Futuros distópicos

julio 20, 2019

¿Pueden convertirse en realidad las tiranías de la ficción?

Pueden convertirse en realidad las tiranías de la ficción
El cuento de la criada

Tal vez, en un mundo futuro superpoblado y sobreexplotado, cuando vaya al mercado, encuentre un producto alimenticio sintético, sabroso y con todas las propiedades nutricionales que necesita. En la etiqueta indica que se elabora con plancton marino muy energético. Hasta aquí, todo parece ir bien, pero ¿qué ocurre si se descubre que no existe ese plancton y que las galletas están hechas con los restos procesados de humanos fallecidos?

Ése es el argumento de la película Soylent Green de 1973, que en España se llamó Cuando el destino nos alcance.

Cartel de la película ‘Soylent green’
Cartel de la película ‘Soylent green’ (Richard Fleischer, 1973)

Las ficciones políticas cinematográficas y televisivas nos han mostrado mundos terribles. Muchas veces son consecuencia de un comportamiento poco responsable por parte de los humanos respecto al planeta y sus recursos, o resultado de un enfrentamiento bélico generalizado, o crisis económicas que desquician por completo el orden social conocido (Mad Max).

A veces, ni siquiera tienen lugar en nuestro mundo, sino en otros completamente inventados (Juego de Tronos). Tampoco tiene por qué tratarse necesariamente de una visión del futuro: El cuento de la criada, por ejemplo, transcurre en nuestros días, como también lo hace la serie británica Utopía.

Aunque no todas las ficciones son pesimistas o presentan un mundo desagradable (Star Trek es mucho más optimista), parece que la audiencia disfruta viendo mundos en los que resulta poco apetecible vivir. Tal vez porque consuela comprobar que, en comparación con los ficticios, el nuestro no es tan malo.

Ilustración de la primera edición de Utopía
Ilustración de la primera edición de Utopía, de Tomás Moro (1516)

A estos mundos no deseables los llamamos distópicos para diferenciarlos de las más apetecibles utopías. Una distinción algo falaz: prueben a leer la descripción de la vida en la Utopía de Tomás Moro, o en La Ciudad del Sol de Campanella, y hallarán mil y un motivos para desear que no se hagan nunca realidad. Tanto en las utopías como en las distopías no existe libertad política, se vive bajo un régimen tiránico.

En la mencionada serie televisiva El cuento de la criada(inspirada por el relato de la escritora Margaret Atwood), un grupo, con una visión muy particular del papel que el cumplimiento de las sagradas escrituras tiene para salvar a la humanidad (que se enfrenta a un problema de ausencia de natalidad alarmante), toma el poder en los Estados Unidos e implanta una especie de república religiosa (Gilead) en la que las mujeres son objetos propiedad de los hombres. Se instauran rituales de violación sistemáticos de las mujeres fértiles por los hombres con poder político que se llaman a sí mismos comandantes.

Margaret Atwood, autora de ‘El cuento de la criada’, junto a un ejemplar de la obra
Margaret Atwood, autora de ‘El cuento de la criada’, junto a un ejemplar de la obra

Todo está en la Historia

En esta ficción, el sistema político despótico se establece a través de una serie de atentados terroristas con los que, poco a poco, se consigue desmantelar el sistema político previo para instaurar la nueva república religiosa. Margaret Atwood decía que en su relato no hay nada que no haya ocurrido ya en algún momento de la historia. Aún hoy en día el número de regímenes políticos que excluyen de las libertades políticas a parte de su población (especialmente a las mujeres) resulta alarmante y desesperanzador.

Ver El cuento de la criada y otras series similares puede llevar a preguntarnos si es posible que ocurra algo parecido en la realidad. No descarte tan rápido la idea. Richard Weaver advertía que cuando la libertad de la gente desaparece no lo hace de golpe con una explosión, sino en silencio, en medio de la comodidad de sentirse cuidado. El proceso es terroríficamente sencillo:

