron los bienes de la Iglesia (que educó al pueblo por siglos), y se repartieron a la Nomenclatura.
Y las iglesias transformadas en chiqueros y los tesoros de arte devastados.
Es verdad: hicieron trizas las estatuas de Notre Dame, destruyeron Cluny, y casi todas las iglesias románicas y góticas…
Le repito: robo, mentira y crimen, ésta es la verdadera trilogía de la Revolución, que puso a hierro y fuego a Europa.
Los franceses han sido persuadidos a que la democracia nació en el 1789 y que la humanidad los haya imitado. ¡Es absurdo! En realidad la única revolución que se debería celebrar sería la inglesa de 1668: de ahí vino el sistema representativo y el gobierno parlamentario, el Estado liberal que toda Europa ha imitado.
Pero algo bueno debió quedar: por ejemplo la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.
Ese fue el engaño más perverso. Las dos Constituciones más democráticas que hayan habido son la soviética de Stalin de 1936 y la de los guillotinadores franceses del 1793. Sus frutos fueron horrorosos. Al contrario, el país que fundó la libertad, Inglaterra, nunca ha tenido Constituciones. ¡Las Declaraciones no me importan! Y por otro lado libertad, hermandad e igualdad no existen sino delante de Dios. Le diré que el mejor juicio sobre la Declaración de los derechos del hombre lo formuló Fustelle de Coulange, el más grande historiador francés del 800 y mi predecesor en la Academia de ciencias morales y políticas. Él dijo: Estos principios tienen mil años, si acaso la Declaración la formula de modo un poco abstracto. Pero hay una cosa nueva: se han hecho pasar principios antiguos por descubrimientos suyos y los han usado como un arma contra el pasado. Esto es perverso.
¿La consecuencia política de la Filosofía de las Luces, no?
No. El Iluminismo estuvo en toda Europa. Kant no era menos que Voltaire. Pero la Revolución se dio sólo aquí donde nosotros. No se puede creer que los franceses fueran los únicos que pensaban, en Europa. Entonces no hay un nexo histórico. También es una mentira hablar de fatalidad histórica, inevitable. La persecución contra la Iglesia y el proyecto de desarraigar el cristianismo de Francia se debió primero a intereses financieros, no a cuestiones metafísicas.
Nos explica, profesor.
En el siglo XVII todos los Estados europeos tienen instituciones representativas. Francia en cambio, poco a poco, las dejó caer en desuso. Por eso se convirtió en un tipo de paraíso fiscal, porque – se sabe – no se pueden aumentar los impuestos sin instituciones representativas. Un ejemplo: la presión fiscal entre 1670 y 1780 en Francia queda en un índice 100, mientras en Inglaterra sube de 70 a 200, en proporción. Francia se encuentra así en tener un Estado moderno, un moderno ejército, 450 mil hombres, una potencia de primer orden, pero con recursos financieros cerca de la bancarrota porque para poderlos mantener como Inglaterra debería aumentar los impuestos al 100 por ciento.
Pues es llamada a afrontar la cuestión de la representación del pueblo, los Estados generales.
Sí, pero los representantes electos son la asamblea más colosal de dementes que la historia haya visto. Irresponsables. Desenfrenados sólo en las pretensiones, porque nadie quería hacerse cargo de sacrificios (basta pensar que entre los diputados del Tercer estado estaban un banquero, 30 empresarios y 622 abogados sin causa). No entienden nada de economía, sólo tienen claro que los demás son los que tienen que pagar. Así empiezan a ver qué cosas pueden confiscar: primero suprimen el diezmo a la Iglesia, que nadie en el pueblo pidió que suprimieran porque significaba suprimir las financiaciones para las escuelas y los hospitales. Se confiscan los bienes del clero, donados a la Iglesia en el curso de los siglos, que llegaban sólo al 7-8 por ciento de las tierras. Se empieza a difundir la idea de que la Iglesia escondía sus tesoros, se confiscan los bienes de las Abadías.
Y la operación incluso tiene una máscara ideológica.
Cierto. Se impone la Constitución civil del clero, porque sin modificar y forzar la estructura de la Iglesia no habrían podido robar. Los bienes de la Iglesia, que desde siglos mantenían escuelas y hospitales, fueron acaparados por una banda de 80 mil familias de ladrones, nobles y burgueses, derecha e izquierda: ¡es por esto que todavía la Revolución en Francia es intocable! Porque fue un Gran Robo para ventaja de la clase dirigente. El robo necesita de la mentira y de la persecución porque no era fácil imponerles a los curas y al pueblo el abuso. Por eso se impuso el juramento a los sacerdotes y el que no juró fue masacrado. La Revolución fue una guerra de religión.