  1. Primero aparecerá un problema. No un problema cualquiera, sino uno que, real o no, por el motivo que sea, se convierte en el más urgente y preocupante, aquél que pone en juego la supervivencia de la colectividad (el problema de la natalidad en El cuento de la criada).
  2. Como ocurre con todo problema político, habrá opiniones distintas sobre cómo resolverlo. La política es opinión; la verdad es cosa de la ciencia.
  3. Aparecen entonces los expertos. Afirman tener la solución al problema. Pero, ¡cuidado!, no dicen que la suya sea una opinión más. Los expertos hablan como si estuvieran en posesión de la verdad.
  4. Como no todos los expertos defienden lo mismo, hay que decidir quiénes son los verdaderos expertos, los mejores.
  5. Aparece entonces la fe en la medición y en los rankings. Es una fe, porque, como señala Jerry Z. Muller, exige creer en tres cosas que son dogmas: que es posible sustituir el juicio, el talento y la experiencia personal por mediciones; que si esas mediciones son públicas las cosas funcionarán como deben; que medir es la mejor manera de motivar a las personas. Por supuesto, esto exige ignorar que no todo lo importante se puede medir y que casi siempre acaba por medirse lo que no importa.
  6. El ranking acaba por aplicarse a las personas. Los habrá excelentes y los habrá mediocres. El criterio de clasificación es arbitrario en tanto en cuanto no tiene que ver con lo se pretende medir en realidad, pero no importa. La excelencia, que es una ideología totalitaria, ya ha hecho su aparición.
  7. La única opinión válida es ahora la de los expertos excelentes, los mejores (siempre, claro está, según el ranking elaborado por ellos mismos). Pero cuando sólo hay una opinión, ya no es opinión, sino verdad indiscutible. Por otro lado, la adopción de este sistema meritocrático hace que los expertos estén convencidos de su propia buena fe, de que son justos, de que sus juicios no contienen prejuicio ni error, que los demás están equivocados y, lo que es peor, que actúan de mala fe, que son malos.
  8. Puesto que las contradicciones de la vida, la creatividad, la invención, el arte, la filosofía, etc. no son medibles, la solución al problema pasa siempre por ser una idea artificial del ser humano. Así que todos han de ajustarse al modelo teórico de los expertos por la fuerza. Recuerde: el que no se ajusta es malo, el que piensa por sí mismo, el creativo, el inspirado, también.
  9. Para que el ajuste sea completo, todos los aspectos no políticos de las relaciones sociales han de ser públicos: la vida familiar, el amor, la educación, las opiniones (que ya no podrán expresarse libremente porque están equivocadas y cargadas de mala intención). Todo será sometido a escrutinio público (quien haya visto o leído El cuento de la criada habrá comprobado que hasta el sexo es cosa de la que se ocupa el poder).
  10. Et, voilà! El poder político pasa a ser un asunto arbitrario totalmente privatizado, en manos de los expertos, formen estos un partido político (que acabará siendo único), una asociación, un grupo religioso… Pero el caso es que la política no se puede privatizar; si se privatiza deja de ser política para ser tiranía. A quien pregunte, entonces, por el motivo de la obediencia se le responderá lo mismo que a los niños en las escuelas de la Italia fascista: “Obedece porque se debe obedecer”.

Nos queda, sin embargo, algo de esperanza. Como se ve en muchas de las series de televisión distópicas, el ser humano actúa, y la acción es siempre imprevisible, ambigua, no encaja en los modelos teóricos, los descoloca. Siempre hay un grupo de resistencia que lucha contra la negación de la política que supone la tiranía totalitaria. Al final, la tiranía es derrotada. Aunque, eso sí, puede que haya que esperar mucho tiempo para ver su fin, y como decía Sancho, “¿qué mayor desdicha puede ser de aquella que aguarda al tiempo que la consuma?” Lo mejor será, pues, que hagamos lo posible por evitar que ese futuro distópico nos alcance.

Roberto Losada Maestre, Profesor de Teoría Política, Universidad Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Fuente: grandesmedios.com, 2019.

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Más información:

Soylent green

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Soylent green

abril 16, 2019

MAKE ROOM! MAKE ROOM!

Si te interesa ilustrar la paranoia social respecto al “crecimiento excesivo” de la población mundial, aquí tienes un ejemplo literario y cinematográfico difícil de superar. La descripción de un futuro no muy lejano en el que el “exceso” de población es tan insoportable que los “excedentes” son cosechados literalmente entre las multitudes urbanas para fabricar galletas con que alimentar a los demás.

La literatura y el cine reflejan las ideas, preocupaciones e incluso obsesiones de cada sociedad y momento histórico, y la ciencia ficción ha sido desde sus orígenes un género especialmente adecuado para los temas demográficos (esta utilidad está magistralmente descrita en el Descenso literario a los infiernos demográficos de Andreu Domingo). En EEUU, durante los años sesenta y hasta los ochenta del siglo XX, la obsesión por el boom poblacional llegó a ser equiparable a la de la amenaza nuclear. El motivo era el mismo: la proliferación humana en el Tercer Mundo, especialmente en Asia, asociada a la pobreza, podía ser terreno abonado para la extensión del comunismo.

Por lo tanto el Gobierno Federal y los principales poderes económicos y políticos apoyaron y financiaron cualquier idea, institución o persona útil para la causa de la restricción del crecimiento demográfico. Incluso el feminismo anticoncepcionista, perseguido y demonizado hasta los años cuarenta, recibió súbitamente un apoyo oficial insospechado. Algo parecido le ocurrió al conservacionismo ecologista, y también a la propia disciplina demográfica, que experimentó un auge mundial sin precedentes, de la mano de la financiación privada de grandes corporaciones como la Ford o la Rockefeller, pero también del propio Gobierno Federal. Todo ello duró hasta el segundo mandato de Reagan y la caída de la URSS (en la segunda mitad de los años 80), y desde entonces la posición oficial de EEUU es la radicalmente opuesta, muy influida por el giro neoliberal y el conservadurismo cristiano antiabortista (el giro se escenificó de forma diáfana en la Conferencia Mundial de Población en México, 1984).

La novela de Harrison se publicó en 1966, en plena guerra fría y el futuro que describe se ambienta en el Nueva York de 1999. La trama gira en torno a una historia policíaca y la protagoniza un detective que comparte piso con un anciano, contrapunto perfecto por sus constantes rememoraciones del pasado feliz. Como casi todo el mundo, padece restricciones de agua, de combustible, de suministro eléctrico, no consigue munición para su arma, se enfrenta a una ciudad sobrepasada por las masivas e incontrolables disturbios callejeros. Debe resolver el asesinato de un rico, de barrio alto,  mientras asaltaban su casa, con lo que la novela también consigue el contraste entre la vida de los pocos privilegiados y la masa hacinada.

Sospechosamente, Harris declaró en una entrevista que la idea para la novela surgió tras la segunda guerra mundial, cuando un ciudadano indio le aseguró que,  a partir de ese momento, la mayor amenaza iba a ser la sobrepoblación mundial, y que si quería hacerse rico en poco tiempo debía exportar anticonceptivos a la India. Qué casualidad; la sobrepoblación india era tema prioritario en la agenda internacional norteamericana cuando se publica la novela, y la piedra de toque donde se testó  una ofensiva generalizada en el Tercer Mundo.

En 1973 Richard Fleisher llevó la novela al cine, con nada menos que Charlton Heston como protagonista. La adaptación, muy libre, introduce el racionamiento de comida, con especial protagonismo de las “soylent green”, raciones en las que el principal componente son las algas recolectadas de los fondos marinos, y que dan título al film (en español se estrenó como “Cuando el destino nos alcance”. Finalmente el protagonista descubre que su auténtica materia prima hace tiempo que dejó de ser esa, porque los mares han muerto y se han secado. Las galletas en realidad están hechas con los cuerpos de los “excedentes” humanos capturados en los disturbios callejeros o recuperados de los “centros de eutanasia asistida”. 

Estas galletas forman hoy parte del imaginario estadounidense, y su cine y literatura están llenos de alusiones, algunas tan divertidas como la de los Simpson.

En otro lugar he comentado también el ensayo más famoso escrito en esta misma dirección, el de P. Ehrlich The population bomb. No es casual que ambos libros estén separados únicamente por dos años. Comparten el sensacionalismo y la oportunidad histórica, pero Harryson simplemente está escribiendo ficción y no lo disimula; Ehrlich pretende ser un científco.

La situación geoestratégica mundial ha cambiado enormemente desde finales de los 80, y la megalómana pretensión de controlar políticamente el ritmo de crecimiento demográfico mundial hace ya tiempo que fue abandonada. Dicho crecimiento, además, se está ralentizando y muy probablemente se detendrá por completo dentro de escasas décadas. Otro día escribiré sobre un posible futuro, cada vez más probable, en el que la población mundial no sólo no crecerá, sino que se reducirá.