¿Y en Vandea qué ocurrió?
El pueblo se rebeló para defender su fe. El Directorio quiso imponer el reclutamiento militar obligatorio (es uno de sus inventos porque hasta entonces sólo los nobles iban a hacer la guerra y por el tributo de la sangre eran exonerados de impuestos). En el mismo día cierran todas las iglesias. Los campesinos vandeanos se rebelaron: entonces tanto vale morir para defender nuestra libertad. Impusieron a los nobles, bastante reacios, de ponerse al mando del ejército católico de Vandea y se fueron a una masacre, porque era desproporcionada su preparación frente a la del ejército de Clébert. Así Vandea fue aplastada sin piedad. Pero quisiera recordar que bajo las insignias del Sagrado Corazón también combatieron batallones de los pueblos protestantes de Vandea. Católicos, protestantes y judíos afrontaron juntos la guillotina, por ejemplo en Montpellier, por defender la libertad.
Pero en Vandea no acaba así.
Éste es el capítulo más horroroso. En diciembre del 1793 el gobierno revolucionario da la orden de exterminar la población de 778 parroquias: «Es necesario matar a las mujeres para que no reproduzcan y a los niños porque serían los futuros bandoleros». Escribieron esto. Firmado por el ministro de la Guerra de ese tiempo Lazare Carnot. El general Clébert se negó a ejecutar esa orden: «Pero por quién me toman? Yo soy un soldado no un carnicero». Entonces mandaron a Turreau, un cretino, alcoholizado, con una armada de cobardes.
¿Fue la masacre?
Nueve meses después el general Hoche, nombrado comandante, llegó a Vandea. Quedó horrorizado. Escribió una carta memorable y admirable al gobierno de la Convención: “No he visto nada tan atroz. Han deshonrado la República! ¡Han deshonrado la Revolución! Yo les hago saber que a partir de hoy haré fusilar a todos los que obedezcan sus órdenes… «. Qué había visto? 250.000 muertos de una población de 600.000 habitantes, pueblos y ciudades por el suelo y quemadas, mujeres y niños horrorosamente torturados. En Evreux y en Les Mains se guillotinaron a decenas culpados sólo por haber nacido a Fontaine au Campte. Éste fue el genocidio vandeano. ¿Es esto lo que celebramos?
Fue un escándalo, en 1983, cuando usted, por primera vez, usó la palabra genocidio, imputando la Revolución. ¿Por qué?
Los hechos hablan. Nadie ha sabido negarlos. Y nada puede justificar un horror así. Pero antes de mí, en el 1894, fue un revolucionario socialista, Babeuf, el que denunció «el genocidio de Vandea», (en un libro que no se encuentra que nosotros hicimos reimprimir). No hay diferencia alguna entre lo que hizo el gobierno revolucionario en Vandea y lo que hizo Hitler. Más bien hay una. Hitler fue listo y nunca dejó por escrito la orden de eliminar a los judíos. Los del 1789, además de asesinos, también eran estúpidos y dejaron la orden por escrito y hasta la publicaron en Le Moniteur.
Ciertas persecuciones han consolidado la fe del pueblo. Pero esta francesa parece haber cancelado la cristiandad.
Sí, es así. Por 15 años fue imposible la transmisión de la fe. Una generación completa. Piensa que Michelet fue bautizado a 20 años y Víctor Hugo nunca supo si fue bautizado o no. Las iglesias cerradas. Los sacerdotes asesinados u obligados a dejar los hábitos y casarse o deportados y desterrados. Francamente yo no entiendo cómo hoy los católicos puedan celebrar la Revolución, una cosa es el perdón y otra solidarizar con los verdugos, renegando a las víctimas y a los mártires. Pienso que la Iglesia teme, hablando mal de la Revolución, de parecer antimoderna, de oponerse a la modernidad. Yo creo que es al contrario. Y estoy orgulloso de que haya sido un país protestante como Inglaterra a dar asilo a los sacerdotes católicos perseguidos. En efecto no hay libertad más fundamental que la libertad religiosa.»
Fuente: kaire.wikidot.com, 1989.