Links relacionados:

Describo el proceso por el que se llegó a plantear seriamente como una posibilidad política el control demográfico del tercer mundo, y de la humanidad en su conjunto, en el siguiente paper:  Pérez Díaz, Julio (1994), La política mundial de la población en el siglo XX, Papers de Demografia, num. 90.

novela completa en español, online en libre acceso

Make Room! Make Room! excelente entrada en Wikipedia

Harry Harrison: Make Room! Make Room! comentario en el blog Asylum

¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (2)

Soylent Green – Wikipedia, the free encyclopedia

Original Trailer de Soylent Green

Fuente: apuntesdedemografia.com

Más información:

En el futuro habrá menos diversidad de alimentos

Soylent: el alimento del futuro ya está aquí

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En el futuro habrá menos diversidad de alimentos

abril 15, 2017

Roger Clemens: «En el futuro habrá menos diversidad de alimentos».

Por Nora Bär.

Lo acompañan una cordialidad y una disposición al diálogo que desconciertan. Y, sin embargo, en un tono perfectamente amistoso, el profesor Roger Clemens, nutricionista, toxicólogo y especialista en tecnología de alimentos de la Universidad de California del Sur avalado por más de cuarenta años de experiencia, no se priva de desafiar prejuicios muy difundidos. Invitado a Buenos Aires como orador de las jornadas Bioeconomía 2014, organizadas por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en el Tattersall de Palermo, dijo, por ejemplo, que los alimentos orgánicos no son mejores que los producidos industrialmente, que los organismos modificados genéticamente están sometidos a los mismos sistemas de control que los medicamentos y que la humanidad deberá combinar mejores métodos de selección de cultivos, biotecnología, acuacultura y enfoques alternativos (como los cultivos subterráneos, la producción de carne en el laboratorio o la prolongación de la vida útil de los productos) para satisfacer la demanda de alimentos de una población que, según las proyecciones, superará los 9000 millones de personas en las próximas décadas.

«En los próximos veinte años debemos prepararnos para esto -dice Clemens-. No es una opción, es una obligación. Debemos analizar cómo administramos nuestro ambiente, cómo manejamos el agua, la tierra y la energía. Esos elementos son críticos. Necesitamos que personas con la experiencia necesaria se reúnan para resolver el problema global de producir alimentos saludables, accesibles y sostenibles.»

-¿Será por medio de la biotecnología? ¿Es segura?

-En los Estados Unidos, ya hay más de 200 medicamentos en el mercado producidos por ADN recombinante. Seguramente la más notoria es la insulina, que necesitan los diabéticos. Lo que poca gente sabe es que la seguridad de la biotecnología en la industria de los alimentos es la misma que se exige a los medicamentos. Por otra parte, la biotecnología nos ha dado un conocimiento de los genes de las plantas y de las personas. Estamos empezando a entender las variaciones de la genética vegetal. Entonces, la pregunta es: ¿podemos usar la tradicional selección de cultivos y no sólo biotecnología para asegurarnos de que estamos haciendo las plantas correctas, para obtener las características deseadas? Analizar la hibridación podría llevar años. Y no los tenemos. Así que si entendemos la genética de las plantas, cómo interactúan con el ambiente… creo que podemos hacer una gran diferencia. De modo que lo que va a hacer la diferencia es una combinación de ambos métodos.

-Mientras crece la producción de alimentos gracias a una variedad de nuevos métodos, también lo hacen los movimientos contra la manipulación de la naturaleza. ¿Cómo se explica?

-Personalmente, pienso que en parte esto ocurre por un miedo innato hacia lo desconocido. La gente se enfrenta a tanta incertidumbre, por ejemplo, a través de las redes sociales, que está temerosa. ¿No es interesante que el consumidor actual acepte avances en todas las tecnologías que afectan nuestra vida, desde mejores telas hasta mejores comunicaciones, transportes o fármacos, pero cuando se trata de los alimentos dice: «No te metas con mi comida»? Debemos comunicar lo que sabemos y lo que no sabemos de manera honesta.

-¿Es mejor la comida orgánica?

-La respuesta es: no. Escribí una presentación sobre esto no hace mucho. Si usted se fija en los datos, la respuesta es no. Ahora, si su pregunta fuera: ¿a veces es mejor? Le contestaría: «Sí, a veces es mejor». Pero depende de muchas variables: de la tierra, de los cultivos, de las condiciones climáticas, de las semillas… De modo que incluso en el mismo campo hay variaciones naturales. Pero en muchos casos una manzana convencional y otra orgánica son prácticamente indistinguibles. Sólo esa confusión sobre los beneficios de los alimentos orgánicos hizo sostenible ese mercado.

-Muchos están contra los alimentos genéticamente modificados porque se cultivan con pesticidas y éstos afectan a los pueblos cercanos. Incluso, pruebas en pobladores detectaron rastros de varios pesticidas en su sangre. ¿Es posible evitar esa contaminación?

-Esa preocupación se vincula tanto con la salud humana como con el ambiente. Volvamos a la granja orgánica: en nuestro programa nacional [de los Estados Unidos] está permitido usar pesticidas sintéticos y naturales. Bruce Ames, de la Universidad de California en Berkeley, el padre de la evaluación de pesticidas, decía que el 99% de los pesticidas vienen de la naturaleza. Probablemente el 1% procede de las probetas de los científicos, pero nadie habla del 99% restante. En el cultivo orgánico se permite usar ambos: pesticidas y herbicidas producidos por el ser humano y naturales. Si uno hiciera el mismo análisis en busca de pesticidas naturales, también los encontraría, porque las plantas los producen. El tema es que, como sucede en la nutrición, todo depende de la dosis. Tenemos que consumir cierta cantidad de hierro y de proteína para mantenernos saludables. Si no recibimos lo suficiente, estamos malnutridos, y si comemos de más, podemos enfermar. Hay una ventana estrecha que llamamos «salud». Lo mismo es cierto de los pesticidas. Hay una dosis que, si es muy alta, es dañina para nuestra salud y otra que no tiene ningún impacto. Tenemos que poner las cosas en una apropiada perspectiva.

-¿Cómo se imagina nuestro menú del futuro? ¿Serán nuestros alimentos muy diferentes de los actuales?

-Tendrán que serlo. En este momento estamos en un curso de colisión. Muchos quieren diferentes variedades de alimentos, pero no podemos cultivarlas. No habrá diez diferentes tipos de tomates, tal vez sólo tres: los más prolíficos, nutritivos y estables para el transporte. La ciencia ya ensaya nuevas tecnologías para producir carne en el laboratorio y vegetales por acuacultura. Además, tendremos que ser más responsables: hacer mejores elecciones para comer menos.

Fuente: La Nación, 11/06/14.


Esto nos recuerda a:

Soylent Green

Cuando el destino nos alcance (título original en inglés: Soylent Green) es una película estadounidense de 1973, dirigida por Richard Fleischer, protagonizada por Charlton Heston, Edward G. Robinson y Leigh Taylor-Young en los papeles principales y basada en la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966), de Harry Harrison.

Trama

En el año 2022, en un futuro distópico, la ciudad de Nueva York está habitada por más de 40 millones de personas, físicamente separados en una pequeña élite que mantiene el control político y económico, con acceso a ciertos lujos como verduras y carne, y una mayoría hacinada en calles y edificios donde malvive con agua en garrafas, y dos variedades de un producto comestible: soylent rojo y soylent amarillo, que son la única fuente de alimentación, ya que la producción de alimentos naturales se ha extinguido por el efecto invernadero. La compañía Soylent es una empresa que fabrica y provee alimentos procesados de concentrados vegetales (cuya base principal es la Soja). Soylent verde es el nuevo producto alimenticio sacado al mercado, basado en plancton, según la publicidad de la empresa.

Robert Thorn (Charlton Heston) es un policía de la ciudad, vive con su amigo «Sol» Roth (Edward G. Robinson), un anciano ex profesor que sólo rememora el pasado, cuando el planeta era más habitable y existía suficiente alimento para todos. Sin embargo, Thorn, que ha vivido casi toda su vida en la catástrofe ecológica, no se muestra interesado en estas historias, las cuales encuentra difíciles de creer.