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Una joya recuperada de Julio Verne
julio 14, 2021
Una joya exhumada de Julio Verne
UN SELLO LOCAL RESCATO DEL OLVIDO «EL CONDE DE CHANTELEINE», NOVELA BREVE Y TREPIDANTE
La obra transcurre durante la guerra de la Vendée, es decir, la rebelión de campesinos y nobles católicos contra la república surgida de la Revolución Francesa. Un veto ideológico impidió que se editara como libro durante un siglo.
Por Agustín De Beitia.
La epopeya de los católicos que se alzaron contra el régimen surgido de la Revolución Francesa sigue siendo en gran medida ignorada. El levantamiento de campesinos y nobles de la región de la Vendée en defensa de la fe y la monarquía, así como la cruenta guerra que le siguió, fueron silenciados durante dos siglos por la historiografía oficial de la República. No es extraño, por lo tanto, que tampoco haya una literatura abundante sobre el asunto. Una de las pocas excepciones fue nada menos que Julio Verne, quien retrató esta contrarrevolución en una novela corta y poco conocida, El Conde de Chanteleine, rescatada ahora del olvido por un pequeño sello local, la Cooperativa de los Libros Dormidos.
Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905) se inspiró en la vida real de Pierre de la Champonniere y de su capellán, el padre Fermont. Siendo bretón, es natural que el escritor se haya interesado en la Guerra de la Vendée ya que se crió escuchando hablar sobre ella. La historia en cuestión la conoció por boca de los hijos de la Champonniere, en casa de su tío Prudent, en Nantes.
La escribió en 1862 y alcanzó a publicarla por entregas en un periódico mensual literario de París, Musée des Familles, entre octubre y diciembre de 1864. Era el año del comienzo de su fama. Pero su escrito no quedaría libre de la censura. Años después, cuando quiso editarla en un único volumen, ya su editor, Pierre-Jules Hetzel, se negó.
Se han visto razones ideológicas en ese veto y la lectura de la novela demuestra que motivos no faltan para tal sospecha, dada la plena identificación de la obra con el Ejército católico o blanco.
Más de un siglo pasó hasta que finalmente se editó como libro en Francia en 1978 dentro de la recopilación «Histoires inattendues», en Union Générale d»Editions. Es probable que a la Argentina nunca haya llegado esa versión francesa. Así al menos lo indica la presente edición, que se vale de la temprana traducción que sí hubo en España, en 1876, a cargo de Manuel Aranda Sanjuán.
LA HISTORIA
El Conde de Chanteleine cuenta la historia de un miembro de una de las más antiguas e ilustres familias de Bretaña que, como otros jóvenes nobles, abandonó su casa para unirse al ejército católico, dirigido por un arriero y un guardabosques. Un ejército que entonces contaba ya con unos cien mil hombres.
Verne nos lleva a internarnos en esa primera campaña de victorias arrolladoras del bando realista-clerical, hasta que suena la hora de la derrota, que es cuando asistimos al pánico y al repliegue desesperado entre disparos de cañones. El drama es vívido. Estremece. Casi se puede sentir el frío, los gritos de dolor y la desesperación.
Aunque la intervención del Conde en el combate ocupa poco espacio, la Guerra de la Vendée es el trasfondo de toda la narración. Obligado a dejar el frente de batalla ante la noticia del ataque a su castillo, el protagonista emprende una larga travesía, acompañado por su fiel criado, el campesino Kernan. Y en ese viaje, y en sus posteriores peripecias, permanecerán siempre asechados por los republicanos o recluidos en constante tribulación.
Ritmo trepidante, bellas descripciones de las llanuras y los campos cultivados, aventura y romance, se alternan en esta magnífica novela que hace reverberar en el interior la emoción de las lecturas juveniles.
Verne mira con gran simpatía el alzamiento católico. Presenta a sus protagonistas como héroes, guiados por el honor y la devoción, y a sus oponentes como crueles y despiadados. Nos mete de lleno en el reinado del Terror impuesto por la república y la persecución, entre rostros cubiertos de palidez y semblantes descompuestos por la ira, que revelaban pasiones inhumanas. Una época en que Francia estuvo al borde del abismo.
Es cierto que al promediar la novela hay un pequeño inciso, desconcertante, que muestra comprensión con el Comité de Salvación Pública del régimen. Pero es un comentario disonante, que cierta crítica -no sin razón- atribuyó a la necesidad de hacer una concesión para intentar superar la censura, algo que de todos modos no logró.
LA GUERRA
El historiador español Alberto Bárcena Pérez remarca a este diario el móvil religioso de la Guerra de la Vendée. Explica que fue en defensa de la fe que «los campesinos fueron espontáneamente a pedir a los nobles de la región que les condujeran al combate, aunque hubo también jefes vendeanos de extracción humilde».