Thorn se ve involucrado en la investigación del asesinato de uno de los principales accionistas de la compañía Soylent, William R. Simonson (Joseph Cotten), que ha sido encontrado muerto en su departamento. Decide hacer una visita al lugar y encuentra el cadáver en un charco de sangre, con múltiples golpes en la cabeza. Recorre el lugar y se encuentra con cosas que nunca había visto antes, como un refrigerador con alimentos; licores, una ducha con agua caliente y jabón, y una biblioteca. Más tarde llegan la concubina de Simonson, Shirl (Leigh Taylor-Young), hermosa joven de 21 años, llamada eufemísticamente parte del mobiliario, y el guardaespaldas de Simonson, Tab Fielding (Chuck Connors). Al ser interrogado, Fielding dice que Simonson le había ordenado acompañar a Shirl de compras, y que por esa razón no estaba en el departamento en el momento del asesinato. Thorn los deja ir, para luego recoger algo de comida y un par de libros, antes de regresar a su propio departamento.

Sol Roth decide dar fin a su vida en un sitio llamado El Hogar, el cual recrea el mundo como era en su época de juventud, mientras agoniza, y sólo acierta a decirle a Thorn que siga su cuerpo como pista antes de desaparecer. El seguimiento de su cadáver ofrece a Thorn el destino real de todos los cuerpos humanos, que no es otro que acabar procesados como Soylent verde para ser parte de dicho preparado alimenticio. El final de la película sólo evidencia esa situación sin poder ofrecer ninguna solución a lo que ya se ha generado.

Contexto histórico

Durante la guerra fría y con el auge del comunismo en los países asiáticos, en la década de 1960 y hasta 1980 se extendió en Estados Unidos la obsesión por el peligro de un crecimiento amenazador de la población en esos países y en general la amenaza de la sobrepoblación. Tanto el libro Make Room! Make Room!, de Harry Harrison, como la película Soylent Green son creaciones de ficción construidas sobre este fenómeno.

Impacto en la cultura popular

El Soylent Green se menciona en varias series de televisión, tanto para conseguir un efecto dramático como cómico. Por ejemplo, en la serie de dibujos animados Futurama, ambientada en el año 3000, se hace referencia en varios capítulos a diversos productos alimenticios a base de «soylent», como la «soylent cola», (cuyo sabor, según Leela, «depende de la persona») y en el capítulo «Un cocinero con un 30% de hierro», en la competición entre Elzar y Bender, el Soylent Green es el alimento base para todos los platos. Según el locutor, el Soylent Green es «el alimento básico de la cocina de gourmet». También existen referencias a esta película en otra serie de Matt Groening, Los Simpson, como por ejemplo en el capítulo Bart to the Future, donde Homer ofrece a Bart un bocadillo Soylent Green y Ralph Wiggum pregunta «¿no están hechos con humanos?» o en el episodio Itchy & Scratchy: The Movie, en el cual Homer Simpson dice: «Mmmm… soylent green», además del episodio en el que el abuelo Simpson intenta suicidarse en el Die-Pod, donde se parodia la muerte del detective que descubre el secreto del Soylent. En uno de los capítulos de la serie Tropiezos estelares hay también una pequeña reseña sobre el Soylent green.

El Listo, personaje protagonista del cómic homónimo de Xavier Ágeda hace mención al soylent green en la viñeta 842 titulada «Cuando el destino nos alcance» publicada en http://listocomics.com/.

En el juego Xenogears, de PSX, se menciona el Soylent green.

La canción Soylent Green de Wumpscut (Music for a Slauthering Tribe 2) hace referencia al Soylent green como carne humana.

En la serie de tv Millennium, el personaje principal Frank Black, para acceder a su computadora, tiene que pronunciar la frase: «Las galletas verdes son de humano.»

En el videojuego Left 4 Dead 2, en la campaña «Defunción», al terminar la campaña y marcharse del lugar, en uno de los diálogos Zoey dice: «Adiós, el Soylent Verde está hecho de humanos.»

En el apocalíptico cortometraje español Fuego en los radios de Cinesín, el anunciante patrocinador es Soylent Green.

La canción ‘Chiron Beta Prime’ de Jonathan Coulton se hace referencia al Soylent verde, como ingrediente para una tarta.

La canción Soylent Green de Iced Earth.