«Se presentaban como «Ejército Católico» -dice- y llevaban el detente del Sagrado Corazón; en las marchas rezaban el Rosario». Gran parte de todo esto se trasluce con claridad en la novela.
Bárcena Pérez no duda en calificarlo de «verdadera cruzada que el gobierno republicano convirtió en el primer genocidio de la edad contemporánea: hombres, mujeres, ancianos y niños fueron torturados y asesinados por miles; sus pueblos, campos, aldeas, granjas y bosques, incendiados concienzudamente».
«Dicho genocidio nunca ha sido reconocido oficialmente, pero ya es innegable», asegura.
La chispa que hizo estallar el levantamiento fueron las continuas levas populares para hacer frente a los enemigos externos del régimen. Pero los ánimos se habían ido caldeando con su política anticlerical.
Al respecto, Bárcena Pérez, que es autor de La Guerra de la Vendée: una cruzada en la Revolución, menciona la confiscación de bienes de la Iglesia y el intento de desplazar con sacerdotes «juramentados» (aquellos que aceptaron jurar por la Constitución) a los que pasaron a conocerse como «refractarios», que continuaron siendo fieles al Papa y a la Tradición, y fueron perseguidos, expulsados, y finalmente, ejecutados.
En la novela de Verne hay escenas muy elocuentes que reflejan hasta qué punto esta imposición tiránica y anticlerical sublevaba a los campesinos. Tan diáfana exposición sobre el origen del conflicto plantea la inevitable pregunta: ¿Qué movió realmente a Julio Verne a escribir esta novela? ¿Era Verne católico?
¿ERA CATOLICO?
El historiador francés Frédéric Gugelot, especializado en los intelectuales católicos de su país, afirma a este diario que, precisamente por estar consagrado a la insurgencia de 1793, El Conde de Chanteleine es un libro un poco particular en la producción de Verne».
«Verne provenía de una familia muy católica y era él mismo católico por tradición, pero su práctica era más que nada por costumbre», admite Gugelot, sin terminar de explicar entonces a qué se debe la peculiaridad de esta obra.
La española María Lourdes Cadena, docente e investigadora en el departamento de Filología Francesa de la Universidad de Zaragoza, que se ha interesado por las nouvelles o relatos breves de Verne, previene también a este diario que «siempre se ha querido poner a este escritor etiquetas, la mayoría de las veces falsas (creador de la ciencia ficción, misógino, e incluso masón)». En su opinión, es un autor «poliédrico».
Sobre la simpatía del autor por el levantamiento católico, Cadena -que aporta valiosos datos para seguir el recorrido editorial que tuvo la novela- advierte que los personajes de Verne no son Verne.
«Los personajes principales de Verne -explica- se caracterizan por defender los valores sociales y humanos, el amor al hombre y a la naturaleza, el respeto, pero sobre todo por el alto sentido del honor. Evidentemente tras la ayuda humana, pueden aparecer en su obra invocaciones a la ayuda divina. Esa idea del honor está siempre presente en todos sus relatos, tanto en Chanteleine, como en Mistress Branican, en El Chancellor, e incluso en el capitán Nemo».
La catedrática cree que esta obra también «destaca por la nobleza y por la historia de un héroe de aventuras, un espadachín a la manera de Alexandre Dumas que se pone del lado de los débiles».
Pero aunque ese sea el móvil principal en sus obras, hay buenas razones para pensar que, al menos en esta novela, es la fe, más que el honor, la verdadera piedra de toque. No de otro modo se puede interpretar la conducta del conde, que corre a tomar las armas dispuesto a morir por «una santa causa»; reza de rodillas; lee el oficio divino; muestra «resignación y sometimiento a la voluntad divina», exalta el sublime valor de los sacerdotes y de la santa misa, y hasta se preocupa por la falta de acceso al sacramento de la confesión. Tampoco es posible entender de otro modo la entera Guerra de la Vendée.
Con estas demostraciones de fe y de piedad popular tan intensas y tan claramente expresadas, es insoslayable que Verne está apuntando a la dimensión sobrenatural que tuvo el conflicto en la realidad. Aunque es posible que su motivación siga cubierta por el misterio.
Fuente: laprensa.com.ar, 17/11/19.
Más información:
El Conde de Chanteleine, la novela censurada de Julio Verne
Julio Verne, un gran visionario
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