En la película El Atlas de las Nubes, un personaje hace referencia a que el Soylent Green está hecho de humanos.

Fuente: Wikipedia, 2014.

Soylent Green, 1973 (INTRO)

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¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio!

¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (en inglés, Make Room! Make Room!) es una novela de ciencia ficción de 1966 escrita por Harry Harrison que explora las consecuencias sociales del crecimiento irrefrenado de la población1

Contexto histórico

En Estados Unidos durante la década de 1960 y hasta 1980 se extendió la obsesión -motivada por la guerra fría y el auge del comunismo en países asiáticos como China- por el peligro de un crecimiento amenazador de la población en esos países y en general la amenaza de la sobrepoblación. Tanto el libro Make Room! Make Room! de Harry Harrison como la película Soylent Green son creaciones de ficción construidas sobre este fenómeno. El libro de 1968 de entomólogo estadounidense Paul R. Ehrlich, The Population Bomb, también hay que situarla en ese contexto pero, a diferencia de las obras de ficción, el libro de Ehrlich La bomba poblacional aspiraba a ser una obra científica2

Película sobre la novela: Soylent Green

La novela fue la base del argumento de la película de ciencia ficción Cuando el destino nos alcance (1973), aunque la película cambió bastante la trama y el tema e introdujo el canibalismo como una solución para alimentar a la población.

Fuente: Wikipedia, 2014.


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Soylent: el alimento del futuro ya está aquí

octubre 26, 2014

Soylent: el alimento futurista que busca cambiar la forma de comer

Por Franco Varise.

Creado por un ingeniero informático de Silicon Valley, este producto en polvo para mezclar con agua -anticipado por la ciencia ficción- contiene los nutrientes que necesita una persona adulta; en la Argentina ya hay iniciativas para comercializarlo.

¿Llega el fin del asado con amigos, los ravioles del domingo y el flan con dulce de leche? No tanto, pero… La última revolución que surgió de Silicon Valley no es una nueva aplicación, una red social o un dispositivo tecnológico. Nada de eso: se llama Soylent y es una comida en polvo para mezclar con agua que pretende cambiar absolutamente la forma en que nos alimentamos.

Ver nota relacionada: En el futuro habrá menos diversidad de alimentos

Este polvo con todas las vitaminas, proteínas, minerales, sales y nutrientes que nuestro cuerpo necesita ya tiene emprendedores en la Argentina, mientras que, en los Estados Unidos, crece el número de curiosos y exhibicionistas que recibieron su pedido para probarlo y mostrarlo en las redes sociales.

El ascenso de Soylent, un nombre que encierra suspicacias, comenzó a acelerarse a partir de que la Food and Drug Administration (FDA) le dio luz verde a este compuesto en calidad de «alimento» y no sólo como «suplemento» alimenticio. Este pequeño detalle le otorgó a Soylent un estatus de consumo diario y exclusivo que lo habilita para reemplazar al resto de los alimentos si es que el consumidor así lo decidiera.

Rob Rhinehart, un ingeniero informático de 25 años, se instaló en San Francisco como muchos otros jóvenes para encarar su proyecto tecnológico. La historia abreviada, contada por él en varios videos en YouTube, sostiene que mientras esperaba que sus proyectos crecieran tuvo que ahorrar y descubrió que alimentarse a diario costaba una fortuna. Así fue como se le ocurrió crear un alimento barato y nutritivo. Investigó las posibilidades hasta alcanzar una fórmula satisfactoria. Luego creó un evento por Internet (crowdfunding) para que los interesados aportaran dinero al proyecto. Recaudó tres millones de dólares antes de salir al mercado. Actualmente, su empresa de comida de «garaje» recibe pedidos por 10.000 dólares diarios.

 
Foto: LA NACION 

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«En polvo la comida es más estable, se puede conservar más tiempo, no hace falta ir tantas veces al supermercado ni cocinarla y no tenemos que preocuparnos de las bacterias que la estropean», dice Rhinehart sobre su invento. «Estoy muy ocupado durante la semana y prefiero alimentarme de Soylent. El fin de semana, si me apetece, puedo comer algo sólido y lo disfruto aún más», agregó en una entrevista.

La elección del nombre también es una gran curiosidad a contramano de cualquier manual de marketing. Sucede que a principios de los setenta se estrenó la película de ciencia ficción Soylent Green, protagonizada por Charlton Heston. El film, basado en una novela menor de Harry Harrison, plantea un perturbador y oscuro 2022 con un mundo superpoblado, jaqueado por la polución y sin comida. Sólo existe el Soylent Green, elaborado exclusivamente por una supercorporación sobre la base de plancton. Al final Heston descubre algo siniestro: «Soylent is people» («Soylent es gente»), dice moribundo al revelar que el alimento sintético utilizado en aquel mundo futurista estaba hecho de cadáveres humanos.

«Queremos ser transparentes en cuanto a que no utilizamos partes del cuerpo humano en la producción de Soylent», dijo en broma Rhinehart, un fanático de la literatura de ciencia ficción.

Yemel Jardi, de 25 años; Paula Montaldi, de 24, y Augusto Gesualdi, de 24, decidieron fundar Soylent Argentina. Los tres provienen del rubro del software, la química y la ingeniería industrial. «Para cualquier persona que tiene una vida agitada y que siente que hay comidas que no disfruta (por ejemplo, al mediodía en la oficina), Soylent es una solución, una alternativa para utilizar ese tiempo en otra cosa», sostiene Jardi.

El emprendimiento argentino no es una franquicia. Cuando Rhinehart fundó Soylent Corporation hizo otra cosa revolucionaria: publicó en su página la receta para que cualquiera pudiera hacer su propio Soylent e incluso cambiarle cosas y mejorarlo. Es una especie de alimento de «código abierto» como ocurre con el software libre. «Lo único que desalientan es la competencia en las mismas regiones, pero cualquier emprendedor puede usar el nombre. Nosotros somos Soylent Argentina», explica Yemel.

En casi todo el mundo, como aquí, hay personas experimentando recetas inspiradas en la original y con ligeras variantes. «Tenía mucha curiosidad y venía siguiendo el tema porque me parece una solución muy práctica para organizar los tiempos y diferenciar lo que es nutrirse del placer de comer. Esto me simplifica y no me consume tiempo buscando qué comer para tener una dieta balanceada. Muchas veces terminás comiendo cualquier cosa sin placer y gastás una fortuna», consideró Jardi.

Un paseo por el microcentro porteño confirmaría la visión de Jardi. En general el almuerzo del mediodía es costoso y no podría definirse exactamente como «nutritivo». En una nota sobre Soylent en la revista The New Yorker, la autora Lizzie Widdicombe consideró que en el futuro «veremos una separación entre las comidas utilitarias y funcionales y las comidas como experiencia y para socializar».

Este concepto plantea un futuro de la comida que parece hoy bastante remoto, pero a juzgar por la rapidez con la que Soylent comenzó a difundirse en los Estados Unidos, nadie está muy seguro de cuánto tiempo faltará para que este producto termine volviéndose masivo o popular.

Por ahora, en la página de Facebook de Soylent Argentina sólo invitan a quienes estén interesados a participar del testeo del producto. En el país, el producto aún no fue aprobado por el Instituto Nacional de Alimentos (INAL), pero, según Jardi, el año que viene estarán en condiciones de empezar a comercializar Soylent. «Desde el día en que todos nuestros amigos se enteraron de la idea no paran de pedirnos que los tengamos en cuenta para el testeo», dijo Yemel a LA NACION.

A todo esto, uno termina preguntándose algo fundamental sobre Soylent: ¿es rico? Al parecer, según los blogueros que ya lo probaron, el brebaje no es ni rico ni feo. Dicen que no tiene un sabor distintivo o particular.

Un tema recurrente de la ciencia ficción

Foto: LA NACION 

Este tipo de comida sintética ha sido uno de los grandes temas de las novelas de ciencia ficción y distópicas. Hagan Sitio (1966), una novela de Harry Harrison, sirvió de base para el film Soylent Green (1973), de allí toma su nombre la marca del nuevo producto. En Nosotros, de Yevgeny Zamyati (1923), precursora de 1984, de George Orwell, y de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, también aparece un alimento sintético llamado Petroleum Food..

Del editor: qué significa. La evolución de la comida, tal como ocurrió con las comunicaciones y otros aspectos de la vida del hombre, todavía no se detuvo. Al contrario.

Fuente: La Nación, 26/10/14.

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